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ATAR
A LA(S) RATA(S):
ESCRITURA PALÍNDROMA Y PRODUCCIÓN LITERARIA
(A partir del cuento "Satarsa" de Julio Cortázar)(1)
por Gustavo
Lespada (UBA)
El
espejo es expresivo tanto por lo que refleja como por lo que no
refleja. La ausencia de ciertos reflejos o su expresión,
he aquí el verdadero objeto de la crítica. El espejo
es por algunos lados un espejo ciego; pero es espejo también
por ser ciego.
Pierre Macherey
Una
superficie binaria
Solamente
jugando al truco he llegado a aventurarme con un dos hasta el "vale
cuatro", pero suelo descartarme de las dicotomías y duplicidades
a la hora de emprender el análisis de un texto, no tanto porque
les niegue pertinencia sino por considerarlas insuficientes, porque
el dos como herramienta se agota enseguida al igual que las reproducciones
de matrices míticas o la monótona repetición del
triángulo edípico; aplicaciones en serie que terminan
por anquilosarse en estereotipos, en fórmulas reduccionistas
que de la especificidad del texto nada dicen, que -como los palíndromas-
no enseñan nada nuevo.
-Atar
a la rata no es más que atar a la rata -dice Lozano.
-No tiene ninguna fuerza porque no te enseña nada nuevo y
porque además nadie puede atar a una rata. Te quedás
como al principio, esa es la joda con los palíndromas.(2)(p.
57)
Como
tantos otros relatos de Cortázar este también se plantea
desde una confrontación binaria, sólo que el número
dos aquí se encuentra en función de otra cosa,
que tampoco es su resolución en la síntesis, esa especie
de tres tranquilizador, que restaura el orden y asegura la continuidad
dialéctica.(3)
Efectuemos un rápido recuento de las manifestaciones de paridad:
dos bandos opuestos, los cazadores versus las ratas gigantes
de Calagasta, víctimas y predadores; términos que a su
vez se desdoblan en la alusión respectiva a guerrilleros
y militares; se efectúan dos cacerías en el texto;
dos contendientes, Satarsa y Lozano; referencias bíblicas
a Caín y Abel; la doble circulación propuesta por
los palíndromas, y otras.
Este
cuento entabla una relación de intertextualidad (esto es de diálogo,
y también otra manifestación del dos) con aquellos
de Horacio Quiroga, en que el terror provenía de repugnantes
roedores capaces de devorar a una criatura en su cuna o de ciertos parásitos
capaces de vampirizar a seres humanos. Sólo que aquí las
alimañas también son otra cosa, son uno y lo
otro al mismo tiempo. La acechanza siniestra de los ojos rojizos
de Satarsa deviene imagen figurada de la dictadura militar que dejara
un saldo de 30.000 desaparecidos en la Argentina (1976-1982), contundencia
del horror inenarrable que identifica ratas con milicos asomando metafóricamente
sus hocicos detrás del palíndroma que miente y dice
la verdad como todo espejo (p. 54), con un relato que utiliza mecanismos
de ficción para el asedio de una encrucijada histórica.
El
palimpsesto
Átale
demoníaco Caín o me delata (59): era otro palíndroma
en que la lectura de Lozano evidencia la vieja convención "Abel
el bueno y Caín el malo", que también puede invertirse
si se piensa lo de demoníaco desde otra perspectiva. El
texto opta por la identificación con la escritura rebelde de
Baudelaire, subvirtiendo la valoración bíblica, en la
cual la superposición del palimpsesto denuncia la injusticia
cometida (sobre la estirpe de Caín: hasta que las ratas devoren
a tus hijos, p. 59) por un Dios autoritario. El primer palíndroma
que conocí en mi vida -dice Lozano- también hablaba
de atar a alguien, no se sabe a quién pero a lo mejor ya era
Satarsa. A lo mejor nuestra lucha comenzó con Caín
rebelándose contra los privilegios arbitrarios y nosotros somos
su descendencia -parece reflexionar Lozano-, a lo mejor desde entonces
están encaramadas las ratas devorándonos el futuro. Vigencia
de una amenaza cifrada en las antiguas escrituras. Sombra que se cierne
sobre la fragilidad de las fronteras que propone el relato tanto en
el aspecto espacio-temporal como entre el status de la ficción
y lo que se percibe como real: los milicos avanzan sobre la localidad
fronteriza de Calagasta (de convincentes resonancias del altiplano,
se menciona también a Mendoza), desde la delgada línea
temporal que media entre la edición de 1983 y el fin de la dictadura
militar.(4)
Atar
a la rata es lo que permanece inmutable en su bobo vaivén.
