Los
territorios nocturnos del alma
(*)
por
Daniel Link
Hija
del centenario, Fina Warschaver nació en Buenos Aires el 8 de diciembre
de 1910 y este año habría cumplido, por lo tanto, noventa años. Sus
padres eran inmigrantes que, como tantos otros, habían abandonado sus
pueblos de Europa en busca de un venturoso futuro que, entonces, Argentina
parecía poder ofrecer al mundo.
“Allá,
en los orígenes de una aldea de Rumania llamada Tatarbunar (pueblo
de tártaros), busco alguna explicación de mi propio ser”, escribió alguna
vez. “Aunque los sucesores de esos belicosos tártaros fueran después
pobres campesinos judíos, algún parentesco debían tener: su espíritu
indomable y levantisco”. En esta mitológica genealogía encontraba Warschaver
los antecedentes de su propia rebeldía.
Desde su
primera novela, El retorno de la primavera (1947), su voz fue
consolidándose como una de las más originales en el panorama de la literatura
argentina de la segunda mitad del siglo y si hoy su obra se conoce mal
y poco es precisamente por su triple condición de mujer, hija de inmigrantes
y comunista militante en un país que, como el nuestro, hizo del gaucho
y de su voz, no casualmente, todo un emblema literario.
En 1949
publica La Casa Modesa y en 1962 El hilo grabado, dos
libros de cuentos que la muestran como una maestra de la forma breve
y que hacen que los críticos más inteligentes relacionen sus prosas
con las de Katherine Mansfield. Como ella, Warschaver también llevaba
un diario, cuya publicación se espera todavía. Como ella, también, construye
sus ficciones casi minimalistas alrededor de dos o tres obsesiones que,
avant la letre, investigan las posibilidades de articulación
del “género” y la escritura.
En 1956
publica Cantos de mi domingo, una recopilación de sus poemas
y en 1972 su pieza teatral Los que derrocaron a Dorrego obtuvo
una mención especial en el concurso de Argentores. Hombre-Tiempo
(1973) es probablemente el libro en el que mejor encarnan sus preocupaciones
sobre la memoria, el cuerpo, la “condición femenina”, el tiempo, las
penas del mundo.
Casada
con Ernesto Giudici -importante dirigente del Partido Comunista Argentino
hasta 1973, cuando abandona sus filas luego de una violenta polémica-,
ese lazo no le sirvió sino para ahondar su soledad como escritora.
La Casa Modesa fue juzgado como un libro “formalista” por el
partido. Elías Castelnuovo escribió a Warschaver, a propósito del mismo
libro, una carta condescendiente y, ahora, vergonzante: “Leí su libro.
Apreciación sintética: bueno. Si se tiene en cuenta que ha sido escrito
por una mujer: muy bueno”.
Cuando
murió, Raúl Larra despidió sus restos en nombre de la Sociedad Argentina
de Escritores el 30 de julio de 1989 con palabras igualmente ambiguas:
“Fina Warschaver perteneció a la Argentina invisible, la que trabaja
infatigable en la sombra, lejos del escenario, aferrada a la autenticidad
y a lo profundo”.
Porque
era mujer, se esperaba de ella una cierta “autenticidad” y una cierta
“profundidad”. Porque era comunista, se esperaba de ella un cierto compromiso
con el realismo oficial del partido.
Ni una
cosa ni la otra es lo que se lee en su obra, más bien lanzada a la investigación
y a la experimentación en los límites de lo decible. Traductora de Zola
y de Butor, voraz lectora del surrealismo y, naturalmente, del psicoanálisis,
Warschaver pretendía usar todos los recursos de la “nueva novela” para
dar cuenta de un universo marcado por la falta y el desasosiego. Otra
vez, Elías Catelnuovo, como un arquero zen, da en el blanco ciegamente:
“Para frecuentar los así llamados territorios nocturnos del alma y
proyectar allí alguna luz se requiere una valentía y una franqueza
difícil en el hombre, casi insalvable en la mujer”.
Mujer,
comunista, judía, escritora. No es raro que la obra de Warschaver sea
hoy un episodio secreto de la literatura argentina.
Tal vez
la corrección política, si alguna vez -mejor que nunca- llega a estas
costas, la rescate del inmerecido olvido en el que se encuentra y la
coloque junto a las otras voces de la literatura argentina que verdaderamente
importan.
(*)
Artículo aparecido en Radar, suplemento literario del diario
Página 12, el 17 de diciembre de 2000, al cumplirse 90 años
del nacimiento de Fina Warschaver. Daniel Link, autor de la nota,
es escritor y periodista. El suplemento incluía, además, uno de los
relatos incluidos en Hombre-Tiempo (Edición El botero, 1973),
que recibió mención especial de la Secretaría de Cultura de la Nación
en el trienio 1971-1974.