Es evidente que las distintas ideologías del siglo XX diseñaron el mundo que hoy tenemos. La ideología fue un factor elemental en la primera guerra mundial, como así también en la segunda. La ideología fue un punto esencial en los avatares de la guerra fría. Hasta uno llegaría a pensar que las características que desencadenaron esta cruzada norteamericana en oriente tiene a la ideología como factor fundamental. Este choque de culturas, poco tiene que envidiarle a la colisión entre Europa y el mundo Árabe en el año 711 en tierras de España. Pero si uno enfoca detalladamente las transformaciones del mundo presente en los albores del siglo XXI, otro factor trascendental comienza a tener una relevancia sin precedentes por la magnitud, las implicancias y el dominio que éste propone: el tema de las nuevas tecnologías.
Estas nuevas tecnologías no se limitan al espacio del internet, que aún está en camino de ser desarrollada plenamente en países como el nuestro. Me refiero a tecnologías de vanguardia que en muchos lugares del mundo aún ni se ha comenzado a enseñar o investigar en las universidades. Dentro de ese campo de estudio en pleno auge se encuentra la nanotecnología. En una simple y apresurada definición, se podría decir que la nanotecnología está relacionada con la habilidad de manipular átomos y moléculas para la construcción de materiales o máquinas. Lo interesante y singular de esta área de la ciencia es que se mueve en mesuras minúsculas, la medida es el nanómetro. En un metro entran mil millones de manómetros; es decir, una milésima parte del grosor de un pelo humano. Las posibilidades que presenta esta nueva tecnología son inimaginables. Desde la construcción de supercomputadoras del tamaño de un anillo, hasta nuevos materiales, autos inteligentes, medicinas que reconstruyen tejidos, y la posibilidad de construir alimentos en aparatos que hoy solamente se ven en películas de ciencia-ficción. Pero los resultados no se verán inmediatamente. Los expertos en estos temas proponen que quizá los resultados significativos comenzarán visualizarse a fines de siglo.
Pero ya muchos países comenzaron a ver las posibilidades, y sobre todo la rentabilidad de semejante tecnología, y comenzaron con iniciativas gubernamentales que promocionan y motivan este tipo de investigación. Así como el Reino Unido, Estados Unidos está tomando la delantera. Más aún, regiones como California han tomado un empuje y liderazgo tan claro que se han formado espacios como el North California Nanotechnology Initiative; sin quitar que también exista un National Nanotechnology Initiative en los Estados Unidos en el ámbito nacional. The Small Times, website de noticias sobre tecnología, en un artículo de Ann Arbor el 12 de marzo del 2003, formula que es tan significativa la aparición de esta tecnología que la National Science Foundation proyecta que habrá un mercado de $1 billón de dólares anuales solamente en nanotecnología para el 2005.
En este contexto, más allá de cualquier realidad política o partidista, la iniciativa de la administración del presidente Kirchner de invertir más en las ciencias y las universidades, es alentadora. Porque la universidad tiene que contar con una fuerte subvención y apoyo del estado no sólo para la prosperidad de la institución sino también para el progreso conjunto de la sociedad. El mercado local tiene que entender esto también y sincronizarse con esta realidad. En este entorno se podrá visualizar claramente por un lado aquellas fuerzas del mercado que buscan un proyecto fértil a largo plazo y que cuente con un horizonte de bienestar nacional, y por otro aquellos capitales golondrina que infectaron la Argentina de los 90s buscando ganancias rápidas y poco sustentables. Estos nuevos horizontes moverán a la Argentina a su camino tradicional de fuertes instituciones de estudios e investigación que la caracterizaron tan claramente a mediados de siglo. Pero dentro del marco de una universidad libre y no comprometida con el mercado; sí interrelacionada con el mercado con una perspectiva sustentable y con el bien común como meta.
