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to winter 2002
Esteban
Echeverría: Aquelarre en la pampa
por
Jorge Monteleone
Manifestación
aguda de la tristeza y de la melancolía, el dolor es la pasión
dominante que devora el corazón en la poesía de Esteban
Echeverría, que introdujo el romanticismo literario en el Plata.
El dolor es la ley terrible que se concentra en doblegar la furia insaciable
del deseo y de la fantasía, pero al hacerlo, por penoso que fuera,
la purifica y la sublimiza. Como un cauterio de la fuerza expansiva
de la imaginación, es un agente de una afección más
totalizadora, compromete a todo el sujeto y se transforma en una vía
comunicativa con la armonía esencial del universo. En el "Himno
al dolor" se lee: "Tu intensa llama le aplicas,/ la limpias y purificas/
de la escoria material;/ sublimando la excelencia/ de su peregrina esencia,/
hasta darle una potencia/ divina, excelsa, inmortal" (Echeverría
1972: 752). De allí que la poesía pueda ser un modo intermitente
de acceder —mediante la forma visible, la imagen inefable, o la dulzura
infinita—, a un eco de este arcano, y obrar así como un consuelo.
Ése es precisamente el nombre de la primera colección
de poesías líricas de Echeverría: Los consuelos,
de 1834.
Pero
también esa fantasía liberada se sumerge en el horror
de las quimeras y las fantasmagorías. Así la subjetividad
romántica que inicia Echeverría es esencialmente inestable,
dinámica y atormentada. La condición paradójica
del dolor es que, luego de someter a su fuego voraz el corazón,
se funda en una esterilización espiritual, en un vaciamiento
del deseo expansivo de la fantasía. A menudo ese deseo expansivo
se encarna en una figura dinámica, bajo la forma de una peregrinación
(por ejemplo en la prosa "Peregrinaje de Gualpo"), de una errancia,
de un movimiento incesante, de una carrera sin término. De todas
las imágenes con las cuales Echeverría metaforiza este
dinamismo, la más característica es la de la cabalgata,
por ejemplo en la figura de un jinete corriendo en el desierto, que
aparece varias veces, tanto en sus poemas como en sus escritos autobiográficos:
"Un hombre el campo corría,/ corría a la madrugada,/ en
un caballo tostado./ De la agitación de su alma/ viva imagen;
una furia/ lleva asida en las entrañas". Otro ejemplo, en prosa,
de las Cartas a un amigo:
"Huyo
yo también de estas moradas de felicidad y perseguido por mis
lúgubres ideas, suelto la rienda a mi caballo, para aturdir
mi mente, y me alejo más y más hasta perderme en medio
del desierto. (...). ¡Qué gusto verse transportado de aquí
allí como por las alas del viento; volar de un sitio a otro
y esparcir la vista a la vez por horizontes diversos. (...) ¡Observar
el orden y armonía de la naturaleza y elevarse hasta la meditación
de sus leyes inmortales, y descubrir allá, en el corazón
del universo, la mano omnipotente que lo rige! ¡Qué vuelo tan
sublime toma entonces la fantasía, cómo se llena de
gozo a medida que penetra y mira faz a faz los maravillosos arcanos
de la creación" (404-405).
Como
fuerzas complementarias el dolor y el deseo son los ejes de la imaginación
romántica de Echeverría. Y será un modelo básico
de la subjetivización imaginaria para toda la poesía romántica
posterior. Es ésta, entonces, otra personificación,
que no obra por un efecto de totalidad, sino por el singular vaciamiento
y purificación que produce el dolor. Por ello se lee en El
angel caído que Don Juan, "dominado de pesar profundo/ se
concretó en su yo". A despecho de repetir por enésima
vez lo que tantas veces afirmó la crítica, en ese aspecto
Echeverría es del todo byroniano.(1)
El rasgo es muy específico y sin embargo se reitera a lo largo
de toda la obra lírica del poeta como un rasgo propio del sujeto
romántico. Harold Bloom lo percibió con claridad en su
estudio The visionary company: uno de los grandes logros de Byron
en Childe Harold's Pilgrimage había sido dotar a la peregrinación
de ese carácter imaginativo, de esa energía y poderosa
creatividad como para convertir el vacío espiritual en un tema
deliberado (1993: 240). En Echeverría, ese vaciamiento, como
una pantalla en la cual se proyectan todas las quimeras, es el espacio
propicio para una pura operación de la fantasía, la imaginación,
el deseo pasional y doloroso de una subjetividad radicalizada que no
se construye en una asociación colectiva, sino en un asocial
retraimiento.
