Tradición
y Ruptura.
La deconstrucción de algunos tópicos tradicionales en
Ema, la cautiva de César Aira.
Lucía
De Leone
Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad
de Buenos Aires
César
Aira y su inscripción en el regionalismo narrativo
La
existencia de una literatura regional, periférica en la medida
en que sólo se acomoda oblicuamente en la producción considerada
nacional y por ende central, resulta una problemática perseverante
e insoslayable para la literatura argentina.
Acordando
con la propuesta crítica y teórica de Eduardo Romano(1),
es posible filiar su origen con el proyecto de la generación
de los jóvenes románticos de 1837, liderados por el recién
llegado Esteban Echeverría, quienes definieron como literatura
nacional aquella materia verbal que se hiciera cargo de la representación
del paisaje autóctono, las circunstancias y los cuadros de costumbres
locales. Dicha apropiación simbólica de la geografía
y sus paisajes altamente estetizados a partir de la europeizada mirada
romántica que Echeverría despliega en La cautiva
(1837) sobre una inmensidad vacía que carecía de
nombre y que pasará a designarse desierto desde entonces,
encuentra su correlato político y económico en la apropiación
territorial del grupo ganadero. De modo que, preciso era, para su proyecto
estético y político de país, conquistar
esa poesía- la que de ningún modo debía parecerse
a la vulgar gauchesca- que pudiera dar cuenta de la originalidad
nacional.(2)
La
poética regionalista extiende su variada trayectoria- siguiendo
a Romano- desde fines de los años 80´ con la publicación
de La tradición nacional (1888) de Joaquín. V.
González, que da paso a la poética nativista, hasta mediados
del siglo XX, momento en el que sobreviene la crisis definitiva del
regionalismo narrativo. Una periodización que no invalida el
asomo a las problemáticas regionales de una serie de narradores
argentinos, desviado de las hegemonías discursivas altamente
estereotipadas.
Ahora
bien, una vez concertada la crisis de la poética regionalista
varios autores jóvenes, se alistan en los intentos de una narrativa
posregional a lo largo de las décadas del 70´ y del 80´, entre
los cuales se inscribe la temprana producción del ininterrumpido
narrador pringlense César Aira.
Nace
en 1949 en Coronel Pringles y a los 18 años se traslada a Buenos
Aires donde se instala y relaciona con Alejandra Pizarnik y Osvaldo
Lamborghini, cuya obra Aira se ocupó de reunir y transcribir
desde la muerte de aquél en 1986. Un oficio de copista
que se ha combinado con el de traductor de best sellers, novelas de
acción, falsificador(3)
y prolífico narrador.
En
1975 publica Moreira (novela) e inaugura la década de
los 80´ con Ema, la cautiva que si bien está fechada el
21 de octubre de 1978, se publica en el año 1981.(4)
Martín
Caparrós ocho años después de su publicación
y con la vuelta de la democracia participa de un seminario de la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo sobre "Novela argentina
y española en los 80"(5)
en el que presenta ciertas reflexiones que caracterizan la producción
de los nuevos jóvenes del ochenta y la diferencian de
la de los años sesenta, título convencional de una época
que en Argentina duró hasta mediados de los setenta.
Ante la idea de una literatura de compromiso explícito, los nuevos
del 80´ contraponen la máxima que afirma que la literatura
no sirve para nada y que si ésta nos salva es porque no
salva, si nos sirve es porque no sirve, si se instala aquí es
porque nadie sabe, todavía, ya qué significa aquí.(6)
¿Cómo
escribir en la Argentina devastada por la dictadura militar? ensaya
Caparrós; ¿Hay una historia? se pregunta Piglia(7)
en la primera página del texto clave de los años 80´;
¿Qué más pedir? sugiere Aira en la contratapa del
texto de 1981.
Así,
puede leerse cierta producción de los 80´ en términos
de un movimiento rupturista que instala la frivolidad e indiferencia
como sofisticados fenómenos de creación estética
que alcanzan su realización en la mencionada contratapa(8)
donde se va construyendo una figura de escritor diferente a la del escritor
comprometido postulada justamente luego del proceso militar.
Aira
se propone, ante el receptor tú /vos, un escritor frívolamente
obligado a contarte cómo se me ocurrió esta historiola.La
ocasión es propicia para las confidencias: una linda mañana
de primavera, en el Pumper Nic de Flores, donde suelo venir a
pensar.
Construye
una figura de escritor frívolo e incrédulo, que en lugar
de convocar esos grandes relatos, propios de la Modernidad, que se proponen
abarcativos de una totalidad, presenta una desconfianza ante los grandes
temas y prefiere trabajar con temitas e historiolas que se sienta a
pensar en un fast food y no en un bar de la bohemia Corrientes,
por ejemplo.
La
contratapa que es de hecho una tapa en contra está dedicada
a ese ameno lector que transitará experiencias de lectura de
frustración en la medida en que la fábula carece
del énfasis y tono perentorio que perfilaría un efecto
final estridente para diseminarse en los intersticios de una prosa virtuosa
sin desenlace.
Esta
advertencia paratextual que hace las veces de una propedéutica
se verifica en ciertas escenas, que funcionan como una puesta en abismo
del texto, en el que parece no ocurrir nada, no existir posibilidad
de narración alguna. Por ejemplo, el acontecimiento casi teatral
del imaginario malón que mantiene la intriga un largo
rato para concluir con un embuste y la risa de los espectadores:
Todos
sospechaban... que había algo raro en el asunto, algo no
del todo real... La intriga se mantenía... El coronel volvió
al fuerte como una exhalación, se cerraron las puertas y
todo terminó. Se oyeron risas.(9)
O la asistencia de Ema a la fiesta indígena del mono luego de
su llegada al fuerte de Pringles:
La
ceremonia no fue más que eso, es decir nada. Todo el tiempo
estuvieron quietos y callados. El ritual no era más que una
disposición, pobre y fugaz, algo que exigía el máximo
de atención y la volvía inútil. Cuando se retiraban...
Ema no ocultó su decepción. ... Todas las ceremonias
salvajes ... celebraban una suprema falta de desenlace.(10)
En
fin, ¿cómo conciliar la posibilidad de una épica donde
todo ha sido borrado y ocultado?
Se
interroga David Viñas, interpelando críticamente las versiones
de los discursos precedentes, en su ensayo histórico- político,
escrito y publicado por vez primera en el exilio, Indios, ejército
y frontera (1982) si ... los indios ¿fueron los desaparecidos
de 1879?(11)
Buenos
Aires 1980 volvió a ser un desierto, como lo fue la Argentina
en 1880 y en ese contexto se inscribe el texto de Aira quien ya no tiene
que resolver como los nacionalistas tradicionalistas de entonces –liberales
en lo económico- la problemática del regionalismo en función
de la canonización de una literatura nacional que acompañe
y complete un proyecto político de país ni tampoco propone
una literatura panfletaria capaz de nombrar lo inefable a un punto tal
de hacer una obscenidad o pornografía de la desaparición
de los cuerpos.
