Instante,
Azar y Necesidad: El pensamiento del eterno retorno en el Zarathustra
de Nietzsche
por
Cristina Ambrosini
El Instante
¿Dónde
estarán los siglos, dónde el sueño
De espadas que los tártaros soñaron,
Dónde los fuertes muros que allanaron,
Dónde el árbol de Adán y el otro Leño?
El presente está solo. La memoria
Erige el tiempo. Sucesión y engaño
Es la rutina del reloj. El año
No es menos vano que la vana historia.
Entre el alba y la noche hay un abismo
De agonías, de luces, de cuidados;
El rostro que se mira en los gastados
Espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno:
Otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.
Jorge Luis Borges
Nietzsche, el primer pensador del eterno retorno
La posición
fundamental de Nietzsche se caracteriza por el pensamiento del eterno
retorno y en su versión del tiempo privilegia la consideración
del instante. Nietzsche considera a Zarathustra el primer maestro
del eterno retorno no porque ignore los antecedentes de este pensamiento
sino porque pone el rasgo distintivo de su versión en la recuperación
y resignificación del tiempo. El eterno retorno deja de ser
una teoría cosmológica para transformarse en una creencia
existencial, en una hipótesis ética reguladora, en el
pensamiento más pesado.(1)
La manera cómo irrumpió este pensamiento en la vida
de Nietzsche, lo cuenta en Ecce homo
Voy
a contar ahora la historia del Zarathustra . La concepción
fundamental de la obra, el pensamiento del eterno retorno,
esa fórmula suprema de afirmación a que se puede llegar
en absoluto, -es de agosto del año 1881: se encuentra anotado
en una hoja a cuyo final está escrito: "A 6.000 pies más
allá del hombre y del tiempo". (...) Entonces me vino
ese pensamiento.(2)
Antes de Nietzsche, en distintas configuraciones, encontramos el mito
del eterno retorno en las culturas primitivas de Asia, Europa y América
y su formulación se encuentra en un lenguaje metafórico,
bajo la forma de un mito. Según este mito, la realidad se adquiere
por "repetición" o "participación"
en un modelo ejemplar. Otro rasgo común de las culturas primitivas
es la necesidad del tiempo de regenerarse periódicamente mediante
la repetición de un acto cosmogónico. El universo, como
toda forma, en la medida en que consume energía, se debilita
y se gasta. Una catástrofe cíclica tiene como función
sumergir al universo en lo amorfo, aunque sea un instante, para renovarlo
a partir de sumergirlo en la unidad primordial, volver al caos que le
dio origen. Todas estas teorías dejan entrever una voluntad muy
firme, en el mundo antiguo, de defensa frente al tiempo y la historia.
Estos mitos revelan la tentativa de estabilizar el devenir, de anular
la gravitación del tiempo sobre la existencia. Al repetirse todos
los acontecimientos del cosmos hasta el infinito, cada momento permanece
estático puesto que repite eternamente el gesto del arquetipo.
El mito griego del eterno retorno sería una variante del mito
arcaico del arquetipo, del mismo modo que la teoría platónica
de las Ideas sería la forma especulativa más elaborada
de esta tradición mítica donde la eternidad prevalece
sobre el tiempo y la historia puede ser abolida.
Antes de presentar el modo en que Nietzsche piensa el eterno retorno,
conviene repasar la concepción cíclica del tiempo en los
mitos arcaicos para confrontarlo con la visión lineal del tiempo,
propia del cristianismo, especialmente en San Agustín. De este
modo podemos evaluar la necesidad de Nietzsche de tomar distancia de
estas concepciones para enunciar su propia versión del tiempo.
Con Nietzsche el tiempo entra en la escena filosófica del siglo
XX por la puerta grande, para ocupar el centro del escenario y no abandonarlo.
El mito del eterno retorno en las culturas primitivas
Según
Mircea Eliade,(3)
en el hombre primitivo prevalece la creencia de que cada acto vivido
ya fue vivido por otro que no era un hombre. En la cosmología
irania de tradición zervanita cada fenómeno terrestre
representa un término celeste, invisible. De este modo, cada
cosa tiene dos aspectos: el de menok y el de getik. Cada
acto ocurrido en el gath, en la tierra, posee una contraparte
celestial que representa la verdadera realidad. El estado de menok
es anterior al de getik. En la India descubrimos la misma teoría
donde se suponía que las ciudades reales habían sido construidas
en base a un modelo mítico existente en una edad de oro (in
illo tempore). Del mismo modo, la ciudad ideal de Platón
tiene su arquetipo situado en el plano celeste o supraterrenal. Dentro
de este esquema de pensamiento, el tiempo concreto donde se desarrolla
la existencia se proyecta en un tiempo sagrado (ab origine) cuando
el ritual se llevó a cabo por primera vez. Todo acto ritual imita
el acto mítico, por ejemplo, el descanso del sabat reproduce
el descanso de Dios en el séptimo día de la creación.
Así, el hombre primitivo no hace más que repetir infinitamente
los gestos ejemplares o paradigmáticos y el acceso a la realidad
se adquiere por repetición o participación. Lo que no
tiene un modelo ejemplar carece de realidad. Todo momento vital (alimentación,
reproducción, caza, guerra) inserta al hombre en el tiempo sagrado.
El resto del tiempo profano está desprovisto de significado,
es el mero devenir. De tal modo, el hombre primitivo vive un continuo
presente, un presente atemporal en la medida en que solamente repite
el acto ejemplar del arquetipo. Desde este punto de vista, Platón
representa al filósofo de la mentalidad arcaica ya que con la
teoría de las Ideas consuma de manera especulativa el deseo de
abolir el tiempo profano para proyectar toda realización humana
en un tiempo mítico.