El
carácter espacial de la poesía de Echeverría no
se circunscribe exclusivamente a la repetida afirmación de que
las pampas, el "desierto", hallaron en La cautiva su primera
expresión poética y que ella revela la inclinación
realista al representar una imagen natural. Martín García
Mérou, en su ensayo sobre el poeta, de 1894 —estudio fundamental
para conocer la recepción crítica de Echeverría—,
afirma que el mérito mayor de La cautiva (a la cual llama
"la obra nacional por excelencia"), reside en la pintura del mundo exterior
y el culto a la naturaleza de la patria: "Todos los accidentes y detalles
de la inmensidad solitaria están señalados allí
con un colorido y una perfección que cautivan el espíritu"
(1947: 275). Esa declaración sobre la primera incorporación
de la pampa, el desierto, a la poesía se une a las de J. M. Gutiérrez
en su ensayo biográfico sobre el poeta y a la temprana cita de
Sarmiento en el Facundo, y se transformó en un lugar común
sobre el poema.
Por
cierto, no se trata de negar ese aspecto como una expresión deliberada,
pero tal vez convenga aquí situarlo en otro contexto. Acaso la
representación poética del desierto no responde únicamente
a una presunta transparencia del signo literario por generar una epifanía
de lo real, sino más bien a la constitución de un espacio
imaginario que corresponde el campo de la mirada del sujeto lírico.(2)
Privilegiar ese topos como una referencia material o un realismo
objetivo es una apreciación crítica algo voluntarista:
la incorporación de un imaginario espacial, forma parte de la
constitución de esa subjetividad poética romántica
como el campo de su peculiar mirada. De hecho, el desierto no es necesariamente
el único espacio simbolizado por Echeverría, ya que al
menos la figura del Río, el Plata, tiene en sus poemas
—desde "El regreso"— una presencia insoslayable, que habrá de
ser magnificada hacia el mar por el Peregrino de Mármol.
No obstante, por su vasta significación aquel "desierto inconmensurable,
abierto" es un espacio privilegiado, pues condice, además, con
la proyección del vacío espiritual mencionado antes como
dinamizante de la fantasía. El desierto posee los valores de
aquello que Gaston Bachelard llamó "la inmensidad íntima"
como categoría de la imaginación poética. "La inmensidad
está en nosotros —escribió Bachelard—. Está adherida
a una especie de expansión de ser que la vida reprime, que la
prudencia detiene, pero que continúa en la soledad. (...) La
inmensidad es uno de los caracteres dinámicos del ensueño
tranquilo" (1975: 221). Si especificáramos, para la poesía
de Echeverría, el vocablo vida como vida pública
tendríamos una clara definición de su espacialidad poética.
Sin duda esa categoría posee una función para el sujeto
imaginario del romanticismo. Es fundacional en la poesía de Echeverría
y será una constante en la serie de la poetas románticos
que nos ocupan. En la inmensidad íntima se halla la dinámica
de la expansión, la extensión, el éxtasis que "disuelve
y absorbe el mundo sensible". Es decir, es el camino de toda idealización.
La
espacialidad poética como campo de una mirada, ya puede hallarse
tanto en Elvira o la novia del Plata como en las Cartas a
un amigo. Esa mirada no responde a una pasiva constatación
de lo real abierto en una exterioridad mundana, material, sino más
bien corresponde a una interioridad visionaria y onírica que
proyecta la fantasía en un espacio natural donde lo verdaderamente
significativo se halla en otra parte. Es el primer indicio de
aquello que con una impronta romántica también había
percibido Sarmiento acerca de la mirada poética lanzada hacia
el desierto:
"¿Qué
impresiones ha dejar en el habitante de la República Argentina,
el simple acto de clavar los ojos en el horizonte y ver... no ver
nada; porque cuanto más hunde los ojos en aquel horizonte incierto,
vaporoso, indefinido, más se aleja, más lo fascina,
lo confunde y lo sume en la contemplación y la duda? ¿Dónde
termina aquel mundo que quiere en vano penetrar? ¡No lo sabe! ¿Qué
hay más allá de lo que ve? ¡La soledad, el peligro,
el salvaje, la muerte! He aquí ya la poesía: el hombre
que se mueve en estas escenas, se siente asaltado de temores e incertidumbres
fantásticas, de sueños que le preocupan despierto" (1986:
40).(3)
Este
modo de mirar también funda la subjetividad lírica de
la poesía de Echeverría y es la que subyace, aunque como
dijimos no exclusivamente, en el desierto de La cautiva. Pero
no es una mirada que pueda simplificarse en una única dirección.
