Facundo, Civilización y Barbarie: Panfleto Épico
Apuntes para una poética del racismo, el autoritarismo y la egomanía en la Argentina.

Por Pablo Baler
University of California at Berkeley

En la novela El Farmer, Andres Rivera pone en boca de Juan Manuel de Rosas, ya viejo y exiliado en Inglaterra, un desafío meramente retórico: "Que se escriba qué diferencia al general Rosas del señor Sarmiento". Y en esta sola frase puede encontrarse la clave para entender todo el Facundo y revelar el acertijo que tan abnegadamente se plantea Sarmiento: ¿cómo explicar la Argentina?

No es otro el objetivo con el que Sarmiento invoca a Quiroga sino el de instarlo a que nos explique "la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de [este] noble pueblo". Un enigma que reverbera desde el siglo XIX en la Argentina. Para alcanzar una resolución, sin embargo, no basta con aceptar la ofrecida en la superficie del Facundo; se hace necesario explorar aquellas estrategias literarias utilizadas por Sarmiento que puedan ayudarnos a reconstruir una posible semántica sarmientina.

El Facundo esta vertebrado sobre un doble sistema semántico tendiente, por un lado, a la profundización y multiplicación de antagonismos (civilización / barbarie), y por otro a forzadas conexiones (el frac es civilización / el colorado es barbarie). Una doble poética de la escisión social y del anclaje de significados, respectivamente relacionados a ese racismo y a ese autoritarismo que preside el espíritu argentino desde sus inicios hasta la actualidad y probablemente bien entrado el futuro.

Sarmiento produce con Facundo la ilusión de nombrar un territorio mudo, anónimo, cuyas huellas sólo él, demiurgo letrado en un universo ilusoriamente pre-lingüístico, puede rastrear, leer y plasmar. En medio de sus delirios mesiánicos, Sarmiento rescata el recurso bíblico del génesis verbal del universo y escribe la serie de artículos que publica en 1845 en el diario chileno El Progreso con el título de Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga. Quizá el gesto literario más radical de Sarmiento es el de hacer desaparecer con un mismo gesto todos los ensayos barrocos, clásicos, neoclásicos o hasta románticos con características propias que se habían sucedido en el Río de la Plata desde la época colonial, haciéndonos creer (con excepción quizá de alguna referencia a Esteban Echeverría) que él construye la Argentina desde el vacío. "Poseyendo algo de lo profético y de lo utópico," escribió Ricardo Piglia, "[Sarmiento] produce el efecto del espejismo: en el vacío del desierto, todo lo que uno espera ver, brilla como si fuera real". La pregunta que se impone es: ¿cuál es el espejismo que produce Sarmiento?

Sarmiento de frac

Todo aquel que se acerca al Facundo reconoce sobre el eje doble de la civilización y la barbarie, el esquema exasperantemente maniqueo que lo sustenta. Algunos podrán ver en ello una influencia de El último de los Mohicanos de Fenimore Cooper (Ricardo Rojas, Raúl Orgaz), un producto "del choque entre el idealismo de la generación del 37 y la realidad política; entre las primeras actuaciones del grupo euro-argentino y el caudillaje." (Eduardo Brizuela Aybar), o se remontarán hasta el determinismo de Montesquieu (Jaime Pellicer). No deja de ser evidente, de todas maneras, que la escisión es la infraestructura discursiva que sostiene este gigantesco proyecto nacional que es el Facundo. Naturalmente, el propio Sarmiento, su ideología y su visión de mundo comparten el espacio privilegiado de la civilizada gloria, mientras Quiroga y Rosas y todo lo que no brilla con barniz europeo están condenados a la eterna barbarie. Basta con llegar al final del texto para comprender que, en realidad, todo apunta hacia el sanctosanctorum de la presentación de una plataforma política, de una propuesta de gobierno que barrena la ola frustrada del ataque del general Paz a Rosas.

Para graficar este esquema de oposiciones, basta contrastar una muestra del rosario infinito de analogías que se alistan en las filas paralelas de uno u otro paradigma y que lejos de circunscribirse al espacio argentino alcanza toda la historia y la geografía universal: Quiroga/Paz, Rosas/Rivadavia, gaucho/doctor, poncho/frac (!), siglo XII/siglo XIX, caftán y bombachas/ pantalón y corbata, montonera/ejército, Mahometanos/Grecia, beduinos, tártaros, tribus árabes, Marruecos, Túnez, Argel, etc./ Francia e Inglaterra... y así de seguido en un juego de espejos enfrentados que se autoreflejan hasta el infinito y cuyo inevitable contacto, el origen de la tragedia argentina, queda ilustrado por ese emblemático momento en que Juan Manuel de Rosas "clava en la culta Buenos Aires el cuchillo del gaucho".

