EL CENTRO
DEL CANON DE LAS LETRAS CASTELLANAS: EL SIGLO DE ORO Y SU REPERCUSIÓN
EN BORGES
No
hay un solo hombre que no sea un descubridor. J.L.B.
Por Santiago De Luca
Fundación La Metáfora del Arte
El denominado
Siglo (siglos) de Oro se constituyó y construyó ideológicamente
como el canon o como la referencia cultural obligada de las literaturas
que utilizan como instrumento la lengua castellana. Con los preceptos
estéticos que encarna este período y con las voces literarias
de algunos de sus escritores, Borges establece un diálogo fértil
y polémico desde las periferias del sur. Borges leyó inteligente
y heréticamente a este siglo, demostrando que no se tiene por
qué aceptar este canon pasivamente. Sin embargo, Borges tampoco
escapó de la influencia de esta época de esplendor literario.
Más de una vez, Borges declaró que comenzó escribiendo
intentando ser un escritor del siglo XVII español. El esplendor
literario de este siglo devino en el núcleo, el centro de la
tradición de las letras castellanas. Impuesta o legítimamente
ganada la inmortalidad, son los escritores del Renacimiento y del Barroco
los que se erigen en la quintaesencia de la tradición contra
la que debe enfrentarse todo escritor de lengua castellana. Por lo que
resulta necesario establecer una breve panorámica general de
los aspectos socio – culturales de este período.
La utilización del término Siglo de Oro se comienza a
emplear en la segunda mitad del siglo XVIII para designar una época
de esplendor de la cultura y en especial de las letras en España.
Wardropper resume la historia de la geneaología del concepto
"Siglo de Oro" y su contexto social así como las premisas
ideológicas en las que se sustenta:
"Hoy
en día la expresión "Siglo de Oro" es comúnmente
usada para referirse al más grande de los períodos de
la literatura española, pero carece de precisión. Si tanto
Garcilaso de la Vega (1503-1536) como Francisco Bances Candamo (1662-1704)
pertenecen al Siglo de Oro, sin duda alguna lo más adecuado es
emplear el plural, Siglos de Oro (...) El marbete "Siglo de Oro",
acuñado en España en el siglo XVIII y consolidado en Alemania
en el XIX, aún no ha sido adoptado de una manera sistemática:
ha coexistido con Edad de Oro, Renacimiento y Barroco, los números
de los siglos correspondientes y con algunas otras denominaciones que
se comentarán más adelante. Fueron los poetas pertenecientes
a la generación de 1927 (muchos de ellos también catedráticos
de literatura) los que hicieron que el término arraigara en España,
transmitiéndolo así a la mayor parte de los hispanistas
extranjeros. Debido a su tufillo de antiguo mito y de gloria imperialista,
la expresión suscita complejas cuestiones en las mentes de los
españoles conscientes de su historia, cuando vuelven la mirada
hacia aquella época de gran florecimiento cultural. Fue entonces
cuando la nación consiguió su unidad (aunque siguió
habiendo leyes distintas en Castilla y Aragón) y logró
su poderío, por más que no tardó en llegar el declive.
Sin duda se produjeron genios singularísimos, pero su nombre
va vinculado a la imagen de la Inquisición y el racismo, así
como a una rígida estratificación social."(1)
Contra este constructo cultural y contra esta tradición literaria
es que Borges reacciona de una manera ambigua. Por un lado, se rebela
contra lo arbitrario de cualquier tradición, y por otro lado,
reconoce cuando la genialidad literaria se sobrepone a todo tipo de
preconcepto extraliterario. Es en esta dualidad, en esta herida, por
donde ingresan las voces canónicas y emblemáticas de la
literatura española en el discurso literario de Borges: "Confieso
– no de mala voluntad y hasta con presteza y dicha en el ánimo
– que algún ejemplo de genialidad española vale por literaturas
enteras: don Francisco de Quevedo, Miguel de Cervantes. ¿Quién
más? Dicen que Góngora,, dicen que Gracián, dicen
que el Arcipreste. No los escondo, pero tampoco quiero acortarle voz
a la observación de que el común de la literatura española
fue siempre fastidioso. (...) El que no es genio, es nadie; el único
recurso español es genialidad. Tanto es así que el español
no sospechoso de genialidad, nunca recabó una página buena."(2)
Este movimiento oscilante, de rechazo o de asimilación pero siempre
de profunda lectura, tiene nombres propios en la obra de Borges. El
mismo Borges decía que desconfiaba del pensamiento abstracto
sin ningún anclaje concreto. Por lo tanto, es necesario calibrar
ese diálogo tenso y productivo que se realiza con determinados
escritores incluidos en ese vasto y conflictivo período denominado
Siglo de Oro y al que se ha hecho referencia.
QUEVEDO
Francisco
de Quevedo fue uno de los escritores más admirados e influyentes
en Borges. A pesar de las diferentes percepciones y opiniones que tuvo
Borges a lo largo de su vida sobre Quevedo, aprendió de éste
uno de los grandes compromisos borgeanos: el compromiso con el lenguaje,
con la escritura, con la búsqueda de la perfección verbal,
de la limpidez sintáctica. Además de ocupar un gran espacio
textual en sus libros (citas, alusiones, referencias, etc), Quevedo
fue una de las grandes amistades literarias borgeanas, una de sus pasiones
y uno de sus hábitos de lectura. Pero lo más decisivo
de este diálogo literario, es comprender cómo repercute
la voz de Quevedo en Borges, ya que de aquél absorberá
una actitud hacia el lenguaje, hacia la literatura que dejará
su huella textual. Quevedo significa en Borges postular determinados
preceptos estéticos y literarios. Entre ellos el valor de la
literatura como discurso ambiguo, no reductible al imperio o la dictadura
de un único y "verdadero" sentido. En los versos de
Quevedo, Borges encuentra la pluralidad, la polifonía (podríamos
decir en un sentido bajtiniano) y la raíz irracional de la literatura.
Una de las demostraciones más clara de la repercusión
de Quevedo en Borges es que muchas opiniones de críticos literarios
vertidas sobre Quevedo podrían, matizando algunos aspectos históricos,
servir para describir ciertas características de Borges. Así,
por ejemplo, lo que José Manuel Blecua dice sobre Quevedo también,
a nuestro parecer, se podría transferir a Borges: "Como
escritor, da la impresión de hacerlo todo como un puro juego
al que no daba excesiva importancia, salvo que en ese juego era muy
riguroso consigo mismo y de una insatisfacción constante. Y esto
se prueba de un modo simplísimo: basta cotejar los manuscritos,
y las variantes que arrojan demuestran hasta la saciedad el rigor con
que escribía lo mismo un poema grave que un soneto burlesco,
La cuna y la sepultura, la Política de Dios o el Buscón."(3)
Borges también fue, sobre todo, un gran re-escritor. Haciendo
un trabajo casi de laboratorio literario nunca dejó de cambiar
sus textos, modificando las versiones primeras, suprimiendo, añadiendo,
etc. De esta manera ejerció, implícitamente, una crítica
a la idea de texto definitivo, acabado o cerrado. Podríamos pensar
a la imagen de un orfebre que trabaja cuidadosamente con la lengua como
el símbolo de unión entre los dos escritores.
