Hillary y Donald
Por Fabian Banga
Para el NCO de la Matanza
“Si el capitalismo no es controlado por un sistema moral
es algo muy corrosivo y destructivo” Davis Brooks
Cuando hablamos del debate entre Hillary Clinton y Donald Trump tenemos que entender que no estamos simplemente frente a un debate entre dos políticos norteamericanos que disputan una presidencia. Ni siquiera lo que estamos viendo es un tema relacionado exclusivamente con los Estados Unidos. Lo que estamos viendo es un tema directamente relacionado con la modernidad y un momento en la historia de la cultura del oeste en el que lo que se está debatiendo es si la realidad es lo que verdaderamente se mide por elementos cuantificables o es algo que se construye. Sobre este tema ya lo han trabajado muchos escritores como Néstor García Canclini, Carlos Monsiváis, Fredric Jameson y Alain Touraine entre otros.
Pero antes de hablar de este tema, tenemos que un poco entender quiénes son estos dos candidatos. Donald Trump es una figura pública en los Estados Unidos no muy exitosa comercialmente pero que su imagen y puestas en escena buscan siempre demostrar lo contrario. Una persona que ha logrado cierta riqueza con proyectos como el programa “El Aprendiz”, Trump University y cuestionados negocios de bienes raíces. Para agregar, viene de una familia rica que amasó su fortuna también en los bienes raíces desde muy abajo. El ser presidente es una fantasía que Donald tiene desde hace tiempo y que ha sido frustrada y humillada por burlas de hasta el presidente Barack Obama; como aquella fiesta en la Casa Blanca en la que Obama lo destrozó públicamente, https://www.youtube.com/watch?v=k8TwRmX6zs4 the “White House Correspondents’ Dinner” (una tradición en los Estados Unidos en donde al presidente se le permite decir chistes y tomarse la realidad política del país en broma, y de una forma hasta catártica). La relación entre los dos ha sido siempre muy tensa desde que Donald agitó el mito de que Obama no era ciudadano americano, algo que jamás se le ha cuestionado a un presidente blanco. Por largo tiempo insistió que Obama debía presentar su certificado de nacimiento. Obama decidió vengarse en dos oportunidades: haciendo público su certificado en el momento exacto en el que Trump hacía una de sus comunes y despampanantes conferencias de prensa; y luego trayendo el tema en la tradicional fiesta con la prensa que ya hemos mencionado. Algo que se piensa que Donald nunca se terminó de tragar porque es un feroz competidor con evidente narcisismo, algo que trae de su padre y que fue construyendo durante toda su vida. Por otro lado, no tiene ninguna experiencia en política, no es hábil a la hora de debatir y en un mano a mano con micrófonos hace agua por todas partes.
Hillary, por el contrario, es un animal político con enorme trayectoria que comenzó de muy joven antes de unirse a Bill en el estado sureño de Arkansas. Un factor importante porque la cultura y política del sur de los Estados Unidos es muy diferente a la política del norte y oeste del país. Hillary no es del sur, viene de una familia conservadora de clase media de Chicago, su padre era un exitoso pequeño comerciante. Conoce a Bill en Yale y finalmente se muda con él a Arkansas de su marido para volverse una activa primera dama del joven gobernador. Tenía solamente 27 años y ya era abogada. Éste fue un rol en el que ella no encajaba ya que ni era del sur ni tenía la imagen conservadora que se esperaba de ella. Desde esas épocas es una mujer política que se construyó hasta llegar a ser la poderosa primera dama de Clinton, una mujer que comenzó como un “accesorio” de su marido (que en realidad no era) hasta llegar a mostrar el tipo de madera con la que estaba forjada, tanto en sus puestos de senadora como el de ministra de la administración de Obama. Una política y abogada que nada tiene que envidiarle al poderío político que su marido forjó con los años. Si bien Hillary como Bill eran demócratas y muy progresistas desde muy jóvenes, ella venía de una familia muy dura y conservadora y una comunidad predominantemente republicana; algo que comparte con Donald Trump.
