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to winter 2002
Latin
jazz: Un Viaje a los orígenes
por Willy Lizarraga
A modo
de advertencia
Quien entre
libros anda, reza el refrán, a escribir se enseña. Y quien
entre músicos anda, ahí sí que no hay refrán
que valga, salvo que acudamos a esa frase de mamá genérica:
"mucho cuidado, hijito, con las malas compañías."
De andar entre músicos, en cualquier caso, probablemente se termina
perdiéndole respeto a la Historia (con mayúscula). Porque
la música es lo contrario de la historia. La música es
el reino del instante, de lo eternamente fútil, forma pura, como
las matemáticas, liberada de contenido –que luego cada quien
se lo pone de acuerdo a su talante o estado de ánimo. Más
aún cuando hablamos de jazz, música que depende casi exclusivamente
del fraseo, es decir de la forma como se ataca cada nota y cómo
se pasa a otra, y en la cual, para mayor ofuscación de lo histórico,
reina la improvisación. Lo que no quiere decir que cierta pretensión
histórica no nos afecte en este instante y en esta empresa de
rastrear orígenes y evoluciones de lo que se conoce como Latin
jazz --y que suena tan raro en español: ¿jazz latino? Como
que sólo tiene sentido en inglés y dentro de su universo
musical lacerado como la piel de algunos esclavos, marcado por el conflicto
racial entre blancos y negros, en la que lo latino se inserta
rompiendo esquemas por ser precisamente una cultura de mezcla y mestizaje.
La
pretensión en todo caso es seguir en orden y desde un supuesto
principio que coincide con el final del siglo diecinueve. Arte
nuevo esto del jazz. Como el flamenco, el tango, la fotografía,
el cine. No tenemos que remontar siglos. Sin embargo en toda indagación
sobre orígenes hay siempre un arqueólogo que exige pruebas
y un cronista que se obsesiona con fechas. En ese sentido, trataré
de que el cronista y el arqueólogo no avasallen al melómano
y al bailador. Al fin y al cabo el jazz, y en particular el Latin
jazz existe para ser escuchado y también, claro que sí,
bailado, como buen primo (y no muy lejano) del flamenco y el tango.
Como dicen los flamencos: nunca hay que olvidar que el toque, cante
y baile son las tres alas del mismo duende.
Por
eso me limitaré a retratar tres, digamos cuatro encuentros fortuitos
vinculados a los orígenes del jazz con sabor latino. Conste,
no obstante, que estos son meros apuntes de aficionado sin ningún
afán de pontificar.
Antes
del principio: un mar, un río y una musa que vino lejos
Según
los entendidos, una ciudad a las orillas del Mississippi y sobre el
Golfo de México es la cuna de lo que ahora conocemos como jazz.
Es en este puerto, marítimo y fluvial, donde a finales del siglo
diecinueve confluyen la canción popular francesa, la música
napolitana, los ritmos africanos de Haití y Cuba, las rimas creoles
de los primeros inmigrantes, los cantos espirituales de los negros esclavos,
el blues y el ragtime. Todo esto se escucha y se mezcla espontáneamente
en las calles de Nueva Orleáns de 1880.
La
orquesta de Buddy Bolden, por ejemplo, a quien se le otorga el curioso
honor de ser el primer músico en tocar jazz, incluía en
su repertorio de finales de aquel siglo: cuadrillas (de influencia Jamaicana),
mazurcas (acriollada en Cuba), polkas y valses (que llegaban de México),
chotís (versión hispanizada, vía España,
del schottisches centroeuropeo) y, desde luego, toda una gama de canciones
populares norteamericanas propias del salón de baile Este es
el caldo de cultivo del jazz, lo que le la forma y sustancia. Y este
es el trasfondo cultural donde ocurre nuestro primer encuentro que,
según el historiador John Storm Roberts, tiene como actriz protagónica
a la Banda del Octavo Regimiento de Caballería de México.