Es decir, el ojo que se desliza a las entrañas de la pampa y
percibe la fisonomía poética del desierto posee, también
la facultad de penetrar en el más allá de su contorno.
Y, como señalaba Sarmiento, como mirada directa no percibe "nada"
y, como mirada visionaria, proyecta "los sueños que le preocupan
despierto".
En
el poema Elvira o la novia del Plata, que se edita separadamente
antes de Los consuelos, ya está presente el desierto en
este último sentido. Consigna Juan María Gutiérrez
que el poema apareció anónimo en una breve edición
de 32 páginas en octavo, en el mes de setiembre de 1832. La lectura
del poema Elvira o la novia del Plata, comparándolo con
"El estudiante de Salamanca", de Espronceda, o señalando su deuda
con otras composiciones europeas, reduce la descripción de la
poética de Echeverría a un cotejo de fuentes o a la comprobación
de una improbable originalidad. Si en cambio se lo percibe como una
manifestación inicial, y se lo articula en la serie de la lírica
romántica argentina que Echeverría comienza con ella,
su significación adquiere otro carácter. En él
se relata el encuentro amoroso de Elvira y Lisardo, una de las típicas
parejas de los poemas narrativos de Echeverría, como esos "seres
ideales" que se unen por el "doble vínculo del amor o del infortunio".
El motivo de la mirada que reconoce el amor del otro en los ojos y a
la vez percibe, como una presciencia, la imagen del infortunio que les
espera, como apartándose de su percepción inicial, recorre
todo el poema. Las "tristes imágenes", las "visiones de la mente
en desvarío" conforman así la primera representación
de la fantasía y ella está unida inicialmente al horror
y al dolor. El delirio es así "un monstruo infernal que a la
razón devora" y llena "de espantosas imágenes" la fantasía
ardiente. El momento culminante del delirio ocurre precisamente en un
ámbito que reúne un espacio íntimo y otro exterior:
estancia y espacio campestre. Lisardo "solo, en su campestre albergue",
en la noche, mientras se anuncia la tempestad, mientras el viento resuena
y la luna melancólica se asoma entre las nubes desgarradas, es
asaltado, transido de horror y de congoja, por una "visión nocturna"
que "hirió sus ojos y absorbió su mente". Es la visión
de un aquelarre, donde innumerables criaturas infernales forman un círculo
inmenso "para el sabático baile", acaso la primera manifestación
literaria de este tópico en la poesía argentina:
Del
espeso bosque y prado,
de la tierra, el aire, el cielo,
al fulgor de fatuas lumbres
con gran murmullo salieron
Sierpes, Grifos y Demonios,
partos del hórrido averno,
Vampiros, Gnomos y Larvas,
Trasgos, lívidos espectros,
ánimas en pena errantes,
vanas Sombras y Esqueletos,
que en la tenebrosa noche
dejan los sepulcros yertos,
Hadas, Brujas, Nigromantes
cabalgando en chivos negros,
Hienas, Sanguales y Lamias,
que se alimentan de muertos,
aves nocturnas y monstruos,
del profundo turbios sueños,
precita raza que forma
de Lucifer el cortejo:
todos, todos blasfemando
con gran tumulto salieron,
de infernales alaridos
llenando el espacio inmenso.
Y
el eco de los vientos penetraba,
resonando con hórrida armonía,
de Lisandro en la estancia, que miraba
como pasmado la visión sombría.
Lucifer,
con cetro y tiara
descollaba en medio de ellos.
Y los demonios cantaban
salmos al Rey del averno;
mientras fantasmas y monstruos,
formando un círculo inmenso,
para el sabático baile
se preparaban contentos.
La orgía fatal comenzaba...
(...)
