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NO HAY MAS LOCALIDADES
por Luisa Futoransky


A Soledad Vallejos

Llegábamos a la boletería del cine. Estaba dentro del hall, espacioso, con butacas rojas. Acogedor, no como en Europa que hay que hacer fila fuera, y llueva o truene no te dejan pasar sino hasta diez minutos antes de que empiece la película. El cartelito, infaltable: NO HAY MAS LOCALIDADES. El diálogo que seguía era casi siempre el mismo. ­¿Está seguro, señor, que no le quedará alguna por ahí?. Silencio. No te ibas. El tipo hacía como que se agachaba. Una vez más la contraseña te había dejado saltar la vallita. Enseguida emergía con un: -¿Cuántas quiere? Le dabas unos pesos más, pocos, y te daban dos entradas en fila nueve u once. A lo mejor lo de "boletero" viene de ahí, la mentira a ojos vista, la pequeña coima institucionalizada para acceder al Rex. Al Opera, al Paraiso. En todo el mundo, hoy lo sé, los cines se llaman así. La "taquillera" como la llaman en Madrid, la "oeuvreuse" de París pasa al imaginario de la gente no por guardarse dos o tres filas de entradas para vender por su cuenta sino por razones más noveleras. Puesta a elegir entre Guatemala y Guatepeor, prefiero chupar frío a la ley de la coima.
Entremos en materia de mis recuerdos jurídicos. Ser abogado antes como ahora implica también tener que llevar a cabo diligencias procesales y judiciales, desplazarse para hacer comprobaciones en el lugar de los hechos, hacer embargos y otras cosas más o menos desagradables y engorrosas. Hay que ir acompañado de un oficial de justicia "para que conste en autos". Yo debía andar por los 12 y me quedó grabado algo que dijo mi papá, asombrado: -En más de 20 años de profesión es la primera vez que un oficial no me acepta la coima que se le da por haberse desplazado. Quiere decir que todas las otras veces sí. Quiere decir.
Yo también soy abogada. Pocos lo saben, pero es así. Uno que lo sabía era el diarero de mi esquina de Independencia 356. Apareció un sábado muy temprano a tocarme el timbre: -Mi sobrino cayó en Villa Diamante, alguna goma de auto, por qué no la acompaña a mi hermana a la comisaría.
El muchacho de añitos 18 era aficionado reincidente a gomas y radios de autos. En la expedición matinal de diciembre húmedo y pegajoso, acompañó a la flamante penalista la madre del reo, preocupada de paso en hacerme otra consulta jurídica: -¿qué piensa, mi hija de 16 canta igualito a la Viole Rivas, si ella lo descubre, nos podrá hacer juicio por plagio? Después de disquisiciones por el estilo en la que la madre interrogó mucho sobre los derechos de autor y me dio pocas informaciones sobre el hijo, llegamos.
El cabo o sargento, poco sé de grados y jalones policiales de Villa Diamante, me relojeó despacito, irónico y me dijo, articulando: -¿Cuánto para parar la máquina?.
Yo; silencio. Confundida, nunca había oido hablar en mis años de facultad, de "máquina" alguna, se lo digo a la madre, que se ve que conoce el código de esa particular ruta de la vida mejor que servidora y me suelta: ­Ahh, dígale que como es fin de semana está en Mar del Plata, que el lunes viene el abogado de verdá y arregla todo, sin falta.
Entre otras muchas cosas, voilà porque no ejerzo la profesión. También por el relato que descubrí en esa época y me quedó grabado hasta hoy dándome escalofríos, se llama "En la colonia penitenciaria", es de un tal Franz Kafka y habla de eso, de una "máquina" de tortura, que borda en el cuerpo del candidato la ley que ha violado.

Siempre en la telaraña de los recuerdos "jurídicos" que desenrollo para que los más jóvenes vean un poco de qué iban mis tiempos, está uno del folklore estudiantil. Se contaba la historia del juez, ese juez emblemático sin nombre ni cara de los cuentos pero que siempre se dice que es pariente de alguien, que en el momento de dictar sentencia recibe un lujoso ejemplar en cuero repujado de nuestro clásico Martín Fierro y adentro, los billetes del cohecho de rigor. Sin embargo, la sentencia tarda y da lugar al diálogo "profesional" que contábamos entre sonrisas: -Muy bueno doctor el libro que me regaló muy interesante, la encuadernación buenísima, pero yo, yo ando intrigado por conocer la continuación, el Santos Vega.
El folklórico abogado debió de haber regalado el ejemplar del "Santos Vega" al juez con el consiguiente abultado adorno interior y tuvo la esperada sentencia a su favor.
Y nosotros; ¿de qué nos sonreíamos?
Una última adivinanza jurídica: -¿Cómo es posible que mi ex marido, se haya casado en Córdoba y encantado de hacerlo y festejarlo estando aún casado conmigo? Misterios de la bigamia del registro civil argentino, de los "amigos" que consideraban eso tan piola, tan comprensivos ellos...
Es cierto también que fuimos uno de los últimos países del mundo en adoptar la ley de divorcio, pero de ahí a tener un par de casamientos con "libreta" y en el propio país...