Para
el Centenario de la Conquista del Desierto (1879), César Aira
había terminado de escribir esta novela. Los festejos de una
tragedia en una época muy dramática para la historia argentina
apadrinados por el entonces presidente de facto, Jorge Rafael Videla,
incluyeron la realización del itinerario cubierto por el general
Julio Argentino Roca por una caravana comandada por Emilio Ibarra desde
Bahía Blanca a Choele Choel hasta alcanzar la meta final en Neuquén.
Se festejaba el genocidio(12)
de indios en un momento de asesinatos y ocultamientos en conmemoración
del "avance" de la civilización y el progreso
sobre latitudes hasta ese momento estremecidas por el malón.
Aira
escribe mientras reina la desocupación y sobra el tiempo(13)
en ese desierto de los cuerpos, quitando a todo su importancia, vaciando
también lo histórico, desdramatizándolo todo, instalándose
en un más allá de los acontecimientos. Leo Pollman
afirma que su manera de contradecir a los militares es oponer a su retórica
ampulosa y grandilocuente un discurso heterogéneo y una estética
de la indiferencia, lexicalizada no sólo en la solapa sino
en el texto mismo, a partir de la cual emplea el material de un época
muy dramática de la historia argentina que los militares iban
a festejar conmemorándola, para armar con él una novela
gótica muy particular que conduce al lector más allá
de la historia y de toda anábasis e importancia positiva.(14)
Entonces,
1879 y 1979. La campaña definitiva de exterminio a los indios
y la dictadura militar han sido leídas en consonancia por ensayistas
y críticos.(15)
Aira tematiza la primera, situando la novela en la pampa del siglo XIX
en los comienzos de la conquista del desierto(16)
y despliega una "escritura en diagonal" que distribuye una
serie de marcas escondidas maquilladas –sostiene Estela Cédola(17)-
que permiten reconocer la Argentina terrible de 1978 como referente
extratextual.
Las propuestas y caracterizaciones que Caparrós formula en torno
de cierta literatura ochentista(18)
permiten atender a las condiciones de producción de la novela
de Aira que posibilite su inscripción en los intentos de una
narrativa posregional en la medida en que convoca una temática
tradicional anticipada desde su titulación: una mujer cautiva
tierra adentro en manos de la barbarie.
Si
bien es cierto que todo texto literario se inscribe en una tradición,
es decir en un modo de leer anterior, cada texto entra en serie también
con otros textos actuales que junto a aquélla configuran su horizonte
de posibilidades y de rupturas. Así Ema, la cautiva, manteniéndose
dentro del sistema de convenciones del relato tradicional, opera sobre
cada una de las figuras espaciales y actanciales que le son propios-
fortines, toldos, indios, soldados, cautivas, gauchos, malones, ejércitos-
sustituyéndolas, desviándolas, modificándolas,
apelando al anacronismo y al despliegue de una capacidad inventiva
inusual para desalojar los modos previsibles de la representación
verista.(19)
César
Aira despliega en Ema, la cautiva una operación semiótica
de deconstrucción de ciertos tópicos tradicionales que
responden a un movimiento rupturista(20)
a partir del cual se practica una desviación de los mitos fundantes
de la literatura nacional.
Los
modos de ficcionalización del espacio de la pampa y la figuración
de los indios y de la cautiva literaria integran la saga de procedimientos
desrealizadores mediante los que César Aira hace una puesta al
día propia de la materia narrativa "representativa"
de la originalidad nacional, alejándose, mediante el recurso
de la fantasía, de las esperables condiciones de verosimilitud
que se derivan de los exponentes tradicionales de la literatura del
desierto.
Los
experimentos estéticos en la espacialidad rural.
Si
hay un territorio que es lugar por excelencia en la literatura argentina
ése es el desierto, en la medida en que acarrea consigo la problemática
del indio y la frontera, topografía diseñada y custodiada
por el ejército civilizador.
El
desierto era para los letrados argentinos la única posibilidad
de nombrar el territorio al que querían constituir en nación(21)
En las reflexiones preliminares a La Cautiva(1837) Esteban
Echeverría (1805- 1851) a propósito de su doble programa
político y estético escribía El desierto es
nuestro más pingüe patrimonio, marcando así un
momento original de nuestra literatura fundado en la distancia estética
con que la mirada romántica y estrábica (un ojo en Europa
y otro en las entrañas de la tierra y de la sociedad) se desliza
sobre el paisaje americano. La idea político- económica
de sacar provecho a la riqueza que el mismo territorio provee para el
engrandecimiento y bienestar se conjuga con el proyecto estético
de promover una poesía nacional para establecer definitivamente
un imaginario sobre el desierto y sus habitantes, inaugurándose
así una literatura de frontera que adquiere resonancia
y disfruta de la permanencia con Sarmiento, Mansilla, Hernández,
y los viajeros europeos.
Un
tópico central de la cultura argentina del siglo XIX reside en
la necesidad de nombrar y así colonizar literariamente un espacio
peculiar, que se identifica con el vacío, para poder entonces
llenarlo de significados. Es justamente la generación del 37´
la que empieza a dar nombre a esas extensiones inconmensurables, designándolas
bajo el término Desierto que acuñan para la literatura
nacional, construyendo, a su vez, un conjunto de discursividades que,
utópicamente, querían servir de base a una tradición
para el país que sentían estar forjando.
Con
la publicación de La cautiva, Echeverría se vuelve
propietario artístico de la llanura pampeana por la colonización
estética del paisaje local y se produce el advenimiento de lo
que estos jóvenes denominaran literatura nacional, es decir la
puesta en marcha de una autonomización de la cultura argentina:
se cumple con el imperativo de atender alternativamente a las preceptivas
románticas al insertar héroes propiamente románticos
en un ambiente telúrico y al color local en el modo de representación
del ambiente pampero, de las dificultades del suelo argentino, de su
posición histórica y geográfica:
Era
la tarde, y la hora/ en que el sol la cresta dora/ de los Andes.
El desierto/ inconmensurable, abierto/ y misterioso a sus pies/
se extiende: triste el semblante, / solitario y taciturno/ como
el mar, cuando un instante/ el crepúsculo nocturno,/ pone
rienda a su altivez.(22)
A mediados del siglo decimonónico, Sarmiento arrojó la
metódica construcción de la Argentina como un desierto:
La inmensa extensión del país... es enteramente despoblada(23).
El Facundo erigió la conciencia del vacío y así
el país se urdía en un territorio deshabitado, a fuerza
de estar ocupado por gauchos, indios y otros inconvenientes que
debían erradicarse literalmente en función de su plan
civilizador.
El mal que abrumaba a los argentinos era justamente esa infinita extensión
deshabitada y salvaje que urgía de un inminente traslado
de Europa a América para lograr el más certero y eficaz
avance de la civilización en tierra bárbara:
...