También
en lo titánico, heterogéneo y amplio de su tarea literaria
y de "erudición" se pueden relacionar a estos dos escritores.
No olvidemos que a Quevedo lo precedían las aspiraciones humanistas
y de saber global del siglo anterior. Blecua resume esta inmensa labor
intelectual de Quevedo de la siguiente manera: "La abundante obra
poética de Quevedo, una de las más extensas y logradas
de la Edad de Oro, se caracteriza desde sus comienzos por su extraordinaria
amplitud temática, hasta el punto de ser el poeta de mayor imaginación
que conocen las letras españolas, y si a esto unimos su fabuloso
dominio de la lengua, desde la más chocarrera a la más
culta, obtendremos un resultado sorprendente. Si don Francisco escribe
muy joven aún el Buscón y los Sueños, un poco más
tarde, un tratado ascético y estoico, La cuna y la sepultura
o la Política de Dios, pasando por la Hora de todos y la Providencia
de Dios, aparte de sus cartas, de su enorme pasión por la lectura
y de querer competir con los grandes humanistas de su tiempo, con las
traducciones comentadas de Anacreonte y Jeremías; en poesía
hará lo mismo. Escribirá sonetos filosóficos, morales,
epitafios, burlescos, satíricos, lo mismo que romances y letrillas
con los temas más peregrinos, desde una Matraca de los paños
y telas, que envió desde San Marcos a González de
Salas, hasta un delicioso baile con la boda de los pobres o un romance
espléndido sobre los calvos." (4)
Este tipo de saber erudito o enciclopédico tendrá en la
obra de Borges una función retórica y constituirá
más un rasgo estilístico que la búsqueda de la
"verdad" (que en el univero borgeano no existe o en todo caso
es la belleza) o de un saber humanista y absoluto. Desde un criterio
lingüístico que tome en cuenta la biplanidad del signo
saussureano (significado / significante), podríamos decir que
lo que
antes estaba al nivel del significado, en Borges constituye el significante:
las citas y las alusiones eruditas no tienen un valor intrínseco
y por lo que sugieren semánticamente (como se observa en Quevedo),
sino por el juego estético y verbal que proponen. Este es otro
caso de desplazamiento, de desterritorialización, puesto que
la misma característica tiene funciones diferentes en los dos
escritores. Y es en esta resignificación de la tradición
heredada donde se juega la "identidad" literaria Borges, y
en un sentido más amplio, también la literatura argentina.
Se destaca, como uno de los puntos donde el diálogo de Quevedo
y Borges halla una suerte de comunión , el gran dominio del lenguaje
que se registra en sus obras. Esta destreza lingüística
conduce, en ambos casos, frecuentemente a la ácida ironía
verbal, y nadie mejor que Borges tuvo en cuenta el soneto de Quevedo
que confiesa que "retirado en la paz de estos desiertos, con pocos,
pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos." Y Borges escuchó
prolongadamente la voz de Quevedo.
En su primer libro de ensayos, Inquisiciones, Borges le dedicó
un estudio a Quevedo denominado "Menoscabo y grandeza de Quevedo".
En este texto Borges destaca las características que considera
más importante de Quevedo y que él absorverá a
lo largo del tiempo hasta hacerlas una realidad interna de su literatura:
"Quiero indicar que casi todos sus libros son cotidianos en el
plan, pero sobresalientes en los verbalismos de hechura."(5)
A continuación de esta reflexión destaca que el famoso
soneto XXXI de los enderazados a Lisi es el mejor alegato a favor de
la inmortalidad que escribió Quevedo. En el joven Borges resonaban
los famosos versos quevedianos "serán ceniza; más
tendrá sentido/polvo serán, más polvo enamorado."
Pero es el manejo del lenguaje lo que le fascina a Borges de Quevedo,
es la enseñanza que acuñó el escritor del Aleph
en sus prolongadas lecturas quevedianas: "Una realzada gustación
verbal, sabiamente regida por una austera desconfianza sobre la eficacia
del idioma, constituye la esencia de Quevedo. Nadie como él ha
recorrido el imperio de la lengua española y con igual decoro
ha parado en sus chozas y en sus alcázares. Todas las voces del
castellano son suyas y él, en mirándolas, ha sabido sentirlas
y recrearlas ya para siempre."(6)
Borges matiza que la grandeza lingüística y literaria de
Quevedo no se haya en el uso de lo que podríamos etiquetar como
palabras mentirosamente prestigiosas, sino en algo más profundo:
"Lo atareó mucho la problemática del lenguaje propio
del verso y es lícito recordar que fingió en uno de sus
libros un altercado entre el poeta de los pícaros y un seguidor
de Góngora (esto es, entre un coplero y un rubenista), tras el
cual se evidencia que su desemejanza está en emplear el uno voces
ilustres y el otro voces ruines y plebeyas, sin existir entre ambos
el menor contraste ideológico. El conceptismo – la solución
que dio Quevedo al problema – es una serie de latidos cortos e intensos
marcando el ritmo del pensar. En vez de la visión abarcadora
que difunde Cervantes sobre el ancho discurso de una idea, Quevedo pluraliza
las vilumbres en una suerte de fusilería de miradas parciales."
"El gongorismo fue una intentona de gramáticos a quienes
urgió el plan de trastornar la frase castellana en desorden latino,
sin querer comprender que el tal desorden es aparencial en latín
y sería efectivo entre nosotros por la carencia de declinaciones.
El quevedismo es psicológico: es el empeño en restituir
a todas las ideas el arriscado y brusco carácter que las hizo
asombrosas al presentarse por vez primera al espíritu."(7)
El Borges de este ensayo se decanta claramente por la estética
y la poética de Quevedo contra la de Góngora. Pero si
se profundiza, se puede llegar a la conclusión que más
que atacar al escritor de las Soledades, Borges ataca a sus contemporáneos
que emulan anacrónicamente el estilo de Góngora, y a los
cuales se refiere como la tribu de Rubén. En otro
ensayo del mismo libro Borges menciona explícitamente los hipotéticos
bandos literarios que están en disputa en este diálogo,
complementando el anterior estudio, discerniendo entre culterano o conceptista:
"Es decir, el primero cultiva la palabrera hojarasca por cariño
al enmarañamiento y al relumbrón y el segundo es revesado
para seguir con más veracidad las corvaduras del pensamiento
complejo. El culterano se llama Rimbaud, Swinburne, Herrera y Reissig;
el conceptista Hegel, Browning, Almafuerte, Unamuno. Ambas agrupaciones
pueden intuir vehemencia y generosidad literarias, pero hay una más
entrañable y conmovedora valía en las rebuscas del pensar
que en las vistosas irregularidades del idioma."(8)
Borges participa de una antigua polémica de las letras y de la
crítica española. Y, si bien hoy se puede ver como ilusoria
la disyuntiva entre conceptistas y culteranos, en aquellos años
implicó sumergirse en uno u otro grupo o tendencia poética.