Pero también es la antigua ley escrita por un Jhavé despótico
que establece diferencias arbitrarias entre los hermanos, condenando
ferozmente la rebeldía y proyectando el castigo sobre la inocente
descendencia de Caín -ese concepto aberrante del pecado trasmitido
a los hijos. Por eso lo demoníaco se cuestiona desde el
poeta maldito, se invierte su signo y se reescribe, para que el texto
no continúe repitiendo la misma injusticia indefinidamente. La
rebeldía siempre es una sustitución, un palimpsesto, un
palo en la rueda de la repetición.
Entonces,
bastará la emboscada de una consonante para que el palíndroma
se rompa, la ilusión de especularidad se quiebre, la transparencia
se transforme en opacidad: cosas así para encontrar el rumbo
(53). Actividad subversiva que rasga la reificación (esa toga
con que toda ley busca cubrirse) poniendo en evidencia su artificio
y la red de intereses que esconde su trama. Significativamente esa consonante
implica un plural, o dicho de otro modo, es la pluralidad la
herramienta que propone el texto literario para romper la repetición
y el individualismo mezquino permitiendo acceder a otra realidad que
quizás empiece por desatar en vez de atar (58).
Nomás
que ponerlo en plural y todo cambia, te nace una cosa nueva, ya
no es el espejo o es un espejo diferente que te muestra algo que
no conocías. (57)
El
motivo ficticio de las ratas gigantes expande sus ecos rozando
a la utopía (porque nadie ha atado jamás a una rata
gigante como no sea metafóricamente, p. 54), entrelazando
a los juegos premonitorios y obsesivos con los palíndromas las
alusiones a la persecución y el exilio: la fuga por las quebradas
del norte después de las masacres (56), el temor a ser denunciados
y que llegara el primer helicóptero a matarlos (57). Referencias
históricas que enmarcan la lectura, por un lado, y repliegues
textuales que aluden a escrituras previas, a otro cuento donde había
muchos palíndromas (59), entablan conexiones que profundizan
la reflexión otorgando mayor espesor a la fábula.
La
variación
El
palíndroma es tautológico; duplicado frente al espejo
obtura toda posibilidad de cambio. Escritura que exhibe frívolamente
su ingeniosa improductividad de no decir nada (casi un manifiesto
de modas posmodernas). Nada teje esa lanzadera que va y vuelve vacía,
idéntica a sí misma. Pero además puede ser leído
como alusión emblemática a cierta concepción ideológica
que se consolida a partir del Iluminismo y que se caracteriza por reducir
el pensamiento a la categoría de aparato matemático, haciendo
de esta ciencia paradigmática el motor de la consagración
del mundo como medida de sí mismo. Pero el conocimiento no puede
reducirse a la clasificación, a la mensura y al cálculo,
ya que dando razón a lo que es de hecho se lo limita a
la repetición, transformándolo en tautología.(5)
Por el contrario, el pensamiento se hace productivo a partir de la negación
radical y determinante de lo dado e inmediato, y esta parece ser la
actitud de Lozano dentro del texto.
La
propuesta inicial de encontrar el rumbo pareciera estar apelando
a la lógica del intercambio, de la búsqueda sustitutiva,
del anagrama y la cifra, transgrediendo los límites y claves
de esas frases que permiten ser transitadas en ambas direcciones: las
variantes merecen reflexión (53). Investigando las correspondencias
especulares de los palíndromas Lozano descubre otros sentidos
soterrados, al invertir aisladamente uno de sus miembros, la pasividad
del infinitivo atar se transforma en una rata. Una cacería
puede desatar otra en la que el cazador puede ser la presa, así
como las analogías del texto de ficción hacen cimbrar
verdades repercutiendo en otra parte.