El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión:
el desierto la rodea por todas partes... Al Sur y al Norte acéchanla
los salvajes que aguardan las noches de luna para caer... sobre
los ganados... y las indefensas poblaciones...(24)
Ahora
bien, se califica desierta una extensión física que sólo
es naturaleza, pero también es desierto un espacio habitado por
hombres cuya cultura no es reconocida. Tal como apunta Beatriz Sarlo(25)
la palabra desierto, más allá de una denominación
geográfica o sociopolítica, tiene una particular densidad
connotativa en quien la enuncia dado que implica un despojamiento de
cultura: donde hay desierto no puede haber cultura pues el Otro que
lo ocupa es visto precisamente como otredad absoluta, como diferencia
intransitable. Entonces, la idea de vacío que manejan los escritores
letrados a propósito de la extensión pampeana no puede
ser compatible con la tarea de la construcción de un país.
Ese horror vacui determina la formulación de estrategias
políticas y literarias por parte de la elite gobernante, en la
que se con-funden escritores y funcionarios, que proceda a llenar de
un determinado sentido esa zona vacante y acabe con el problema del
indio ya material ya simbólicamente.
Desierto,
indios, frontera y ejército civilizador conforman una estructura
conceptual que nace y se consolida en la llamada literatura de frontera
que legitima literariamente un accionar político a expensas de
la perpetuación de un imaginario social específico engendrado
por el discurso oficialista. Sin embargo, la significancia que tales
términos connotaran ingresan en un proceso reformulativo en la
década del 80´ cuando aparecen la relectura histórico
literaria a cargo de David Viñas y la propuesta estética,
quizá inadvertida, de César Aira, entre otras.
Por
su parte, David Viñas en su ensayo citado destaca una fecha:
1879 y declara no conformarse con la solución de corte liberal
que instala una filiación de la misma con el cierre de la conquista
de la Patagonia, el decisivo sometimiento de los indios y la institucionalización
de la república conservadora que prevalece hasta 1916 como paulatino
acuerdo entre el ejército y la oligarquía. Ante este ejército
que ocupa y desocupa un territorio que se dice desértico, proyecta
una organización valorativa y política de las antinomias
culturales en la recuperación de un espacio que, antes bien,
se encontraba hiperpoblado -en el desierto había indios y eran
muchos- y se propone también evidenciar esa capacidad silenciadora
propia de la violencia oligárquica.(26)
Aira
pervierte la tradición y revierte el mito en la segunda zona(27)
de Ema, la cautiva, haciendo del desierto y de la anchura vacua
un demasiado lleno, un lugar ameno de la hipercivilización donde
ni siquiera los fenómenos meteorológicos más extremos
resultan hostiles:
...el
sol se anunciaba con rojos espléndidos, los pájaros
cantaban como si nada hubiera sucedido, y los salvajes se pusieron
de pie con la altiva condescendencia que los distinguía,
llenos de riqueza y bien dispuestos.(28)
Esta
conversión del vacío pampero en un exceso de superpoblación
de indios, indias, gauchos, cautivas, niños, perros, soldados,
tenientes, coroneles que redunda en una prodigalidad extrema de la naturaleza
y de la infraestructura habitacional, constituye un proceso de extrañamiento
a partir del cual los indios pampeanos ya no son salvajes(29)
o bárbaros; antes bien se muestran como refinados mandarines,
señores de la guerra y de las artes menores, ávidos jugadores
de torneos de elegancia que se alimentan de pavos braceados en coñac,
frutas silvestres, licores, champagne y vinos finos, panes especiados,
hongos frescos y que engalanan cuidadosamente su aspecto personal y
sus dispendiosas sedas decadentistas.
En
Ema, la cautiva el corpus narrativo se acomoda en dos zonas textuales
claramente identificables que se corresponden con dos espacios geográficos
que la fábula construye. La ficcionalización del espacio
que se extiende desde la partida de la caravana que transporta, expulsando
hacia occidente, a los insurrectos al sistema de legalidades del poder
central desde Buenos Aires hasta la llegada a Pringles haciendo un alto
por Azul ocupa el primer capítulo o preludio(30);
la representación topográfica del fuerte, de los suburbios
de Pringles y del más allá de la frontera, es decir el
desierto se disemina a lo largo de una segunda zona que abarca los doce
capítulos restantes.(31)
El pasaje de una espacialidad a otra implica no sólo un cambio
de topografía y legalidades sino también se derrama hacia
la escritura narrativa, que en cuanto avanza, deserta y desatiende el
imaginario decimonónico y la tradición que habían
designado para el desierto la calidad de vacío, esterilidad y
barbarie.
El
cambio de decorado produce una transición: el paisaje codificado
para la pampa por dicho imaginario así como el sistema de leyes,
sus protagonistas- el coronel Lavalle, los soldados, los baqueanos conchabados,
la caravana de presos-, su estética, su construcción de
intelectual- el delicado viajero francés e ingeniero contratado
por el gobierno central para hacer trabajos especializados en la frontera
cuyo capital simbólico se torna inoperante en la pampa- y hasta
su lengua importada son olvidados y hasta intrépidamente reemplazados
en la medida en que se transgrede el imaginario decimonónico
de la llamada literatura fronteriza o del desierto.
Todo
era silencio... horizonte vacío y remoto... Tan invariable
era la configuración de la pampa que en el curso de toda
la mañana sólo tuvieron que desviarse unos cien metros
de la línea recta marcada por los baqueanos, para evitar
el único accidente... El horizonte permanecía
vacío , día tras día... (32)
Esta
sensación de vaciamiento pampeano se diluye entre los despliegues
escenográficos que todo lo ocupan a partir del cruce liminar:
Al
trasponer una de las lomas en que se asentaban las construcciones
quedó ante ellas (Ema y su vecina) el fuerte, un edificio
alargado de doscientos metros... A la derecha, en las lindes del
bosque, se encontraba la toldería de los indios mansos...
se reunían a ordeñar sus vaquitas blancas y encendían
fogones junto a los cuales desayunaban y fumaban la mañana
entera, después del baño.(33)
Topografía
que ya se anticipa en boca del coronel Lavalle cuando le explica
a Duval que pasado cierto límite fronterizo hacia el Sur la razón
abandona y todo se vuelve- bajo su óptica liberal- salvajismo
y deserción puesto que nadie está en su justo lugar.