El conceptismo y el culteranismo fue otra de las polémicas literarias
que se desterritorializaron al llevarse a América y luego se
reterritorializaron o encontraron un nuevo eje y anclaje en escritores
como Rubén Darío o Leopoldo Lugones.
El libro que Borges publicó a continuación de Inquisiciones
fue otro libro de ensayos: El tamaño de mi esperanza (que
no incluyó en sus obras completas). En este libro, vuelve a reflexionar
sobre la idea de asociar a Quevedo con la perfección del lenguaje:
"El solo nombre de Quevedo es argumento convincente de perfección
y nadie como él ha sabido ubicar epítetos tan clavados,
tan importantes, tan inmortales de antemano, tan pensativos. Abrevió
en ellos la entereza de una metáfora (ojos hambrientos de sueño,
humilde soledad, caliente mancebía, viento mudo y tullido, boca
saqueada, almas vendibles, dignidad meretricia, sagrienta luna); los
inventó chacotones (pecaviejero, desengongorado, ensuengrado)
y hasta tradujo sustantivos en ellos, dándoles por oficio el
adjetivar (quijadas bisabuelas, ruego mercader, palabras murciélagas
y razonamientos lechuzas, guedeja réquiem, mulato: hombre crepúsculo).
No diré que fue un precusor, pues don Francisco era todo un hombre
y no una corazonada de otros venideros ni un proyecto para después"(9)
Muchos años después, y bajo la luz de infinitas lecturas,
Borges volvería a abordar la obra de Quevedo en uno de los textos
de Otras Inquisiciones bajo el lacónico título
de Quevedo. En estas nuevas inquisiciones, sostiene que Quevedo
no es inferior a nadie pero no ha dado con un símbolo del que
se apodere la gente como sería el ejemplo de Sancho y el Quijote
en Cervantes o la imagen del escritor orfebre en Góngora.. Por
lo tanto, para gustar de Quevedo tendría que ser el lector un
hombre del mundo de las letras, aplicado y acostumbrado al lenguaje
poético: "Quevedo, sin embargo, todo lo salva, o casi, con
la dignidad del lenguaje."(10)
Y, en este sentido, dirá del Marco Bruto lo siguiente:
"El español, en sus páginas lapidarias, parece regresar
al arduo latín de Séneca, de Tácito y de Lucano,
al atormentado y duro latín de la edad de plata. El ostentoso
laconismo, el hipérbaton, el casi algebraico rigor, la oposición
de términos, la aridez, la repetición de palabras, dan
a ese texto una precisión ilusoria. Muchos períodos merecen,
o exigen, el juicio de perfectos."(11)
El tiempo no desgastó en Borges la admiración por el uso
del lenguaje de Quevedo. "Trescientos años ha cumplido la
muerte corporal de Quevedo, pero éste sigue siendo el primer
artífice de las letras hispánicas. Como Joyce, como Goethe,
como Shakespeare, como Dante, como ningún otro escritor, Francisco
de Quevedo es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura."(12)
De los muchos poemas que Quevedo escribió, el que más
interrogó y admiró Borges, ya que le permitió inferir
una concepción de la literatura, fue Memoria inmortal de don
Pedro Girón, duque de Osuna, muerto en la prisión.
De este poema dice que su efecto es anterior a toda interpretación.
En repetida ocasiones cita el poema, lo analiza y enuncia propiedades
del mismo transferibles al discurso literario en general. Esto lo descubre
en los versos del dístico que conforman los dos versos últimos
del segundo párrafo:
Faltar
pudo su patria al grande Osuna,
Pero no
a su defensa sus hazañas,
Diéronle
muerte y cárcel las Españas,
De quien
él hizo esclava la Fortuna..
Lloraron
sus invidias una a una
Con proprias
naciones las extrañas;
Su tumba
son de Flandres las campañas,
Y su epitafio
la sangrienta Luna.
En
sus exequias encendió al Vesubio
Parténope
y Trinacria al Mongibelo;
El llanto
militar creció en diluvio.
Dióle
el mejor lugar Marte en su cielo;
La Mosa,
el Rhin, el Tajo y el Danubio
Murmuran
con dolor su desconsuelo.
(Este
poema se publicó en el libro Elogios, Epitafios, Túmulos.
Se puede consultar la edición de las obras completas J. M. Blecua,
Castalia, página 425.)
La lectura que realiza Borges de este soneto y en especial del dístico
remarcado en negritas es la declaración de una manera de hacer
y entender la literatura, en la que se libera las restricciones habituales
del sentido para ingresar en un mundo polifónico: "Aquí
está lo esencial. Estos versos deben su riqueza a su ambigüedad.
Recuerdo muchas discusiones sobre la interpretación de estos
versos. ¿Qué significa "su tumba de Flandres las campañas"?
Podemos pensar en los campos de Flandres, en las campañas militares
que libró el duque. "Y su epitafio la sangrienta luna"
es uno de los versos más memorables de la lengua española.
¿Qué significa? Pensamos en la luna sangrienta que prefigura
en el Apocalipsis, pensamos en la luna debidamente roja sobre el campo
de batalla, pero hay otro soneto de Quevedo, dedicado también
al duque de Osuna, en el cual dice " a las lunas de Tracia con
sangriento/ eclipse ya rubrica tu jornada". Quevedo habrá
pensado, en principio, el pabellón otomano; la sangrienta luna
habrá sido la medialuna roja. Creo que todos estaremos de acuerdo
en no descartar ninguno de los sentidos; no vamos a decir que Quevedo
se refirió a las jornadas militares, a la fuga de servicios del
duque o a la campaña de Flandres, o a la luna sangrienta sobre
el campo de batalla, o a la bandera turca. Quevedo no dejó de
percibir los diversos sentidos. Los versos son felices porque son ambiguos."(13)
Lo medular del discurso literario consiste en hacer coexistir los diversos
sentidos y no anular ninguno. Es ahí dónde radica la importancia
de estos versos de Quevedo, y es esa cualidad la que Borges transfiere
al discurso literario. En la literatura no es necesario decantarse por
una u otra interpretación, la resonancia de la pluralidad semiótica
es lo que importa como motor de la belleza estética. Esta lectura
borgeana de Quevedo se podría relacionar con el concepto de polifonía
de la crítica literaria, ya que lo que se sugiere es captar y
aprehender esa polifonía de voces, sin instaurar ninguna como
origen o centro del sentido.
Resulta paradigmático, para comprender este diálogo de
influencias y resonancias poéticas, comparar el poema en el que
Quevedo satiriza a Góngora con el poema que Borges dedica a Gracián.
En ambos poemas se puede observar una descripción, irónica
o distanciada, de la lengua poética del siglo de oro, contexto
cultural con el que Borges está conversando. En el poema "Recetas
para hacer soledades en un día" de Quevedo encontramos
una enumeración satírica del léxico más
frecuente de Góngora y de los gongoristas:
Quien
quisiere ser culto en sólo un día,
La jeri
(aprenderá) gonza siguiente:
Fulgores,
arrogar, joven, presiente,
Candor,
construye, métrica armonía;
Poco, mucho,
si no, purpuracía,
Neutralidad,
conculca, erige, mente,
Pulsa, ostenta,
librar, adolescente,
Seña
traslada, pira, frustra, arpía;
Cede, impide,
cisuras, petulante,
Palestra,
liba, meta, argento, alterna,
Si bien
disuelve émulo canoro.