Es
el año de 1884. Nueva Orleáns es la anfitriona de la Exposición
Mundial de la Industria y el Algodón. El gobierno mexicano envía
a Nueva Orleáns como parte de su representación a la Banda
del Octavo Regimiento de Caballería compuesta de 80 músicos.
Durante el mes y pico que la banda está en Nueva Orleáns,
no hay ceremonia bailable en la que la banda mexicana no toque. Es el
"hit" del año. Y gracias a ella, Nueva Orleáns
tiene la primera oportunidad de escuchar y bailar la danza habanera
como se tocaba en Cuba y México, danza madre del riquísimo
tronco de música popular cubana que da vida tanto al tango argentino
como al maxixe brasileño.
Ahora bien,
no es sólo que la banda mexicana toca, seduce, conquista y se
va, si no que como les suele suceder a muchos artistas que descubren
nuevos horizontes para desarrollar su arte, un buen número de
aquellos músicos mexicanos no les da la gana de regresar a su
tierra.
Nueva
Orleáns a finales del siglo diecinueve es, en cualquier caso,
lca capital musical de Estados Unidos y del Golfo México, en
la que las ciudades de La Habana y Veracruz funcionan como los otros
dos grandes vértices. Es así como la dinastía de
los López, de los Mello, Tizol (ninguna relación en el
trompetista Juan Tizol que luego toca con Duke Ellington) y toda una
suerte de músicos educados en los conservatorios de la Habana,
Ciudad de México y San Juan, Puerto Rico trabajan en las orquestas
bailables contratadas por los barcos que recorren el río Mississippi,
esparciendo de esta manera su sabor, sofisticación y sensibilidad
musical más allá de la Lousiana.
Lo
cual nos deja con la infravalorada certeza de que el jazz desde sus
orígenes tiene un hondo y esencial ingrediente latino.
O al decir del pianista Jelly Roll Morton, "if it ain’t got a Latin
tinge, it ain’t jazz" (si no tiene ese toque latino, no es jazz).
Que más tarde Duke Ellingotn resumirá en "It don’t
mean a thing if it ain’t got that swing."
La fiebre
del tango y el frenesí de la rumba
Antes del
charleston, antes de todos los fenómenos bailables que registra
la historia de la música popular en los Estados Unidos, mejor
dicho, la primera epidemia bailable que arrasa con la juventud estadunidense
del siglo veinte es el tango.
El
primero de enero de 1911 el cardenal de Nueva York, condena en su homilía
al tango como la perdición de la juventud e insta a las autoridades
a prohibirlo. Lo mismo opinan los rabinos más importantes de
esa ciudad. El tango inaugura la rebelión y la irreverencia de
la juventud como marca de identidad. Pero a pesar de que "la danza
prohibida" reina y obsesiona a los jóvenes estadunidenses
y a muchos compositores jazz, no sienta escuela. Es decir, no genera
una respuesta musical que evolucione más allá de la moda
y que entronque con el jazz –que entonces ya comenzaba a definirse como
la expresión musical más genuinamente "norteamericana",
y que en los años veinte rebasaría todas las barreras
sociales y raciales.
Lo
que no quiere decir que el repertorio de tangos no se inserte al repertorio
de canciones con sabor latino que durante las dos primeras décadas
del siglo pasado toda orquesta digna de respeto debe saber tocar. Más
aún, como los músicos educados en los conservatorios de
La Habana, San Juan y México son buscados y considerados en alta
estima por su esmerada educación musical, el repertorio latino
desde un principio tiene considerable presencia en el reino de lo bailable
en Estados Unidos. Tanto así que el auge de la revista musical
afroamericana es inseparable del desarrollo del Latin jazz, ya
que es en el cabaret afroamericano en donde encuentran trabajo cientos
de músicos latinoamericanos.