Tal descentramiento locativo se presenta excesivo, sobrelleno por un
lado y carente de legalidad oficial por el otro: ...a medida que
se alejaban hacia el sur la razón los iba abandonando en el desierto,
el sitio excéntrico de la ley en la Argentina del siglo pasado.(34)
Más
allá de Pringles, los sujetos escapan a la identificación
estatal, a la homogeneización emprendida por el proyecto liberal-
burgués del siglo diecinueve y crean rostro y paisaje inaprensibles
para la máquina de captura.(35)
En
esos confines, al finalizar la travesía por el desierto destinada
al traslado de presos castigados por delitos mínimos a poblarla
(una vieja broma liberal- apunta Gombo(36)),
se desacelera la temporalidad lineal del viaje y comienza la repetición
de un mínimo de acción narrativa. Se emprende así
un viaje de iniciación al ocio y a la indiferencia a partir del
cual se diluyen las figuras de Lavalle en tanto representación
de la ley y del ingeniero en tanto encarnación del positivismo
y, por el contrario, la cautiva otrora mezclada entre la multitud hacinada
adquiere un nombre y un cambio de vida.
El
cruce de la porosa frontera- ese espacio otro(37)
desértico pero increíblemente poblado- da paso al mundo
del espectáculo de los indios mansos acogidos bajo la protección
del fuerte que ya no son salvajes sino caballeros refinados que gozan
filosóficamente, mediante la exhibición de una semiótica
corporal, de los placeres de una vida ociosa y contemplativa escandida
por el eterno retorno natural de las cuatro estaciones. La escena de
la furtiva retirada amorosa de Ema y Mampucumapuro a un claro del bosque
nevado ostenta la construcción desviada y atípica del
locus amoenus:
No
hacían otra cosa que dejar pasar el tiempo. El invierno era
un momento muy apacible...
Al
llegar al claro, un recinto de nieve rodeado de cipreses, Ema tuvo
la percepción de una distancia cristalizada. Era un círculo,
y su silencio debía impedir cualquier disgregación...
Mampucumapuro... traía colgadas de la cintura varias aves
gordas y una bolsa de huevos. Las pelaron y pusieron a asar rociadas
con coñac y rellenas con huevos y algunas yerbas. Pronto
se alzó un aroma delicioso.(38)
Se
desvanecen las relaciones de dominación y jerarquías establecidas
en la primera parte de la novela hacia un mundo utópico donde
ya no existen las guerras: ... la guerra nunca ha existido ... la
guerra es imposible.(39)
Una
conquista sin batallas. El intercambio reemplaza a las acciones bélicas
que han sido aplacadas por la estrategia monetaria de Espina al proponerse
inundar ese vacío alarmante con la creación de
una mitología del malón (la amenaza del malón que
nunca ocurre) y con la compulsiva impresión de dinero apócrifo
que sirve para garantizar la autonomía regional y elaborar los
negociados más preciados: la paz con los indios no mansos que
lo ponen en circulación, la instalación de una empresa
capitalista montada por el crédito financiero otorgado por el
propio mandamás de Pringles que le asegura la compensación
por intereses a largo plazo.
De
esta manera,, se expande un universo pampero estetizado donde no existe
lugar para el trabajo formalizado y donde todo es pura exhibición
y ostentación. En virtud de repeler el horror al vacío,
el conquistador Espina se dispone a montar un aparato financiero
para desligarse de la nada imperante y desde ahí crear todo un
sistema de lujo que permita un nuevo comenzar.
Reyes
y súbditos se producían éxtasis mutuos, con
sus presencias tan fatuas y el estupor que las acompañaba.
Todo era profano, pero lo cotidiano parecía alejarse por
su gravedad. Todo lo sacrificaban por el privilegio de mantener
intocadas las vidas. Despreciaban el trabajo porque podía
conducir a un resultado... Sus pasatiempos eran el tabaco, la bebida
y la pintura.(40)
La
infraestructura de utilería conforma elegantes edificios palaciegos
para los indígenas donde viven en comunas que impiden el diseño
de taxonomías familiares; los cuerpos se dejan ver engalanados
por los dibujos pintados con savia de moras y néctar de urucúes,
homenajeados por una gastronomía refinada, celebrados por las
delicias sexuales más desprendidas, agasajados por afeites sofisticados,
frívolos, casi cosmopolitas:
Todo
era sexualidad y amor.(41)
... Se depilaban las cejas y pestañas. Llevaban pulseras
de oro, anchas y flexibles, para concentrar energía. Brazos
y piernas se ataban con bandas de algodón muy apretadas...(42)
El
grupo de indios jóvenes de ambos sexos, pertenecientes a una
tribu cercana, que se acerca a la morada sentimental de los amantes
asentada sobre la nieve y ostenta los elaborados grabados en el cuerpo
se muestra ante los ojos de la cautiva tan estéticos... o
tan estetas... demasiado fáciles de parodiar.(43)
Los
indios, pedagogos del ascetismo en cuya civilización todo
es sabiduría(44),
son despojados de su condición humana al ser ellos el arte mismo,
el artificio, portadores de un refinamiento sobrehumano. Alejados de
los modelos estereotipados que los instalan en la categoría de
lo demoníaco o los asocian con el mito del buen salvaje del paraíso
perdido, los indios se abisman en dionisíacas meditaciones metafísicas
y cultivan una artificiosa y melancólica indiferencia que denota
un grado extremo de disposición estética.
Una amalgama de etiqueta y licencia es el resultado del camino
de aprendizaje emprendido por Ema en tierra de indios: en lugar de rebajarse
a la barbarie, la cautiva, ex convicta, nueva colona, virtual propietaria
y criadora de faisanes, alcanza un grado tal de esteticismo que finalmente
se concreta en la implantación de métodos artificiales
de inseminación :
Ema... aprendió el detalle más característico
del mundo indígena, que era el contacto indisoluble y perenne
de etiqueta y licencia. Etiqueta del tiempo, licencia de la eternidad.
Visión y reposo. El sonido soñoliento del agua. Para
eso vivían.(45)
Aira
así compone una mitologización de la pampa en tanto despliega
una capacidad inventiva inusual en el proceso de reivindicación
de las áreas vacías y construye un desierto tan imaginativo
que se afirma en la fantasía, exhibiendo un movimiento rupturista
respecto a una tradición de literatura de frontera basada estrictamente
en las condiciones veristas de representación estética.
Mujeres
en la frontera
El
discurso sobre malones y cautivas estuvo siempre arropado con intensas
connotaciones ideológicas, las que se pusieron en imágenes
iconográficas y en palabras que a su vez operaron sobre la imaginación
y la sensibilidad de otros hombres y también mujeres.
Sostiene
Cristina Iglesia(46)
que el mito de la cautiva funciona como metáfora de una frontera
que se desplaza pero que nunca llega a desaparecer, dados el poder y
la eficacia literarias del imaginario rioplatense que se evidencia en
su perpetuación en una amplia zona temática de la literatura
argentina que atraviesa el siglo XIX y llega, transformado o desviado,
hasta nuestros días. La leyenda de la cautiva española
Lucía Miranda(47),
heroína neoclásica, abrió las puertas a la recurrencia
ficcional de otras cautivas, autóctonas, presas de los malones
de una barbarie erotizada ante los cuerpos de mujeres blancas. En cambio
y a pesar de su existencia real(48),
el arrebato de mujeres indias en manos de los españoles que las
distribuían entre las cocinas y antecocinas de sus moradas gozó
de extrema parquedad y discreción, naturalizándose a tal
punto de que la tradición literaria escogió rápidamente
la imagen de la víctima blanca.
