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Cristian Gomez

Homenaje y redención de Pancho Véjar

(Proclamación de la tristeza, como la única forma digna
de tomarle el pelo no sólo al mundo)

                                     “The man wrapped in darkness is free to dream”
                                         Alfred Corn, Darkening Hotel Room
 
 
 

“Echar raíces, Mustia, en la arena que mueve el viento:
raíces de antemano mustias, desmentir a los profetas

según los cuales  todo cambia y seguirá cambiando
excepción hecha de las nubes, de acuerdo a un precario materialismo dialéctico

de tendencias en cualquier caso más bien esdrújulas y nostálgicas.
Pero digan lo que digan te tiene sin cuidado:

te acercas por el crepúsculo como una nube
y como las nubes, Mustia, tú tampoco

eres real: ahora que la luz
ya le ha dado forma a todos los recuerdos

estás consciente de que un hombre envuelto por la oscuridad
es libre para soñar incluso con dejar de lado la belleza

y asaltar por sorpresa el cielo inmaculado de sus enemigos.
Oh! Mustia, ya no le presto oídos a los tristes aplausos de la galería
 
ni al sonido de las cañas rotas entre mis piernas
semejante al crujir del cuello de mi enemigo
                      roto entre mis manos

cuando voy ebrio y de vuelta, supongo, hacia mi casa
ni pierdo mi tiempo entre los baúles donde escarbé la ropa sucia

                         de tantos otros como yo igual de ebrios
igual de azorados, oh! Mustia mía, puestos en la empresa

de restituirle la dignidad catulinaria a tu nombre
que guarda una estrecha relación

con las incomodidades del placer/ las garantías de la edad/
las consuetudinarias restricciones que las bestias masculinas

le han asignado al intercambio comercial de la carne y los fluidos
prohibición medieval o coerción incluso

de algunas licencias poéticas, entre otras
tasajear la carne y ponerla bajo el microscopio
el uso indiscriminado del tono arcaizante, dejarse crecer la barba
y poner los ojos en blanco, morder la almohada,
beber en exceso y no beber en exceso y por sobre todo
las riñas con arma blanca al interior del recinto penitenciario:

o nos degollamos o no podemos ni sabremos ni queremos
deshacernos como si nada de nuestra piel

inicio, homenaje y redención de la primavera

                        hasta hoy, exclusivo privilegio
reservado a los depresivos al igual que a los amantes.

Para honra y loor de tu nombre
el párpado caído de Charlie Parker,

la vulgarización en lenguas romances
de este tono vulgar y romano

con el único fin de honrar tu nombre,
ese tiempo en que tu rostro

no guardaba ninguna relación contigo
ni con tu nombre: ese tiempo en que tu

rostro dejó de ser tu rostro.
Para honra y loor de tu tristeza:
 

                        “Sin esperar quietamente a la belleza.
                          Llamándola, sí, en cambio.
                         Éste ha de ser el secreto de los cantos.
                         Ninguno sideral ni otro escondido
                         En el vientre de pez o acantilado
                         De algún lugar remoto,
                         Pero sí el misterio con que el sol compite
                         Verano tras verano con las aguas”.

                 Y además:

                       “De tu cuerpo quedarán la memoria
                         y el recuerdo tibio entre mis manos.
                        De tu cuerpo volverán a atormentarme
                        (recostado sobre el caos de mi cama
                        el orden armonioso que hacía coincidir
                                        el desmedido largo de tu pelo
                        con el cínico pudor de tu entrepierna)
                        no tu piel ni el agrio sabor
                        de tu transpiración ocupando un lugar
                        insolente y sin embargo preponderante
                        en mi boca, en mi mente, en mis labios;
 
                       la imprecatoria soledad de tu belleza
                      de tu cuerpo volverán a atormentarme
                      recorrida ahora sólo por la muerte

                      y otra boca y otra mente y otros labios”
 

Para honra y deshonra de tu estampa,
muchacha criolla, devota y sensual

vendría bien la historia de Etíocles y Polínice,
seudónimos por ahora de la muerte:

elige cual papel te corresponde,
aunque ya lo sepas bien (jugabas un rol importante

en la misma medida en que pueden ser importantes
un nombre otoñal y sin sentido como el tiempo acumulándose

del único modo en que el tiempo sabe acumularse
como si fuera una imagen cruel, pero certera

sobre el lomo de un libro que nadie ha abierto
el polvo cubriendo de dos hermanos la historia

-hipérbaton imprescindible con tal que no se noten
los contrabandos de forma y fondo

que se llevan a efecto en el jardín inmarcesible de las ilusiones-
para estos efectos tú y yo y a fin de cuentas

todos los muertos se merecen, como nosotros
acabar debajo de algo: tierra, agua o tus pies).

