Página en negro. (Primavera en Madrid).
por Lucía Iglesias Kuntz
Han muerto
en Atocha 190 personas y los bares siguen abiertos hasta las seis de
la mañana, aunque detrás de la barra exhiben entre botellas
lazos de whisky negros.
Ciento
noventa muertos y en la estación arden por ellos ciento noventa
mil velas por lo menos. Un cartel escrito a boli dice que los ecuatorianos
sufren con nosotros y que Costa Rica por la paz, mientras que en Sevilla
más personas que sevillanos hay corean la consigna más
humana: "Madrid, amigo, Sevilla está contigo".
En una
abadía convertida en teatro -lo que debieran ser todas las abadías-
tañen las campanas y antes de la función suenan en el
jardín fúnebres gregorianos. En la platea, el público
lleva pegados en las camisetas carteles de "No a la guerra"
porque pasan sin escalas de la manifestación a Ionesco.
Camino
a ganar o perder en el Calderón, la plantilla del Betis se detiene
en Atocha a encender por los muertos más velas todavía.
Que viva er Beti manque pierda, aunque en los andenes se hace carne
la expresión "silencio sepulcral".
Han pasado
diez días que parecen cien y toda la semana hay actos de agravio
y desagravio en plazas, estadios y en la Puerta del Sol. Cientos de
vallecanos madrugan hoy domingo para correr una maratón por su
amigo Gonzalo, ingresado en cuidados intensivos con los tímpanos
reventados. "Va por ti Gonzalo", se lee en los dorsales, mientras
que vecinos de Guadalajara plantan 190 árboles porque quieren
"sembrar vida que no arranque la muerte".
Los diarios
no dicen nada que interese leer y en la portada del Economist sale
un póquer de ases con uno tachado: Bush, Blair, el primer ministro
de Australia y Josemari, el Bochado. En Francia la gente vota
a la izquierda, en Bagdad mueren veinte aniquilados por más bombas,
anuncian veinte más en Ashdod y todo se vuelve Madrid.
En los
funerales de Estado, el pueblo madrileño recibe al presidente
con el odio con el que se mira a quien siembra vientos: "Señor
Aznar, le responsabilizo personalmente de la muerte de mis dos hermanos",
le dice un ciudadano. Una fila más atrás llora desconsolada
la segunda dama en funciones.
Neruda
cumple cien años, pero sus versos ("Madrid se llevó
a la tumba la mitad de su alma") parecen de hoy. Una señora
ecuatoriana encuentra junto a la estación a una nena de tres
años y promete cuidarla como si fuera propia: "Sáquela,
sáquela en televisión", le dice a una reportera,
" a ver si la ve su mamá, que yo mientras la cuidaré
como si fuera mía". Nilda, la madre, la ve desde la cama
de un hospital y al menos hay un final feliz en toda esta desgracia.
En La
Taberna del Mono, donde alguna vez un hombre me besó, la
gente esnifa en los baños y un alemán guapísimo
que sirve copas se aparta para que la gente lea pegados al espejo los
versos eternos de Blas de Otero: "Me queda la palabra". Nieva
en Madrid esta madrugada de marzo, pero, salvo la nieve, cualquier otro
esbozo de explicación resulta improcedente.