Donald fue siempre lo que se llama en inglés un “bachelor”, un playboy, un joven rico y soltero que negociaba fortunas en espectaculares peleas económicas y legales en Nueva York. Es el constructor de la Trump Tower, una torre aparatosa en el medio de Manhattan, sobrecargada, hasta excesiva y titulada “pretenciosa” por algunos críticos. Es también el responsable de enormes fracasos como el Trump Plaza Casino y hotel y el Trump Taj Mahal Casino en Atlanta (un fiasco de más de mil millones de dólares), la aerolínea Trump, entre otros desastres. Trump llega a tal punto en su ruina económico que los bancos, a los que les debía sumas altísimas, le quitan todas las propiedades y le imponen la condición de que las propiedades sigan llamándose Trump. El tema era que el nombre, lo que en inglés se llama “brand,” tenía un valor por sí mismo que aumentaba el valor real de las propiedades. De ahí que se siguen creando propiedades y todo tipo de bienes raíces que no son de él pero que llevan su nombre. Donald se había vuelto un promotor de los intereses que dominaban sus ya perdidos bienes. Esto genera una burbuja mediática que lo asocia a él con una riqueza y poder que en realidad no es suyo. Para acrecentar esta burbuja nos llega la serie “The Apprentice” (El aprendiz) donde Trump aparece como un multimillonario extremadamente exitoso y popular que busca a un aprendiz que selecciona entre un grupo de participantes. A esto se le suman propagandas donde él juega el papel de magnate, contribuyendo todo esto al mito Trump. Y es aquí donde tenemos que hacer una pausa para ver que este fenómeno que tendría que entenderse como un fenómeno mediático, virtual y hasta irreal se vuelve un factor y dato que mucha gente toma como una realidad literal. Como decía una analista no hace mucho, hoy en día “reality show or reality TV is just reality” (la realidad televisiva es simplemente realidad).
Pero algo que siempre lo caracterizó a Donald fueron sus legendarias luchas legales. Éste es un tema que también comparten los dos candidatos. Si Donald vivía sus batallas en el campo económico, Hillary los vivía en el mundo de la política, en Washington primero de joven, luego con su esposo en Arkansas y en la Casa Blanca. Los dos candidatos son legendarios luchadores. Hillary ha superado innumerables ataques, todas estas, situaciones épicas en las que tuvo que ponerse a defender a su esposo de conflictos que parecían infranqueables. La mayoría de ellos eran escándalos que relacionaban a su marido con amantes. Para complicar aún más su historia, luego de una exitosa carrea como senadora llega a las elecciones del 2008 como una indiscutible favorita. Pero surge un nuevo obstáculo, Barack Obama. Luego de una épica batalla política con Barack termina prácticamente en bancarrota y resignando la presidencia al primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos. Luego vendrán muchas otras situaciones complicadas en su función como Secretaria de Estado, especialmente en el caso de Libia y otros similares tumultos en el medio oriente. Se le suma un episodio con el uso de un server e email personal en lugar de su e-mail oficial. Pero si uno analiza todos los episodios, nota que los escándalos son en realidad no tan dramáticos o relacionados más que nada con su esposo y no con ella. Estos escándalos la terminan empujando a que tome las riendas de su propia carrera política. Frontline en su documental “The Choice” ilustra muy bien el caso al mostrar que mientras Bill estaba en los jardines de la Casa Blanca pidiendo disculpas por todos los incidentes, Hillary estaba en su oficina planeando ya su estrategia para postularse como senadora del estado de Nueva York. De esta forma y luego de ganar, es la primera vez en la historia de los EEUU que una primera dama es al mismo tiempo senadora.