En 1922,
por ejemplo, la revista musical negra de más éxito en
Broadway, Shuffle Along, dirigida por Noble Sissle, contaba con
varios números de bailarines puertorriqueños. Es más,
la orquesta de planta del show era de la de Francisco Tizol. Y la inmortal
Josephine Baker entonces sólo era una chica del coro. Asímismo,
en las dos orquestas negras más populares del momento, Los
Chocolate Dandies y Los Blackbirds, tocaban como solistas Rafael
Escudero, Moncho Usera, y el flautista cubano Alberto Socarrás.
Por
otro lado, para los puertorriqueños a partir de los años
veinte Nueva York pronto se convierte una segunda casa. Para los cubanos
es un poco más difícil el tránsito, pero su presencia,
aunque no tan numerosa, es el factor decisivo para la creación
de un idioma musical jazzístico. Aparte de Alberto Socarrás,
hay que mencionar los nombres de al menos dos cubanos que definen el
idioma del Latin jazz en sus principios, el clarinetista Carmelito Jejo
y el pianista y director de orquesta Nilo Meléndez, quien compondría
el clásico bolero "Aquellos ojos verdes" mientras trabajaba
para Columbia Records al final de los años veinte.
No es,
sin embargo, hasta el principio de la década de los treinta que
estalla la gran explosión musical llegada de Cuba y que acelera
el matrimonio entre el jazz y la música popular cubana. En concreto,
no es hasta la noche del sábado 26 de abril de 1930 en que Don
Justo Aspiazú y su Gran Orquesta Casino de La Habana tocan en
el New York Palace Theater.
La orquesta
ya llevaba unas semanas tocando en varios clubes de Harlem para una
clientela mayoritariamente puertorriqueña. Pero aquella noche
la orquesta abre fuego en "Mid-Town", en el corazón
de la bohemia de clase media nuevayorquina. Y arrasan. Dos de las canciones
que esa noche por primera vez se escuchaban en Nueva York se convertirían
de forma instantánea en clásicos del repertorio del Latin
jazz: "Mamá Inés" y "El Manicero."
Pero más
importante que el repertorio que toca la Orquesta Casino de la Habana
esa noche de abril de 1930, es cómo lo toca.
Es decir,
el público norteamericano ya venía bailando por muchos
años tangos y canciones con sabor latino. Pero esta era la primera
vez que escuchaban no sólo un repertorio con su sabor original,
sino que los arreglos musicales muestran al público blanco norteamericano
una complejidad rítmica de prácticamente desconocida hasta
entonces. Esa noche es la primera vez que aquel público escucha
el extrovertido cuchicheo de las maracas, las sincopadas candencias
y recutecus del bongó, la guapachosa dictadura rítmica
de la clave que se impone contra viento y marea, el abanico percusivo
del timbal y las profundidades sonoras de las congas. Aquello es un
arsenal percusivo que ataca directo a los pies y las caderas y contra
el cual no hay antídoto.
En mayo
del mismo año, es decir un mes después de aquella mítica
noche de 1930, Don Justo Aspiazu y su orquesta graban para la RCA Victor.
Cuando el disco sale al mercado el éxito es tal que de la noche
a la mañana Nueva York se ve invadida por decenas de orquestas
rumberas, todas con pretensiones habaneras. La revolución de
la rumba había llegado a Nueva York y nunca más la música
volvería a ser la misma, por lo menos para los bailadores.
Latin
swing, mambo loco o a mí no me para nadie
Si en los
años treinta domina la rumba, los cuarenta son los años
del swing y el inicio de la supremacía del mambo que no decaerå
hasta la llegada del twist. Son los años también en que
el jazz (en su versión swing) y los ritmos cubanos, como idiomas
musicales, se estudian, se acercan y se unen para formar el Latin
jazz. Son los años en que se establece un repertorio, un
estilo y un lenguaje. En el centro de este proceso híbrido y
creativo se sitúan dos parejas de músicos que luego se
convertirán en las figuras fundacionales de esta nueva tradición
musical.