Cuando Sarmiento quiere "conocer a fondo los hechos sobre que fundo mi teorías" en cuanto el estado de La Rioja, incluye una pregunta que revela, en su capciosa ingenuidad, todo su sistema: "¿Cuántos hombres visten de frac?". Según Sarmiento, La Rioja perdió el tren de la civilización porque ya no hay hombres que vistan frac; Mendoza, por el contrario, era "un pueblo eminentemente civilizado" porque "formóse una maestranza, en la que se construían espadas, sables, corazas, lanzas, bayonetas y fusiles". El poncho es barbarie, la violencia organizada es civilización.

Este esquema dual ya complejo, como se ve, desde su concepción; tiene, sin embargo, conexiones subterráneas que lo complican aún más y desde donde se proyecta la verdadera fuerza literaria de la obra de Sarmiento. Facundo Quiroga, "el hombre bestia", es también "el hombre grande, el hombre genio", equiparable al propio "César, el Tamerlán, el Mahoma"; mientras que "si levantáis un poco las solapas del frac con que el argentino se disfraza, hallaréis siempre el gaucho más o menos civilizado". Hay, en fin, una anfibología que transita el fondo de esta novela donde la oposición y el oxímoron son intercambiados con imperturbable indiferencia: "Facundo, genio bárbaro"; Rosas: "un poeta, un Platón".

Sarmiento gaucho malo

Por otro lado, en concordancia con este flagrante dualismo que invade todos los niveles del Facundo (más allá de flujos y reflujos internos), encontramos un impulso inverso a nivel lingüístico que intenta reforzar conexiones arbitrarias al punto de impedir todo desplazamiento. La novela está plagada de figuras retóricas que se proponen intensificar esta ilusión: El propio Rosas "no es un hecho aislado, una aberración, una monstruosidad" (Saussure diría: no es arbitrario) "Es, por el contrario (…) una fórmula de una manera de ser de un pueblo". "El terreno, el paisaje, el teatro sobre que va a representarse la escena", ya revela al personaje "sin comentarios ni explicaciones". Sarmiento refuerza muy a su favor esta conexión inamovible entre la materia y la idea, entre lo palpable y lo inteligible.

Entre la materia (espacio territorial) y el espíritu de un pueblo (historia, política, etc), hay una conexión íntima y profunda que Sarmiento va a intentar revelar. Mas allá de las pampas aún no alambradas, las extensiones sin límites, los ríos no navegados; hay una indefinición aún más radical y problemática que la topográfica. Respetando la lógica de la tierra, Sarmiento intenta abarcar con Facundo una geografía más vasta que la del espacio. Todas las actividades referidas a la tierra virgen: arar, surcar, labrar, sembrar; se pueden entender aquí como metáforas del proyecto literario/político de Sarmiento consistente en producir la ilusión que la Argentina de mediados del siglo XIX constituye un espacio aún no "gramaticalizado", cuya representación discursiva se le ha dado concebir a él de manera exclusiva. La pampa, escribe, "es la imagen del mar en la tierra (...) la tierra aguardando todavía que se le mande producir plantas y toda clase de simiente." Hay que admitir que Sarmiento ha logrado proyectar el género de la propaganda política hacia el universo poético; y quizá allí radique gran parte de su originalidad.

Facundo es una novela de especulación, de conceptualización de un espacio aparentemente vació pero lleno de "huellas" que la palabra puede alcanzar no sólo a descifrar, sino también a moldear. De esta manera, el yo narrativo desproporcionado que desborda en esta obra literaria/panfleto político no es un hecho aislado; pues el protagonista principal de Facundo no es el héroe epónimo sino el propio autor. Es Sarmiento el Rastreador de huellas, el Baquiano, el Gaucho malo, el Payador de esa otra extensión que él mismo define como "inteligencia" en contraste con el plano material.

Facundo podría verse así, como una obra épica; pero no sólo en términos de esa épica nacional que remite al romanticismo europeo; sino más interesante aún como un texto épico que recorre, a vuelo de pájaro, este campo de batalla secreto que conecta lo material con lo discursivo. Es revelador que esta obra fundacional de la literatura argentina se presente como una épica cuya mayor violencia se expresa no sólo en el choque de armas o el tropel de caballerías (Tala, Rincón, La Tablada, Oncativo, Chacón, Ciudadela, etc.), sino sobre todo, en el terreno de las lucubraciones filosóficas. Argentina también tendría, de esta manera, su texto épico, con características que no le serían extrañas al temperamento especulativo de gran parte de su producción posterior, de Macedonio Fernández a J.J. Saer por el camino de Borges.

