Muestra de poesía chilena actual
Editor: Marcelo Pellegrini

October 5, 2002

Editorial

Es hora de cerrar en los jardines de Occidente
y desde hoy un artista será juzgado sólo por
la resonancia de su soledad o la fuerza
de su desesperación

Cyril Connolly

El conjunto de poemas que el lector tiene ahora a su disposición intenta ser un muestrario parcial y provisorio de la producción literaria de algunos poetas chilenos de promociones más recientes. Predominan aquí los integrantes de la llamada "generación de los ‘90", es decir, aquel grupo de escritores nacidos durante la primera mitad de los ’70 y cuyos libros comenzaron a ser publicados en los ’90. Se incluyen, sin embargo, poetas que no entrarían en esa categoría por haber nacido antes, pero el hecho de que hayan publicado sus primeros, segundos o terceros libros durante la década pasada les da derecho a estar representados aquí.

No creo que sea oportuno en esta ocasión utilizar ningún otro criterio generacional más que el de la publicación de ciertos libros en cierta época. No está demás señalar, también, que la selección se hizo a partir de cierto gusto personal; ya es tópico decir que toda antología (o, como prefiero llamarla ahora, muestra) es un arbitrario ejercicio de las preferencias y los rechazos de quien dispone los textos. En mi caso, debo decir que no soy la excepción a la regla. Mi intención no es confeccionar una antología que dé cuenta de toda la producción habida hasta ahora en Chile. Otras personas, más capacitadas que yo, podrán emprender esa tarea.

El lector comprobará al leer estos poemas que la variedad de la poesía chilena actual habla muy bien de su estado de salud. No pienso ni de lejos –como algunos de los no tan avisados lectores chilenos, orgullosos ciudadanos del ombligo literario nacional- que la poesía chilena es la mejor en lengua española. Ni mejor ni peor, sólo diferente, o, para no repetir tan al pie de la letra el cliché, portadora de diferencias que no la hacen mejor que ninguna de las otras producciones del continente y de España.

Para terminar, digo que la única aspiración legítima de una poesía debiera ser la de habitar en plenitud el ámbito de su lengua. Como dice el poeta peruano Edgar O’Hara, el oficio poético es "un terreno reclamado por todos, una parcela conquistada por algunos". Al lector le corresponderá juzgar si los poetas aquí seleccionados han cumplido con esa tarea, la única, acaso, que debiera preocupar a quienes siguen el camino del "enemigo rumor".

Marcelo Pellegrini
Berkeley, California, Octubre de 2002.

 

Andrés Anwandter (Valdivia, 1974)

EL BOLERO, CADAVER EXQUISITO
DE LA POESIA: así
titulo este proyecto de soneto,
que toma la voz de catorce vates

españoles insignes, para hacerlos
decir el melodrama que, en el fondo,
trasluce siempre su escritura. Ejemplo;
A los suspiros di la voz del canto

verso de Quevedo que serviría
para dar comienzo a este texto ocioso
y, más que probablemente, imposible.

Problemas de ritmo y rima han surgido
ya al momento de elegir el segundo
verso, cuyo autor todavía busco.

[Del libro El árbol del lenguaje en otoño. Santiago: Ediciones Dossier, 1996]



Método

Esta lengua, tan poco propicia
a los meses que corren, arena

tan blanda a los pasos del tiempo
que siguen mis huellas, tan tenue

materia, que encoge su forma
y escurre por entre los dedos,

compone los versos que empuño
con fuerza y arrojo a la mesa:

veloces palabras. Se estrellan
y esparcen sus granos, que ordeno

más tarde en estrofas saltadas
de dos en dos. Cuento las horas.



Edén

Aunque feliz, sólo es la copia
(ya lo dice la canción).
		Un puñado
de semillas y un terreno sin malezas
donde echar nuestras raíces.
			Por un tiempo
nos ocurre florecer, cuando las lluvias
han pasado y las noticias adormecen
la pasión del veraneante.
			Es la historia
que revela su película en la cámara
oscura de la tierra, a varios metros
por debajo de la calle.
			Entre pasos
apurados, unos tréboles asoman
diminutos en las grietas del cemento.

Pisoteados, dan trabajo a las hormigas.



Ceniza

Fantasma de fantasma, fotocopia
que mira, ignora, inquieta, cada vez
más tenue en la solapa de su madre
-motivo ocasional de nuestra lírica-
imagen entre imágenes de archivo
marco para declaraciones públicas
grafitti en facultades de provincias
concepto de una ‘muestra colectiva’
papeles que levantan de la calle
los pasos, apenas el viento.
                                                Basura
que alguien barre, amontona, y luego quema.

[Del libro Especies intencionales. Santiago: Quid Ediciones, 2001]





Javier Bello (Concepción, 1972)


IV

De donde viene la risa

de la cabeza del hombre sometida a la muerte

de la cabeza del hombre en cuyos casilleros se encuentra
como una lengua azul el ahorcado, el ataúd, la culpa, los
menesteres del día de todos los muertos

del gran banquete, de la gran comilona, las putas que par-
lamentan con el rey, el resplandor de los bellos caballeros
en armas

definitivamente sale de la cabeza y sus partes, de su esquele-
to más humano que el hueso del pie, la extremaunción,
los candelabros del último desvío

viene el fuego que provoca el ejercicio del labio y el ten-
dón, desequilibra al cerebro, sopla con el perro del viento si
es tarde y cunde en las zarzas con fruto donde está agazapa-
da la muerte

con qué suspicacia digna de aquéllas que abandona un
demonio en el aire se cierne sobre los comensales, los niños
dormidos, los viejos locos, y ataca.