La idea de una regeneración periódica del tiempo se relaciona
con esta concepción arcaica. En la doctrina caldea del Año
Magno el Universo se aniquila y se regenera periódicamente. Si
los siete planetas se reúnen en Cáncer, se produce un
diluvio pero si se reúnen en Capricornio, se consume por el fuego.
El mito de la combustión universal (ekpyrosis) gozó
de prestigio entre los griegos, lo encontramos en Heráclito y
sus discípulos, los estoicos, aunque no es exclusiva de ellos
ya que se encuentran mitos similares en la India, Irán, entre
los mayas de Yucatán y los aztecas de México. En estas
versiones se evidencia la necesidad de justificar un retorno del mundo
a la unidad primordial que le dio origen, un eterno retorno al punto
del nacimiento. Al repetirse todos los acontecimientos del cosmos hasta
el infinito, cada momento permanece estático, todo Devenir se
transforma en Ser y la historia puede ser abolida. Todo Año nuevo
es una repetición de la cosmogonía, muestra el momento
de pasaje del Caos al Cosmos.
Chrónos en El Timeo de Platón
Todas
las doctrinas griegas y grecoorientales basadas en el mito de los ciclos
cósmicos logran, con el tiempo, una enorme difusión. Lo
que en el siglo V a.C. era una gnosis difícilmente accesible,
unos siglos después era materia de consumo para miles de personas
que buscaban en ellas el consuelo necesario para soportar el tiempo.
El eterno retorno, la recuperación periódica de la existencia
anterior, es uno de los pocos dogmas que pertenecen al pitagorismo primitivo
así como otros elementos del platonismo que serían de
origen iranio-babilónico. El Timeo(4)
es uno de los últimos diálogos de Platón y
está dedicado a exponer una cosmología donde aparece su
concepción del tiempo. Esta obra fue decisiva en la física
aristotélica y en los desarrollos posteriores acerca del tema.
La palabra que corresponde al concepto chrónos (tiempo)
existe desde los tiempos homéricos pero con un sentido de duración
y se usó de modo parecido al de aión (duración
de la vida). Del mundo inteligible dice Platón que es "eterno"
y usa tres palabras aídion (37d1) aiónios
(37d3) y diániónios (38b8 y 39e2), todos vocablos
procedentes de aeí o eieí (siempre). Al
parecer, Platón es quien acuñó el término
aión (37d6) por primera vez con el significado de "eternidad",
de la que se afirma que "permanece en unidad". El tiempo es
una "imagen aiónion" (copia de la eternidad
perpetua) que marcha numéricamente. El tiempo es una imitación
imperfecta de la eternidad y su carácter imitativo se revela
en dos aspectos: en la perdurabilidad y en el orden. Este orden es asegurado
por la conformidad de sus movimientos con el "número del
movimiento según el antes y el después". En El
Timeo esta numerabilidad se traduce en la generación de los
días y las noches, meses y años (37e1) para lo cual se
generaron "el sol, la luna y otros cinco astros" (38c5).
"...para
que el tiempo naciera se engendraron el sol, la luna y los otros cinco
astros que se denominan "errantes, para la delimitación
y vigilancia de los números del tiempo"(38c)
Platón
afirma que los hombres conocemos al tiempo a partir de la alternancia
entre el sol y la luna, entre el día y la noche, pero también
inciden los otros astros, aunque pocos lo sepan. Señala, en este
caso, que nuestra percepción del tiempo es convencional e imperfecta,
porque ignora la incidencia del resto de los astros, aunque tiene una
base natural. En tanto integrantes del devenir carecemos del
conocimiento pleno de la realidad, por lo tanto del tiempo, conocimiento
que relega al campo de las Ideas. El concepto "tiempo"
incluye la continuidad de las tres instancias temporales: presente,
pasado y futuro.
Según Platón, al crear el mundo, el demiurgo se esforzó
por hacerlo eterno como él pero la medida de su poder sólo
consiguió hacer eterno el cambio. Así concebido, el devenir
es la imagen eterna de lo eternamente inmóvil. La eternidad de
las Ideas y la eternidad del devenir son heterogéneas ya que
el mundo del cambio nunca será idéntico a sí mismo
ya que lo que cambia no tiene en sí mismo la razón de
su existir. De este modo, según Platón, lo temporal participa
de la eternidad pero el tiempo sólo es apariencia, es lo que
dura interminablemente. Esta interminable duración del tiempo
es una interminable imitación, es la eternidad móvil que
imita la verdadera eternidad inmóvil.
Timeo:
-Pues bien, cuando el padre generador lo percibió en movimiento
y vivo, ícono nacido de los dioses eternos, se regocijó,
y, complacido, se propuso hacerlo más semejante aún
al modelo. Y así como éste es un Viviente eterno, también
intentó completar este Todo de ese modo en la medida de lo
posible. Pero sucedía que la naturaleza del Viviente era eterna
y no podía aplicarla plenamente a lo engendrado. Se le ocurrió
entonces crear una imagen móvil de la eternidad; y, a la vez
que organizaba cósmicamente el cielo, hizo de la eternidad
que permanece en unidad una imagen perpetua que marcha de acuerdo
a número, a la que hemos dado el nombre de "tiempo".
(37d6)
Platón piensa el tiempo como aquello donde transcurre el cambio
pero donde este cambio no afecta la naturaleza íntima de la realidad,
en consecuencia, tampoco incide sobre la naturaleza íntima de
lo humano.