El
proceso es dos direcciones, claro. Por un lado, una latinización
de las orquestas de swing. Por el otro, una jazzificación de
los conjuntos de rumba y mambo. En agosto de 1940 el proceso de latinización
del swing vive uno de sus momentos más álgidos y febriles
con la grabación de "Going Conga" por la orquesta de
Cab Calloway, una secuela a su primer gran éxito, "The Congo-Conga."
La letra es mínima, apenas un estribillo, pero la percusión
es compleja, las congas son avasallantes, y las trompetas, trombones
y saxofones crean esa catarata de crescendos con súbitos quiebres
de ritmo que elevan la temperatura de la pista baile a simas nunca antes
vistas.
Tocando
sus respectivas trompetas precisamente, en la orquesta de Cab Calloway,
Dizzy Gillespie y el cubano Mario Bauzá se conocen. De este encuentro,
brotarán los dos grandes afluentes del Latin jazz. Dizzy conoce
a Chano Pozo, por intermedio de Bauzá, y nace el Cubop. Y otro
recién llegado de la Habana como Chano Pozo, Francisco Grillo,
más conocido como Machito, formará con Mario Bauzá,
su cuñado, la gran Orquesta Machito y sus Cuban All Stars que
es para el Latin jazz lo que García Márquez es para el
realismo mágico o Charlie Parker para el movimiento Bebop. Sobre
el talento y el trabajo de estos cuatro músicos (Bauzá,
Machito, Gillespie y Pozo) se levantará la barroca arquitectura
de un swing con oriundo sabor afrocubano, y un mambo cuya orquestación
quema más candela. Todo esto mientras rumberos y swingueros
de todas las calañas se hacen amigos compartiendo el escenario
o la pista de baile. Y no está demás decir que la cosa
recién comenzaba a ponerse buena.
Los cuarenta,
digamos, son los años decisivos del Latin jazz. Los músicos
"latinos" se abren camino con sus propias agrupaciones musicales
en los clubes más importantes de Nueva York, como la orquesta
de Xavier Cugat, o la de Eric Madriguera. La orquesta del flautista
cubano Alberto Socarrás comparte el escenario con la orquesta
de Glen Miller en el Glen Island Casino de Nueva Rochelle. Conste, la
orquesta de Socarrás es una de las primeras, sino la primera,
configurada tanto por músicos blancos como negros.
Y no es
sólo la compleja estructura de la orquestación de Mario
Bauzá, sino la sistemática exaltación de los aspectos
más hondos de la tradición percusiva afrocubana, así
como un genuino arraigo a lo bailable (y que queme los pies) lo que
lleva a Machito y sus Cuban All-Stars a conseguir su primer gran éxito,
en 1940, en las radios de Nueva York: "Sopa de pichón".
Tres años más trade, Machito coseguiría su éxito
consagratorio, la incomparable "Tanga". En esta composición
cabe mencionar la contribución del pianista Joe Loco, nuevayorquino
de ascendencia boricua, que le da a la orquesta esa cadencia "swing"
que define el sonido Machito, y ese inimitable sabor de barrio que José
Mangual repiquetea con su bongó.
O sea que
el swing se "latiniza" y la rumba, luego el mambo, se jazzifican.