La
economía del lenguaje (del relato) confirma la importancia de
todo cambio, por insignificante que parezca. Basta apenas pensarlo en
plural y todo cambia: atar a las ratas no es lo mismo que atar a
la rata -dice Lozano (57). Una sola letra, un mínimo fonema
alcanza para que ingrese la variación, para que aflore lo otro,
eso que es confluencia de Satán y de rata. El vaivén
capicúa se traba y aparece Satarsa, el rey de las ratas.
La formalización estética exhibe sus procedimientos, su
especificidad lúdica y su estructura significante (el anudado
que hace al tejido, texto), pero también apuesta a una
instrumentación mediadora (textura como red), a la captura
de una alteridad que se retuerce atrapada en su malla. El objetivo es
cazar eso que los sigue y los acosa y los enloquece (67), eso
que está detrás (en las jaulas) pero también adelante
(en el rancho) -metidos dentro del mecanismo siniestro del palíndroma-,
eso que son ratas y son milicos, eso que es bisagra entre literatura
e historia y que en el fondo postula a la ficción como instancia
reflexiva y componente irreductible de la realidad.
Frente
a textualidades cómplices -y aquí funciona el concepto
de ideología como velo que oculta o disfraza- que terminan encubriendo
las depredaciones sociales con sus devaneos teóricos y sus coquetos
retruécanos, la praxis significativa (la variación)
de Lozano descubre al responsable (Satarsa) agazapado detrás
de la segregación capicúa, ya que atar a las ratas
te da Satarsa la rata. Es un nombre -dice Lozano-, pero todos
los nombres aíslan y definen (58). Evidenciar a la rata (que
es empezar a enlazarla) es la función que asume el texto, eso
nuevo que se produce a partir de los jueguitos de Lozano
con el lenguaje y que también es el cuento "Satarsa" y, por extensión,
la literatura toda.
Dos
bandos sí, pero los cazadores de ratas terminarán cazados
como ratas y por ratas. La inversión acecha en cada término
como sugiriendo que la ingenuidad no es posible, que ninguna representación
del mundo es inocente. Rata como objeto del verbo que plantea
neutralizarla, atarla, puede darse vuelta (como animal acorralado
contra la puntuación) convertida en atacante, el objeto deviene
amenaza verbal. Represores y ratas constituyen dos órdenes paralelos
cuyas correspondencias resultan precipitadas, saturadas por el palíndroma
(que hemos analizado en su dimensión emblemática), pero
será a partir del trabajo de enlazado con el lenguaje (las variaciones,
la incorporación de los plurales) que se rompa la continuidad:
la ruptura de Lozano (vigoroso, robusto, lo sano) provoca el
movimiento, la alteridad y el desenlace. Producción de un sentido
nuevo, de una nueva forma de valorar en la que una puteada o un "Váyanse
a la mierda" (63) quizás sean expresiones amorosas y solidarias
por las que empiece a asomar no ya un hocico sino otra manera de ser
humano. El hecho de que sea Lozano quien inaugure el sistema de vasos
comunicantes entre los diferentes planos de significación hace
recaer en el protagonista cierta prefiguración del escritor inserto
en las problemáticas sociales, no exenta de la funcionalidad
orgánica propia del intelectual gramsciano.
La
paradoja como impugnación de la binariedad
Los
cazadores cazados. Illa le dice a "Yarará" (predador natural
del roedor) refiriéndose a Lozano: lo que lo pone loco es
que estemos embretados en este aujero (60), y más adelante
Lozano adentrándose en la cueva de las ratas buscará con
la linterna el túnel más profundo por el que no se
puede pasar, el agujero negro y moviente... (64). Siempre están
en un lugar y en el otro; mientras preparan los lazos para las ratas,
otro lazo comienza a ceñirse en torno a ellos: la amenaza cifrada
en ese nombre (esa escritura) materializado por las eses en el palíndroma.
Vivir de las ratas se transformará en morir por las ratas, ya
sea por haber ido a cazarlas en lugar de huir, como por caer en la emboscada
de los milicos.