La
concepción lineal del tiempo: San Agustín
Acerca
de la supuesta revolución introducida por el cristianismo respecto
a la concepción del tiempo hay discusiones. Las tres grandes
religiones –irania, judaica, cristiana- admiten que la historia cesará
definitivamente in illo tempore. El año litúrgico
cristiano está fundado en una repetición periódica
y real de la natividad, de la pasión, muerte y resurrección
de Jesús. El drama místico protagonizado por el hijo de
Dios supone la regeneración personal y cósmica del Salvador.
El cristianismo, en las capas populares y agrícolas, mantiene
con obstinación esta actitud antihistórica, no consigue
abolir ni la teoría del arquetipo (que transforma al personaje
histórico en un héroe ejemplar) ni las teorías
cíclicas donde el acontecimiento histórico justifica los
sufrimientos en un sentido escatológico. Aún cuando los
primeros pensadores cristianos se opusieron enfáticamente al
mito del eterno retorno, acabó por introducirse en la idea de
que el tiempo es real en la medida en que tiene un sentido: la Redención.
El conflicto entre la concepción cíclica del tiempo y
la lineal se prolongó, en el cristianismo, hasta el siglo XVII.
La concepción lineal del tiempo es una de las tantas innovaciones
que introdujo el cristianismo en la cultura occidental. Las primeras
versiones las encontramos en el siglo III en Irineo de Lyon y luego
encontramos reformulaciones en San Basilio, San Gregorio y finalmente,
en su expresión más elaborada en San Agustín. Ya
instalado en el terreno de la teología, este autor plantea el
problema del tiempo considerado desde el punto de vista de la eternidad
de Dios. Se admite que todo lo que cambia en el universo nos da testimonio
de la existencia de Dios ya que la temporalidad es creación divina.
El antes, el ahora y el después remiten a un principio que es
la causa y razón de su existencia pero que es inmutable y eterno.
Dios, el creador, es inmutable y eterno pero su creación es mudable,
es algo que dura en el tiempo. Las cosas creadas duran en el tiempo,
de modo que el tiempo es algo de la creación y a través
de lo creado conocemos la naturaleza del creador. De este modo, el misterio
del tiempo remite directamente al misterio de la eternidad que es el
modo de existir de Dios. A través de la presencia de Dios, que
es eterna presencia, San Agustín intentará iluminar el
tema del tiempo partiendo del presente ya que es el alma quien percibe
de este modo la eternidad. Para ello ubica en la memoria el sentido
de la creación. El acto de pensar se identifica con el de evocar,
de juntar lo que está disperso en la memoria. De tal modo, la
memoria es para San Agustín, memoria Dei, conocimiento
de Dios.
Aristóteles ya había pensado el problema del tiempo tomando
como eje el presente. Así, afirma que hay tiempo cuando el alma
reconoce dos ahoras: el anterior y el posterior. La esencia del tiempo
se encuentra en el ahora (nun) ya que es lo numerado. El tiempo
es el aspecto numerable del cambio. Al par que cambia, el pasaje de
los ahoras nos muestra la constante presencia de sí mismo. En
definitiva, el tiempo es la infinita secuencia de ahoras. En el libro
XI de Las confesiones San Agustín retoma la misma pregunta
que plantea Aristóteles: ¿cuál es la esencia del tiempo?
A pesar de ser lo más inmediato y cotidiano, la naturaleza del
tiempo es un misterio, afirma Agustín
"Si
nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo
al que me lo pregunta, no lo sé" (Confesiones XI,
XIV, 17)
Agustín ataca el problema desde el mismo flanco que Aristóteles:
desde el ahora. Desde su punto de vista, es inexacto hablar de tres
tiempos puesto que lo que hay son tres dimensiones del presente: presente
de las cosas pasadas, presente de las cosas presentes y presente de
las cosas futuras. Las tres dimensiones del tiempo existen sólo
en el alma como recordatio del pasado y expectatio del
futuro. Pasado y futuro no nos ponen en presencia de la res ipsa
sino sólo del recuerdo y de la anticipación. Así
vemos el carácter "psicológico" (psyké:
alma) del tiempo. No hay memoria sin tiempo ni tiempo fuera de un alma
que lo capte. De tal modo, la memoria es lo propio de los seres temporales,
creados, sujetos a la duración mientras que reserva para Dios,
el creador, la eternidad
In
te, anima meus, tempore metior. (Confesiones, XI, XXVII,
36)
San Agustín coincide con Clemente de Alejandría y San
Basilio en el rechazo a la idea del eterno retorno. Su empeño
está puesto en demostrar que, a lo largo de la creación,
hay una evolución progresiva. El tiempo tiene un comienzo en
la aparición de la creación, de las cosas mudables , sujetas
al devenir. Por lo tanto, el tiempo no puede ser eterno. La experiencia
del tiempo es la experiencia de lo que no tiene su razón de ser
en sí, es la experiencia de todo lo creado y nos remite a la
existencia de lo que pura y simplemente es: Dios. En definitiva, el
tiempo nos muestra la dependencia esencial y existencial con Dios. La
existencia temporal no tiene otro sentido que el de mostrarnos el carácter
dependiente con un principio eterno. La fugacidad, la temporalidad de
lo terreno encuentra su justificación en la eternidad de lo divino.
De este modo, la oposición entre lo temporal y lo eterno, entre
lo aparente y lo verdadero, reactualiza la oposición platónica
entre los dos mundos e inserta en la tradición occidental las
categorías propias del pensamiento lineal acerca del tiempo.
El más pesado de los pesos: el tiempo
El inicio del Zarathustra se encuentra en el parágrafo
341de La gaya ciencia, "El más pesado de los pesos"
(Das grösste Schwergewicht) y se lo ubica como la primera formulación
del pensamiento del eterno retorno.
