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EL PROFESOR DE GIMNASIA
por Samantha Miller

Sin duda fue un mal entendido. Pero quizás toda historia de amor lo sea.

Entonces debo hacer una confesión (y no me detiene el riesgo de perder para siempre la simpatía de mis inexistentes amigos): yo sólo quería su dinero. Todo su dinero.

Y ¿qué hay de malo en codiciar? ¿Por qué debía resignarme a ser sólo el diligente servidor de su deseo? ¿Cómo podía suponer yo que ella estaba enamorada? ¿Cómo ella no se dio cuenta de nada?

Supongo que la belleza es una costumbre que no se pierde con los años; quizás la señora M. seguía viendo en el espejo la luz de su estrella ya apagada.

Demasiado esfuerzo para mi imaginación; y no es ahí donde tengo los músculos. Pasemos a la clase de gimnasia.

Aquí vamos corriendo a la mañana por Palermo. Muy temprano para pensar en sexo. Sin embargo, todo se precipita. La señora M. que rueda por el suelo exhausta. Masajes en las piernas. Mi primera equivocación.

Mentir es un ejercicio físico agotador. Hay que empezar muy de a poco y aumentar la dosis paulatinamente. Yo cometí quizás el error de querer hacerlo todo de una sola vez. Besar a la señora M., mi segunda equivocación.

Abnegado amante, no escatimo esfuerzos. Nunca estoy cansado, nunca malhumorado. Pero los días pasan y mi recompensa tarda. Dada mi natural timidez, debo inventar una madre enferma para justificar urgencias monetarias. Pero entonces mis lágrimas se agotan, y la amenaza, torpe forma de la deseperación, llega inevitable.

Lo demás es mi calvario. Los acosadores no podemos dormir, no debemos dormir. Llamadas a altas horas de la noche. Me quedo despierto sólo para escuchar el tono de ocupado. Le alcanzo al marido su diario en el semáforo, temprano a la mañana, cuando sale para el trabajo. Quedarme sonriendo absurdo bajo la lluvia para que él no olvide mi cara. Sin embargo, ¿es acaso ése el marido? ¿O he vuelto a confundirme? Y saco fotos a todo color de los niños a la salida de la escuela. Pero otra vez se me ha enredado el rollo.

Podría tocar el timbre y presentarme y decirlo todo. Podría. Pero la amenaza perdería su efecto al ser cumplida. Mi poder se desvanecería. Porque la perfecta extorsión es siempre silenciosa, insospechada.

Eso pienso, y cierro los ojos mientras la señora M. me abraza con ternura a la salida de nuestra clase de gimnasia.

 

 

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07/20/2002
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ISSN 1668-1002 / info