Se
planea vehiculizar la libertad con un camión que transporta jaulas
(prisiones) repletas de ratas (para ser vendidas a laboratorios europeos)
hacia la costa: cambiar ratas por libertad se lamenta Yarará
-como síntesis del exiliado durante la dictadura-, y Lozano le
responde duramente sobre la condición lamentable de quienes se
han quedado (o no pudieron salir): -Peor son ellos que cambian la
libertad por ratas (62). Como vemos, el número 2 está
en función de la paradoja, que funciona más como impugnación
de ese orden escindido y jerárquico que cuenta entre sus
herramientas predilectas a la lógica causalista y cartesiana.
Si la dicotomía implica ser uno o lo otro, esto que se
postula como lo uno y lo otro al unísono, no puede ser
entendido bajo la lógica de la binariedad.
La
literatura puede comportarse como delante de un espejo (53),
pero ya no se trata de aquél espejito de Stendhal que tanto promocionara
Lukacs, sino de un espejo fragmentario, roto; en realidad de varios
trozos de espejo dispersos en diferentes niveles de la sociedad -como
propone Macherey- aportando imágenes incompletas, fragmentarias
y complejas.(6) Lo no
dicho de cada etapa histórica, los agujeros ideológicos
encuentran su correspondencia en los reflejos distorsionados como de
espejos de feria, refractarios, en su literatura que más que
expresarla la conforma, la integra.
Piensa
Illa: me cago en tus jueguitos pero tenías razón, puta
que te parió con tu Satarsa, cuánta razón tenías,
conchetumadre (68). En esa carga simbólica, en ese poder
cabalístico y desencadenante atribuido a las palabras puede leerse
una confianza en la materialidad del lenguaje tanto como una concepción
de la producción literaria concebida como praxis significante
que impugna cánones y normativas. Materia, entonces, no medio,
producción de sentidos y no mera expresión de los
mismos, actividad de resistencia en las figuras propuestas y no un reflejo
diáfano y pasivo de realidades externas.
Romper
el espejo
Hurgando
bajo la falsa tersura de los palíndromas, Lozano aprende que
para terminar con ese estático vaivén, con la pesadilla
de las ratas, sólo las variaciones (los cambios) muestran
un camino, y agrega: a lo mejor es la única manera de
acabar con ellas (58). Matar a la rata, arrancarla de su cueva,
erradicarla de la sociedad, de uno mismo. Matar a la rata se
plantea como el compromiso asumido por Lozano desde el primer balazo
contra los ojos rojizos en la cueva, un desafío: -Salí
vos, Satarsa, salí rey de las ratas, vos y yo solos, vos y yo
y Laurita, hijo de puta (64). Desafío que recupera los códigos
viriles de la gauchesca, incluyendo a la hija mutilada por las ratas
para denunciar la cobardía de los torturadores que se ensañaron
sobre prisioneros indefensos, mujeres y niños, para después
rendirse con las botas lustrosas en la guerra de Malvinas o cambiar
su identificación de oficiales con los conscriptos, por miedo
a las represalias de los ingleses. En esta perspectiva, la figura de
Laurita cobra dimensión de futuro lacerado, enarbolando su muñón,
inventando su tamborcito, su silencioso juego (56), con esa seriedad
que ponen los niños cuando juegan.
El
ansia de venganza trae a Laurita, es cierto, pero también puede
ser leído con la tramposa especularidad del palíndroma:
al disparo de Lozano en la cueva responderán -dos páginas
adelante- las ráfagas de ametralladora de los milicos que los
están esperando. Laurita está en la cueva de las ratas
(vos y yo y Laurita) porque en realidad se encuentra (junto a
su madre en el rancho) entre las garras del milico Satarsa, porque
ahora sí son las ratas (68).
Por
eso sólo resta romper el espejo, frenar ese juego macabro de
correspondencias, volver a trabar el palíndroma para acabar con
esa simetría perversa recurriendo como antes a la variación:
(M)atar a la rata. Reventarte Satarsa hijo de puta, descerrajarte el
tiro en medio de los ojos a vos que gritás las órdenes
escondido detrás de tus esbirros aunque eso implique recibir
la descarga especular e implacable de las ametralladoras y caer sobre
las espinas que se le hunden en la cara, en los ojos abiertos
(69), que también son los ojos del lector terminando, cerrando
la lectura.
