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03/20/2004


Luisa Futoransky
Cantero de marzo

Toda una vida, miles de páginas y qué me queda de imborrable en el regazo?
Unas florcitas sin perfume, en tecnicolor, un reflejo de pavlov, justo/ injusto. Y todo el gris en derredor.
A veces los nombres se reducen a una línea, cargada, eso sí.
Cabrera es ‘Ella cantaba boleros’. Michaux: ‘no va a dejar sola a su pobre Lou’. Y me dejaron. Y van…
Echeverría, un título, ‘El matadero’, premonitorio, de escalofrío. Argentina, la pobre, eso.
Borges, ‘La viuda Ching, pirata’ que viene de Vidas imaginarias, de Schwob, quien su vez me dio Catherine, la encajera. Borges, el bastón, un hotel en Tokio, la calle Florida, él diciendo -mamá los bombones- y ella tratándome de cómplice, pero no de los buenos. Borges, diciendo coplas antiperonistas con rimas estúpidas cada vez al cruzar Plaza de Mayo; Borges, el Hacedor y a quien modifiqué un cuarteto de sus 19 y me quedó dentro como tintura madre, alfa y omega del amor, ‘tú que hasta ayer eras toda la hermosura/eres también todo el amor ahora’, y se me perdieron los cortes.
La escanción lacaniana.
El Quijote, un ejemplar que no puedo volver abrir de la colección Espasa porque me recuerda un vómito arcaico de la última vez que me puse en curda, la última de la época de los grandes celos. Cervantes, una cita, ‘la malignidad del tiempo, devorador de todas las cosas’ y yo grabándomelo en una casette y oyéndome oírlo mientras caminaba todos los días los kilómetros de mi casa al centro pompidou para ser horas y horas  guardiana y se me parte el corazón
Cortazar y la muerte de Rocamadour la muerte de rocamadour y allí me quedé en la calle Santa Fe y Talcahuano con el Negro Palacios llorando, a más no poder, volviéndome puro sollozo, una manera de ser. Nadie entiende las Magas, las Meigas, nadie enciende las lámparas, Filisberto.
Vallejo, ‘fue domingo en las claras orejas de mi burro, de mi burro peruano en el Perú, perdonen la tristeza’ eso, la ternura, la tersura, la tristeza.
Hernández, ‘morena de altas torres, gran trago de mi vida’ que nadie me dijo. Y sobrevivo.
Biblia, la que más, el plato de lentejas, ‘ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo, porque fuerte como la muerte es el amor, duro como el sepulcro el celo’, Jonás,  devuelto a la colina que vi y ahora es un puro basural. La mujer descuartizada del levita. El milagro gastronómico de los peces, el vino, los panes. El Canto de Débora. Saúl, qué pena de vida, con la hechicera de Endor. Las maldiciones a los chicos que le gritan pelado a Isaías.
S
in olvidar el tiempo de gigantes, de los hijos de dios enredados de amor con las hijas de los hombres, en el puro Génesis.
La
Biblia y el calefón.
E
rdosain el humillado y Barsut y El hombre que vio a la partera. Eso es un profeta. Pero, ‘rajá turrito rajá te creés que porque leo la Biblia soy otario?'
Camilieri y Kapuszinski, las maripositas de Remedios la Bella, la lechuga y el hielo y el coronel a quien todavía nadie escribe, porque nunca supo leer y menos escuchar.
Dos principios jurídicos; doy para que des y pacta sunt servanda.
La máquina de la tortura de ‘la colonia penitenciaria’ a los 14, preferiría no verlo y Dumas y Verne y Mujercitas hecho un nudo aceitoso pero a contrapelo que soy.

Nota: El cantero de marzo es de pensamientos dobles.

 

 

 

 

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