(
Echeverría 1972: 448)
Lisardo
miraba "como pasmado la visión sombría" en la soledad
de la estancia. Y en esa visión una virgen bella adornada con
las galas del Himeneo es despojada de su atavío y vestida con
una negra mortaja. En la vigilia del día, Lisardo ve finalmente
el cortejo en cuyo centro va su prometida, Elvira, que también
es llamada "flor del desierto", muerta en un féretro. Sin duda,
el "mal" ya está de algún modo entre los rasgos semánticos
que definen el desierto. Este espacio fúnebre se sobreimprime
al desierto de La cautiva —donde la manifestación de los
"salvajes" es también calificada como "sabática". Pero
el hecho de que en ese poema inicial de Echeverría aparezca un
aquelarre de raíz romántica y en La cautiva su
aspecto demoníaco sea asumido por los salvajes, no significa
que entonces el desierto pueda ser percibido como una mera imagen natural
que difiere de aquella otra por su mayor realismo. Difiere más
bien por el modo en que proporciona un marco más amplio, más
ilimitado y a la vez más cercano, a la expansión de la
mirada subjetiva romántica. Acaso la dirección de la fantasía
de Echeverría no va así del delirio a lo real, sino hacia
la idealización, que todavía no será, no obstante,
alegórica, como en la poesía de Olegario V. Andrade. En
el final de El ángel caído, llamado como un síntoma
"Vita nuova", se ve claramente que el contenido de la idealización
no será, finalmente, la imagen de la mujer —aunque aparezca una
y otra vez en toda su obra lírica—sino la imagen de la Patria,
sublime y hasta regeneradora: su proyección proviene de superponer
los valores nostálgicos de Mayo con los de un hipotético
porvenir.
Jorge
Monteleone
BIBLIOGRAFÍA
Bachelard,
Gaston 1975: La poética del espacio, México, Fondo
de Cultura Económica.
Bloom,
Harold 1993: The visionary company. A Reading of English Romantic
Poetry, Ithaca & London, Cornell University Press.
Echeverría,
Esteban 1972: Obras Completas, Compilación y biografía
por Juan María Gutiérrez, Buenos Aires, Ediciones Antonio
Zamora.
García
Mérou, Martín 1947: Ensayo sobre Echeverría,
Colección Grandes Escritores Argentinos, Tercera Serie, t. XXIV,
Buenos Aires, Jackson.
Sarmiento,
Domingo Faustino 1986: Facundo o Civilización y barbarie,
Biblioteca Ayacucho, Buenos Aires, Hyspamérica.
Notas
(1)
Sobre este aspecto véase Arturo Farinelli, "Byron y el byronismo
en la Argentina", Logos, III, V, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires, pp. 75-103. Véase también
Noé Jitrik, "Soledad y urbanidad. Ensayo sobre la adaptación
del romanticismo en la Argentina", en Ensayos y estudios de literatura
argentina, Buenos Aires, Galerna, 1970. pp.139-178. Sobre Echeverría
y su tiempo véase también Noé Jitrik, Esteban Echeverría,
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967.
(2)
Véase una descripción de los aspectos más realistas
de la representación del desierto en Echeverría y sus
vínculos con los relatos de los viajeros ingleses, en Adolfo
Prieto, Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura nacional
1820-1850, Buenos Aires, Sudamericana, 1996, pp. 125-150.
(3)
Véase el artículo de Alejandra Laera, "¿Qué más
colores para la paleta de la fantasia? Sarmiento y su programa de literatura
nacional", Boletín de Reseñas Bibliográficas, 7/8,
Buenos Aires, Instituto de Literatura Hispanoamericana, Facultad de
Filosofía y Letras (UBA), 2000. pp. 93-101.
Jorge Monteleone
Docente
y especialista en teoría literaria sobre el imaginario poético, en poesía
hispanoamericana del siglo XX y en rock argentino, Jorge Monteleone
es fundador y co-director de la revista de poesía y poética Abyssinia.
Buenos Aires, EUDEBA, órgano del Aula de Poesía de Buenos Aires, con
sede en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires; director de la revista académica
anual Reseñas Bibliográficas (1, 2, 3, 4, 5/6, 7/8) del Instituto de
Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires; coordinador de la Comisión de Publicaciones
del Instituto de Literatura Hispanoamericana (UBA); e investigador del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),
con sede en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Entre otros
trabajos se encuentran El relato de viaje (Buenos Aires, El Ateneo,
1998) y la traducción de Eva Perón, de Copi (versión estrenada
en Santiago de Chile por Alfredo Castro en el 2001).
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