El
imaginario socio- cultural rioplatense sobre cautivas raptadas, a las
que instala en la ambigüedad topográfica de la frontera,
llegó a adquirir en el siglo XIX, mediante una dinámica
de identificaciones y antagonismos asentada en la conformación
de una identidad subjetiva en términos de nacionalidad, el valor
de un símbolo relativo a una cuestión que se percibía
como fundamental: el conflicto entre blancos/ blancas e indios, civilización
y barbarie, nosotros frente a los otros.
La
guerra de fronteras contra los indios del desierto, acotado a las codiciadas
pampas del sur de Buenos Aires, fue el contexto de consolidación
y legitimación además de la condición de posibilidad
de proliferación del mito.
La
figura literaria de la mujer subyugada a los designios del indio es
desde sus primeras formulaciones una imagen erótica(49):
es su cuerpo de mujer blanca y hermosa, su postura de indefensión
y entrega semidesnuda sobre el lomo sudado del caballo que galopa hacia
la inmensidad desconocida en un viaje sin retorno, sostenida por los
brazos protectores del indio en quien se desata una pasión irrefrenable,
aquello que la define como cautiva.
La
cautiva arquetípica de la literatura nacional, cifrada en el
personaje de Echeverría, es una heroína de corte romántico,
indudablemente blanca que procura realizarse huyendo de las tolderías
de los salvajes en busca del regreso a la civilización. Su itinerario
convoca, por un lado, la escena del rapto por el irrefrenable malón
que la conduce a la fuerza tierra adentro y, por el otro, la imagen
de la mujer prisionera generalmente sometida a la contaminación
y mezcla de fluidos genitales que la salpican con la mancha de
la deshonra: un cuerpo santificado mancillado por la tosquedad
y salvajismo del indígena que la condena para siempre.
María
es entonces una heroína criolla, romántica, trágica,
valiente y conmovedora, cuyo rapto no aparece narrado en el poema de
1837, que establece una inflexión decisiva en la trayectoria
del mito que hasta ese entonces había tenido como centro al episodio
de dudosa historicidad de Lucía Miranda. Ante la declaración
María, soy infelice, ya no eres digna de mí(50)
del guerrero Brian, ella reivindica la conservación de un cuerpo
intacto, sin mancha de sangre indígena, sin contagio que
la transforman en una cautiva redimida pronta para regresar a la civilización.
Evoca por momentos a su homónima celestial: pura, blanca, etérea
cuya existencia se asienta únicamente en virtud del amor por
el hijo sacrificado y el marido mártir.
Ha
observado Cristina Iglesia que Escribir sobre cautivas es también
ensangrentar la escritura(51):
Toda
cubierta de sangre/ aquella infeliz cautiva,/ Tenía dende
abajo arriba/ La marca de los lazazos;/ Sus trapos hechos pedazos/
Mostraban la carne viva.(52)
La
infeliz cautiva cristiana que Hernández presenta en La
vuelta de Martín Fierro (1879) se define en su sufrimiento
y no es un personaje activo, a pesar de que se resaltan su piedad y
amor maternal. Carece de nombre y el despiadado maltrato al que es sometida
por un indio, estimula el exorcismo de Fierro por el cual decide huir
de las tolderías, disputándole al indio su cautiva blanca,
cruzar el incierto umbral de la civilización y volver furtivamente
a la orilla de la que huyera en la primera parte del poema.
Aquí
la prisionera, constituida en un personaje de frontera, despojada de
identidad y familia, enteramente mancillada realiza su compensatorio
viaje de retorno hacia una sociedad reticente a reinsertarla por su
fehaciente trasgresión, aunque involuntaria y forzada.
Casi
un siglo y medio después de la expedición de Rosas de
1833, cien años después de la Conquista del Desierto por
excelencia a cargo de Roca, Ema, la cautiva de César Aira
ancla su acción en la polémica zona surtida de pliegues
y repliegues de nuestro sistema literario: más allá de
Pringles, el desierto. Sin embargo, alejándose del estereotipo
fijado por la literatura de frontera, el texto de Aira permite verificar
en el tratamiento de la figura de Ema un proceso de deconstrucción
del tópico de la cautiva literaria tradicional.
A
partir del segundo capítulo de la novela, el personaje de la
cautiva sufre- o mejor, goza- una transformación definitiva al
mudarse de escenario.
Ema
es capturada dos veces: primero, por la justicia injusta de una sociedad
que le da la espalda y la confina, convirtiéndola en una desaparecida
sin destino(53), a marchar
en condiciones indigentes a la frontera por un delito mínimo
"inversamente proporcional"(54)
al castigo y concede el uso y abuso por los representantes de esa misma
(in)justicia de un cuerpo de la mujer más pequeña que-
Duval- hubiera visto nunca... muy joven, una niña acaso.(55)
Una mujer niña, madre ya de un hijo sin filiación paternal
que denota una experiencia sexual licenciosa, innominada, confundida
entre la multitud, que nadie reclama ni busca y que parece aceptar sin
reclamos la fatalidad sorteada para ella, resistiendo detrás
de la impasibilidad de su mirada "catatónica"(56):
Casi
una niña aún, sola en el mundo excepto por su bebé,
se veía expulsada a una frontera vaga y expuesta. La época
exigía completa calma...(57)
Acompaña
el uso de una red de léxicos que, en lugar de enaltecerla celestialmente,
aproximan lo humano y lo animal: los soldados "apartan" a
las mujeres como se hace con el ganado.
Debajo
de la gruesa capa de suciedad que la cubría, sus rasgos eran
negroides, y tenía el cabello corto, erizado y grasiento.(58)
Ema
deviene un ser deseante y parlante una vez arrojada a la frontera donde
adquiere identidad propia, se acomoda en los suburbios del fuerte en
contacto permanente con los indios mansos, aprende las reglas del juego
y se prolonga así en una vida de tranquila impasibilidad.
A diferencia de otras cautivas, es el poder central el que entrega su
cuerpo, en una frontera expuesta, a los indios quienes la hacen cautiva
por segunda vez luego de la infaltable escena del malón, y en
lugar de despojarla del honor y la castidad, la respetan como madre,
le conceden libertad sexual y finalmente le permiten elegir el regreso
a la frontera donde –transformada en propietaria- monta un criadero
de faisanes que reproduce mediante técnicas de inseminación
artificial aprendidas en los años de contacto con los indios.