Use mucho
de líquido y de errante,
Su poco
de nocturno y de caverna,
Anden listos
livor, adunco y poro.
Que ya toda
Castilla,
Con sola
esta cartilla,
Se abrasa
de poetas babilones,
Escribiendo
sonetos confusiones;
Y en la
Mancha, pastores y gañanes,
Atestadas
de ajos las barrigas,
Hacen ya
cultedades como migas.
Si hacemos dialogar este poema con el poema que Borges dedica a Gracián,
apreciamos cómo después de trescientos años Borges
se asombra del mismo juego verbal. Y si bien es verdad que Borges no
se cansó de decir que la confusión no conlleva ningún
mérito, la ironía borgeana siempre esconde un reconocimiento:
sólo se satiriza aquello que de algún modo esconde un
valor o es digno de prestarle atención y reflexión crítica.
BALTASAR GRACIÁN
Laberintos,
retruécanos, emblemas,
Helada
y laboriosa nadería,
Fue
para este jesuita la poesía,
Reducida
por él a estratagemas.
No
hubo música en su alma; sólo un vano
Herbario
de metáforas y argucias
Y
la veneración de las astucias
Y
el desdén de lo humano y sobrehumano.
No
lo movió la antigua voz de Homero
Ni
esa, de plata y luna, de Virgilio;
No
vio al fatal Edipo en el exilio
Ni
a Cristo que se muere en un madero.
A
las claras estrellas orientales
Que
palidecen en la vasta aurora,
Apodó
con palabra pecadora
Gallinas
de los campos celestiales.
Tan
ignorante del amor divino
Como
del otro que en las bocas arde,
Lo
sorprendió la Pálida una tarde
Leyendo
las estrofas del Marino.
Su
destino ulterior no está en la historia;
Librado
a las mudanzas de la impura
Tumba
el polvo que ayer fue su figura,
El
alma de Gracián entró en la gloria.
¿Qué
habrá sentido al contemplar de frente
los
Arquetipos y los Esplendores?
Quizá
lloró y se dijo: vanamente
Busqué
alimento en sombras y en errores.
¿Qué
sucedió cuando el inexorable
sol
de Dios, la Verdad, mostró su fuego?
Quizá
la luz de Dios lo dejó ciego
En
mitad de la gloria interminable.
Sé
de otra conclusión. Dado a sus temas
Minúsculos,
Gracián no vio la gloria
Y
sigue resolviendo en la memoria
Laberintos,
retruécanos y emblemas.
Ha
sido bastante mencionada la relación entre Quevedo y Borges.
Esto ya lo señalaba por el 1976 Giusseppe Bellini, al recordar
la similitud de una sintaxis que usa la concatenación de frases
cortas con períodos largos, la ausencia relativa de interés
por la forma (en un sentido "cultista"), o el uso común
de ciertos vocablos: "Estos elementos demuestran suficientemente
la identidad de un clima espiritual entre las dos personalidades (...)
Los temas del tiempo y de la eternidad, de la vida y de la muerte intensifican
este clima de espiritualidad afín (...)"(14)
En un estudio más reciente, como es Borges en el espejo de
Quevedo, de Blas Matamoro, también se recuerda esta relación
y se analiza de una manera más profunda el diálogo entre
Quevedo y Borges: "Los contactos y las deudas de Borges con el
barroco español son bien conocidos. En parte, a este aire de
familia escogida se refiere la elección idiomática del
escritor, educado en inglés y francés, pero que asume
el castellano como un destino histórico(...) "Quevedo sintetiza
el barroquismo de Borges. Episódico y culterano en su juventud
más o menos vanguardista, se vuelve conceptista a partir de su
madurez neoclásica, cuando Quevedo se reúne con Shakespeare,
Milton y los poetas metafísicos ingleses de la época.
Esta impronta conceptista es decisiva para Borges porque proviene de
dos enseñanzas quevedianas: desconfiar de la eficacia del idioma
(lo que pierde a los barrocos culteranos en un ejercicio de tecniquerías,
estratagemas y oficios decorativos) y recuperar lo asombroso de una
idea (...)"(15)
Matamoro sostiene, en este artículo, que en el barroco el lenguaje
adquiere mayor autonomía y escapa hacia una suerte de independencia
donde pueden convivir los contrarios. Es esta idea de pluralidad la
que repercute en Borges. El escritor argentino deduce la ontología,
la condición de existencia de la literatura de los textos quevedianos,
que a la luz de las nuevas teorías crítica podríamos
denominar como la condición polifónica intrínseca
a la literatura.
La figura que Borges construye de Quevedo, como cifra y metáfora
de este escritor, circula en su poesía y nos envía nuevamente,
en un flujo y reflujo, al siglo XVII:
A
UN VIEJO POETA
Caminas
por el campo de Castilla
Y
casi no lo ves. Un intrincado
Versículo
de Juan es tu cuidado
Y
apenas reparaste en la amarilla
Puesta
del sol. La vaga luz delira
Y
en el confín del Este se dilata
Esa
luna de escarnio y de escarlata
Que
es acaso el espejo de la Ira.
Alzas
los ojos y la miras. Una
Memoria
de algo que fue tuyo empieza
Y
se apaga. La pálida cabeza
Bajas
y sigues caminando triste,
Sin
recordar el verso que escribiste:
Y
su epitafio la sangrienta luna.
GONGORA
La relación de Borges con Góngora fue ambivalente. Comenzó
escribiendo contra el gongorismo, definiéndose por oposición
a esta retórica. Pero con los años reconoció la
importancia del escritor cordobés y su legado de que, en literatura,
el protagonista principal puede ser el lenguaje. Es que Góngora
puso entre paréntesis la lengua, mostró sus mecanismos
de artificio y cambió los paradigmas de creación poética.
Una de las pruebas más concluyentes de esta afirmación
es que hasta sus enemigos literarios se terminaron pareciendo a él.
Después de Góngora las letras castellanas quedaron modificadas
para siempre, y cuyo impulso de renovación alcanzó y atravesó
a Borges y a los escritores contemporáneos: "La revolución
poética de Góngora afectó no sólo a la poesía,
sino a la predicación, la prosa académica, el teatro y
el habla cultiniparla de la calle, extendiéndose hasta bien avanzado
el siglo XVIII. Pero la estrella de Góngora declinó con
la crítica neoclásica y hay que esperar a la generación
de 1927 que, al abrigo de su centenario, cristaliza en la visión
de un Góngora paradigmático de la poesía pura,
reclamado anteriormente por simbolistas y modernistas (...)"(16)
Pero entre Borges y Góngora, a pesar de las diferencias temporales,
geográficas y personales insalvables, hay un destino compartido:
ambos fueron leídos en vida como "clásicos",
ambos fueron marginados y reducidos a una invisibilidad en sus países,
y luego ambos resurgieron para ingresar a la paradójica inmortalidad
del canon occidental.