De dónde viene entonces la risa sino es de la cabeza de
alguien que quiere comprar resurrección con su llanto, de
dónde sino del tibio palacio de la complacencia
de dónde sino del cangrejo del fondo que con sus patas dis-
fraza el escozor del estómago

de dónde sino del fragor de las altas señoras trastornadas.

Qué es la risa más que uno mismo convertido en un órga-
no.

La risa viene, aunque la partición de la cabeza reduce sus
posibilidades de acierto, la risa viene como un ramo de
bendiciones ahogadas.

La risa viene de un pozo que nunca descansa, su sueño es la
inmovilidad de los peces flamígeros que sólo se aposentan
al fondo.

La risa viene de un pozo que puede ser comparado con la
triste cabeza del hombre, cuya melancolía, sin embargo,
produce una luz que no cesa.

La risa viene de un pozo cuyo sentido último es la oscuri-
dad que se expresa sin miedo en la fiebre, en los sueños
malos y en las discusiones biliosas.

La risa viene de un pozo, ese pozo es de sangre.

Ese pozo se llama cabeza.



XIV

Oigo: el coito de los perros desmorona el tejado de los par-
ques: veo: el revés de la fornicación de los hombres se tuer-
ce el revés: toco: la ceniza cuando limpian el ombligo los
días de niebla: huelo: los negros se queman despacio entre
las sábanas: digo: el caballo con su mano de niño pequeño
me pone una aguja debajo de la lengua: oigo: mi letanía
sube las escaleras del patio:

del día surge el mal con su águila negra: su mirada revienta
los cuerpos que se tienden debajo:

es que el río se queja, no lo dejan dormir
es que el río se queja, no lo dejan beber

es tarde: las monedas gotean al borde de mi aliento: es
tarde:

del día surge el mal: el llanto moral de la avutarda devoran-
do los niños del semen:



Jaula del padre

De todos los que comen de esta mesa
el único que vive de su fuego es el padre.
Yo no sé de donde vienen estas piedras
ni tampoco conozco a quien las trajo,
pero aquí las comemos, pero aquí las mascamos.
Salvaje padre sorprendido en tu error,
enemigo caliente de mirada amarilla,
me refiero a tu casa quemada por los bárbaros,
me refiero a tu lecho marcado por un nudo,
me refiero a tu alma que sale a predicar a la calle
el domingo volcánico de los evangelios,
palabra medio rota que envenena el suburbio
coronado por la lengua de un ángel,
coronado por la lengua que has de obedecer,
el decimal que te dará la muerte.
Padre en silencio, eliges el peso de tu voz,
el exacto calibre que arma tu vergüenza,
el bastón de la rabia, el cristal de la sed
cuando el cáncer congela tu garganta
y te deja alucinar en tu hueco.
Padre furioso contra un sol de neón,
padre furioso contra un grito de fuego,
encerrado con la luz que no entiendes,
encerrado en la jaula del mal,
perseguido por tus bestias de piedra
ofendes la raíz de los árboles.
Los moros hablan en lengua de cascada,
llenan la calle de abejas y restos de miel,
llevan otros dioses, traen otra ley,
un tibio cascabel atado a la cintura.
Las hormigas se comen un perro,
el perro se come la cara de un hombre,
el hombre el excremento de un buey.
Bajo las mantas están tus hermanos,
agazapados en la lágrima de su propio calor.
Este fuego es su fuego, y es mi fuego también,
este fuego es su hambre con las alas de mosca.
Un hombre se come la cara de un hombre.
Yo, mi padre, el padre de mi padre.



La jaula del aire

El animal del polvo con sus patas de pájaro
deja huella,
con siete dedos verdes de pájaro verde
abre en la zarza un hueco
quemado por la espiga de su voz,
gira en mi pupila
el pájaro del polvo con su aliento de polvo,
con su lengua caliente
sin saber que es ciego se trasnforma en león
y aunque las bellas plumas lo delatan
sigue afilándose las uñas contra todas las piedras
y es serio su clamor, su rugido, su fiebre
establece ebriedad donde hay herencia,
oración donde existe verbena,
piedra donde hay agua,
ingravidez en los reos
y embarazo en las muchachas que ni siquiera han besado
           	una sombra.
Como toda su especie
es débil, pide perdón, y se cuida.
           
Yo no lo conozco todo lo que dicen que yo lo conozco
pero tiene la fuerza para escribir un poema en una sola
           	noche,
derribar la casa que persiste en el sueño
cuando él aparece con el sol y me habla
y me dice que sí y me dice que no
al mismo tiempo,
y se echa a reír de las tristes amarras de los hombres,
cada una de las cosas que mira
con su ojo de ave o su ojo de gato.
           