¿Qué
dirías si algún día, o una noche, un demonio
se deslizase hasta tu más apartada soledad y te dijese: "Esta
vida, tal como tú la vives ahora y tal como la has vivido,
tendrás que vivirla aún una vez más y un número
infinito de veces; nada más nuevo habrá en ella, sino
que cada dolor y cada placer, cada pensamiento y cada gemido, y todo
lo infinitamente pequeño y grande de tu vida, tendrá
que retornar para ti, y todo en el mismo orden y en la misma sucesión
– e igualmente esta araña y este claro de luna entre los árboles,
y también este instante y yo mismo El eterno reloj de arena
de la existencia no cesará de ser invertido de nuevo –y tú
con él, corpúsculo de polvo!" ¿No te arrojarás
al suelo, rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que así
te hablara? O bien has vivido ya el instante prodigioso en que podrías
responderle: " Tú eres un dios y jamás has oído
algo más divino!" Si este pensamiento ejerciera sobre
ti su imperio, te transformaría, haciendo de ti, tal como eres,
otro, te aniquilaría quizás; la cuestión a propósito
de todo y cada cosa "¿quieres esto aún una vez más
y un número infinito de veces?", pesaría como el
peso más pesado sobre su proceder. O bien ¿cómo tendrías
que estimarte a ti mismo y a la vida para no desear nada más
que esta última y eterna afirmación y sanción?(5)
¿Qué
tiene de alegre este pensamiento? Al parecer, esta alegría proviene
de la superioridad imperturbable de lo que hay de más digno de
ser pensado, de lo más terrible, enigmático y doloroso
en el dominio del saber. El aspecto demoníaco y terrorífico
del eterno retorno es presentado como parte de este saber alegre que
es presentado como un peso, como el peso más pesado. Un peso
es algo que constituye un obstáculo para todo tipo de superación,
es el constante peligro de derrumbarse. A partir de esta primera comunicación,
Nietzsche coloca el problema del eterno retorno dentro del ámbito
personal y no cosmológico. Su alcance es, básicamente,
antropológico. Todo el peso de este pensamiento reside en la
siguiente pregunta:
¿quieres
esto aun una vez más y un número infinito de veces?
Distintas notas caracterizan a este pensamiento: está planteada
como una posibilidad, a través de un demonio y en la hora más
solitaria y silenciosa. El demonio plantea una alternativa donde no
cabe la posibilidad de rehuir una toma de decisión: o tirarse
al suelo, rechinando los dientes, maldiciendo al demonio o aceptar infinitamente
veces el retorno por toda la eternidad de cada instante de placer o
dolor. La primera opción representa, según Nietzsche,
la propia del nihilista decadente, la del rechazo a la vida. La aceptación
del retorno supone la adopción de una actitud transformadora.
El enfoque nihilista anula todo esfuerzo de superación, es la
posición que sostiene "todo es en vano", "si todo
vuelve tal como ocurrió, todo esfuerzo de superación caerá
en el vacío". La actitud transformadora reside en la posibilidad
de que el hombre lo capte y lo acepte, lo quiera con el temple anímico
del Amor fati.
Con este
primer planteo del eterno retorno comienza la visión trágica
de la vida y la presentación del héroe trágico:
Zarathustra. El aforismo 342 de La gaya ciencia se
denomina "Incipit tragoedia" (comienza la tragedia)
y contiene, con algunas variantes, el discurso preliminar de Así
habló Zarathustra.(6)
Zarathustra, el héroe trágico, mostrará, con su
propia transformación, la incidencia del pensamiento del eterno
retorno en el hombre, es decir, la repercusión de la concepción
circular del tiempo en el plano de la ética.
Según la anécdota del cuento, Zarathustra es un espíritu
libre que consigue su libertad de pensamiento luego de retirarse durante
diez años en las altas montañas. En la soledad de su caverna
intenta redimirse de lo que fue, el creador de una moral del bien y
del mal. Ahora inicia su descenso al mundo de los humanos para llegar
a ser el que es, para realizar su fondo más auténtico:
ser el primer maestro del eterno retorno. Pero, para realizar esta tarea
debe, en primer lugar, transformarse a sí mismo.
Los temas centrales del libro Así habló Zarathustra:
Dios ha muerto, la llegada del superhombre, la voluntad de poder y el
eterno retorno, se encuentran íntimamente ligados y todos convergen
para propiciar la transformación del protagonista y del mundo.
En la obra hay una gradación en la exposición de las ideas,
desde las difundidas en el mercado, entre los espíritus gregarios,
hasta la más íntima y secreta revelación del pensamiento
del eterno retorno. Así encontramos que de la voluntad de poder
habla con sus discípulos mientras que del eterno retorno sólo
encontramos alusiones veladas, símbolos que necesitan ser descifrados.
Cuando Zarathustra llega a la ciudad encuentra una muchedumbre reunida
en el mercado y les habla del superhombre, luego comprende que fue un
error propio de los eremitas. Descubre, así, una nueva verdad
que le aconseja buscar compañeros de viaje que siguiendo al maestro
se sigan a sí mismos.
La
infidelidad a la tierra
A partir de la muerte de Dios es posible la superación del hombre
y el derrumbe de todo idealismo, de toda forma de transmundanismo ya
que la muerte de Dios simboliza la muerte de los principios morales,
religiosos y metafísicos que dieron origen a la instauración
de un "otro mundo". Tras la desaparición de Dios se
revela el carácter trágico de la vida, la profundidad
insondable del mundo. Si no hay ningún más allá
al que trascender recobra su sentido la tierra y sus potencias creadoras.