Si,
en un primer momento durante la escena del rapto, Ema pareciera asumir
el punto de vista de una cautiva literaria tradicional que instala,
de acuerdo a la pertenencia racial, una economía de contraste
de claroscuros y una dinámica diferenciada de posiciones: vio
pasar varios indios montados, con cautivas desvanecidas, brillantes
de luz lívida; sobre ellas los salvajes parecían más
bien maniquíes de oscuridad tatuada con rayas y círculos...
tuvo una leve esperanza; quizá el ataque había terminado
y los indios se marchaban(59),
de inmediato el narrador se desdice. Ante el episodio inminente del
secuestro de Ema para quien la luna había salido solamente
para mostrarle... la mirada del salvaje, que vino hasta 2ella y se inclinó
sin apearse; la tomó por debajo de los brazos y la sentó
en el cuello del potro(60),
el narrador apuesta con certeza: La perspectiva de Ema cambió(61).
Durante
el episodio del malón, la narración se vuelve definitivamente
sobre el personaje de Ema, de la que ya no volverá a apartarse.
A partir de la tematización del cambio de enfoque que envuelve
a la protagonista, la novela parece auto-referirse y declarar desde
allí una desviación respecto a la tradición literaria
nacional.
Si
La cautiva blanca no sólo tiene nombre, tiene una tradición(62),
la figura de la ahora llamada Ema se construye desviada, acercándose
más a las cortesanas que a la cautiva romántica en la
medida en que se hace cargo de un vaciamiento de las representaciones
que sobre las cautivas construyó la literatura argentina del
siglo XIX. Rozando la parodia, una alusión explícita del
narrador, que traslada el imaginario tradicional hacia una nueva concepción
de la cautiva, consiste en afirmar de Ema que su historia la clasificaba
como blanca, y más aún, cautiva, título romántico,
que inflamaba la imaginación de los salvajes(63).
Ema es presentada como una versión mestiza- no blanca- de cautiva
que no carga con la mancha de sangre contaminada por la violación
del salvaje, antes bien desea ella misma los cuerpos brillosos y estéticos
de los indios, potenciales amantes, que la raptan:
Eran verdaderamente espléndidos (los indios), pensó
Ema, pequeños y hermosos, el cuerpo abismado de pinturas,
y largas cabelleras negras aceitadas.(64)
Entonces
Ema es reconocida como blanca, detalle que no necesariamente se percibía
a primera vista(65),
porque la historia de cautivas así lo decide, sin embargo posee
una apariencia más pareja a las mujeres indias que a las de tipo
europeo. Su condición de blanca por historia se verifica en el
circuito del murmullo y la chismografía que funciona en torno
a ella; así, los indios que la visitan en su excursión
con el amante cuando supieron que ... eran de Pringles (y Ema blanca...)
prestaron más atención(66)
y el príncipe Hual detiene su atención en una jovencita
blanca... (que) no era de tipo europeo. Poco se distinguía
de las indias entre las que se hallaba sentada. No recordaba quién
le había dicho que era blanca. Unos fragmentos de su historia
habían alcanzado sus reales oídos.(67)
Por último, el narrador:
Aunque
no se distinguía en nada de las indias, en la piel oscura
y los rasgos mongoloides, su historia la clasificaba como blanca,
y más aún, cautiva...
Ema
conserva como cautiva el despertar erótico de la barbarie que
ya no es barbarie sino el apogeo supremo de la civilización y
comparte con los propios indios las expectativas sexuales. A su vez,
es justamente la experiencia, la madurez de su imaginación como
de su cuerpo, el aprendizaje y los contactos adquiridos más allá
de la frontera lo que la vuelven una mujer distinta, un objeto de deseo:
Su
experiencia en tierra de indios la volvía misteriosa para
los hombres, que no reconocían en esta oscura reina a la
chinita vacilante de tres años atrás. Su imaginación
había madurado tanto como su cuerpo. Volvió a tomar
amantes, pero las excursiones sentimentales ahora no podían
ser todo para ella.(68)
Ema
deviene en hacedora del desierto: de convicta hacinada a cautiva; de
cautiva acomodada a propietaria; de colona a empresaria capitalista.
Ema recorre un itinerario diferente al de las cautivas tradicionales:
no huye de las tolderías como María, no apela a la suerte
de un gaucho reconciliado con el sistema para adentrarse tierra adentro
camino a la civilización como la ensangrentada cautiva hernandiana
sino que, en la adaptación de Aira, acepta gozosa la nueva vida
que finalmente le concede cierto status entre los caciques y guerreros
del lugar. No hay regreso al mundo de la civilización de tipo
occidental cristiano. Su residencia temporaria en la corte del imponente
cacique Catriel, rey de reyes, es lo que convence a Espina de patrocinar
el emprendimiento de la cautiva convertida:
Un
sector de veinte mil hectáreas de bosques y praderas fue
cedido a la joven, más un crédito convenientemente
cuantiosos. El comandante quedó en trance al verla: delgada
y pequeña como un duende, con la cabellera negra engrasada,
ojos de india, fijos en el suelo, y hermosas manos oscuras.(69)
Así
como su porvenir se aleja del destino enaltecedor de otras cautivas
inmoladas en el martirio de la hoguera a expensas del casto amor matrimonial
o de la muerte súbita ante la pérdida de un hijo, su nombre,
lejos de aludir a la tradición cristiana, evoca otra vez el canon
del Romanticismo para desplazarlo.
La
escena de producción textual convoca irremediablemente escenas
de lecturas precedentes a partir de las cuales se desarrolla la escritura.
Sin aspirar a una aproximación de interpretación biográfica
y ante la idea de que no es posible escribir desde la nada, César
Aira que se declara lector de Flaubert(70),
se posiciona y denomina Ema a su cautiva excepcional como el escritor
francés había destinado para la heroína literaria
con la que empezaría la degradación del ideal romántico.
Ema
es entonces una cautiva excepcional que si bien regresa a la frontera,
territorio del rapto, no reniega de su pasado indígena proveedor
de enseñanzas y refinamiento que la ha transformado profundamente,
y lo escoge como fundamento de su nueva empresa. Recuerda a la figura
del cautivo y de la cautiva inglesa que Borges despliega en "El
cautivo" en El hacedor(1960) e "Historia del
guerrero y la cautiva" en El aleph (1949), donde se produce
una elección por la vida bárbara – que en el texto de
Aira, como ya se ha ido puntualizando, no es tal- en detrimento de la
civilización que otrora les diera nacimiento.
El
indiecito de ojos celestes del primer texto trabajado por el desierto
y por la vida bárbara... ante el rescate de un soldado proveniente
de tierra adentro que se lo entrega a sus padres no podía
vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto(71).
Acostumbrado a la intemperie, todo le queda chico y en
aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confunden,
el chico desaparecido después de un malón, resuelve emprender
el camino inverso al itinerario tradicional, regresando así a
las tolderías.
El
segundo, por su parte, contrapone la figura de dos cautivas diferentes.