Este pájaro verde,
más verde que el silencio y el terror que provoca el
           	silencio,
quiere que haya mutación en las cosas
y origen también,
y cuando aletea quebrando las persianas
y luego se aparece convertido en león
me pide que le escriba un poema con verdad
aunque mucho la verdad no le interesa.
           
Yo no sé qué decirle,
darle al pájaro un voto de ebriedad o de sombra,
llenarle de ceniza los oídos,
untarle los dedos con azúcar,
insularlo al hablar,
gritarle a la cara <<ey, pájaro,
hijo de pájaro,
aunque seas león
sólo serás león en la furia.>>

[Del libro Las jaulas. Madrid: Colección Visor de Poesía, 1998)




Lila Calderón (Santiago, 1956)


El árbol

Todo el día escribo a máquina
Los basureros esperan desde el amanecer
para llevarse lo que nunca diré:
tengo en el árbol la historia escrita
y está que se asoma la hoja con el título
por la boca,
los personajes se hacen señas
al reverso de mis ojos,
está mezclándose la savia
y la sangre
en el fruto,
si cae no es culpa mía,
si le pego a alguien,
si se agachan y lo recogen
¿Qué dirá la gente?



Isla

Qué sacas con palabras,
paloma.
La jaula está abierta
y el mensaje perdido en el tobillo.
Sabes que también destruye
una tormenta de sol.

[Del libro: Balance de blanco en el ángel triste de Durero. Santiago: Editorial Offset Color, 1993]


IV

Para qué pintar árboles si no florecerán pájaros


Si no hay árboles ni pájaros
ni pintor
de dónde cae esta sangre
de todos los altares
de los estigmatizados
de la fuente de los artistas
de la fundación de las ciudades
de los accidentes callejeros
Hay alguna solución

Ninguna


[Del libro: Piel de maniquí. Santiago: 1999]



Por suerte había otra vida

En la casa de las campanas
y los peces alados
aprendimos a distingir
las jaulas de los insectarios
y las peceras
de las cajas de música
los espejos
de los juguetes a cuerda
las fotografías
de las pinturas
una estatua
un bajorrelieve
o Yo mirándome
directamente
en la fuente
donde venían a beber los caballos

Yo nunca fui un caballo

En la casa de las campanas
yo era un pez alado
que mordía todos los anzuelos
y los espejismos
y las razones

La infancia era la intemperie misma

Por suerte había otra vida

[Del libro Por suerte había otra vida. Santiago: 1999]




Germán Carrasco (Santiago, 1971)

Veraneo
           
Tú en la casa copada, yo en una carpa en el patio
y la sagrada familia sospechándome maricón
tal vez por la costumbre –único bien heredado de mi
 		padre-
de cruzar las piernas protegiendo el sexo con un brazo
 		encima
como si fuera a recibir un golpe bajo
                                                         Y aquí estamos:
"quiero llegar tostadita a Santiago"
poniéndote pomadas en el cuerpo,
haciéndote el amor con cuidado de tus quemaduras.
 
En los pasatiempos veraniegos
la sagrada familia parece absolverme: los triunfos siste-
                           máticos
algo cosechan de resentimiento y respeto. Por mi parte
lavo los platos como un bendito caballero
y fumo el bossanova crepuscular como tu cuerpo
mirando el bikini gotear en el cordel.
 
 					Para Paula Repetto



Todas las artes poéticas son (…)

Un brindis,
la insidia del sol sobre las cosas,
un chungungo nadando de espaldas
o un poodle ladrándole al oleaje;
el boomerang que se juega sin pareja
y retorna a la mano que lo lanza;
qué sé yo: las calas azules;
los diminutivos áfonos, carantoñas y palabras soeces
del amante en el oído de la amada
(monedas para comprar una sonrisa u otra cosa),
o los predicadores evangélicos de los barrios bravos,
(la hermosa voz que algunos tienen,
su curiosa obcecación).

Y en una tuba ridícula, más pesada
que una espada o un fusil
un anciano que toca de pie, trabajosamente
melodías que no escuchan ni las palomas.



Cumpleaños Ridículamente feliz y con ganas de llorar, ocultas el rostro ordenando lentamente los soldados de plomo en el estante y el otro regalo: un libro. Exactamente el mismo sentimiento que el de los momentos en que ella se viste y maquilla para ti como si fuesen convidados a la mesa del monarca. Recuerdo: estas matriarcas –jóvenes entonces- me peinaban y hasta pepas de limón podían encontrarse en el tordo negro de mi pelo; recuerdo rodillas sangrantes, homenajes y efemérides que debía memorizar en una sala fría. El ventilador, en esta foto por ejemplo, está encendido, los gorros cónicos con serpentina en la punta lo confirman. Las morochas con escarmenado a la usanza de la época son: -mi madre (ojos tristes) -algunas tías (JAP, católicas, P.N.) y el del centro soy yo con el gorro más vistoso y polera del Colo. ……………………………………………. Y nuevamente, tras los años, las mujeres -novia, hermana, sobrina carroliana, madre- te asisten en la hora de apagar una vela sobre un trozo de torta como si desde este día en adelante cada paso fuera a ser distinto.