¿Pero hay planes y proyectos concretos que pueden funcionar como guías? En relación a este tópico de la ciencia, las universidades y la política, hace ya algunos años, salió un artículo de opinión en Página 12 titulado “La ciencia ausente” por R. Fernández Prini, Noé Jitrik y Otilia Vainstok (2). En este artículo se discutía la importancia de la ciencia y las investigaciones en nuestro país. En un momento en el artículo se propone lo siguiente: “Si bien continúa siendo cierto que ‘sin industria no hay nación’, actualmente, también es cierto que sin ciencia no hay nuevas tecnologías y no hay industria con ventajas competitivas dinámicas y tampoco hay nación.”
Si bien el artículo tiene una vigencia importante para el momento que vive nuestro país, es interesante notar que similares preocupaciones y similares propuestas se están generando en diferentes latitudes del mundo. La tecnología y las investigaciones tienen que cumplir un papel importante en la búsqueda de soluciones a las duras realidades económicas que están sufriendo distintas regiones del planeta. Una de estas adversas realidades, es la que está sufriendo California en el campo de la investigación y enseñanza universitaria. Hace ya algún tiempo me tocó asistir a un congreso en San Diego organizado por el California Virtual Campus (www.cvc4.org) en el que se ofreció un gran numero de conferencias relacionadas al uso de distintas tecnologías en el campo de la educación universitaria, lo que en ingles se conoce como instructional technology. Un tema rondó charla tras charla, discusión tras discusión: “¿cómo las nuevas tecnologías pueden abaratar costos y mejorar el proyecto educativo? California confronta uno de los cortes en el presupuesto para el campo educativo mayor de su historia. La investigación académica enfrenta realidades similares. Para muchos, la tecnología puede llegar a ayudar a abaratar gastos si se plantea un proyecto coherente que busque alianzas y desburocratice el control de las tecnologías. Estos objetivos se concretarían agilizando la construcción de consorcios integrados por múltiples universidades que compartan sus recursos tecnológicos y que se enfoquen en los objetivos que se quieren lograr, en lugar de invertir capital en una forma anárquica e ineficiente. Sobre este problema se puede hablar desde la experiencia de los 90’s, cuando California comenzó a desarrollar espacios de investigación extremadamente costosos que produjeron resultados adversos. Un ejemplo de esto fue la creación de centros de investigación sobre instructional technology que producían herramientas de trabajo que daban la impresión de ser extremadamente versátiles y efectivas pero que en realidad eran utilizadas solamente por un pequeño grupo de la población universitaria. Esta desconexión entre progreso tecnológico y uso concreto en el campo educativo se generó por la disociación que había entre los que producían y manipulaban estas tecnologías, y los que finalmente la implementaban.
De esta experiencia muchos proponemos volver a poner la tecnología en manos de los que la usan cotidianamente y no bajo la tutela de aparatos burocráticos que no entienden mucho de éstas y basan sus decisiones sobre proyectos desconectados de la realidad de las áreas que ellos mismos parecieran estar coordinando y asistiendo. Esta idea vuelve al artículo de Prini, Jitrik y Vainstok, en donde se propone que “En estas circunstancias es especialmente importante que quien sea llamado a dirigir el sector sea elegido en virtud de sus méritos intelectuales y de la claridad ética de su trayectoria personal”. Esta afirmación no solamente es acertada desde un punto de vista moral, sino también desde un punto de vista práctico. Que los burócratas busquen perpetuar su afianzamiento en el poder, es tema que no tendría que sorprendernos ya que es una realidad que se presenta a lo largo de la historia en prácticamente todas las culturas. El mismo imperio en estos momentos no es una excepción. Lo que habría que entender, y sobre todo tendrían que entender los espacios de poder, es que si no se proyecta un objetivo concreto que proporcione resultados, no habrá tecnología alguna para burocratizar. Tecnologías (como el Internet que conocemos hoy en día) se generaron de una forma inadvertida en espacios independientes, dirigidos por gente que era sobresaliente en su campo. Se tomó algo que estaba quedando obsoleto en tiempos post-guerra fría y se comenzó a adaptárselo a las necesidades de investigadores que trabajaban en sótanos de universidades y en garajes de suburbios de California. El papeleo y los políticos llegaron después.