Decíamos que el Borges de los primeros años se definió
escribiendo contra el gongorismo, denominación que podemos entender
como una metonimia de la escritura contemporánea
que busca la "complicación" y la supuesta oscuridad
como meta literaria y medida del valor estético. Este "combate"
literario lo podemos registrar a lo largo de sus textos. En Inquisiciones
cuenta que "narra Lope de Vega que encareciéndole a un gongorista
la claridad que para deleitar quieren los versos, éste le replicó:
También deleita el ajedrez. Réplica, que sobre sus dos
excelencias de enrevesar la discusión y de sacar ventaja de un
reproche (pues cuanto más difícil es un juego, tanto más
apreciado) no es otra cosa que un sofisma. No quiero persuadirme que
la obscuridad haya sido en momento alguno, meta del arte. Es increíble
que generaciones enteras se atareasen a sólo enigmatizar."(17)
En El tamaño de mi esperanza, Borges se detiene a analizar
un soneto de Góngora, marcando sus peculiaridades estilísticas
y metafóricas. El soneto gongorino que interpela Borges data
de 1582 y es el siguiente:
Raya, dorado sol, orna y colora
Del alto
monte la lozana cumbre,
Sigue con
agradable mansedumbre
El rojo
paso de la blanca aurora,
Suelta
las riendas a Favonio y Flora,
Y
usando al esparcir tu nueva lumbre
Tu
generoso oficio y real costumbre,
El
mar argenta, las campañas dora,
Para
que de esta vega el campo raso
Borde
saliendo Flérida de flores;
Mas
si no hubiere de salir acaso,
Ni
el monte rayes, ornes ni colores,
Ni
sigas de la aurora el rojo paso,
Ni
el mar argentes, ni los campos dores.
Amén
de las críticas que realiza Borges a Góngora, en el análisis
del poema hay una celebración de la capacidad gongorina de construir
un mundo verbal independiente de los objetos del mundo cotidiano, de
enfatizar y sacar lustres a las cosas por medio del lenguaje. Por lo
que Borges hace una lectura no canónica, o si se quiere desterritorializada,
ya que no señala a las metáforas gongorinas, pertenecientes
a la lengua poética del siglo XVII, como el centro de la poética
del poeta cordobés, sino la capacidad lingüística
ya mencionada: "¿Cómo suponer que en la España del
mil seiscientos, traspasada de literatura ingeniosa, hubo novedad en
llamarlo dorado al sol y alto al monte y lozana a la cumbre y blanca
a la aurora? No hay precisión ni novelería en estos adjetivos
obligatorios, pero tal vez hay algo mejor. Hay un enfatizar las cosas
y recalcarlas, que es indicio de gozamiento. Decir alto monte es casi
decir monte montuoso, puesto que la esencia del monte es la elevación.
Luna lunera, dicen las chicas en la ronda catonga y es como si dijeran
luna bien luna."(18)
La crítica negativa que realiza de Góngora esconde un
reconocimiento y encierra una admiración hacia este poeta, ya
que lo que Borges quiere señalar es la imperfección de
toda obra humana, su incapacidad de perfección: "He dicho
mi verdad: la de la medianía de estos versos, la de los aciertos
posibles y sus equivocaciones seguras, la de su flaqueza y ternura enternecedoras
ante cualquier reparo. Alguien me dirá que todo verso es desbaratable
a fuerza de argumentos y que los argumentos mismo lo son. Sin duda y
ésa es la herida por donde se les trasluce la muerte. Yo he querido
mostrar en la pobreza de uno de los mejores, la miseria de todos."
"(...) cuanto más descontentadiza sea nuestra gustación,
tanto más probable será que algunas páginas honrosas
puedan cumplirse en este país."(19)
En estas últimas palabras, hallamos claramente la operación
ideológica literaria que realizó Borges a lo largo de
los años y es la premisa básica de nuestro trabajo: la
lectura desterritorializada del canon español. Esta lectura herética
(nunca desconocimiento) es el espacio desde donde se construye una escritura,
la borgeana, con coordenadas lingüísticas y retóricas
comunes, pero con énfasis y temperaturas diferentes: "Los
idiomas del hombre son tradiciones que entrañan algo de fatal.
Los experimentos individuales son, de hecho, mínimos, salvo cuando
el innovador se resigna a labrar un espécimen de museo, un juego
destinado a la discusión de los historiadores de la literatura
o al mero escándalo, como el Finnegans Wake o las Soledades."(20)
Siempre hay una grieta entre el decir y lo dicho, o, por decirlo de
otra manera, entre la estética
que se postula o se adhiere y la estética que se ejerce o se
produce al escribir. Así que si por un lado, tenemos las conocidas
críticas a Góngora, también hay un reconocimiento
literario. Este reconocimiento, sin duda ambiguo y conflictivo como
toda tradición, llegó con los años. Y Borges, en
su último libro de poesías, quiso ser Góngora por
un instante o por un poema. Quiso serlo en un sentido gramatical y lingüístico
(como le hubiese gustado a Góngora) al escribir en primera persona
el poema que le dedica:
GÓNGORA
Marte,
la guerra. Febo, el sol. Neptuno,
El
mar que ya no pueden ver mis ojos
Porque
lo borra el dios. Tales despojos
Han
desterrado a Dios, que es Tres y es Uno,
De
mi despierto corazón. El hado
Me
impone esta curiosa idolatría.
Cercado
estoy por la mitología.
Nada
puedo. Virgilio me ha hechizado.
Virgilio
y el latín. Hice que cada
Estrofa
fuera un arduo laberinto
De
entretejidas voces, un recinto
Vedado
al vulgo, que es apenas, nada.
Veo
en el tiempo que huye una saeta
Rígida
y un cristal en la corriente
Y
perlas en la lágrima doliente.
Tal
es mi extraño oficio de poeta.
¿Qué
me importan las befas o el renombre?
Troqué
en oro el cabello, que está vivo.
¿Quién
me dirá si en el secreto archivo
de
Dios están las letras de mi nombre?
Quiero
volver a las comunes cosas:
El
agua, el pan, un cántaro, unas rosas...
CERVANTES.
Cervantes es el escritor español que más perduró
en la amistad literaria de Borges. Otros escritores fluctuaron entre
la admiración y el rechazo. Pero el símbolo que constituye
don Quijote y Sancho Panza vivió en su memoria literaria desde
siempre. Fue en esta obra, como ya destacamos, que Borges vio un símbolo
de afinidad con la cultura argentina, al comparar el capítulo
XXII de la primera parte del Quijote (donde se liberan a los condenados
a las galeras) con la noche en que el sargento Cruz desertó de
la partida policial y se sumó a la pelea del gaucho Martín
Fierro. En ambos casos, Borges encontró una primacía del
individuo y de la amistad sobre la ley y el Estado. Pero además
de estos símbolos, hay un rasgo literario, de ritmo y de respiración
sintáctica, que Borges escucha en Cervantes y prolonga en sus
textos. Este rasgo es la prosa casi "desaliñada" o
conversada de Cervantes, que se aviene mejor a la tradición del
habla porteña, desterritorializada de las grandes estructuras
y preceptos reguladores del decir. Ni la pompa de lo falsamente grave
ni la superficialidad de lo simple. Borges halla una suerte de eternidad
en la obra más importante de Cervantes, que trasciende la "superstición"
del estilo y las circunstancias de recepción del siglo XVII.