La inglesa transplantada, señora del General Borges, jefe de
las márgenes Norte y Oeste de Buenos Aires, instalada en la zona
fronteriza de Junín cerca de la cadena de fortines, se maravilla
y a la vez se estremece de su destino de inglesa desterrada al confín
del mundo . La otra mujer blanca, rubia, de ojos de ese azul desganado
que los ingleses llaman gris(72),
cautiva desde niña en virtud del torbellino de un malón,
representa el mito de la cautiva convertida feliz que se dispone a seguir
su vida del lado de allá: donde la aguardan un capitanejo y dos
hijos. El narrador nada imparcial, a diferencia del narrador que propone
Aira en su novela, define la barbarie a la que se había rebajado
una inglesa en términos de ferocidad, poligamia, hediondez
y magia; y cifra la historia de las cautivas arrebatadas y transformadas
por este continente implacable al asumir el punto de vista de la primera,
totalmente opuesta a Ema, que ve en la nueva india formadora del tan
temido mestizaje al revés el espejo monstruoso de su
destino(73).
En
fin, César Aira rescata en Ema, la cautiva un referente
textual concurrido que lo inscribe en una suerte de posregionalismo
narrativo que atiende a la supervivencias distorsionadas de ciertos
tópicos tradicionales; en efecto, transita con desvíos
sobre los discursos estéticos legitimadores del poderío
blanco sobre las tierras donde habitaba y dominaba el indio, en los
que la necesidad de colmar el vacío bárbaro con avances
civilizatorios y la mitologización de la cautiva sometida aparecen
como fundamento y legalización de ese derecho en el plano simbólico.
Por
su parte, presenta una imagen flamante de cautiva que ya no puede funcionar
como justificativo literario de las campañas político
económicas de la conquista. Postula un vacío sobrelleno
de exquisiteces y esteticismo como imagen del desierto. No idealiza
la figura del gaucho en tanto esencia de lo nacional; por el contrario,
esgrime, fiel a su programa de la indiferencia y del más allá
de los mitos positivos, un gaucho que no vale sino para jugar a dados
y naipes con los guardias del fuerte y apostar, beber, comer en abundancia,
dormir y fumar los cigarrillos que su mujer le enrolla y suministra,
acomodándoselos entre sus labios mientras él reposa sobre
las esteras. En ocasiones cultiva una filosofía de borracho sobre
la vida y la muerte, instancias igualmente imposibles en aquellas latitudes.
Entonces,
cambia la perspectiva- como Ema al ser raptada por los indios- respecto
a la tradición nacional y realiza una lectura diferente de la
historia argentina, desdramatizándola, vaciándola. Se
instala, con un tono deliberadamente menor, en un más allá
histórico acorde con la estética de la frivolidad e indiferencia
que propusiera en la contratapa del libro. Utiliza una catástrofe
histórica como material para articular, no de manera programática,
una novela gótica simplificada, haciendo reinar así
el fantástico, el inverosímil, a pesar de la ocurrencia
textual de nombres y detalles históricos que pudieran consignarlo
a las condiciones veristas de representación propias de la literatura
de frontera.
Ahora
bien, elegir en 1981 como espacio de la novela la frontera inmediatamente
anterior a 1880- fecha del genocidio de indios, de la consolidación
del estado conservador (en lo político) liberal (en lo económico),
federalización y capitalización de Buenos Aires- supone
tomar como referente una época en que todavía se identificaban
el conflicto cultural y el conflicto político en la literatura
argentina. Una mirada en diagonal, una manera posmoderna- aventura
Estela Cédola(74)-
de re-politizar, frívolamente, la literatura.
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Notas
1.-
Eduardo Romano, "Génesis de la poética nativista"
en El nativismo como ideología en el "Santos Vega",
Buenos Aires, Biblos, 1991.
2.-El desierto es nuestro, es nuestro más
pingüe patrimonio, y debemos poner conato en sacar de su seno,
no sólo la riqueza para nuestro engrandecimiento y bienestar,
sino también poesía para nuestro deleite moral y fomento
de nuestra literatura nacional, Esteban Echeverría, 1874,
t. V, p.143-144.
3.-
Matilde Sánchez entrevista en 1988 a César Aira quien,
atendiendo a las condiciones de producción de algunas de sus
novelas, se autodenomina un escritor falsificador. Apunta la entrevistadora:
La idea de sí mismo como un falsificador parece gustarle.
Véase
"El arte de ser frívolo". Entrevista. Clarín,
Buenos Aires, jueves 7 de enero de 1988.
4.-
Su producción completa más actualizada puede verse en
Sandra Contreras, Las vueltas de César Aira, Rosario,
Beatriz Viterbo, 2002.
5.-
Dicho seminario tuvo lugar en el Teatro Municipal Gral. San Martín
entre el 10 y el 14 de abril, con la participación de Manuel
Vázquez Montalbán, Juan Carlos Martín, Eduardo
Mendoza, José Pablo Feinman, Manuel Vicent, Martín Caparrós,
Antonio Muñoz Molina y Tomás Eloy Martínez bajo
la dirección de Domingo Ynduráin. Se publicó en
Babel, año II, Nº 10, julio 1989.
6.-
Op.Cit., pp. 45.
7.-
Ricardo Piglia, Respiración Artificial (1980), Buenos
Aires, Planeta, 2001, pp 9.
8.-
César Aira, Ema, la cautiva (1978), Buenos Aires, Editorial
de Belgrano, 1981. Todas las citas responden a esta edición.
9.-
César Aira, Op. Cit., pp. 86 y 87.
10.-
César Aira, Op. Cit., pp. 79.
11.-
David Viñas, Indios, ejército y frontera (1982,
México), Buenos Aires, 1983, pp. 12.
12.-
Destaco la palabra para establecer la diferencia propuesta por Viñas
en Indios, ejército y frontera entre genocidio y
el léxico utilizado por el ejército civilizador
y los discursos liberales que enuncian "simplemente" la palabra
matanza.
13.-
César Aira, contratapa.
14.-
Leo Pollman, "Una estética del más allá del
ser. Ema, la cautiva de César Aira" en Roland Spiller
(Ed.), La novela Argentina de los años 80´, Vervuert Verlag,
Frankfurt am Main, 1991, pp. 193 y 194.
15.-
Entre ellos nombramos a David Viñas y Leo Pollman.
16.-
Del teniente Lavalle se dice que pasó largos años en Francia
antes del advenimiento de Bonaparte (p. 24), así que la acción
ficticia podría tener lugar después de 1830 hasta la conquista
definitiva del desierto.
17.-
Estela Cédola, "La crónica del viaje y su recuperación
paródica: Ema, la cautiva de César Aira" en
Alba de América- Westminster (California), Vol. 13, Nº 24/ 25
(1995), pp. 283- 295.
18.-
Op.Cit., pp. 45
19.-
María Teresa Gramuglio, "Increíbles aventuras de
una nieta de la cautiva" en Punto de Vista, Nº 14, marzo-
junio 1982, pp. 27.