Correcciones

Pata larga de araña el índice, la yema
encuentra un ganglio en su camino escarbante.
Se extirpan errores ortográficos a días sucios,
también la oración –mal poema de eternas versiones-
como el corrector de pruebas que se olvida del contenido
y un poeta, también con poca luz
intenta en vano despiojar el lenguaje.

El índice toca un ganglio como un clítoris.
Se besan los resfríos mal cuidados,
el polen de alegrías agresivas.

El corrector, el poeta, la niña
que se maquilla en su paso hipnótico al rito
se empeñan; y el atraso los muerde, los desgarra
con su más saludable dentadura.

[Del libro La insidia del sol sobre las cosas. Santiago: Dolmen Ediciones, 1997]





Luis Correa-Díaz (Santiago, 1961)

Cupido

El Cupido que me ronda y que me lanza
sus flechas es medio pornográfico, medio
pervertido el cabrito, lo tengo cachao,
así es que poca bola, gracias a Dios
es ciego, como se sabe, y casi nunca
le achunta a mi carne, por lo general
dan en un árbol, en una ventana, pared
o simplemente en nada, pero cuando
me llega a clavar una, aunque sea muy
de pasadita, algo como que no quiere
la cosa, me sale siempre un hiliiito
de sangre que no sé por qué unas veces
parece sudor de velas, otras aguasal
y cada vez, eso sí, trae el mismo gusto
a llanto de niño abandonado, a mocoso
que le pegan los grandotes de la escuela
mientras la más bonita, la reina alegre
del patio, se quiebra con uno de ellos
diciendo palabras que quisiera olvidar.

[Inédito]



El arte de la amistad

Por esta casita de Takoma Park pasó el amigo
Pedro Lastra y si hubiera que decir decir más, entonces
dígase que nos acompañó con su conversación
florida, aunque nunca haya en ella una palabra
de más, que nos trajo algunos libros suyos
por venir, cantidad de referencias que parecen
a veces frutos de su propia cosecha poética pero
que tarde o temprano probarán su correspondencia
perfecta con la historia literaria –perdónenos
nuestra infinita ignorancia, apenas si nos sabemos
un puñado de poemas, incapaces de mayores
proezas que la de una memoria del todo
olvidadiza, nos contentamos viendo cómo Ud.
nos hace creer que somos nosotros quienes
recordamos tal o cual verso, nombre, fecha
o, simplemente, un detalle lleno de palpitantes
inquitudes-, en fin, que se nos fue el tiempo
sin darnos cuenta, que porque no lo verbalizó
se lo escuchamos clarito: yo me quedaría
con ustedes, y se marchó el viernes, no sin antes
despedirse con tantas muestras de su buen afecto
que allí mismito se nos reveló la gentil belleza
de ese antiguo arte suyo de la pura amistad,
el que desde aquella chillaneja juventud
lo ha vuelto inmortal y del que ya todos hablan
como si fuera que por Ud. Nosotros tuviéramos
los amigos que tenemos, la vida compartida.

[Inédito]



A lo San Germán de Constantinopla digamos

Oh Preciosísima,
nadie se libra de sus encantos así como así.
Oh Malvadísima,
nadie consigue nada bueno de usted.
Oh Orgullosísima,
nadie logra ni una miradita suya.
Oh Coquetísima,
nadie obtiene lo que desea a su lado.

Oh amadísimo capullo de mi pobre sexo
que nadie sabría como yo alabar.



Donde se la celebra y aclama

Aplaque sí, Esposa bonita,
la salvaje enemistad de su habla
porque sobre el lecho
usted ha sido el único puerto feliz
de cuantos salvaron mis torpes naufragios
en el mar tenebroso de la soledad.
Oh farola, usted que así me apaga el mundo
devuelva, por lo menos, los ojos a mi corazón.
Nos hemos sido dados el uno al otro
como protección, baluarte y gloria en vida.
Nos hemos dado como aleluya, no se retracte ahora,
y segura encarnación, con su indómita lengua.
Por eso no le temo a sus furibundas palabras,
oiga, todo en mí la aclama serenamente.

[Del libro Divina Pastora. Santiago: Biblioteca del Niño Expósito, 1998]




Ismael Gavilán (Valparaíso, 1973)

Arte mayor

              Tan bien que estaba entrando
en la escritura de mi Dios
Gonzalo Rojas
Tensando la piel
me adentro en tu fuero como escriba
áureo
	simultáneo
			yendo con labios desgarrados
al golpe tempestuoso de los días
miedoso a la Palabra que sale de tu abismo
como vino
		luz
			o música
siendo el desterrado que retorna
con el semblante carcomido de silencio
al ver que desbordas de humo y noche
con una lámpara en tus senos
graciosa
haciendo preguntas en un lenguaje de llamas
que la juventud sumerge en el instante irrepetible
sonora
ilegible con los signos que mueren por mi voz
pero que te surcan como olas creyéndome hechicero
un Orfeo de tercera con su lira usada
             	sin himno
encantado por la desnudez de tus líneas
invisibles cuando deseo retenerlas.
             