Teodosio Fernández indica esta influencia de la siguiente manera:
"(...) Borges buscó sobre todo la manera conversada de Cervantes,
la voz de Cervantes. Había encontrado también en él
un destino paradójico: fue "tolerante en un siglo y en un
país de vanidosa retórica, lo atrajo lo esencial del hombre,
ya como tipo, ya como individuo". Paralelamente se sintió
atraído por el héroe de su novela fundamental, en el que
alguna vez creyó hallar la prueba de una secreta afinidad entre
españoles y argentinos."(21)
También Silvia Molloy destaca la fecunda relación y sus
formas entre Borges y el Quijote: "Entre estos hitos se mueve por
las letras de Borges el texto cervantino, nombrado, aludido, explicado,
plegado a la comparación inesperada, plagiado con humor (...)"(22)
Con el título "La supersticiosa ética del lector"
encontramos en el libro Discusión las primeras reflexiones
significativas de Borges sobre la obra de Cervantes. Además de
señalar las características que considera primordiales
del Quijote, también realiza un breve resumen de la opinión
de otros escritores sobre esta obra, para deslizar entre las opiniones
ajenas la suya, estrategia verbal borgeana muy frecuente: "No hay
libro bueno sin atribución estilística, de la que nadie
puede prescindir – excepto su escritor. Séanos ejemplo el Quijote.
La crítica española, ante la probada excelencia de esa
novela, no ha querido pensar que su mayor (y tal vez único irrecusable)
valor fuera el psicológico, y le atribuye dones de estilos, que
a muchos parecerán misteriosos. En verdad, basta revisar unos
párrafos del Quijote para sentir que Cervantes no era estilista
(a lo menos en la presente acepción acústico- decorativa
de la palabra) y que le interesaban demasiado los destinos de Quijote
y de Sancho para dejarse distraer por su propia voz. La Agudeza y arte
de ingenio de Baltasar Gracián – tan laudativa de otras prosas
que narran, como la del Guzmán de Alfarache – no se resuelve
a acordarse de Don Quijote. Quevedo versifica en broma su muerte y se
olvida de él. Se objetará que los dos ejemplos son negativos;
Leopoldo Lugones, en nuestro tiempo emite un juicio explícito:
"El estilo es la debilidad de Cervantes, y los estragos causados
por su influencia han sido graves. Pobreza de color, inseguridad de
estructura, párrafos jadeantes que nunca aciertan con el final,
desenvolviéndose en convólvulos interminables; repeticiones,
falta de proporción, ése fue el legado de los que no viendo
sino en la forma la suprema realización de la obra inmortal,
se quedaron royendo la cáscara cuyas rugocidades escondían
la fortaleza y el sabor" (El imperio infinoto, página 59).
También nuestro Groussac: "Si han de describirse las cosas como
son, deberemos confesar que una buena mitad de la obra es de forma por
demás floja y desaliñada, la cual harto justifica lo del
humilde idioma que los rivales de Cervantes le achacaban. Y con esto
no me refiero única ni principalmente a las impropiedades verbales,
a las intolerables repeticiones o retruécanos ni a los retazos
de pesada grandilocuencia que nos abruman, sino a la contextura generalmente
desmayada de esa prosa de sobremesa" (Crítica literaria, página
41) Prosa de sobremesa, prosa conversada y no declamada, es la de Cervantes,
y otra no le hace falta. Imagino que esa misma observación será
justiciera en el caso de Dostoievki o Montaigne o Samuel Butler."(23)
Y es que a Borges lo que le hace crecer el Quijote es la flexibilidad
verbal, su disponibilidad para la traducción, puesto que considera
que no se puede variar una sola línea de las fabricadas por Góngora,
pero está muy vivo el fantasma alemán o escandinavo o
indostánico del Quijote, más que determinados ansiosos
artificios verbales de los meramente estilistas.
Varios años después, en Otras Inquisiciones, Borges
escribe el famoso texto "Magias parciales del Quijote". Aquí
enuncia que Cervantes, en esta obra, opone a las vastas y vagas geografías
del Amadís, los polvorientos caminos y los sórdidos mesones
de Castilla. También sostiene que para Cervantes ni aquella España
ni su siglo eran poéticos y que no hubiese entendido a hombres
como Unamuno que se enternecían con la mención de la Mancha.
En este ensayo recuerda el capítulo sexto del Quijote, cuando
el cura y el barbero revisan y analizan la biblioteca de Alonso Quijano.
Lo sorprendente, al parecer de Borges, es que entre los libros registrados
aparece la Galatea de Cervantes. De esta obra se dice que el
libro tiene algo de buena invención y que no concluye en nada.
Por lo tanto, el barbero, que sería un sueño de Cervantes,
juzga al propio Cervantes, que es el soñador. Este tópico
se repite en la literatura española en libros como Niebla
de Unamuno, donde el personaje se revela al autor y no quiere morir,
resistiendo la voluntad del autor.
Borges termina por enumerar, en el mismo texto, los elementos modernos,
rupturistas y de novedad de la gran obra de Cervantes: "También
es sorprendente saber, en el principio del noveno capítulo, que
la novela entera ha sido traducida del árabe y que Cervantes
adquirió el manuscrito en Toledo, y lo hizo traducir por un morisco,
a quien alojó más de un mes y medio en su casa, mientras
concluía la tarea." "Ese juego de extrañas ambigüedades
culmina en la segunda parte; los protagonistas han leído la primera,
los protagonistas de Quijote son, asimismo, lectores del Quijote. Aquí
es inevitable recordar el caso de Shakespeare, que incluye en el escenario
de Hamlet otro escenario, donde representa una tragedia, que es más
o menos la de Hamlet."(24)
Luego de señalar estos complejos elementos narrativos
del Quijote, que anticipan la narrativa contemporánea,
finaliza su reflexión deduciendo una metafísica, como
casi todas las lecturas borgeanas: "Por qué nos inquieta
que Don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet?
Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los
caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores,
nosotros, sus lectores, podemos ser ficticios."(25)
Sucede que Cervantes cree en sus personajes, y, como destaca
Borges, aunque D’Artagnan ejecute múltiples hazañas y
Don Quijote sea escarnecido, el lector siente más verdadero el
valor de Don Quijote.
Cabe destacar que en el epílogo a sus obras completas de Emecé,
(y en otros lugares de sus escritos también recurre sobre el
tema), Borges confiesa que fue una suerte de Alonso Quijano que no se
atrevió a ser don Quijote, y que nunca salió de la biblioteca
de su padre. Son muchos los ángulos por donde transcurre el eterno
diálogo entre los dos escritores. Ya que la magia de la literatura,
a diferencia de la historia, puede abolir las fechas y las precisiones
históricas, y es muy probable que en los textos de Cervantes
encontremos las réplicas a las preguntas de Borges, que a su
vez se convertirán en nuevas preguntas, conformando un circuito
semiótico infinito.
