Lecturas
y Reflexiones
Nota:
Textos extraídos del Diario de F.W., de páginas sueltas encontradas
en su archivo, y de su correspondencia, en donde la autora vuelca
reflexiones sobre otros escritores y artistas, a menudo en relación
a su propia obra y a sus búsquedas temáticas y formales. También muestran,
como en los referidos a Borges o al film Solaris, de Andrei
Tarkovsky, su independencia intelectual frente a la ortodoxia partidaria.
Leyendo
a Borges... (1)
Leyendo
El Hacedor pienso que los comunistas somos seres que hemos perdido
la capacidad de sentir y de conmovernos por las pequeñas cosas que son
las que mejor revelan el Universo. Los orientales lo sabían bien, en
una brizna de paja abarcaban el mundo. En este aspecto, Borges es oriental.
Nosotros queremos abarcar el tiempo y la historia, es decir, tenemos
una visión panorámica de todo pero ella es, necesariamente, epidérmica.
La directriz del movimiento borra de nuestra vista el hecho, la anécdota,
y caemos en las generalidades. Basándonos en lo descubierto por Marx
-quien no procedió en nuestra forma sino como todo experimentador, guiándose
por la observación-, nuestra concepción del mundo ya no nos permite
avanzar, porque fija y detiene nuestro pensamiento. Adoro ese polvillo
de lo cotidiano que hay en artistas como Borges y que a nosotros nos
faltará siempre. A menos que abandonemos nuestra mentalidad totalitaria.
Lo
admirable es que Borges engendra ideas, pone en movimiento nuestra mente,
la despierta. Él mismo es una obra abierta.
Según él,
la parte sería propio de Dios y no, como se supone siempre, el todo.
En todo caso, la parte encierra al todo. Es lo que se desprende del
singular silogismo Argumentum ornithologicum. La presencia de
Dios es lo que crea lo definido, la parte. Digamos, en lugar de Dios,
al hombre mismo. Lo singular.
La
nostalgia habla siempre en futuro condicional. Así hablan los poetas
a quienes la muerte acompaña siempre. Y en el futuro condicional hay
un tácito “a menos que”. Es un tiempo que Borges emplea mucho.
Un estudio
sobre Borges debería proceder como procede él. Lo malo de los estudios
es que lo sistematizan, lo organizan en una forma que no es la
suya. Y ¿cómo se puede explicar a alguien prescindiendo de la forma
que él ha adoptado? La forma, pues, en que yo lo estudiaría sería siguiéndolo
en sus vericuetos y laberintos, reflexionando mientras él me lleva de
la mano. Pero sin tratar de sustituirlo por algo ajeno a él mismo, como
en los tratados. Hasta Homero y los autores que lea, las leyendas, se
convierten en él mismo cuando se muestra en su aspecto más fascinante:
como lector ávido. Sí, un homo lector que se agrega al homo faber,
al homo sapiens, una especie de “hincha” de una calidad especial.
Y la forma de este homo legens es un vaivén, una marea que lame
los cantos del conocimiento y los convierte en sal poética. Borges casi
lo dice en Un problema (2ª. Suposición): “Don Quijote no logró
nunca olvidar que era una proyección de Alonso Quijano, lector de historias
fabulosas”. El escritor sería una prolongación del lector, tal vez,
su plasmación.
A
su vez, Una rosa amarilla tiene mucho de la idea de Prevert en
Picasso y la manzana. La literatura (y el arte) no es espejo
del mundo, es una creación más, agregada al mundo.
Y todos
somos testigos. Abrimos los ojos, miramos unos años el mundo, un pedazo
de historia y de tiempo, y nos llevamos la imagen de lo visto, que es
como un patrimonio y un tesoro inadvertido. Testigos anónimos del mundo.
Y con ello, actores tácitos de lo que existe. Cómo se toca el tiempo
en este relato de Borges. Y tocar el tiempo es algo grave y sobrecogedor.
Por eso él, como los místicos, dice: “En el tiempo hubo un día”... y
“un número infinito de cosas muere en cada agonía”.
Si yo escribiera
un libro sobre Borges lo llamaría En el tiempo Borges. No con
la idea de época u otra cosa de carácter histórico sino como algo metafísico,
es decir, de lo mortal, en el transcurrir Borges, en lo contingente
y perecedero, y por lo tanto, humano. La eternidad, sabemos, es el no
existir. A la noción de intemporalidad, Borges la hace sentir continuamente
a través de ese tiempo disecado, parcelado: las generaciones.
Sólo otro
poeta podría dar a conocer a Borges. Pero, ¿para qué darlo con palabras
distintas de las que él ha empleado? Toda su obra es ese conócete a
ti mismo de los griegos.