Para ejemplificar como se trata de una forma dramáticamente distinta a estos dos candidatos, Donald tuvo varios casos de entreveros amorosos. A tal punto llega lo grotesco de sus escándalos amplificados por todos los tabloides de los EEUU, que se hace público que deja a su mujer, Ivana Zelníčková, por “ya no sentirse atraído por una mujer que tuvo hijos” (según cuenta la periodista Liz Smith que Ivana le contó personalmente ─ Frontline, “The Choice” 2016). Su imagen pública dista mucho de la de un conservador clásico. Trump termina dejando a Ivana en 1991 por su amante Marla Maples, con quien rompe en 1997 luego de haber tenido una hija, Tiffany, en 1993 (leer los trabajos de Liz Smith- New York Daily News, 1976-1991) Paradójicamente Hillary Clinton recibía en estos mismos años todo tipo de ataques, especialmente de parte de los republicanos, por presentarse como una mujer fuerte en la Casa Blanca que proponía proyectos como el de recrear el sistema de seguro social. Llega a tal punto el “escándalo” que tuvo que no solamente apartarse de la política sino hasta aparecer públicamente como una buena “ama de casa” en la Casa Blanca para que Clinton sea reelecto. Hay imágenes hasta excesivas en las que en esos tiempos Hillary aparecía muy decorosamente vestida mostrándoles a los periodistas las decoraciones de navidad. Una situación similar vivió cuando era la esposa del gobernador de Arkansas. Transformó su apariencia de joven progresista y feminista, con grandes anteojos y con un estilo casi hippie por el de una mujer de semblante netamente conservador y sumiso. Cada vez que Hillary aparece como una mujer fuerte, activa y a cargo de proyectos gubernamentales su popularidad decaía dramáticamente. Uno podría decir que lo que recibe es el ataque de solamente las fuerzas conservadoras; de ser ese el caso no se justificaría la debacle demócrata de 1994 y la aparición de la era (Newt) Gingrich. El trasfondo conservador que domina a los EEUU especialmente en temas de género, en situaciones como esa se hacen muy evidentes. Es en esos momentos que los Clinton sacan a la luz su característico espíritu de supervivencia. Si hay algo que no se le puede criticar a este matrimonio es su especial talento de poder reconstruirse en situaciones terminales. Con la ayuda del estratega Dick Morris, Bill gana un segundo mandato. Una de las recomendaciones es que Hillary apareciera como una “buena” primera dama, con sus trajecitos sastre, y en actividades como las que ya hemos mencionado. Por otro lado, la imagen de playboy rudo, “bully” y acompañado por despampanantes modelos ayuda en esos mismos años a Donald a llegar a ser la figura popular (si bien especialmente para un grupo de la población) que es hoy en día. Inclusive hoy en día, no hay evento en el que Donald no esté rodeado de más de una asistente que en prácticamente (sino todos) los casos son extremadamente delgadas, altas y blancas.
De ahí que lo que vemos hoy no es un simple enfrentamiento entre dos candidatos sino una colisión entre dos propuestas políticas y filosóficas, que tienen dos formas muy distintas de ver la realidad. Por un lado, tenemos un grupo que interpreta la realidad y la documenta con su voto y apoyo político basándose en factores que son cuantitativos, que se pueden medir y se pueden comprobar con ejemplos concretos. Por otro, un grupo que basa su construcción de la realidad en elementos que son fabricados por los medios de comunicación y por el mercado. Este grupo no ve necesario hacer un análisis crítico de la realidad por medio de factores cuantitativos. Se basa en impulsos y sensaciones de la realidad que pueden ser muy legítimos, como por ejemplo la bronca por parte de muchos blancos (europeos) norteamericanos que sienten que el estado los ha defraudado y abandonado. Muchos de ellos en un claro rechazo a todo lo que sea poder político, experiencia negociadora o trayectoria. Se sienten incomodos por el lugar que en muchos casos que se le ha dado a la figura del hombre, la figura patriarcal que ellos creen es verosímil, “normal”. Desconfían de un presidente negro que creen no los representa. Son el fruto de una sociedad desintegrada y separada por temas de raza, de género y de clase. Son uno de los ejemplos de la fragmentación moderna. Desconfían de la imagen de una mujer en el poder. Esto no implica que los progresistas son unos y los conservadores son los otros. Hay muchos conservadores que no apoyan a Donald Trump, muchos diarios y políticos conservadores lo rechazan abiertamente. Lo consideran una persona que no está capacitada para ser presidente. Se avergüenzan de su candidato republicano. Por otro lado, hay progresistas que sienten algo similar por Hillary y tomaron una postura favorable a ciegas por Bernie Sanders. Son temas muy complicados y sensibles, hasta tabú en muchos casos. Mucha gente se siente identificada con Donald Trump porque es para ellos una figura creíble desde su punto de vista. Lo ven entretenido, sienten que les habla con un lenguaje que pueden entender, es familiar y mediático. Sé que es importante no generalizar, porque hay muchas gamas en esta realidad. Pero el tópico parece ser dominante y sólido en muchos casos. El futuro irá aclarando hasta dónde llega la grieta y quién prevalecerá.