por Fabián Banga
La globalización es un tema actual, se encara desde la academia, desde las teorías de mercado, desde todos los integrantes sea cual sea su nivel social, origen racial, cultural o religioso. Nos afecta cotidianamente cuando compramos un kilo de pan, cuando tenemos que comprar un libro en el internet, cuando vemos las noticias diarias, cuando tenemos que llenar el tanque (si es que podemos). Y más aun, afecta directamente nuestros recursos naturales, cuanto tendremos que pagar de interés en nuestra tarjeta de crédito, con que ritmo nuestros ahorros en el banco (nuevamente, si es que los tenemos) se incrementarán o devaluarán.
La globalización es un tema que nos afecta a todos, y paradójicamente, muy pocos comprendemos sus características o tenemos control de como ésta se perfilará en el futuro que es ya un presente. Ok, tampoco quiero desmerecer el poder de la voz y movilización popular, que en situaciones como las de Canadá hace unos días, mostraron cuan equivocados están aquellos que pensaron que la gente no puede hacer escuchar su voz en las grandes decisiones. Pero a grandes rasgos tenemos que entender que los procesos de globalización, de la mano de las grandes corporaciones transnacionales, son casi una realidad inevitable. El dar marcha atrás a este proceso es poco más o menos una imposibilidad. Pero no quita esto que se esté luchando por los derechos de los pueblos y en la construcción de un imaginario más sustentable. Esta lucha se ve desde todos los sectores, entre ellos gremiales, intelectuales, y hasta también desde el mundo de los negocios. Es decir, globalización = modernidad y futuro, no es lo que muchos imaginan como una premisa valida. Por ejemplo, grandes intelectuales de todo el mundo están analizando este tema. Federic Jameson, profesor y chair del programa de Literatura en la universidad de Duke, quien es uno de los más grandes analistas de temas postmodernos, es un ejemplo. Otros podrían ser Walter Mignolo, también profesor en Duke University. Noam Chomsky, quizás uno de los más importantes lingüistas de nuestros tiempos, profesor del MIT (Massachusetts Institute of Technology) también es un gran dedicado y activista en este tema. El gran sociólogo francés Alain Touraine es también un activista y pensador de este tema. El premio novel de economía Amartya Sen, es también uno de ellos. Es decir, aquellos que nos quieran vender que la globalización es el nirvana, no solo nos ofenden tratándonos de no pensantes, sino que proponen una afirmación un poco traída de los pelos, sin entender que la globalización tiene sus inconvenientes y sus beneficios. A la globalización hay que tratarla de una forma sustentable para así no pagar las caras consecuencias que puede acarrear un proyecto globalizante que no vela por la seguridad de los más desamparados.
La historia como siempre nos enseña sobre este tema. La globalización no es un tema nuevo, no es algo que comienza con un tratado geopolítico. La globalización es un proyecto bien conocido que se presenta desde hace ya muchos siglos. Por ejemplo, Walter Mignolo en su articulo Globalization, Civilization Process, and the Relocation of Languages and Culture (Globalización, proceso de civilización, y la re-ubicación de la lengua y la cultura) analiza este tema tomando también ideas de otro pensador, Norbert Elias. Habla Mignolo de la idea de que ya alrededor de los años 1500 en Europa se genera un proyecto de eurocentralismo. Es decir, la cultura europea como centro objetivo de lo que es “civilizado”. Aparejada a esta idea, se comienza un proyecto de conquista por la fuerza en el que se busca la universalización de la cultura cristiana europea. Y por supuesto, todos sabemos que casos específicos ocurrieron. El ejemplo se ve en la persecución de no cristianos en Europa, la imposición de la cruz y lengua en las Américas, y otras regiones. La sistemática imposición de lo que es “bueno y civilizado”, discrimina en contra de lo que no cumple con estas características. El acto de violencia está no en proponer lo que somos, sino en proponer lo que no somos. La única forma de sobrevivir al acto de violencia es yéndose del centro, oponiéndose y pagando las consecuencias o adaptándose a lo que es “civilizado”.
Este acto de violencia, en casos sistemáticos en los que se arremete contra el “otro”, tiene innumerables ejemplos en la Argentina que poco tendríamos que recordarlos, ya que están en la memoria colectiva de nuestro pueblo, y lamentablemente, en la voz y memoria de muchos de nuestros muertos. Pero valdría recalcar que en muchos casos el acto de violencia no solo se genera desde el centro del poder, sino que lamentablemente, se genera también desde las periferias del poder. De ahí que hay que prestar cuidada atención a los fenómenos sociales que generan violencia hacia aquellos que no cumplen con las características de lo que no es “civilizado”, lo que no es exactamente parte del imaginario de la nación y su gente. ¿Qué es ser Argentino? De dónde sale la palabra “ilegal” que tanto se está utilizando en nuestros medios, palabra indudablemente importada de la gran aldea del norte. ¿Quién recuerda el uso generalizado de este termino hace, digamos, diez años atrás? ¿Le diríamos ilegal a aquel tío italiano, que trabajaba 12 horas por día, y quizás en alguna oportunidad nos dio un plato de comida cuando las cosas no estaban tan bien?
Este ejemplo del uso de la palabra ilegal, se junta con muchos otros conceptos que en nuestro país se incorporan ya no de otras culturas, sino de una en particular, la cultura norteamericana. En algunos casos estas adopciones de ideas pueden llegar a ser benéficas y hasta graciosas. Un ejemplo que voy a tomar el riesgo de afirmar, quizás estoy equivocado, es el tema de la antidiscriminación, lo que es evidentemente un tema positivo para nuestro pueblo. Es un tema que tomó auge no hace muchos años con la construcción de una oficina de antidiscriminación, que indudablemente es un tema muy trabajado en los Estados Unidos, un país con una historia cargada de lamentables experiencias sistemáticamente discriminativas. Otro ejemplo muy graciosos, que me toco presenciar personalmente, es el haber visto hace algunos años en una visita a Buenos Aires que en un restaurante italiano de Puerto Madero proclamaban en el menú con grandes pompas, entrada “Caesar salad” (ensalada cesar, seria la mejor traducción) así en ingles y como uno de los platos principales “Fettuccini Alfredo”. Evidentemente el “chef” lo había tomado de algún menú americano, de un restaurante de no muy alto nivel, ya que son dos platos muy comunes y sencillos, que rara vez se encuentran en restaurantes de mediano o alto nivel.
Pero estos ejemplos nos llevan a pensar nuevamente en el articulo de Mignolo, y la idea del eurocentralismo en el siglo XV y XVI. La variante hoy podría ser un centralismo norteamericano, un centralismo cultural que impone lo que es civilizado. Esta ideología entonces, está latente en la conciencia colectiva, se nos presenta por la imagen que nos llega desde el televisor y nos invita a ser “civilizados”. Son estos proyectos sociales que nos tendrían que alertar de la posible violencia que estos mismos acarrean, ya sea de forma activa o pasiva. La forma de ataque a una cultura, no tiene que ser de una forma directa. En la negación de lo que no se es, existe también una forma de desplazamiento cultural. No hay nada de malo que el restaurante quiera poner sus Fettuccini Alfredo, por más “mersa” que esto sea para un americano. El problema pasa cuando se termina poniendo en una escala implícita de valores estas imágenes culturales, y queremos recrear Boston, y no recrear Cochabamba. Con esta actitud indudablemente nos tiramos un tiro en el pie, porque al recrear el producto final, en una de esas terminamos amputando parte de nuestra cultura que nos constituye a nosotros mismos como país, y como parte de la riqueza de la gran aldea global.