Aunque
pudiera leerse cierto desencanto o descreimiento por la salida
armada, ya que lejos de coronar el arrojo de Lozano con el triunfo,
se habla de tirar la inútil andanada de perdigones contra
Satarsa, (69: y el adjetivo "inútil" pareciera no calificar
solamente al débil alcance de la escopeta), no vamos a caer en
la ingenuidad de reclamarle al cuento que resuelva las cosas mediante
una síntesis feliz porque entendemos que iría a contrapelo
de su planteo estético tanto como de nuestra concepción
de una lectura crítica, esto es, que prosiga estableciendo extrapolaciones
y analogías más allá de la obra.(7)
La frustración, la muerte del héroe en el cierre narrativo
lejos de cancelar o vedar ideológicamente la propuesta
cortazariana deberían leerse, a nuestro entender, como signos
de una realidad incompleta, mutilada, como el estigma de una carencia
o como el síntoma de un trabajo pendiente de realización.
Estímulo a pesar del dolor, porque al concluir la lectura y cerrar
el libro permanecen abiertas las puertas y ventanas de la actividad
asociativa, de los anclajes y las relaciones pivoteando entre las diversas
esferas de eso que percibimos como real. Lo que debiera persistir
en una lectura dinámica no es el fracaso o la caída del
epílogo, sino el espacio antes entreabierto, el asomo onírico
y fugaz a esa otredad deseada en la que se identifican y solidarizan
personaje y lector. Parafraseando a Adorno: en esa zona liberada por
la praxis literaria se encuentra cifrada la liberación de la
sociedad.(8)
Notas
(1).-
Recogido de Gustavo Lespada, Esa promiscua escritura, Córdoba
(Argentina), Alción Editora, 2002, (pp. 59-68).
(2).-
Todas las citas remiten a la edición de Julio Cortázar,
Deshoras, Buenos Aires, Nueva imagen, 1983.
(3).-
Mónica Tamborenea realiza un pormenorizado relevamiento de dobles
y duplicaciones en Julio Cortázar: Todos los fuegos, el fuego,
Buenos Aires, Hachette, 1986.
(4).-
Entendiendo por lo real aquello que se nos impone contundente
y externo a nosotros, pero cuya existencia a su vez depende de nuestra
intervención, de nuestra escucha y comprensión reflexiva.
(5).-
Remito a Max Horkheimer y Theodor Adorno, Dialéctica del Iluminismo
(1944), Buenos Aires, Sudamericana, 1987, páginas 38 a 44.
(6).-
Ver "Lenín, crítico de Tolstoi" en Para una teoría
de la producción literaria, Caracas, Universidad de Venezuela,
1974.
(7).-
En el sentido que lo plantea Roland Barthes, combatiendo la univocidad
de una lectura hermenéutica de la obra en favor de una actividad
pluralista, despuntando sentidos: "La crítica no es una traducción,
sino una perífrasis", ver Crítica y verdad (1966)
México, siglo XXI, 1985, páginas 66 a 78.
(8).-
Véase: Theodor W. Adorno, Teoría estética,
Barcelona, Hyspamérica, 1983, p. 333.
Gustavo Lespada es Licenciado en Letras (UBA), docente e investigador
de Literatura Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires. Dentro de sus publicaciones se encuentra
Esa promiscua escritura (ensayo), Córdoba (Argentina) Editorial
Alción, 2002, Hilo de Ariadna (poesía), Buenos Aires, Ediciones
Último Reino, 1999. Fue tambien co-editor de una antología crítica de
Noé Jitrik, Suspender toda certeza, selección y prólogo de Gonzalo
Aguilar y Gustavo Lespada, Buenos Aires, Editorial Biblos, 1997. La
Academia Nacional de Letras del Uruguay lo ha distinguido con el segundo
premio (el primero fue declarado desierto) en el Concurso "A 50 años
de Nadie encendía las lámparas de Felisberto Hernández" (categoría
Ensayo), efectuado en Montevideo, en diciembre de 1997.
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