Lo conocí a Gelman en 1997 en Berkeley para la presentación de la traducción al inglés de sus poemas, en el libro Unthinkable Tenderness que Joan Lindgren tradujo de una forma heroica. De forma tan exacta que no tradujo la palabra “compañeros” sino que la incrusto en el inglés desde ese libro. Porque era traducir lo intraducible. La primera vez, de las veces que hablé con él, me pasó como a los perritos y tuve que ir a orinar. Para nosotros que rondábamos los 30’s en aquellos tiempos, ver a Gelman era ver a un padre. Gelman trascendía la poesía y al poeta, era una brújula en esa búsqueda inevitable de sus pedacitos de los 70s. Le mandábamos cartas a México que nunca respondía, le mandaba cintas de las grabaciones de sus lecturas, libros de poemas. Lo admirábamos incondicionalmente. Francine Masiello, mi maestra y amiga de toda la vida, tuvo la osadía de mostrarle un poema mío, muy mal escrito, en la que escribo sobre la pérdida de un hijo, el de él, y de lo inevitable de la muerte. Me dio las gracias, yo creo, como se le da a un chico que quiere compartirte el caramelo que tiene en la boca. Gelman parecía ser así, de una humildad profunda y un silencio abismal. Luego le dije en una conversación que él había perdido a su hijo, pero nos tenía a todo nosotros como adoptivos (me quebré al decirlo). Me sentía un boludo al decirlo pero ahora me alegro de haberlo hecho. Para nosotros que lo leíamos tanto, verlo a él, nos ponía en carne viva.
Sé que esto tendría que ser más sobre él, pero en realidad, es un intento catártico de hacer saber cómo era estar al lado de semejante hombre. Parecía que acarreaba en silencio esa lucha contra la inevitabilidad de la derrota y de la muerte. Nos hablaba de una historia que nosotros habíamos perdido, pero lo hacía desde la poesía. Era mucho. Ver a Gelman al lado y hablarle era igualito que lo que se siente al leerlo. Era él una continuidad de esa poesía conversacional. Perecía que la muerte y Buenos Aires venían de alguna forma con él y uno se sentía más vivo que nunca. Las otras veces que lo vi entre cafés y otras charlas, era para tratar de estar callado y esperar que diga algo. Recuerdo que fuimos en grupo a tomar café con él y dos profesores lo invitaron, entre el ruido de las múltiples charlas, a que venga a Berkeley a dar clase por un semestre. Yo los tenía a los 3 al lado. Respondió humildemente que él no estaba para dar clases en la universidad. Luego vino a leer sus poemas que organizamos con los estudiantes del club de argentinos en Berkeley en La Peña, que es un centro latino fundado por hermanos chilenos que habían escapado a la dictadura. No podía dar una lectura en otra parte que no sea en la Peña. El salón enorme repleto y Gelman no aparecía por ninguna parte. Estaba en el bar de la esquina tomándose unos vinos con amigos. Lo fuimos a buscar ahí por intuición con los compañeros y vino, así como el que sale a la calle a ayudar a alguien a cambiar un neumático, y se leyó una pila de poemas sin respirar a contrapunto de la traductora. No se escuchaba ni el sonido de la respiración en la sala. Estaba leyendo un poema y se le cayó el libro, y quedó mejor que si no se le hubiera caído “/porque Dios es así/”. Dio unos días antes una similar lectura en la Doe Library, donde leen los grandes poetas en Berkeley. Leyó a salón colmado y nos daba la impresión de que se sentía incómodo. Recuerdo que a la hora de las preguntas levanté la mano y le pregunté cómo le había influenciado la poesía de vanguardia; una pregunta salame, de chico. Es que en realidad yo no le quería preguntar nada, quería decirle algo porque lo admiraba tanto. Si tuviera la oportunidad de preguntarle algo de nuevo no le preguntaría nada, me quedaría ahí al lado de él en silencio.
Decían siempre que tenía los ojos tristes, es que se había agarrado con la muerte en forma de recuerdos. Y en ese agarre le salían pajaritos piando como en sus poemas. Seguía como los otros “trepado al palo mayor” de la poesía y de su alma, que parecía ser lo mismo. Entrelazado iba en esa encrucijada de la derrota; la amasaba y le daba vida. Nos mostraba el camino. Y quizás por eso al final la derrotó, porque está acá entre todos nosotros. El mejor poeta de toda mi generación se terminó haciendo poesía, marcó toda una época. Venía con todo eso cargado que ahora se lo llevó. La única persona que conocí y sentí miedo y admiración al verlo. Está ahora “En el gran cielo de la poesía, / mejor dicho / en la tierra o mundo de la poesía” con Roque, Vallejo y Francisco de Quevedo y Villegas. Los “pedacitos” lo vinieron a buscar y se hizo la Patria.