Los valores proyectados al otro mundo ahora son restituidos a la Tierra,
concebida como un principio productivo de vida. El paso es necesario
ya que la infidelidad a la tierra escinde al hombre en un dualismo,
en la contradicción entre el cuerpo y el alma. Por ahora, la
imagen del superhombre permanece indeterminada y parece recortarse sólo
a partir de la negación de los caracteres platónico-cristianos.
El aspecto creador y positivo del eterno retorno aparece sólo
sugerido en el primer libro del Zarathustra aunque la muerte
de Dios pone en descubierto la incidencia del tiempo, en especial el
futuro, como posibilidad de juego para el hombre. La muerte de Dios,
la pérdida de sentido de un principio supremo, estático
y eterno, pone de manifiesto el carácter enigmático del
mundo y descubre al hombre como jugador.
En el libro segundo de Zarathustra encontramos un ahondamiento
en el tema de la voluntad de poder ya que la posible superación
del hombre introduce el problema del tiempo aunque en esta parte el
protagonista aún está dominado por el aspecto nihilista
del eterno retorno. La voluntad de poder, con su exigencia de superación
y conservación, va a exigir un nuevo tratamiento de lo que vuelve
en el retorno, es decir, del pasado, puesto que, si todo va a volver
tal como fue, no hay posibilidad de transformación.
En el primer capítulo de este libro aparece una figura central
en su concepción lúdica del mundo: el niño. Luego
de su visita a los hombres, Zarathustra vuelve a la soledad de la caverna
y allí recuerda un sueño en el que un niño se le
acercó con un espejo y le ordenó "mírate en
el espejo". Al hacerlo lanzó un grito pues en lugar de verse
a sí mismo, vio la mueca y la risa burlona de un demonio.
"En
verdad, demasiado bien comprendo el signo y la advertencia del sueño:
mi doctrina está en peligro, la mala hierba quiere llamarse
trigo!
Mis enemigos
se han vuelto poderosos y han deformado la imagen de mi doctrina,
de modo que los más queridos por mí tuvieron que avergonzarse
de los dones que yo les había entregado.( Así habló
Zaratustra, (en adelante AHZ) p.128)
El aspecto demoníaco del eterno retorno supone la visión
decadente y nihilista de esta doctrina. Si todo va a volver tal como
fue, todo esfuerzo de superación caerá en el vacío.
La concepción metafísica del tiempo supone la petrificación
del pasado, del fue, lo que elimina la posibilidad de transformación
y con ello anula la posibilidad de que viva el superhombre. En este
punto, Nietzsche destaca la incidencia de la voluntad de poder, la que
está referida al futuro al querer el terreno de lo aún
no ocurrido. En la versión tradicional del tiempo, el poder de
la voluntad está siempre lanzada hacia el juego de lo posible
pero no puede querer hacia atrás, no puede modificar el pasado.
‘Fue’:
así se llama el rechinar de dientes y la más solitaria
tribulación de la voluntad. Impotente contra lo que está
hecho – es la voluntad un malvado espectador para todo lo pasado.
La voluntad
no puede querer hacia atrás; el que no pueda quebrantar el
tiempo ni la voracidad del tiempo –ésa es la más solitaria
tribulación de la voluntad. (AHZ., p.204-205)
Zarathustra cuestiona la concepción del tiempo como una sucesión
lineal de "ahoras" inamovibles. Por el contrario, está
instalado en un saber más profundo acerca del tiempo pero todavía
no dispone conceptualmente de este saber. La idea de Zarathustra acerca
del tiempo constituye su problema más íntimo, más
enigmático, por lo que éste es su saber secreto que no
se atreve a pronunciar. A este conocimiento secreto acerca del tiempo,
Zarathustra lo identifica con el aspecto femenino de la Vida y lo llama
"mi terrible señora". El símbolo de Ariadna
asume estos caracteres, junto con Dionysos, para representar los aspectos
lúdicos del mundo. La enigmática figura de Ariadna alude
al aspecto terrenal, temporal, definitivamente femenino de la vida.
El vínculo entre Zarathustra y Ariadna es uno de los puntos más
ambiguos e indescifrables dentro de la obra. Este segundo libro, que
empezó con la figura del niño, termina con un capítulo
donde Ariadna insta a Zarathustra para que asuma su destino, ser el
maestro del eterno retorno. El protagonista no está preparado
para esta misión, todavía no se ha transformado, no ha
llegado a ser el que es. En esta parte de su aventura existencial está
dominado por la concepción demoníaca del tiempo y no es
libre para hacer uso de su voluntad. El silencio, la risa y el llanto
son símbolos que se reiteran en este importante pasaje de transición
en el proceso de transformación de Zarathustra quien no está
maduro y no logra aceptar la infantilidad del mundo
Tienes
que hacerte todavía niño y no tener vergüenza.
El orgullo de la juventud está todavía sobre ti, tarde
te has hecho joven: pero el que quiere convertirse en niño
tiene que superar incluso su juventud. (AHZ, p,214)
Sumido
en el dolor y el llanto, por lo que no es capaz de hacer, Zarathustra
decide alejarse de sus amigos y regresar a la soledad de la caverna.
La
más silenciosa de las horas
En el tercer libro se desarrolla el tema central de la obra, esto es,
el eterno retorno en su incidencia existencial al aceptar un nuevo saber
acerca del tiempo. La idea del eterno retorno está más
bien sugerida que analíticamente desarrollada puesto que alrededor
de este nuevo saber Nietzsche levanta nuevos velos cuanto más
cerca está de enunciarlo, de allí que este saber secreto
exige ser descifrado. En el centro del eterno retorno ubica Nietzsche
el silencio que necesita de la soledad para ser escuchado. En esta parte
de la obra, Zarathustra comienza a cumplir lo que él mismo había
predicado en otro tiempo y así es como comienza el viaje hacia
su última soledad.