Es el signo de los tiempos y de los enamorados de esta nueva mezcla
en la que América, como continente, expresa sus migraciones,
sus tribulaciones y gozos en la sincopada cadencia de su herencia africana
--y en la que todas las razas están incluidas porque todo es
posible en el jazz y de todo se nutre su alma. Y así como Machito,
Mario Bauzá, Alberto Socarrás, José Mangual, Eric
Madriguera, Xavier Cugat, Noro Morales, Pupi Campo, Juan Tizol y tantos
otros músicos latinoamericanos o de ascendencia latinoamericano,
por el lado "gringo" Charlie Barnet, Hoagy Carmichael, Thelma
Terry y muchos otros hacen lo propio, aunque no estaría demás
destacar la contribución de Stan Kenton, creador de los primeros
arreglos definitorios de un canon: ese ululante crescendo de vientos,
principalmente del trombón, que rompe y marca el ritmo a contrapunto
de los cueros, y esos silencios súbitos y rotundos que sirven
para cambiar de clave e iniciar otra progresión aún más
frenética de guajeos. Porque según los que saben de esto,
sin Stan Kenton no hay Pérez Prado, ni Tito Puente, ni Tito Rodríguez.
Lo cual es mucho.
Pero no
quisiera que estos apuntes, por querer abarcarlo todo, terminaran siendo
una aburrida y abultada lista de nombres de músicos ilustres.
Es decir, mejor vuelvo a los orígenes, y de esos orígenes,
a lo más esencial, a la estructura sobre la cual se levanta el
Latin jazz. Como que es hora de abordar el último de los
grandes encuentros de esta nueva tradición musical panamericana,
me refiero a la colaboración entre el trompetista Dizzy Gillespie
de Filadelfia y el habanero Chano Pozo.
Acaso sea
una exageración afirmar que para mediados de los cuarenta casi
todo músico de jazz digno de respeto sabe echarse una rumba y
sacarle chispas a los bailadores a la hora del montuno, pero no lo es
en el caso de Dizzy Gillespie. Su fascinación por los ritmos
afrocubanos le viene del alma y su sensibilidad panamericana lo convierte
en el puente ideal para conectarlo con el jazz. Es así como,
ya en plena plaga del mambo, Dizzy decide incorporar en su orquesta
al conguero Chano Pozo --recién llegado de Cuba y precedido de
una leyenda de novela negra.
Más
que conguero, Chano Pozo es un showman total. Lo suyo es el estrellato.
Lo suyo también es también hacer de caficho y chulo de
bajos fondos. Viene de abajo y de ahí saca su sabor, su pasión
y su teatro. De la colaboración de Chano y Dizzy en cualquier
caso nace una composición seminal, matriz de un nuevo paradigma
musical: "Manteca". Lo cual no le resta mérito a Dizzy
que, sin Pozo, un año antes ya había grabado "A Night
in Tunizia", ahora pieza clave el repertorio de Latin-jazz.
Pero para
entender lo que significa "Manteca" es bueno detenerse en
la noche del 29 de septiembre de 1947 en el Carnegie Hall de Nueva York,
fecha histórica no sólo para Dizzy (todavía sin
Pozo en las congas), sino para la múscia de todo un continente.
Nunca antes se había presentado en un concierto en vivo una "Latin
jazz suit", es decir, una pequeña sinfonía en jazz
con cuatro movimientos. La composición lleva por título:
"Afro-Cubano Drums Suite".
Dos meses
después, en el Town Hall de Nueva York, Dizzy presenta a Chano
Pozo en las congas, mejor dicho en una conga, porque toca al estilo
tradicional Abakwá. El público que asiste al concierto,
sobre todo los bailadores, no encuentran palabras para describir el
fuego y poderío de aquel swing. La cantante Ella Fitzgerald,
que interpreta algunas canciones acompañada de la banda de Dizzy,
dice a la prensa que esa noche "una nueva forma de jazz acababa
de nacer." El 30 de diciembre de ese mismo año Dizzy y Chano
graban "Manteca." Unos meses después graban "Algo
bueno", "Cool Breeze", "Cubana Be" y "Cubana
Bo." El Cubob se hace oficial como lenguaje musical. Se comienza
a hablar de Latin jazz con respeto.