De especial mención, para calibrar la apropiación del
canon desde un lugar desterritorializado de la tradición, es
el cuento Pierre Menard, autor del Quijote. Aquí se nos
cuenta que el ficticio novelista Pierre Menard (una de las creaciones
irónicas y falsas de Borges), quien ha escrito una monografía
sobre el Ars magna generalis de Ramón Lull , se propuso componer
el Quijote (no otro Quijote, sino el mismo texto cervantino).
Su propósito era producir unas páginas que coincidieran
(palabra por palabra
y línea por línea) con las de Miguel de Cervantes. El
personaje borgeano intenta recuperar la fe católica, guerrear
contra los moros o contra el turco y olvidar la historia de Europa entre
los años de 1602 y de 1918: ser Cervantes en el siglo XX. Pero
finalmente el personaje descarta esta posibilidad, pues le resulta más
interesante llegar a producir el Quijote a través de las experiencias
de Pierre Menard. Es en este punto en el que podríamos hacer
una comprensión de este cuento desde el concepto de desterritorialización
de los filósofos franceses Deleuze y Guattari. Tenemos la misma
superficie textual en el Quijote de Cervantes y en el Quijote de Menard,
pero las coordenadas históricas no son las mismas, cambian las
condiciones de la enunciación y por lo tanto también cambia
el texto. Reconoce Menard esta fatalidad: "He cursado asimismo
los entremeses, las comedias, la Galatea, las novelas ejemplares, los
trabajos sin duda laboriosos de Persiles y Segismunda y el Viaje del
Parnaso. Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido
y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior
de un libro no escrito. Postulada esa imagen (que nadie en buena ley
me puede negar) es indiscutible que mi problema es harto más
difícil que el de Cervantes. Mi complaciente precursor no rehusó
la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un
poco a la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la invención.
Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente
su obra espontánea. Mi solitario juego esta gobernado por dos
leyes polares. La primera me permite ensayar variantes del tipo formal
o psicológico, la segunda me obliga a sacrificarlas al texto
"original" y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación...
A esas trabas artificiales hay que sumar otra, congénita. Componer
el Quijote a principios del siglo diecisiete era una empresa razonable,
necesaria, acaso fatal; a principios del veinte, es casi imposible.
No en vano han transcurrrido trescientos años, cargados de complejísimos
hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote."(26)
La desterritorialización de la obra produce que Menard, a diferencia
de Cervantes, sea arcaizante en el uso del lenguaje. Menard a través
de la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones
erróneas, sugiere Borges, ha enriquecido la manera de leer, y
se podría leer, de este modo, a la Odisea como posterior a la
Eneida, poblando de "aventuras los libros más calmosos".
Todo lo que Borges consideraba como experiencia íntima tendía
a transformarlo en literatura. Así justificó el poema
que le dedicó al idioma anglosajón, ya que para él
el estudio de este idioma era una vivencia profunda. Lo mismo cabría
decir de Cervantes y de su "sueño" don Quijote, que
no escaparon a la mirada poética borgeana:
UN
SOLDADO DE URBINA
Sospechándose
indigno de otra hazaña
Como
aquélla en el mar, este soldado,
A
sórdidos oficios resignado,
Erraba
oscuro por su dura España.
Para
borrar o mitigar la saña
De
lo real, buscaba lo soñado
Y
le dieron un mágico pasado
Los
ciclos de Rolando, solo y pobre,
Sin
saber de qué música era dueño;
Atravesando
el fondo de algún sueño,
Por
él ya andaban don Quijote y Sancho.
NI
SIQUIERA SOY POLVO
No
quiero ser quien soy. La avara suerte
Me
ha deparado el siglo diecisiete,
El
polvo y la rutina de Castilla,
Las
cosas repetidas, la mañana
Que,
prometiendo el hoy, nos da la víspera,
La
plática del cura y del barbero,
La
soledad que va dejando el tiempo
Y
una vaga sobrina analfabeta.
Soy
hombre entrado en años. Una página
Casual
me reveló no usadas voces
Que
me buscaban, Amadís y Urganda.
Vendí
mis tierras y compré los libros
Que
historian cabalmente las empresas:
El
Grial, que recogió la sangre humana
Que
el Hijo derramó para salvarnos,
El
ídolo de oro de Mahoma,
Los
hierros, las almenas, las banderas
Y
las operaciones de la magia.
Cristianos
caballeros recorrían
Los
reinos de la tierra, vindicando
El
honor ultrajado o imponiendo
Justicia
con los filos de la espada.
Quiera
Dios que un enviado restituya
A
nuestro tiempo ese ejercicio noble.
Mis
sueños lo divisan. Lo he sentido
A
veces en mi triste carne célibe.
No
sé aún su nombre. Yo, Quijano,
Seré
ese paladín. Seré mi sueño.
En
esta vieja casa hay una adarga
Antigua
y una hoja de Toledo
Y
una lanza y los libros verdaderos
Que
a mi brazo prometen la victoria.
¿A
mi brazo? Mi cara (que no he visto)
No
proyecta una cara en el espejo.
Ni
siquiera soy polvo. Soy un sueño
Que
entreteje en el sueño y la vigilia
Mi
hermano y padre, el capitán Cervantes,
Que
militó en los mares de Lepanto
Y
supo unos latines y algo de árabe...
Para
que yo pueda soñar al otro
Cuya
verde memoria será parte
De
los días del hombre, te suplico:
Mi
Dios, mi soñador, sigue soñándome.
OTROS
ESCRITORES FRECUENTADOS POR BORGES
Hubo
otros escritores que también Borges frecuentó y que se
relacionan con este período de la literatura española.
Uno de ellos fue Gracián, de quien criticó su "tecniquería"
y su supuesta falta de vitalidad y afectación lingüística.
Pero en cambio, otro tipo de escritores, menos reivindicados por la
crítica actual y que tienen sus ecos y una valoración
positiva en Borges son Diego de Torres Villaroel y Diego de Saavedra
Fajardo.
Sobre Saavedra Fajardo manifestó Borges que, al igual que Milton,
latinizó con perfección. Cita en Inquisiciones el prefacio
de la Corona Gótica de Saavedra Fajardo donde se propone
imitar el estilo de los latinos, desechando a los que fuerzan a la lengua
castellana de una manera "floxa y desaliñada". Y a
Torres Villaroel, Borges le dedica un ensayo en Inquisiciones.
Este escritor, inmediatamente posterior al siglo de oro español
(1694 – 1770) sufre el embrujo y el influjo de Quevedo, talismán
literario borgeano: "Quiero puntualizar la vida y la pluma de Torres
Villaroel, hermano de nosotros en Quevedo y en el amor de la metáfora."(27)
Pero Borges quiere ir más allá del dato biográfico
muerto, busca la esencia, la regularidad, las repeticiones que permiten
inferir una poética: "Torres Villaroel, en sus versos, no
hizo sino metrificar recuerdos de aventadas lecturas, engalanándolos
de rimas."(28) En
este caso lo importante no es el contenido, sino la construcción
verbal que soportan los versos: "Es lo de menos la intención
risible que esgrimen y su virtud está en la atropellada numerosidad
de figuras que enuncian, gritan, burlan y enloquecen al pensamiento"
Borges celebra en Torres Villaroel lo que anulaba en Góngora.