No hay sino el ruido de voces
que fantasmas construyen con restos de arena.
Pero te alza la mudez
             	mi mudez ebria que se precipita mineral
debajo de las máscaras en vértigo creciente
más allá del latir momentáneo de las muertes necesarias
o de los relámpagos que vivieron y son ahora cuadros
colgando de la pared.
             
No basta ir vestido como escriba
sino serlo
(mi túnica está arrugada
                                       mis sandalias tienen barro)
y bajar al precipicio
                                       hondo
hondo hasta ser un extranjero
incluso dentro de tus túneles
comido en el sollozo de la sangre
al no poder interpretar este Arte que constata
el sentido inefable que posee lo Real.



Nocturno

El universo está en la noche
Gerard de Nerval

Ahora nos envuelve algo oscuro y tibio.
Y somos boca en tránsito
en el umbral construido de silencios,
dispuestos al naufragio
como un arco ardiente que se tensa.

Afuera son ruinas el temblor deforme de la luz,
su garganta cercenada que desea percibir
coronas de tierra seca
"Cántico de huesos", dices.
Y nos envuelve el movimiento
agazapados tras todas las ventanas,
alzando catedrales con la desnudez de las estrellas
y siento visiones que nos lamen
al inicio del ahogo:
sacudida de las piedras que forjan olas con sus pieles
mojando la intimidad de nuestros valles.

Somos la cara de la noche,
sus huéspedes y sus ráfagas;
palabras enhebradas con azote y júbilo
junto a la espuma de las venas
que cae en bosques de interior.

Asombrados vemos el número infinito
que marcamos con tiza en la muralla,
siendo alternancia de los aires en el vientre
que posee nuesra imagen,
sigilosa a la sed,
a las raíces que la luz abandonó,
lúcidos en la escena cambiante de la sombra.

Y el secreto que aceita nuestro rostro
estalla en el trance que sofoca por sus giros
cual sudor de sueños en la bella hondura del banquete:
ahí se distinguen siluetas que sonríen,
nuestros dobles en un mundo erguido
del brillo oscuro de los cantos.

Somos el ojo reluciente
que se apodera de la memoria bautizada de humedad
cuando hojas laten en las manos
gracias al tono majestuoso de los cuerpos.
Nos envuelve algo oscuro y tibio
y somos ser en tránsito
en el umbral construido de silencios.

[Del libro Llamas de quien duerme en nuestro sueño. Valparaíso: Nuevo Reyno, 1996]



Basora

Creísteis en el engaño
de quien os dio una esperanza
Fernando de Herrera

Las naves descargaban esencias de Ormuz,
trigo como labios sagrados.
El mar, soplando abandono,
reflejaba al sol de estío entre los capiteles.
Ahí estabas, recién llegada de Cartago
como noche malherida en un reino inexistente:
tu mirar,
tu cuello ataviado con el oro de otros mercaderes,
tus pies descalzos, delatando la yerba
de un templo egipcio, tus pechos de turgente terciopelo,
tu rostro aún altivo frente a la violencia del viaje.
Caía el atardecer y las luces de las naves enrojecían las olas.
El viento dibujaba en las espadas un silencio libérrimo
mientras un etíope te ofrecía una copa de marfil
como si fueras una reina.
Sin duda, mas ¿de dónde?
Tu boca murmuraba por sueños perdidos
a dioses que nunca conocí.
Caía el atardecer
y de a poco un negro estandarte
invadió al puerto como antorcha;
tus ojos no desembocaron en los míos
y te vi partir en un ocaso indecible
cuando los esclavos gritaban en las jarcias.
Las naves descargaron esencias de Ormuz
trigo como labios sagrados.
Pero tu ser se convirtió en una flecha
Que, ahora, hiere el fulgor celeste.



A Ofelia luego de su muerte

Atrapada en el agua
su imagen comienza a vaciarse
después de haber quemado en vano su deseo.

Mientras el fragor de la inútil humedad
transita por sus venas
quisiera levantarse coronada.

Ignora que los días
ya no hablan de ella ni de Hamlet
y que su belleza es una máscara de líquenes.


[Del libro Fabulaciones del aire de otros reynos. Valparaíso: Ediciones Sol Invictus, 1999]




Cristián Gómez O. (Santiago, 1971)

Cuatro citas y una adivinanza

Como un ciego buscando en una habitación a oscuras
un sombrero negro que ya no estaba ahí: confieso
que he bebido sin la fruición de los ilustres
ni en copas de plata compradas en la corte de
Polonia o en el despacho trasero de un anticuario
parisino: más bien el panorama se redujo, mi bien,
a estas cantinas en que nos confundieron con los estudiantes
de un mayo del sesenta y ocho tan pasado de moda
como nuestros raídos y desenjalbegados atuendos: se nos fue todo
en pagar la próxima, en la imitación de la vida de
los santos bebedores (pronto aprenderían
que la última esperanza siempre es el próximo vaso).