La diferencia
entre la realidad y el arte. Lo que ocurre en la realidad es, con el
tiempo, como si no hubiera sido. Pero Martín Fierro vuelve a ser siempre,
infinitamente. “Este que fue una vez vuelve a ser”, “El sueño de uno
es parte de la memoria de todos”.
En Borges
nada es fijo. Él ve en todo camino, la transformación. Es nuestro Heráclito.
Nadie como él nos hace vivir el río cuyas aguas nunca son las mismas.
Mutaciones, todos símbolos que cada época cambia.
Él
no dijo que odiaba los libros cuando los amaba. No temió ser un libro
de libros en lugar de ser espejo de las cosas, abarcó todas las formas,
todas las incitaciones del pensamiento de la humanidad y creó el Esperanto
más sutil, más poético, imposible de imitar. Lo creado por él no era
un estilo, era un idioma.
(No sé
por qué lo escribo en pasado).
Los
hechos tienen el deterioro o la amplificación que les da su proyección
en el tiempo. Todo es y, a la vez, es distinto. Borges, pensador dialéctico.
Él es todos los personajes. Y esto ¿no es más grande que ser todos los
hombres? Este hombre que desdeña olímpicamente la ley de las tres unidades
y baraja los siglos con la familiaridad de un consumado jugador.
Al leer
Los Borges aspiré hondo como si me faltara el aire y, casi llorando,
¡ah, qué divino!, dije.
Leyendo
Mito y Lenguaje (2)
Acabo de
descubrir, leyendo Mito y Lenguaje, de Cassirer, las bases, diríamos
teóricas de mi novela Hombre-Tiempo. Seguí allí, paso a paso,
como en un espejo, el proceso de la creación literaria que intenté como
el proceso de creación de los mitos y del lenguaje. ¿Es decir que todo
es una unidad, que todo lo que es el hombre se debe a una ley única?
Y en Heliogrado,
de Artaud, encuentro esta frase que lo abarca todo: “Podemos preguntarnos
si un principio es algo diferente a una forma verbal. Y ello nos conduce
a la cuestión de saber si hay algo fuera del espíritu que piensa”.
En mi obra
sigo, sin un propósito preconcebido o consciente, a la forma verbal
como centro de la creación. Cassirer y también Artaud muestran cómo
esa forma está ligada al nacimiento de los mitos. La palabra como generadora
de todo lo existente. Todo nace cuando tiene un nombre. De modo que
en el comienzo fue el Verbo. Lo extraño es que yo, sin saberlo, haya
empleado frases tales como Yo soy, Yo soy él -que aparecen en
la Biblia y en antiguos textos religiosos-, mientras seguía el hilo
de la creación de Amós, un personaje que se identifica con el libro
en sí y que, siendo parte de la autora, se independiza de ella. Es
decir que las fórmulas empleadas en las religiones responderían también
a la manifestación de tales procesos mentales y su similitud probaría
que la forma verbal tal vez sea la forma de las formas, el eje de todo
pensamiento y conocimiento. ¿Cómo se ha tardado tanto en comprender
que no se puede avanzar un paso sin partir del origen de la palabra?
Sobre todo en el conocimiento del arte.
En mi obra
yo parto de mí misma y de mi experiencia creadora, no de conocimientos
previos. Sin embargo, he llegado a expresiones similares a las de los
mitos y hasta a las de la lingüística. Claro que yo no sistematizo,
ni trato el asunto científicamente. Eso es lo que me parece más notable:
haber podido tratarlo en forma literaria. Todo lo que yo creía objeto
de mi estado de angustia, de mis estados psíquicos, tienen entonces
su razón de ser en las reglas mismas del pensar. Hasta la distinción
que hago entre lo verbal y lo nominado, es una forma de lo mítico concreto
con relación a lo especulativo. Y mi ansia de destruir al verbo -que
para mí es lo inestable, lo voluble del lenguaje- responde a mi naturaleza
propensa a sentarse en lo mítico, haciendo de Amós un personaje mítico.
Todo es
tan apasionante y lleno de sugerencias que me marea. Cómo abarcarlo.
Habría que dedicar una vida. Pero mi camino es otro. Debo seguir el
hilo propio y por cierto que siguiéndolo, veo que me aproximo a lo que
otros analizan teóricamente.
Dice Artaud:
“Si con el espíritu intentamos llegar hasta el pensamiento, acabamos
siempre en la pura indeterminación, en el vértigo y en la pérdida final
y sin recurso de dicho pensamiento” (Heliogrado). Esto me ocurría
mientras intentaba llegar a través de Amós, hasta el pensamiento creador
sin más apoyos que las elucubraciones de mi mente.
La obra,
agrego, es la salvación del artista, el lazo de unión entre el espíritu
que piensa y el pensamiento pensado. Pensar el pensamiento: esto es
Amós. Sentirse como pensamiento. Los filósofos han querido definir el
pensamiento, descomponer su mecanismo. Éste es su error. Hay que sentirlo,
como siente el cuerpo, la carne, el fragor de la sangre. Porque el pensamiento
es la parte más sensitiva y sensual del hombre. Ésta es la tarea oculta
del arte.