De aquella época también recuerdo que uno de mis compañeros, de aquellos que creíamos amigos tan solo porque anudábamos relaciones en el bar de la facultad y repetíamos frases llenas de buenas intenciones que jamás se concretaron como "la solidaridad obrero estudiantil" y nos plantábamos, repetíamos, en el ala izquierda de los movimientos nacionales. Pocos tejíamos relaciones íntimas, perdurables. Mi, digamos amigo, llegó a decano, otros de entonces fueron ministros o altos funcionarios. Ese, por el tiempo en que ya nos veíamos menos, su hermano se vio envuelto en un escándalo de compra-venta de diplomas de médico. No condecoraciones que en el fondo joden a quien las mira y a quien cree que tiene derecho a solapearlas. Lo de médico es otra cosa, pero no pasó nada. Nunca pasa nada. Salvo para nos, el pueblo.
Lástima que en nuestro preámbulo, entre nos y el pueblo, encajamos a los "representantes". Desde el vamos, todo chingado.
No manejo, nunca tuve auto, soy una antigualla. Pero quiero que sepan que la información la tengo de la boca del caballo. El carné de manejar se compraba, no sé si se compra. Conociendo el percal es más que probable.
Para "salvarse" del servicio militar había que "ponerse por la derecha".
Lo de los ñoquis los 29 para tener suerte colocando dinero debajo del plato no formó parte de mis ritos ni supersticiones urbanas. Así, tarde me enteré que se llama "ñoqui" por antonomasia al empleado que sólo aparece los días de los ñoquis para cobrar el sueldo.
En política, voté una sola vez, en el 58. Frondizi había fundado su campaña en que el petróleo era argentino. Frondizi, líder de la izquierda universitaria, Frondizi que de flamante presidente lo primero que hizo fue rematar el petróleo a precio vil, largar la policía con cachiporras de las grandes a la universidad y arrasar con la autonomía universitaria que supimos conseguir. Las palabras de moda eran el "pacto" y el "contubernio". Todo se negociaba, hasta las migajas del banquete. Después, nos acostumbramos a que en derecho los chicos de Tacuara y otros nazionalismos por el estilo entraran con ametralladoras en los centros de estudiantes en pleno día o plena tarde, como gustéis..
Olviden los laureles, porque nunca los supimos conseguir y si los tuvimos fue por un ratito. Nos los arrebataron, de prepo.
Adónde estoy yendo con esto, a decirles que mi educación sin darme demasiado cuenta fue la ley de la corrupción, del acomodo, en todos los ámbitos. Con decirles que nunca me educaron que estaba bien pagar impuestos, lo bueno era tener el contador para evadirlos. Lo normal era administrar el país quedándose siempre con el vuelto.
Del fraude electoral, los padrones traficados, los muertos que votan dos veces no hablo porque fue practicado por todos, lo dábamos por descontado, ignorábamos el margen del porcentaje
Otra cosa que ni siquiera me di cuenta que era mi pan cotidiano fue el culto mayúsculo de la personalidad.
Hoy me causa gracia ver en todas partes el retrato de Kim il Sung y su hijo, Kim song Il. El país que se muere de hambre, los niños con foto por antonomasia de pancita raquítica y la nación arma desfiles para cantarle loas "voluntarias y espontáneas" al gran benefactor.
Todo funcionario, de Corea del Norte, obligatoriamente debe llevar del lado izquierdo, es el del corazón, claro, una escarapela ostentatoria con su jeta. Sino es mal mirado, sospechoso de lesa rebelión.
¿Y por casa? ¿Y por casa? Cuando tenía manitos, no manazas, escribí todos los sacrosantos días en quinto grado, en el cuaderno azul forrado en papel araña: Hoy es (fecha), año del Libertador General San Martín.
Preparatorio del "Son las 20,25 hora en que Eva Perón pasó a la inmortalidad" Esos eran duelos.
Eramos católicos, apostólicos y romanos, y la enseñanza religiosa en las escuelas laicas (¿¿??) era obligatoria. El par de sapos de otro pozo, una anarquista, una espiritista y yo, la rusa, a una clase virtual de "moral".
Después tuve como materia obligatoria en el secundario, Cultura Ciudadana donde se estudiaba exclusivamente durante tres años el Plan Quinquenal del General Perón. Filosofía, biología, no. Retóricas alabanzas al régimen en libros de texto de compra obligatoria. El autor, un "poeta" oficial del que entre todos los olvidos de todos los días de mi vida, retengo su nombre; León Benarós.
Saben lo que digo, a las nuevas y viejas autoridades que deberían acordarse de otro letrerito que el almacenero de la esquina ponía ostensible encima de la caja: "Hoy no se fía, mañana sí".
A ver si me convencen para que a la vejez viruela vuelva a votar. De veras, me gustaría tanto.


30/12/01    

 

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07/20/2002
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ISSN 1668-1002 / info


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