			Pero oh, dulce mía, perdóname
que me permita el mal gusto desta exclamación, pero
se requiere un tono alto y angustioso para la brevedad de
tus amores: la arena y el sol consentirán
en ampararnos de cualquier intento del invierno
por abjurar del amplio dominio de la alegría. Bebamos,
entonces, aunque estemos tan lejos del sol como de la arena:
viento y oleaje no hacen falta cuando se puede beber
el último vaso de vino en compañía del próximo vaso de vino:

quiero que cepas con amargura al final de la lengua
bañen tu paladar acistumbrado a la saliva de tantos otros: he
recogido con ese fin los mejores racimos
que pude plantar entre mis manos (del hollejo
viene la mezcla de frutas y espesor que distingue estas palabras
de otras que han buscado otros suelos firmes y con asiento
en qué otras armas si no en las de la tristeza:
el único pecado de la naturaleza son esas puertas del sol
que (si te descuidas) pueden hacerte creer -ay, mi vida,
mi querida vida mía para todo lo que resta del poema-
	en la belleza y el orden deste mundo.

Al menos eso podría justificar
haber citado entre tantos otros
		a Hammett, a Joseph Roth
por sobre todo a Malcom Lowry.
El cuarto se lo concedo a tu sabiduría.




A UNA LECTORA
(Dave Brubeck Quartet's Take five
as backdrop + una imposible dedicatoria)

Una partitura donde se escuche el paisaje en
que fue escrita: no tuve la oportunidad
de alardear de mi pobreza (ni de nada). Sí 
el tiempo necesario para verte entrar en esa
librería del D.F. donde decidí que por una vez en
mi vida la suerte iba a estar de mi lado.

Te sienta bien la lectura de los clásicos, pero aparta
de mi vista tu afición por dejarlo todo en limpio
y sin errores: es tu voz la que me dicta este poema.

No preguntes entonces por mi nombre.  
Corresponde a ese lugar donde los nombres
tienen tanto trabajo como las ambulancias y las musas, 
la obligación de atender a los heridos o de hacerse
cargo del amor así en la paz como en la guerra.
Todas las batallas me esperan en la próxima metáfora.
Desciendes una escalera que no viene de cielo alguno
                                               pero se extiende por un mar 
que no ha sido bendecido con los aullidos de esa derrota, 
                         en la que otros pelearon y a su manera
                                         también salieron victoriosos.

Encontrarte entonces de cúbito dorsal
tendrá entonces que ver con la jerga forense
por eso de tener que morir un poquito de pena
y de rabia, y de resignación, por ser incapaz
de tenerte a mi lado, de hacerte ver
que debieras estar a mi lado (algunos

prefieren llamarlo despecho.

Yo prefiero por mi bien
reservarte al anonimato.  





Indulgente

                                Why did it take so long
                                for me to get lenient? What does it mean one life
                                only?

                                Gerald Stern

Después de pintar la reja y amononar las margaritas
para que el tiempo no se nos ponga tan inclemente
ni pase tan rápido como lo ha hecho en el último
tiempo: uno y otro se desentienden de los compromisos asumidos

para que la escalera no sea tan alta como para que llegue al cielo
pero el suelo se mantenga a una distancia
	que a nadie le deje dudas de cual es el lugar
que le corresponde acupara los sueños: el de los partes
de matrimonio desperdigados por el suelo, por ejemplo,

o el interior del globo terráqueo del siglo XVIII -orgullo del
abuelo del abuelo- donde se almacena el cladestinaje adolescente
de la marihuana y media botella todavía sin tomar

de un Stolichnaya de mil novecientos noventa y cinco, a la que uno
y otro acuden preguntándose
qué significa exactamente una sola vida, por qué
les ha tomado tanto tiempo, vidka, dinero

	este poco de mutua indulgencia.



La pregunta de los cuervos

Más de alguna vez nos echaron de la fiesta
y no era el momento ni el lugar oportuno
para darle las disculpas del caso
a un dios que brillaba por su ausencia

	(de haberlo confundido
con el hombre que vendía lupas por la calle
te habrías puesto a ver pasar el  mundo
como pasa el cadáver de tu enemigo
justo por delante de tu puerta)

	y en ese caso cuantas sombras
son las necesarias para sacar un saldo a favor
en el regateo innecesario de los amantes:

-la casa queda para ti, pero yo los tengo todo el fin de semana.

-Fotografías que la Modotti hubiera enviado:
de las graderías vacías de un estadio en Chapultepec,
de los paseos peatonales de los que una revolución
se hubiera enorgullecido -cables de alta tensión,
grúas, sobre todo las grúas y las herramientas
sobre todo los mismos rostros de siempre que
operan y manejan y cargan y utilizan las grúas y las herramientas
y seguirán siendo siempre los mismos rostros de siempre:
gente (como nosotros) ensayando lo que ante el obturador
no se sabe exactamente si es o no una despedida.

Y un favor: déjame con el sol, es la última metáfora
en que incluyo al mismo tiempo el afán de aparecer
y desaparecer como parte de una misma rutina
donde público y artista conocen de antemano
tanto el principio como el final y se encuentran
sin embargo con la obligación de festejarla:

		déjame con el viento
que desordena las cortinas del ventanal
abierto y a la espera de que algún día
el nombre no coincida necesariamente con la cosa:
entonces podré llamarte amor mío, rostro,

pródiga, verbo.