Chano Pozo,
por su parte, también graba con el xilofonista Milt Jackson,
con el pianista Tadd Dameron, y el saxofonista James Moody. Es también
co-autor (co-autor porque no sabe leer ni escribir música) de
"Tin Tin Deo" y la inigualable composición echa famosa
por el californiano Cal Tjader, "Guachi Guaro." La carrera
de Pozo no podía haber comenzado con mejor pie. La vida, no obstante,
le daría una de esas sorpresas dignas de "Pedro Navaja".
Apenas
un año después del concierto en el Town Hall, Chano Pozo
es asesinado por la espalda en el Río Café de Harlem por
un matón de barrio que se la tenía jurada. Al parecer,
Chano le había comprado marihuana a uno de sus compinches. Esta
no había resultado buena. Chano busca al narco y le da una paliza
de aquellas para que le devuelva su dinero. El narco, humillado, va
a su casa, saca su pistola y el resto pertenece a los entretelones de
la historia policial de Harlem, a la crónica universal de la
infamia y a los anales de los miles y miles de historias de inmigrantes
de Nueva York, músicos o no, que mueren como piratas o filibusteros,
justificada o injustificadamente.
A manera
de cierre
En 1948,
Charlie Parker toca con la orquesta de Machito. El trombonista Will
Bradley y la cantante Ella Fitzgerald son también asiduos colaboradores
de Machito. La orquesta toca regularmente para dos de las radios más
populares de Nueva York. El mambo se va apoderando de los salones de
baile. El culpable: Pérez Prado que desde México impone
la sensual descarga de su mambo. En asunto de meses todos en Nueva York
quieren ser los reyes del mambo. Pero los que saben de estas cosas dicen
que, si vamos a hablar de reyes, la cuenta es clarísima y el
chocolate nunca ha sido más espeso que cuando lo batían
Machito, Tito Puente y Tito Rodríguez. Ellos son los que mandan,
los que dan la pauta y sientan el tono, siempre fieles a sus bailadores,
en tanto el jazz se aleja del baile y se interioriza, se intelectualiza,
se hace música sólo para escuchar.
O sea que
si en los cuarenta el Latin jazz adquiere sus señas de identidad,
la mayoría de edad le llega en los cincuenta. Música de
inmigrantes que hablan español en un país de inmigrantes
que aspiran a hablar inglés, ritmo caliente y al mismo tiempo
cool, pero sobre todo música que siempre vuelve a sus raíces
y no se olvida de su público que pide otra para bailar.
Nada
de esto hubiera ocurrido sin embargo, al menos con ese frenesí
y con la sostenida intensidad que se dio, de no ser por un factor inusitado
y geográficamente ajeno a Nueva York.
A consecuencia
de la Segunda Guerra Mundial, la industria cinematográfica de
Hollywood se ve obligada a ampliar su mercado. Sumida en la crisis económica,
Europa no puede o no quiere importar tantas películas como antes.
Lo cual hace que se genere un interés en el mercado latinoamericano
hasta entonces inexplorado. Por otra parte, el auge de la música
popular norteamericana con sabor "latino" garantiza la venta
del producto entre los inmigrantes hispanos. Se producen entonces las
primeras películas musicales con artistas "latinos".
De esta época destacan las películas de Carmen Miranda,
quien populariza la samba tanto como la rumba y que suscita encontrados
sentimientos en su adorado Brazil, las del cubano Miguelito Valdés,
Xavier Cugat y, por supuesto, las de Desi Arnaz y su esposa Lucille
Ball que definirán la época dorada de la televisión
morteamericana.
Y así,
con las tiernas y ridículas pantomimas de "Lucy y Desi"
llego al final de estos apuntes que no han tenido otra intención
que bosquejar los primeros afluentes de este río inconmensurable
que llamamos Latin jazz, sin el cual la historia de la música
popular en Estados Unidos y el resto del Nuevo Mundo no tendría
eso que la hace tan dúctil, vibrante, y que le permite
burlar fronteras y eliminar barreras idiomáticas.
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12/20/2002
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ISSN 1668-1002 / info
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