Volver
a Neruda
Neruda
cumple los cien en un estado de salud a veces precario. Ya es moda despreciarlo
por su abundancia poética y su estalinismo político, decir que se prefieren
“las Residencias” al Canto general, que los poemas de amor poseen
aún frescura (Veinte poemas o Los versos del capitán,
tal vez), que sus poemas políticos no son ni uno no lo otro (Lihn dixit),
que lo único que falta es que lo canonicen, que la Fundación que lleva
su nombre es una empresa dedicada al lucro, que el Taller de Poesía
de esa misma institución es una inutilidad…Si bien es cierto que estoy
de acuerdo con muchas de esas apreciaciones (por ejemplo: la dudosa
marcha de la Fundación con su afán museante, como dijo –refiriéndose
a los Cloistiers de Nueva York, esa Edad Media de Wall Street, Gonzalo
Rojas-, o los poemas políticos que en realidad no son ni lo uno ni lo
otro), no es menos verdadero que los que critican el Taller de Poesía
son los mismos poetas jóvenes y no tan jóvenes que en su momento fueron
seleccionados para pertenecer a él y gozaron de su dinero mensual –no
mucho, pero algo es algo- que llegaba hasta sus billeteras gracias,
precisamente, al manejo de la Fundación. Cuando yo participé de ese
Taller, en 1993, no recuerdo a nadie reclamando al momento de ir a cobrar
el cheque. Y mejor no hablar de las lecturas nerudianas de algunos de
esos jóvenes, escasas por decir lo menos. Todo esto forma parte del
tan llevado y tan traído institucionalismo poético chileno, verdadera
marca registrada de la sociabilidad literaria nacional. El problema
es muy complejo (por no decir complicado) y es mejor dejarlo para otra
ocasión.
Me
permito, eso sí, hacer un recuerdo personal. Año: 1985. Terremoto a
comienzos de marzo y, a fines de ese mismo mes, degollamiento de José
Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino por parte de miembros
del ejército de Chile (o de carabineros, no recuerdo bien…pero ¿vale
la pena acordarse de esos monstruos?); como parte de una tarea para
la clase de Castellano, mi profesor me dice que tengo que memorizar
un poema de Neruda y decirlo frente a todo mi curso. Elijo, quién sabe
por qué, “Quiero volver al Sur”, perteneciente a la sección “Canto General
de Chile”, del Canto general. Días memorizando el poema. No es
el primero de Neruda que leo, pero sí el primero que debo aprender.
Nunca me gustó memorizar poemas, pienso ahora y pensaba en esa época,
cuando apenas bordeaba los 14 años. Y, de pronto, frente a la clase,
los versos que empiezan
Enfermo,
en Veracruz, recuerdo un día
del
Sur, mi tierra, un día de plata
como
un rápido pez en el agua del cielo.
El
poema, después de mucho esfuerzo y repetición, vino solo ese día (recuerdo
un día), en el que pensé que recitar era “declamar”: mover los brazos,
decir las palabras lentamente, mirando fijo a un punto vacío, esperando
no olvidarlas. Ahora, que vivo también en el Hemisferio Norte desde
el cual Neruda los escribió, pero sin nostalgias, quiero volver a esos
versos:
El
Sur es un caballo echado a pique
coronado
con lentos árboles y rocío,
cuando
levanta el verde hocico caen las gotas
Recuerdo
el terrible frío de esos días, en una salita de clases hecha en la emergencia
de la destrucción que el terremoto había provocado; el material era
liviano y no contribuía a disminuir el frío. La lluvia que evoca el
poema era lo que menos queríamos. Del oscuro mundo de asesinatos de
Estado que fuera de la clase se desarrollaba casi nada supimos, niños
de familias pequeño burguesas que éramos, despreocupados e “inocentes”…años
después, bajo la nerudiana lluvia de Seattle, viendo un documental australiano
sobre esos días infames, supe que el hijo de uno de los degollados tenía
14 años en 1985. No sé qué será de él, pero verlo hablar sobre la muerte
de su padre en una reunión hecha bajo los auspicios de la Vicaría de
la Solidaridad, sin derramar una lágrima, me causó una impresión (en
la que las lágrimas no estuvieron ausentes) que todavía me visita a
veces.
Cielo,
déjame un día de estrella a estrella irme
pisando
luz y pólvora, destrozando mi sangre
hasta
llegar al nido de la lluvia!
Sorprende
ver en el Canto general, libro donde la crónica y la política
predominan, algunos poemas con imágenes que pertenecen francamente a
cierta tradición surrealista. Ese irse de estrella a estrella es hasta
huidobriano en su vivacidad. El libro de 1950 es, lo sabemos, de gran
extensión, y su escritura se remonta a décadas antes; sus marcas de
estilo, entonces, son igualmente variadas. Esto muy pocos lo tienen
en cuenta, y la mayoría habla condescendientemente de ese conjunto.
Hace pocos meses revisé una traducción al inglés que John Felstiner
(traductor de Alturas de Macchu Picchu) hizo del poema “Inundaciones”,
perteneciente también al “Canto General de Chile”, donde, en medio de
un reclamo por el destino que los pobres tienen cada vez que la lluvia
se sale de madre y destruye sus viviendas, aparecen estos versos: “El
agua no sube hasta las casas de los caballeros / cuyos nevados cuellos
vuelan desde las lavanderías”. Casi una imagen de Apollinaire, se diría,
a orillas de un río que es pobre imitador del Sena. La misma impresión
me da ese “pez en el agua del cielo” del poema que tuve que memorizar.
Toltén
fragante, quiero salir de los aserraderos,
entrar
en las cantinas con los pies empapados,
guiarme
por la luz del avellano eléctrico,
tenderme
junto al excremento de las vacas,
morir
y revivir mordiendo trigo.
Harold
Bloom habló, en su clásico libro sobre las influencias, de los diferentes
“cocientes revisionistas” que invaden a los poetas vivos que quieren
ser poetas fuertes. Como Chile es el nido de los poetas fuertes, hay
muchos de esos cocientes en marcha al mismo tiempo. El que le ha tocado
a Neruda es, a mi juicio, el que Bloom llama “Demonización o lo contra-sublime”:
la negación de los efebos que se transforman así en demonios. La lectura
latinoamericana de Bloom (y especialmente la chilena) se ha quedado
muy pegada a la palabra “angustia”; sin embargo, un atento escrutinio
a ese verdadero clásico de la crítica sobre poesía revela que en realidad
el proceso poético es una forma muy alegre de represión. Así, los felices
asesinos de ese Padre que es Neruda vuelan con sus nevadas hojas desde
las lavanderías del lenguaje.
A
cien años de su nacimiento, es bueno volver, aunque sea brevemente,
a Neruda. No importa que después lo matemos, porque, como dijo el mismo
Bloom, otro de los cocientes revisionistas es el “Apofrades o el retorno
de los muertos”, uno que tal vez, en cien años más, y cuando todos estemos
bajo tierra, le tocará a Neruda.
Océano,
tráeme
un
día del Sur, un día agarrado a tus olas,
un
día de árbol mojado, trae un viento
azul
polar a mi bandera fría!
Marcelo
Pellegrini
Berkeley,
California, junio 2004.
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