20.-
Aira no es un vanguardista pero sí integra la serie de narradores
de los 80´ que producen a partir de la deliberada y ciertamente politizada
estética de la frivolidad y de la indiferencia.
21.-
Graciela Montaldo, De pronto, el campo, Rosario, Beatriz Viterbo,
1993, pp. 36.
22.-
Esteban Echeverría, La cautiva (1837), Buenos Aires, Talcas
Ediciones, 1999, pp. 29.
23.-
Domingo Faustino Sarmiento, Facundo. Civilización y Barbarie
(1845), Buenos Aires, Espasa Calpe, 1972, pp. 9
24.-
Op. Cit., pp. 10.
25.-
Beatriz Sarlo, "En el origen de la cultura argentina: Europa y
el desierto. Búsqueda de fundamento", pp. 15.
26.-
Ricardo Piglia en "Viñas y la violencia oligárquica"
en La argentina en pedazos realiza una lectura de la obra de
Viñas como un gran texto único cuyo eje es la indagación
sobre las formas de la violencia oligárquica.
27.-Es
decir, a partir de la página 60 hasta el final. Más adelante
retomo y explicito la división estructural efectuada sobre la
novela.
28.-
César Aira, Op. Cit., pp. 130.
29.-
César Aira, Op. Cit., pp. 34: -Indios, por supuesto, repuso
el ingeniero... Quiero ver a mis semejantes salvajes. El joven se rió.
–ya no son salvajes, desdichadamente- le dijo.
30.-
Leo Pollman, Op. Cit., pp. 178.
31.-
Respectivamente, de la página 7 a 59 y de la 61 a 234. No hay
referencias gráficas que den cuenta de una subdivisión
en capítulos de modo que se ha tomado en consideración
la separación por blancos textuales.
32.-
César Aira, Op. Cit., pp. 7, 8, 9, 40.
33.-
César Aira, Op. Cit., pp. 64.
34.-
César Aira, Op. Cit., pp. 12.
35.-
Silvana Mariel Arenas, "Ema, la cautiva de César
Aira, a un siglo de la conquista del desierto: reflexiones sobre los
modos de representación, el lugar del artista y la construcción
del espacio, el tiempo y el sujeto" en Fin(es) de siglo y Modernismo,
Palma, Universidad de las Islas Baleares, 2001, pp. 758.
36.-
César Aira, Op. Cit., pp. 117.
37.-
La vieja contradicción campo/ ciudad se diluye en el texto, en
función de la construcción de otra espacialidad: el espacio
poroso de la frontera que permite muchas entradas y salidas como un
escenario, donde hay que "aprender a moverse como un bailarín".
38.-
César Aira, Op. Cit., pp. 104, 107.
39.-
César Aira, Op. Cit., pp. 88.
40.-
César Aira, Op. Cit., pp. 150.
41.-
César Aira, Op. Cit., pp. 98.
42.-
César Aira, Op. Cit., pp. 96.
43.-
César Aira, Op. Cit., pp. 109.
44.-
César Aira, Op. Cit., pp. 98.
45.-
César Aira, Op. Cit., pp.150.
46.-
Cristina Iglesia, "Cautivas, la metáfora de una mancha"
en Cristina Iglesia y Julio Schvartzman, Cautivos y misioneros. Mitos
blancos de la conquista, Buenos Aires, Catálogo, 1987, pp.
80.
47.-
El punto de partida del mito se encuentra en el Canto VII (Libro I)
de la crónica conocida como La Argentina Manuscrita de
Ruy Díaz de Guzmán.
48.-
Laura Molosetti Costa, " Mujeres en la frontera" en
Historia de las mujeres en la Argentina. Colonia y siglo XIX, Tomo
I, Buenos Aires, Taurus, 2000. En las páginas 90 y 91, la autora
expone muy nítidamente la naturalización del rapto de
mujeres indias en la América colonial y además expone
la dificultad de separar los imaginarios sociales creados de la realidad
propiamente dicha.
49.-
Laura Molosetti Costa, Rapto de cautivas blancas. Un aspecto erótico
de la barbarie en la plástica rioplatense del siglo XIX,
Hipótesis y Discusiones/ 4, publicación del Instituto
de Literatura Argentina "Ricardo Rojas", Facultad de Filosofía
y Letras, UBA, 1994. La autora realiza un relevamiento de las manifestaciones
literarias e iconográficas de la imagen de la cautiva blanca
raptada durante el siglo XIX.
50.-
Esteban Echeverría, La cautiva, Op. Cit., pp. 50
51.-
Cristina Iglesia, Op. Cit., pp. 81.
52.-
José Hernández, Martín Fierro, Buenos Aires,
Eudeba, 1961, pp. 123.
53.-
Dice Lavalle: Tenga en cuenta que han sido expulsadas de la sociedad
con el procedimiento más drástico y podría decirse
que se encuentran sin destino; precisamente el uso que les darán
los indios prolonga esa suspensión, quizá para toda la
vida en César Aira, Op. Cit., pp. 47
54.-
César Aira, Op. Cit., pp. 47.
55.-
César Aira, Op. Cit., pp.50, 51.
56.-
César Aira, Op. Cit., pp. 44.
57.-
César Aira, Op. Cit., pp. 72.
58.-
César Aira, Op. Cit., pp.45 y 46.
59.-
César Aira, Op. Cit, pp. 122.
60.-
César Aira, Op. Cit., pp. 123.
61.-
César Aira, Op. Cit., pp. 123.
62.-
Cristina Iglesia, "La mujer cautiva: cuerpo, mito y frontera"
en Duby, Georges y Michelle Perrot (Dir.): Historia de las mujeres
en Occidente, Tomo III, Del Renacimiento a la Edad Moderna,
Madrid, Taurus, 1993, p. 306.
63.-
César Aira, Op. Cit., pp. 152.
64.-
César Aira, Op. Cit., pp. 67.
65.-
César Aira, Op. Cit., pp. 109.
66.-
César Aira, Op. Cit., pp. 109.
67.-
César Aira, Op. Cit., pp. 143.
68.-
César Aira, Op. Cit., pp. 174.
69.-
César Aira, Op. Cit., pp. 175.
70.-
Mis escritores favoritos son en realidad los grandes realistas de
la literatura francesa en Graciela Speranza, Primera persona.
Conversaciones con quince narradores argentinos, Buenos Aires, Norma,
1995, pp. 225.
71.-
Jorge Luis Borges, "El cautivo" en El hacedor (1960)
en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974, pp. 788.
72.-
Jorge Luis Borges, "Historia del guerrero y la cautiva" en
El Aleph (1949) en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé,
1974, pp. 559.
73.-
Jorge Luis Borges, Op. Cit., pp. 559.
74.-
Estela Cédola, Op. Cit., pp. 294. La misma idea puede encontrarse
en Leo Pollman, Op. Cit., pp. 194.
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