Pero
el peor enemigo con que puedas encontrarte serás siempre tú
mismo; a ti mismo te acechas tú en las cavernas y en los bosques.
¡Solitario,
tú recorres el camino que lleva a ti mismo y de tus siete demonios!
Un hereje
serás para ti mismo, y un brujo y un hechicero y un león
y un loco y un escéptico y un impío y un malvado. (AHZ,
p.103)
En el primer capítulo de este tercer libro, El viajero,
narra Zarathustra un viaje a través de una de las Islas Afortunadas,
donde está con sus discípulos. Para llegar a su caverna
debe abandonar la isla y luego efectuar un viaje por mar. Al llegar
a la cima de la montaña, divisó el mar y se dijo a sí
mismo:
Conozco mi destino (...) ¡Bien! Estoy dispuesto. Acaba de empezar mi
última soledad. (AHZ., p.221)
Luego de dos días de viaje en barco, silencioso y solitario,
Zarathustra decide hablar con los marineros porque los considera personas
aptas para escuchar el relato de un sueño
a vosotros
los ebrios de enigmas, que gozáis con la luz del crepúsculo,
cuyas almas son atraídas con flautas a todos los abismos laberínticos:
-pues no queréis, con mano cobarde, seguir a tientas un hilo
y que allí donde podéis adivinar, odiáis
el deducir. (AHZ.,p.224)
En este pasaje, Nietzsche evidencia su rechazo a la concepción
metafísica del mundo cuando intenta conocer la realidad, sólo
a la luz de la claridad racional, deduciendo por medio de las rígidas
categorías lógicas. A esta actitud, opone la actitud dionisíaca
que, a la luz crepuscular, intenta divisar lo enigmático y laberíntico
de la vida. Zarathustra relata que en el sueño se veía
a sí mismo ascender dificultosamente una montaña, a la
hora del crepúsculo. Su deseo de ascender se veía contrapesado
por el peso de un enano que, montado sobre sus espaldas, lo tiraba hacia
abajo. Este espíritu de la pesadez susurraba burlonamente
¡tú
piedra de la sabiduría! Te has arrojado a ti mismo hacia arriba,
mas toda piedra arrojada - ¡tiene que caer!. (AHZ., p.224)
Esta visión del eterno retorno paraliza toda iniciativa, quebranta
toda voluntad y anula todo proyecto de superación. Desde esta
visión pesimista, todos los proyectos del hombre se hundirán
indefectiblemente en la eternidad del tiempo y todo esfuerzo será
en vano. Cuanto más asciende Zarathustra, más se profundiza
el abismo y se agudiza el peligro de caer, por lo que debe recurrir
a todo su valor(Mut) para contrarrestar el efecto pernicioso
que ejerce el enano sobre su voluntad hasta que logra invertir la situación
y ahora es el protagonista quien impone la mayor fuerza de su pensamiento:
!Alto!
¡Enano!, dije, ¡Yo! ¡O tú!. Pero yo soy el más fuerte
de los dos-: ¡tú no conoces mi pensamiento abismal! ¡Ese
– no podrías soportarlo! (AHZ., p.225)
Zarathustra
se desprende del peso del enano, el que se sienta sobre una piedra para
entablar un diálogo sobre el tiempo. Ambos se encuentran frente
a un pórtico, donde convergen dos caminos. El nombre del portón
está escrito arriba "Instante" (Augenblick).
¿Crees
tú, enano, que esos caminos se contraponen eternamente?"-
"Todas
las cosas derechas mienten, murmuró con desprecio el enano.
Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo. (AHZ.,
p.226)
Para el enano el problema carece de importancia. El tiempo tiene la
apariencia de ser lineal aunque esto es sólo una concepción
superficial. En verdad, el tiempo es un gran círculo que se cierra
en el infinito. Según esta concepción, el tiempo es concebido
como una serie de "ahoras". A partir del presente marchan
dos largas series: la serie de los ahoras pasados y la serie de los
ahoras futuros. Desde este punto de vista, el pasado se contradice con
el futuro eternamente aunque forman un círculo que se cierra
en lo indeterminado. El tiempo es representado, por el enano, como un
anillo de "ahoras". En esta visión, el eterno retorno
se presenta como un círculo vicioso donde todo esfuerzo de superación
queda reducido a la nada ya que todo retornará tal como sucedió.
Frente a esta concepción denigrante del eterno retorno, Zarathustra
se enfurece con su interlocutor.
Tú,
espíritu de la pesadez, dije encolerizándome, ¡no tomes
las cosas tan a la ligera! O te dejo de cuclillas ahí donde
te encuentras, ¡cojitranco! - ¡yo te he subido hasta aquí!
(AHZ.,p.226)
En estos párrafos Nietzsche expone, en boca del enano, la concepción
metafísica del tiempo, donde se advierte una oposición
entre el pasado y el futuro. ¿En qué se basa la eternidad del
tiempo? En la eternidad del pasado y en la eternidad del futuro, contestaría
el enano. Frente a esta imagen ordinaria y decadente del tiempo, Zaratustra
cambia el enfoque de la pregunta anterior, al concentrar su atención
en el instante.
¡mira,
continué diciendo, este instante! Desde este portón
llamado Instante corre hacia atrás una calle larga,
eterna: a nuestras espaldas yace una eternidad.
Cada una
de las cosas que pueden correr, ¿no tendrá que haber
recorrido ya alguna vez esa calle? Cada una de las cosas que pueden
ocurrir, ¿no tendrá que haber ocurrido, haber sido hecha,
haber transcurrido ya alguna vez? (...)