No será necesariamente una mentira).


[Del libro inédito Ex]




Enoc Muñoz (Curepto, 1970)

El viaje

Mi sobrina ha preguntado
"¿Cuál es el adentro de este barco de papel?"
Contesto
"El azul que no ha navegado"
Mira sus lápices y me dice
"¿Con qué azul lo pinto entonces?"

[Del libro Pájaros lágrimas. Valparaíso: Editorial Bogavantes, 1996]



El hogar
(De una carta de Brecht a Benjamin)

Tengo los ojos tan grandes
tantos gestos sin tocar
que me busco en todas las manos
Y pido unos huesos prestados a la caricia
Pero aquí
no ha habido cuerpo alguno
sino tránsito

A veces
escribo mi nombre sobre los muebles
para verme caer en el polvo de las cosas
O simplemente
para trizar el silencio y entrarme
… cuando ya me he marchado
El mundo también aquí se derrumba
pero con más calma
El polvo es un signo
que en puntillas borra otros signos.

[Del libro Llegar y laberinto. Santiago: Libros la Calabaza del Diablo, 1997]



Mis manos

Las manos se tocan
Se inventan un mal entendido
Como el mar llega derribándose
se recuerdan
los bolsillos rotos de ciruelas
al volver a casa
Se buscan la nuca de culpa
junto a los zapatos
mojados por la lluvia

Las manos se tocan
como un cuerpo hacia todo
Acostumbradas a escuchar
los pétalos del regreso:
Una imagen mordida de perros
donde ir a palparse
el pan de su destino:
Permanecer abiertas



Excavar

Bajamos la voz
                       aveces
Mientras tanto
que nos queda
Estampado en el silencio
Cuando expiro
Sin mí a pedazos
que hacia ti tocábanse

Piedra: palabra en su boca

[Del libro El jardín del mirlo. Santiago: Libros la Calabaza del Diablo, 2002]






David Preiss (Santiago, 1973)

Jerusalem

Nunca se desvistió Jerusalem, siempre visité los brazos de sus
calles,
arrugadas,
elementales,
hundidas en la piedra;
siempre estuve en sus santuarios y bebí del sabor profano
de sus vísperas, siempre uní mi licor a sus mujeres,
nunca dejé atrás a sus umbrales, no partieron mis abuelos
ni los abuelos de mis abuelos en el largo clavel de las generaciones.

He cruzado el mundo sin dejar Jerusalem.

He desperdigado mi alma como una semilla bondadosa.
He amado en tierra extraña.
He besado mis labios con un carbón encendido
y todavía no enmudezco.
Mis pies se quedaron en la piedra y mis pasos rodean el mundo
como a una laguna sin saciar su sed.
Volverán a Jerusalem sin haber salido de sus puertas:

no tendrá luto mi corazón: serafines y centinelas celan su alegría
como a un mineral sagrado y escondido.
Sólo el mar implorará por visitar Jerusalem.
Por tocar la fragancia de su piedra.

[Del libro Señor del vértigo. Santiago: DAEX, 1994]



La noche dividida

Tal como los 5 dedos de una mano
distinguen una mano de una rosa
ya dividió la medianoche.

No hay Eternidad en estas horas que como palabras se desmienten.

Es la hora de los amores plurales.

Sólo estas manos mías me hacen evocar la realidad
con las formas que cubrieron antes.

Escanciaré las copas de sus senos
en el alba todavía tan desnuda.
Antes caerán los elementos, se desharán semejantes
al humo cual los hombres y las piedras.

El alba,
cuando la ausencia de una mujer importa poco.

[Del libro Y demora el alba. Santiago: DAEX, 1995]



Sobre el río, la niebla

No te escribo: sobre el río baja la ceniza.

Me arrodillo y desde el borde
dejo pasar el cielo tras de mí. En él,
tu cuerpo se desvanece.

La tremolina te confunde con la niebla.
Libera tu mano de mi amor:
con tus ojos marca las estrellas.

No hay más rastro que tu rostro empujado por el viento.

-Y desde aquí
miramos los pantanos quemados.



El claro de la esrella

Tú no vuelves
salvo lo que resta de tu imagen en mi rostro.
             
No es un lago ni una estrella: deja
una estela en el pantano.
 	Cae.
Desposa el dolor con la memoria.
Cumple tenebrosa su promesa.
Llena tu mano de sangre.

Todo lo que precede y excede
el claro de la estrella
 	cae
con la barba que la áspera navaja
decapita.

-Y sólo tú eres más liviana que la muerte.

[Del libro Oscuro mediodía. Santiago: DAEX, 2000]




Armando Roa Vial (Santiago, 1966)

De la palabra decaer

Compañera mía,
aquí, entremedio de las sábanas,
con tu carne adormecida,
mientras mi silencio va cambiando de postura
sobre la escuálida almohada del hastío.

Inhumados el uno en el otro.
Mancillados en una misma tentación.
Estamos solos. Con el corazón agotado.
Sin ningún vestigio de sueños.
Sobreviviéndonos
entre resacas y estertores.
Entre disoluciones.

Atrás ha quedado la vida,
como una sombra antigua en un muro abandonado.