Civilización es Barbarie

Facundo es el resultado de un intento por demarcar la llanura inmensa de una historia que es enigma, y para eso recurre Sarmiento a estos dos gestos retóricos que parecerían contradictorios: por un lado, una construcción de simetrías irreconciliables; y por el otro, un enlace irreversible, una concepción lingüística que tiende a anclar los polos del signo (huella de la realidad/significado) en una presentación incontestable.

Desde esta perspectiva, se nos ofrece como un hecho elocuente el que Sarmiento haya finalmente develado el enigma de la Argentina no tanto gracias a ese intento casi científico por entender la relación entre civilización y barbarie sino justamente, y de manera más insospechada, por el racismo y autoritarismo que su propio discurso destila. Es revelador que los dos gestos retóricos a que recurre Sarmiento (la división y el nudo), remitan respectivamente a los dos polos que sustentan el temperamento racista (violencia por escisión) y autoritario (violencia por fijación) de la obra. Es allí finalmente, en el temperamento, donde se encuentra la idiosincrasia argentina, donde se resuelve el enigma que ingenuamente plantea el Facundo. Diría aún más, el inconfesado proyecto de Sarmiento (inconfesado a sí mismo), parece ser el de dar forma poética a ese inveterado racismo y autoritarismo de que se fue haciendo la Argentina y cuya patogenia, él mismo especula, viene de España: "¡Mirad que sois españoles y la Inquisición educó así a la España! Esta enfermedad la traemos en la sangre. ¡Cuidado pues!".

Pero la enfermedad que desde España traemos en la sangre, la fobia hacia el otro y la violencia con que se expresa, tiene en Argentina un matiz particular; pues no se trata de un miedo, una repulsión hacia el otro como probablemente era el caso durante la Inquisición, sino más singularmente un miedo, una repulsión a ser confundido con el otro. ¿Qué diferencia a Rosas de Sarmiento? Uno se tienta en contestar la pregunta retórica formulada en El Farmer, desdeñando toda diferencia; porque en Argentina civilización es barbarie y esa es la tragedia velada que narra la épica (bioépica, autobioépica) fundacional del Facundo.

Aprovechando una comunicación de un funcionario de Rosas que definía la cinta colorada como "un signo que su gobierno ha mandado llevar a sus empleados en señal de conciliación y de paz", Sarmiento ironiza "Las palabras Mueran los salvajes, asquerosos, inmundos unitarios, son por cierto muy conciliadoras.". ¿Se le habrá pasado por alto a Sarmiento la naturaleza hostil, caprichosa e inflexible de su propia escritura? Juan Manuel de Rosas hace el mal sin pasión: "calcula en la quietud de su gabinete, y desde allí salen las órdenes a sus sicarios" (escribe Sarmiento). Sarmiento, por su parte, "escribió desde el silencio de un escritorio: 'Derrame sangre de gauchos, que es barata'" (citado por Rivera en El Farmer). Tanto en Rosas como en Sarmiento hay una violencia sistemática y en ambos parecen estar ellas coreografiadas como actos literarios. De hecho, como dice David Viñas: "El estilo de Sarmiento adquirirá definición política a través de una eficiente centralización del poder; él acompaña este progreso con sistemáticos llamados a la guerra a muerte contra los paraguayos, los Indios, y las montoneras entre 1863 y 1879".

No se trataría como propone Ricardo Piglia que Facundo, Civilización y Barbarie esté escrito en el borde entre la conjunción y la disyunción, donde la aproximación política nos haría ver "civilización Y barbarie" cuando en realidad se propone "civilización O barbarie". El soslayado mensaje del Facundo se cifra en el oxímoron "civilización ES barbarie". No se trata siquiera de una figura retórica sino de una realidad: ni la conjunción ni la disyunción sino la compenetración ontológica de dos dimensiones que se pretenden irreconciliables: ese es el enigma aún no resuelto de la Argentina, y esa es la razón por la cual el Facundo gana en dimensión literaria con el tiempo; pues su fuerza poética reside justamente en las conexiones secretas que Sarmiento enlaza entre ambos paradigmas más allá de todo antagonismo.

 


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07/17/2003
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