Ya no me interesan los regalos navideños
ni las infracciones de tránsito que se acumulan

distraídas y al azar en mi prontuario.
Dejando de lado cualquier mención del crepúsculo,

-baste, para eso, con tu nombre-
baste con haber mantenido el precio por los suelos

                           para entender que mientras las leyes de la oferta y la demanda
                           son flor y nata en cuanto a las decisiones del amor, las buenas
                           costumbres que se aconsejan
                                        antes de salir por la noche a las jovencitas, el uso de las
                           armas a favor y/o en contra del pueblo e incluso
                                        en lo referente a la defensa y adscripción
                           de toda especie y suerte de las más recalcitrantes confesiones sexuales,
                                         climáticas,
                                                    religiosas

                y la más abundante profilaxis en lo concerniente a la promiscuidad de los sentidos
                                              (vigilada en vano por el bachiller y su mantis religiosa)
                        poco y nada tienen que ver
                                             con los planes quinquenales de producción
                        masiva, pero poética
 
y  el enjambre de micros que se dirige
hacia algún destino rigurosamente ajeno

a los márgenes humildes del poema
se parece al afán de echar raíces

en la arena que mueve el viento:

fatigada, amable, el pelo desordenado
en ese tiempo en que tu rostro

no guardaba ninguna relación contigo
ni con tu nombre: ese tiempo en que tu

rostro dejó de ser tu rostro.  Estabas consciente
en todo caso de que un hombre envuelto por la oscuridad

es libre para soñar incluso con dejar de lado la belleza
y asaltar por sorpresa el cielo inmaculado de mis enemigos,

destruir con la guadaña de la envidia y la venganza
alguna de esas batallas en la que otros pelearon y a su manera

también salieron victoriosos, víctimas inadmisibles en el recuento
donde no figuran ni la belleza ni el recuerdo

          de tu demasiado y anticipadamente
mustio, amado rostro.

Llevo veinte días sin afeitarme
como si allí residiera el secreto de los cantos.

La inexorable proclamación de la tristeza
llegará con el juego de mis niños.

Ahora que la luz
         ya le ha dado forma a todos los recuerdos

te aproximas por el crepúsculo como una nube
         y como las nubes

tú tampoco, oh! Mustia, tú tampoco eres real”.
 
 

 
La lección de pintura
(arte poética)
 

Mientras se arreglan el pelo, las jóvenes estudiantes comentan un verso
y le llaman la atención al desgarbado junto a ellas, apoyan su cabeza en el hombro
pensando que tal vez el delgado podría haber escrito lo mismo y aún mejor para ellas.
Recuerdan –al mismo tiempo– un cuadro para la exposición (La Poda, de Celia Castro) y los barcos descansando en el horizonte –así, por lo menos, se veían desde la playa.  Y un niñito hijo de los pescadores que le pidió prestada la caña y el anzuelo a un turista rubio y de su misma edad.  En el cuadro las ramas están completamente deshojadas y a estas alturas
ya no hay nada que hacer al respecto.  Se parecen a la barba de su joven y amigo acompañante, se parecen, quizás –vuelve a pensar en esa playa– a esos barcos
indiferentes a toda relación con el horizonte.  De hecho había un hombre
arrimado a las ramas más altas y más fuertes del árbol, premunido del tezón
que le otorgara el llevar en la mano una tijera, se le ve empecinado en cortar esas hojas
que a su juicio están demás para el final del invierno que se avecina.

A fin de cuentas, cortarle las bridas al árbol
terminó por dejarlo –a los ojos de la joven estudiante, al menos–
mucho más hermoso.  Mucho más hermoso
su joven y futuro amante le recuerda, ya concluido el poema
que esa tarde en la playa no hubo zarpe, todos los barcos
estaban fondeados alrededor del muelle donde el pequeño turista
nunca le prestó su caña ni el anzuelo al hijo de los pescadores.
Cuando él por fin se decide a intentar besarla,
ella no recuerda sin embargo –dato curioso, u otra prueba de la causa–
que Salvador Allende Gossens era nieto de doña Celia Castro.

Todo concluye, por ahora,
con el pelo suelto de la joven.
 

 

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07/20/2002
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