Horror, espacio íntimamente terrible. En la oscuridad de la noche, el joven Jonathan Harker llega al castillo abandonado y ancestral. Cruza el umbral solo, se inicia como hombre de negocios. La criatura lo espera a las puertas de las ruinas, lo acoge en la intimidad del castillo/templo. Transa con éste, ya todos entendemos que no hay retorno. Entendemos porque nosotros también transamos con el narrador, transamos con la cámara, identificamos todo personalmente en nuestra propia corporalidad. El joven viajero redime su cansancio en opulenta panacea. Redime cansancio fisco, redime búsqueda, redime viaje y con este la tristeza ancestral que se plasma en el concepto gótico de la ausencia. El castillo infinitamente frío funciona como un marco sobre el que se moverá esa criatura espectral, centro acumulador de espanto, the undead. Turbadora es quizás esta figura no por su contacto con la muerte, sino con la imposibilidad de sumergirse en esta. Es el vampiro desde un principio un ser insatisfecho y por lo tanto, un espejo de nuestra insatisfacción. Como tal, su imposibilidad de reflejarse en si mismo. El joven muchacho come, y la criatura lo espera, lo mira, lo hace flotar en el horror al que Arlt presento como el peor de todos, el que sabemos que vendrá. El joven agotado se va a su aposento frente a la mirada de la criatura, que es deseo y por lo tanto, necesidad en potencia. El joven cierra la puerta y con temor se desviste. Una primera resistencia en la intimidad recogedora, pronto cederá frente a la curiosidad. Curiosidad que como la primera y generadora del viaje a Rumania, será una curiosidad prostituida por lo económico. Espacio corporal de lo más bajo. Espacio de curiosidad e intercambio, curiosidad negociada. El inclinación de ir más allá es más grande que el instinto de protección, y el joven Jonathan abre la puerta para espiar. Y aquí Murnau supera cualquier precedente. La idea seria tener miedo y mirar en la oscuridad para descubrir que detrás del velo de la incógnita no hay nada. Pero no es así. En el fondo del agujero negro en la pared hay algo que nos mira. Al final de la caverna está la araña mirando, está Nosferatu, haciéndole saber a Jonathan Harker que él no es el observador, sino el observado.