Leyendo
a Heidegger (3)
Me conforta
que él considere la obra de arte en sí como la base de una filosofía
del arte. La obra de arte es el hecho, el fenómeno concreto que hay
que considerar. Yo siempre creí que toda crítica literaria debía tomar
la cosa, la obra como un hecho, sin entrar en minucias biográficas y
anecdóticas. O, a la inversa, descartar los análisis cientificistas
de los que se internan en el lenguaje de la obra, en la técnica que
es un medio, pero no el fin de la obra de arte, ese algo inexplicable
y personal que es como la inflexión de la voz del autor. El lenguaje
es un medio, no el fin de la obra de arte. Ni el desarrollo tampoco
lo es. Si así fuera, el conocimiento de la gramática y de la sintaxis
bastarían para darnos una obra de arte y los profesores de arte serían
artistas. Sin embargo, es fácil ver qué diferente es la forma de una
obra literaria de las reglas gramaticales. (Y sin embargo... me refuto
a mí misma recordando que en música, por ejemplo, el descubrimiento
de la ley física de los armónicos determinó la aparición de la forma
sonata y de toda la música tonal. Por lo tanto, no se podría desechar
así, a priori, el entrelazamiento de la ley, el orden y la libertad.
O tal vez, aquellos seres dotados de una facultad genial tienen un conocimiento
inmediato, directo, instintivo de la naturaleza de su arte y de sus
leyes. Una especie de intelección trasmental, más allá de la conciencia).
Considerando
la obra de arte como un hecho en sí, que se independiza del autor, encaré
Los hijos del Cielo y de la Tierra como reflexiones acerca de
algunas obras de arte, rozando apenas a sus autores, o mejor dicho,
tomando a los autores en el único aspecto que me resulta válido: manifestándose
por la obra, a través de la obra. Por ejemplo, los zapatos tienen vida
cuando se usan o han sido usados y no en la zapatería donde se venden.
Esa verdad es la que Heidegger descubre en la obra de arte. La revelación
de una verdad que trasciende al mero par de zapatos. Pero olvida al
yo creador. A través de esos zapatos (Van Gogh) está quién los usó.
Y también, agrego yo, quién los convirtió en cuadro. La descripción-fenómeno
no es objetiva, lleva una marca, un estilo, un hálito, una forma por
la cual a esos zapatos los reconocemos, no como los de una campesina,
sino como de Van Gogh.
El Ser-Obra,
naturalmente.
Sobre
Solaris y la memoria (4)
“... Ayer
terminé mi traducción y para festejar me fui con Nora a ver Solaris
(5) No solo me interesó sino que
sentí una gran satisfacción por las coincidencias con cosas mías y no
solo me refiero a las similitudes anecdóticas con El hilo grabado
(6), tales como la
posibilidad de que un recuerdo se materialice en un cuerpo real, sino
a esa ineluctabilidad del “fue así” del Retorno de la primavera
o de La Casa Modesa. Eso de que los recuerdos son formas
fijas, tan reales como la realidad, está en todas mis obras. Para
mí, el broche de oro de Solaris es el final, algo único por su
pesimismo total. Los críticos interpretaron que él volvía a la Tierra
como una afirmación de que el hombre no puede salir de ella. Yo creo
que es algo terrible: también la Tierra pertenece al océano de la memoria.
Cuando él vuelve, la dacha ha envejecido, adentro llueve, y el viejo,
obviamente, ha muerto. Lo recibe otro fantasma, igual a los del espacio.
Todo está muerto y por eso la imagen final es ese trozo de paisaje terrestre
flotando en el piélago del recuerdo. Nada se salva. A su vez, ese trozo
de paisaje existe porque el cosmonauta ha vuelto y lo ha recordado.
¿Se quiere un concepto más solipsista , más “idealista”? Pensé, con
un poco de melancolía, en tantas luchas, en tanta sangre vertida por
el sacrosanto materialismo, para llegar a esta conclusión, es decir
para volver a Platón, a Kierkegaard o a Camus. ¡Qué linda es esa evocación
existencial del chico encendiendo la fogata, del cuadro de Brueghel!
Es algo que yo digo también en La Casa Modesa: las ruinas de
ahora, son la vida de ayer.”
(1)
Escrito en su Diario personal el 25 de julio de 1971; se reproduce
textualmente.
(2)
12 de octubre de 1976.
(3)
30 de julio de 1974.
(4)
Fragmento de una carta familiar enviada el 30 de agosto de 1974.
(5)
Solaris: filme de Andrei Tarkovsky.
(6)
El hilo grabado: cuento de ciencia ficción de F.W. incluido
en el libro homónimo.