Esther
domina el tiempo
por
Graciela Falbo
Esther
domina el tiempo. Aprendió a hacerlo con firmeza cuando llegó a vivir
a este país. Vino con expectativas y sueños de su Liberia natal. Estados
Unidos le ofreció la gran oportunidad. Esther estudia en una universidad,
vive en una habitación alquilada y come arroz todos los días; con orgullo
dice que el arroz es la comida de su pueblo. Pero a veces, los domingos,
en la iglesia, le dan carne y ella también lo agradece. Una vez por
mes llama a sus hijos por teléfono, son dos adolescentes, quedaron en
Liberia con la abuela. Si Esther consigue un buen trabajo, tal vez
tendrá dinero suficiente como para traerlos y pagarles la universidad.
Para conseguir
ese trabajo primero tiene que terminar su carrera. No puede perder tiempo.
Se levanta a las seis, estudia hasta las ocho; ocho y cinco entra en
el baño. Tiene una rutina precisa, la ayudan los horarios precisos de
esta sociedad donde vive. A las nueve y cinco toma el bus todos los
días, nueve en punto baja a la parada, nueve menos cinco mira por la
ventana a la calle, su chaqueta y su cartera están sobre el mostrador
de la cocina, cerca de la salida, esperándola.
Hace dos
días Esther creyó que era viernes y se lavó la cabeza, enseguida se
puso a cocinar su comida para la semana, a mitad de la tarde algo sucedió.
Miró la gran olla que hervía llena de arroz, sintió su pelo mojado y
miró el reloj. De inmediato sobrevino la pregunta ¿Qué día es hoy?.
A eso siguió un súbito mareo, ¿qué día es hoy?. De pronto comprendió
que era jueves, quedó atónita. Solo un momento. Enseguida le subió una
risa. Luego, el resto de la tarde sonrío y le contó a todos cuantos
veía su equivocación. Contaba y reía, reía y reía.
Nunca le
había pasado y jamás le volvería a pasar. Por unas horas, distraída,
se había hecho a sí misma una jugarreta. Haber dejado el tiempo suelto
como el pelo de una joven la hizo reír. Que ocurrencia. Fue ese solo
día. Hoy domingo a las nueve en punto salió para la iglesia, y ayer
sábado a las ocho de la mañana, limpió el baño arrodillada en el piso
con cepillo y detergente, le lleva una hora exacta, hasta las diez.
Todos los sábados a las diez el baño queda reluciente. Ya se sabe que
la vida es salvaje, que la naturaleza no tiene horarios fijos y que
siempre la puede sorprender, pero Esther busca la mejor manera de domesticar
el tiempo. Ya aprendió ella qué es lo más conveniente, con qué cosas
es mejor colaborar.
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