Esto se explica porque Villaroel estuvo influido por Quevedo, y por
aquellos años Borges estaba enquevizado: "Existe
en Torres Villaroel un milagro, tan impenetrable y tan clave como cualquier
cristal y es la potestad absoluta que don Francisco de Quevedo hubo
sobre la diestra de su discípulo tardío."(29)
Es este período del siglo de oro, y más particularmente
el barroco, la entidad cultural y literaria con la que Borges entabla
un continuo diálogo, una interpelación que provoca incorporaciones
y rechazos, pero siempre repercute en su concepto de la literatura y
en su escritura. Él propio escritor argentino hace notar que
la sintaxis del título de su libro Historia Universal de la
infamia es de una irónica construcción barroca. Alazraki
explica cómo el barroco es piedra angular de la relación
de Borges con España: "Su relación hacia España
está condicionada por una ambivalencia semejante. Los ensayos
de sus tres primeras colecciones están dedicados a inquirir y
comentar los clásicos de la literatura española. Borges
ávido y deslumbrado por la obra de Quevedo, Góngora, Jorge
Manrique, Cervantes, Torres Villaroel, Gracián y la de los demás
maestros del barroco. (...) Para el primer Borges de los años
20, la prosa que merecería ser imitada, la prosa que aparecería
ante sus ojos juveniles como el estilo por antonomasia era la prosa
del barroco español."(30)
Pero, una vez rastreadas las influencias, lo importante es indagar qué
función desempeñaron esas lecturas en la literatura borgeana.
Y Alazraki arriesga una respuesta en el mismo texto citado anteriormente:
"Enquevizado hasta los huesos en su juventud, saldrá del
barroco por las puertas que le abrían las magias parciales del
Quijote, pero el barroco le había enseñado las trampas,
pasadizos y secretas cámaras del idioma. Me inclino a creer que
ese sustrato barroco no desaparece del todo. Forma un sedimento, una
rienda de las muchas que maneja Borges y que fijan el curso y tenor
de su prosa."
Raymond Doyle, en su libro La huella española en la obra de
Borges, también señala otras corrientes de expresión
literaria española que desembocan o que impactan en Borges. De
esta suerte que relaciona la mística del siglo dieciséis
con un concepto panteísta del universo que se desprendería
de los cuentos borgeanos. Este concepto panteísta alude a una
divinidad que se encuentra presente en todas las cosas existentes, o,
si se quiere, todas las cosas existentes son parte de la divinidad.
Y, según Doyle "La poesía mística de San Juan
de la Cruz, Santa Teresa, Fray Luis de Granada y otros muestra de forma
evidente esta inclinación".(31)
También aclara que Borges, como Calderón, Tirso de Molina,
Feijoo, Unamuno y muchos otros, ponen la filosofía, en este caso
la mística o el concepto panteísta, al servicio del arte
y no a la inversa.
Sin embargo, creemos que lo sustancial de este libro de Doyle, (hoy
ya un tanto antiguo en el método y desacertado en algunas consideraciones
biológicas como influencia española) es su punto de partida,
que bien puede ser el punto final de esta reflexión: "Por
supuesto, reconocemos el hecho de que Borges es un escritor argentino
y no un español y que muchas otras influencias, tanto nacionales
como extranjeras prevalecen en su producción; pero esto acontece,
como en dos círculos que se entrelazan; hay partes que se tocan
y partes que no se tocan en lo absoluto. Nuestro punto de partida se
afirma, desde luego, en ese terreno común a los dos círculos."(32)
Notas:
1.-
Wardropper, Bruce; "Temas y problemas del barroco español"
en Historia y crítica de la literatura española, de Francisco
Rico, Crítica, Barcelona, página 5.
2.-
Borges, Jorge Luis; El idioma de los argentinos, Ob. cit., páginas
22, 23.
3.-
Blecua, José María; Introducción crítica
a Poemas escogidos, Castalia, Madrid, página 8.
4.-
Idem, páginas 17,18.
5.-
Borges, Jorge Luis, Ob.cit. página 44
6.-
Idem, página 47.
7.-
Idem, páginas 48, 49.
8.-
Idem, páginas 115, 116.
9.-
Borges, Jorge Luis; El tamaño de mi esperanza, Ob.cit. página
53.
10.-
Borges, Jorge Luis, Otras inquisiciones, página 40.
11.-
Idem, página 40.
12.-
Idem, página 44.
13.-
Borges, Jorge Luis; Siete noches, en Obras completas, Ob. cit., página
260.
14.-
Bellini, Giusseppe; Quevedo y la poesía hispanoamericana del
siglo XX: Vallejo, Carrera Andrade, Paz, Neruda, Borges. Eliseo and
Torres, Nueva York, páginas 87, 88.
15.-
Matamoro, Blas; "Borges en el espejo de Quevedo", en Variaciones,
Centro Borges, Dinamarca, páginas 139, 140.
16.-
Egido, Aurora; "Góngora", en Historia y crítica
de la literatura española, Ob. cit., página 382
17.-
Borges, Jorge Luis, Inquisiciones; Ob. cit., página 39.
18.-
Borges, Jorge Luis, El tamaño de mi esperanza, ob. cit., página
113.
19.-
Idem, páginas 115, 116.
20.-
Borges, Jorge Luis, El otro, el mismo, en Obras completas, Ob. cit.,
página 235.
21.-
Fernández, Teodosio; España en Borges, Ob. cit., página
34.
22.-
Molloy, Silvia; España en Borges, Ob. cit., página 44.
23.-
Borges, Jorge Luis; Discusión, Ob. cit. Página 202,203.
24.-
Borges, Jorge Luis; Otras inquisiciones, Ob. cit., página 46.
25.-
Idem, página 47.
26.-
Borges, Jorge Luis; Ficciones, en Obras completas, v.I. Ob. cit. Página
449.
27.-
Borges, Jorge Luis, Inquisiciones, Ob. cit. Página 9.
28.-
Idem, página 12.
29.-
Idem, página 14.
30.-
Alazraki, Jaime; España en Borges, çob. Cit., página
12.
31.-
Doyle, Raymond; La huella española en la obra de Borges, Playor,
Madrid, página 30.
32.-
Idem, página 13.
Santiago
De Luca es Doctor en filología hispánica por la Universidad
Complutense de Madrid y Presidente de la Fundación La Metáfora
del Arte, en Santa Fe, Argentina.
Copyright
Notice: all material in everba is copyright.
It is made available here without charge for personal use only. It may
not be stored, displayed, published, reproduced, or used for any other
purpose whatsoever without the express written permission of the author.
This
page last updated
07/17/2003
visits
ISSN 1668-1002 / info
|
|