El brusco despertar de nuestros miedos
nos sacude y nos madruga.

Decaemos. Nos apagamos.
Porfiamos
un desfiladero final
a ese "polvo enamorado" que aún ríe enloquecido
después de ensayar la liturgia amenazante del gusano.



A la manera de Gerard Manley Hopkins

¡Oh Señor, consuelo de mi carroña!
Aquí me voy deshciendo,
en el apacible límite del mundo,
como un fantasma entre fantasmas,
a media luz, con la lengua llena de sopor,
cuando nada sale a mi encuentro,
cuando nada ni nadie me invita a ser su voz.

¡Oh Señor, mi Dios!
Hendido sobre la cruz de una lenta agonía
el quehacer silencioso del tiempo
va esculpiendo en mí este pesado andamiaje de huesos.
Sin forma, sin color, sin gestos iré quedando.
Y pronto será el vacío, mi Señor,
jubiloso y rebosante,
anegando mis despojos con sus turbias marejadas.

¡Oh Señor, consuelo de mi carroña!
¡Si al menos pudiera alzarme por encima de Ti!
Pero el rostro devorante de la muerte
hiela de prisa. Tú lo sabes bien: polvo y ceniza.
¡El rostro de la muerte!
Con sus palabras que se ahuecan y jadean
proclamando la dicha de enmudecer.

¡Oh Señor, consuelo de mi carroña!
¡No dejes que mi nada sea lo que soy!

[Del libro El apocalipsis de las palabras / La dicha de enmudecer. Santiago: Be-uve-dráis Editores, 2001. Segunda edición]



Muerte enamorada

Oh muerte enamorada, enamórate de mí.
Desciende, desciende hasta mi lecho
y humedece mis labios con tus polvorientos resoplidos.
El agrio laurel de tus pezones
asoma contra el raso de la tarde.
Sacude tu vientre para mí
en la hora puntual de los suicidas.
Olvida los cansancios, la pompa marchita de los años,
el destierro en ese molde sin latido de mi cuerpo al que estoy encadenado.
Despojemos a cada cual de su careta
o retoquemos las heridas de una vida que ha dejado de mentir:
"que el músculo del corazón
se ejercite de manera diferente".
Oh muerte enamorada, enamórate de mí.


Remed(i)o de vida

Desde el balcón más nocturno de la palabra hombre
un cuerpo atribulado se arroja al vacío.
En caída libre.
Como un astro húmedo.
Desarbolando el aire.
Abajo nadie lo espera.
Pronto ocurrirá lo de siempre:
la palabra carne desmantelada de sus frágiles muros,
ahogada sobre un charco de sangre.

[Del libro Estancias en homenaje a Gregorio Samsa. Santiago: Editorial Universitaria / Be-uve-dráis Editores, 2001]




Alejandro Zambra (Santiago, 1975)

Viaje de Laertes

Mi equipaje ya está a bordo.
Adiós, hermanan mía
Cuando los vientos sean favorables
y el barco seguro,
escríbeme.
Y si en mi ausencia tienen lugar
los tiempos difíciles,
guarda estas palabras en el fondo de tu pecho:

Hermana,
Ofrece tus cicatrices al viento
Recuerda los espasmos del océano
Respeta el tronco de un árbol caído
(Duerme, la noche siempre llegará a la misma hora)

Si es necesario que regrese
Será para traer un gesto de neblina
entre los ojos
Será para relatarte
el pasado del mar.

Y entonces
volverás a encontrar
el lugar de tu ventana
Volverás a ser
el reflejo de una lágrima
entre las olas
de la tormenta.



Propiedad de la espera

Trata de sentir el suelo
Sus pies se hunden en la arena seca
Busca sus pies
Detiene el movimiento de sus manos
Ha encontrado sus pies pero no los mira
Todo es igual a como era antes
Necesito explicar que es así,
que todo es igual a un momento anterior,
doloroso.
Su pongo que hay mar ante tus ojos
y que ella mira el mar
como mira el centro de un espejo difícil.



Gavia

Tu voz describe la corteza de un árbol caído
La apariencia rugosa y ajena de su tiempo
La escasa realidad de sus hojas;

La presencia inocente del suelo,
de las piedras que vas a descubrir
Tu voz describe el silencio siguiente
y acerca su propia distancia
que prevalece en el recuerdo
de un abrazo irreparable.


El umbral

Sólo hay una puerta para el mismo umbral. Desde hace tiempo ensayo una manera de enfrentarlo. Las manos hacen un movimiento acompasado por el sonido de los pies en la madera hueca. Las pupilas están conscientes de reflejar una puerta. Cruzo el umbral como si fuera un anciano orgulloso de que las palomas se queden en el suelo cuando pasa. Cruzo un umbral sin saber en qué punto comienza o termina.

[Del libro Bahía inútil. Santiago: Ediciones Stratis, 1998]



Copyright Notice: all material in everba is copyright. It is made available here without charge for personal use only. It may not be stored, displayed, published, reproduced, or used for any other purpose whatsoever without the express written permission of the author.


This page last updated
07/20/2002
visits
ISSN 1668-1002 / info