Y esa
araña que se arrastra con lentitud a la luz de la luna, y esa
misma luz de la luna, y yo y tú, cuchicheando ambos junto a
este portón, cuchicheando de cosas eternas -¿no tenemos todos
nosotros que haber existido ya? – y venir de nuevo y correr por aquella
otra calle, hacia delante, delante de nosotros, por esa larga, horrenda
calle- ¿no tenemos que retornar eternamente? (AHZ., p226-227)
Aquí aparecen confrontadas las dos versiones del eterno retorno,
tal como lo planteó Nietzsche con anterioridad, en el aforismo
341 de La Gaya Ciencia, pero ahora la figura del demonio desaparece
ya que para contestar este enigma es necesario un proceso de transformación.
La diferencia entre las dos visiones está puesta en el retorno.
¿qué es lo que retorna del tiempo? El enano no lo distingue,
afirma que el tiempo es un círculo. Si todo lo que puede ocurrir
es sólo una repetición, el futuro no hace más que
repetir lo que ya sucedió y todo esfuerzo de superación
caerá en el vacío. En la visión de Zarathustra,
el presente no se concibe bajo la forma anónima del "ahora’
sino como el "instante". Futuro y pasado se unifican y sintetizan
en la vivencia del instante que representa el centro de gravedad de
la eternidad.
La enfermedad, la náusea y el convaleciente
En el momento en que el enigma se vuelve más gigantesco, hasta
sumergir a aquellos que interrogan, la escena se trunca y Zarathustra
escucha aullar a un perro. El aullido del perro se transformó
repentinamente en un grito. Vio a un joven pastor retorciéndose,
asfixiado, convulso, sobre la tierra con una enorme culebra negra saliendo
de su boca. Zarathustra trató de ayudar al pastor tirando de
la cola de la culebra pero todo fue inútil hasta que el pastor
mordió la cabeza de la serpiente y logró desprenderse
del ahogo y la náusea que le producía.
Pero
el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito;
¡dio un buen mordisco! Lejos de sí escupió la cabeza
de la serpiente: - y se puso en pie de un salto.-
Ya no
pastor, ya no hombre, - un transfigurado, iluminado que reía!
¡Nunca antes en la tierra había reído hombre alguno
como él rió!(AHZ., p.202)
La superación de la concepción demoníaca, nihilista
decadente del tiempo produce una transformación crucial. La seriedad
y pesadez se transforma en ligereza, alegría y risa. De la situación
de ahogo y asfixia que provoca el nihilismo se sale por medio de una
decisión personal: atravesar el puente que separa al último
hombre del superhombre.
La transformación
de Zarathustra es un tema que reaparece en El convaleciente. Der
Genesende (el convaleciente) proviene del verbo genesen, al
igual que en griego neomai tiene el sentido de "retornar".
De este modo, el convaleciente es quien se concentra para el retorno,
para realizar su destino más íntimo.
Su pensamiento abismal lo insta para que hable y asuma su destino: ser
el primer maestro del eterno retorno. Durante siete días y siete
noches, Zarathustra atravesó su enfermedad de hombre nihilista,
bajo la protección y el cuidado de sus animales heráldicos:
el águila y la serpiente. Ahora está en condiciones de
contestar aquellas preguntas que habían quedado pendientes
¡Demasiado
pequeño el más grande! – Este era mi hastío del
hombre! ¡Y el eterno retorno también del más pequeño!
- ¡Este era mi hastío de toda existencia! (AHZ., p.302)
Ahora advierte Zarathustra el aspecto selectivo del eterno retorno,
su poder transformador y redentor. Desde esta nueva visión del
tiempo, existe la posibilidad de que se extinga el último hombre,
de que se supere, y viva el superhombre. El tiempo ya no es un círculo
vicioso puesto que el instante se revela como auténtico cuando
se lo descubre tal como es: inocente. Frente a la visión fatalista
del retorno, Zarathustra descubre la incidencia de la libre aceptación
del instante y la incidencia del Amor Fati. Luego de la transformación,
Zarathustra no sólo logra liberarse de las ataduras idealistas
sino que descubre sus potencias creadoras. El querer hace libre al hombre
de todas sus alienaciones. El querer es redentor y posibilita la aceptación
de la vida. El supremo Sí dicho a la vida permite la superación
del espíritu de venganza, supera la náusea de la existencia.
El querer también permite la redención del pasado y la
aceptación del instante, libera al hombre de todo tipo de culpa
o remordimiento. En esta nueva visión del eterno retorno se destaca
la incidencia de este poder liberador, desocultador y transformador
de la existencia. El Amor Fati, esa fórmula ya expresada
por los estoicos, expresa también la idea de libertad
que sostiene Nietzsche. Esta fórmula es lo opuesto a todo tipo
de fatalismo o determinismo así como también es lo opuesto
a la fórmula cristiana del libre albedrío. En esta concepción,
fatum alude al destino aceptado y querido tal como es. El Amor
Fati supone la aceptación del devenir tal como ocurre, sin
cargas morales y sin culpas. Amor alude al querer redentor y
liberador de los ocultamientos que habría efectuado la tradición
metafísica sobre los caracteres genuinos de la vida.
Mi fórmula
para expresar la grandeza en el hombre es amor fati (amor al
destino): el no querer que nada sea distinto, ni en el pasado, ni
en el futuro, ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo
necesario, y menos aún disimularlo – todo idealismo es mendacidad
frente a lo necesario – , sino amarlo... (Ecce homo,
p.54)
Frente al carácter objetivante y anónimo del eterno retorno,
en su versión puramente cosmológica, Zarathustra descubre
su inclusión en el gran juego cósmico.
Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno, afirma Zarathustra
cuando acepta la transformación del azar en destino. A esta voluntad
que acepta el acontecimiento, sin culpas ni remordimientos morales,
Nietzsche la denomina "viraje de la necesidad". En esta idea
se presenta una identificación entre la voluntad, cuando acepta
la vida tal como se da, en una conjunción de azar, necesidad
y libertad, de allí que la imagen del superhombre se identifique
con el niño al ser concebido como un partícipe inocente
del gran juego del mundo.
¡Oh tú
voluntad mía! ¡Tú viraje de toda necesidad, tú
necesidad mía!
¡Presérvame
de todas las victorias pequeñas!
¡Tú
providencia de mi alma, que yo llamo destino! ¡Tú que estás
dentro de mí! ¡Tú que estás encima de mí!
¡Presérvame y resérvame para un gran destino!
Y tu última
grandeza, voluntad mía, resérvatela para tu último
instante, - ¡para ser inexorable en tu victoria! ¡Ay, quién
no ha sucumbido a su victoria! (AHZ., p..295)
Amor
Fati no alude al destino predeterminado y causalista que no deja
margen para ninguna transformación. Por el contrario, en la versión
nietzscheana, Amor Fati alude al juego de dados, a la aceptación
del azar y al sometimiento a las reglas que impone la voluntad de poder.
El representante de una voluntad libre, el jugador, el superhombre,
no es el hombre de una libertad incondicionada, no vive en el capricho
arbitrario, sino que es el hombre que acepta participar del juego del
mundo y quiere dentro de sí lo necesario. En esta versión,
Nietzsche rechaza la idea de una aceptación sumisa frente a una
fatalidad ineludible ya que la participación del hombre en el
gran juego del mundo se expresa a partir de una voluntad que acepta
el devenir inocentemente. La alusión a la figura del niño
se repite en múltiples situaciones asociadas a la aparición
del superhombre. Dentro de esta simbología, el niño expresa
la inocencia del devenir ya que el niño, con su juego, se inserta
libremente, configura el mundo y lo transforma. A diferencia de la concepción
propia de la metafísica de la subjetividad, el hombre no descubre
el mundo a partir de sus representaciones. Hombre y mundo no son dos
sustancias separadas que logran relacionarse. El niño representa
al hombre capaz de configurar su mundo.
La
redención del tiempo
La expresión lúdica del mundo es aceptada y asumida por
un tipo de hombre que renuncia a las falsificaciones metafísicas.
Nietzsche contrapone dos figuras: el hombre pobre de mundo, el hombre
de la metafísica, de la moral, de la virtud empequeñecedora
y de la religión, al hombre pleno de mundo, capaz de aceptar
el tiempo, de transformar el azar en destino, de integrarse al gran
juego cósmico.
En
el silencio de la soledad, Zarathustra descubre la profundidad insondable
del mundo. El anhelo de Zarathustra se dirige a lo lejano, a lo que
está por llegar. Este anhelo no es el deseo de llegar a un mundo
suprasensible ni el de alcanzar alguna trascendencia trasmundana. Su
mayor esperanza se orienta a la expectativa por la llegada de un tipo
de hombre abierto al mundo y capaz de asumir la creencia en el eterno
retorno. Bajo el cielo azar y el cielo inocencia, el hombre se interna
en lo luminoso del mundo y allí puede desarrollar sus potencias
creadoras sin el peso de los límites inventados por una moral
represiva (representadas como nubes que ocultan y deforman la visión
del mundo). "Dios ha muerto" es el lema que evidencia la pérdida
de sentido de toda teleología y el derrumbe del mundo suprasensible
que ha actuado como "mundo verdadero". El eterno retorno no
pretende asegurar ningún logro superior para la humanidad, no
promete ninguna finalidad. Por el contrario, este pensamiento manifiesta
que el devenir se encuentra más allá de todo sentido moral,
de toda causa y de toda intención. El azar expresa esta misma
ausencia de teleología y de racionalidad en el interior del devenir.
¡Dejad
venir a mí el azar: es inocente, como un niño pequeño!
(AHZ., p.247)
El azar expresa la inmoralidad del devenir, la ausencia de un principio
rector en el orden del mundo. Azar y necesidad se identifican al momento
de expresar una visión liberadora del tiempo que también
convocan el canto, el baile y la alegría de la fiesta. El cambio,
la contradicción, el devenir, la guerra, desterrados de la metafísica
como notas propias del mundo aparente, son restituidos a una nueva dignidad.
Nietzsche pretende eliminar todo tipo de antropomorfismo y transmundanismo
en la concepción del mundo al eliminar todo tipo de interpretación
moralizante o estetizante. La inocencia del devenir, el azar, el caos,
manifiestan la infantilidad del juego del mundo.
En este momento de perfección del mundo, Zarathustra descubre
la conciliación de los opuestos: la medianoche es mediodía,
el dolor es placer, la locura es sabiduría, el pensar es adivinación,
la verdad es falseamiento. El hombre de la Selbsüberwindung
es el único capaz de sumergirse en el juego del mundo La imagen
del superhombre es la del tirador de dados, del niño inocente
que, al crear e inventar formas, se desembaraza de su sufrimiento. El
dolor quiere su finitud, quiere pasar, quiere superarse. Todo lo que
sufre quiere herederos, no se quiere a sí mismo, de allí
que el creador no busque la felicidad ni la compasión, sino su
obra. Zarathustra, como símbolo del creador, descubre el aspecto
femenino de la vida, a la que identifica con la parturienta cuando acepta
y justifica el sufrimiento en el nacimiento de su hijo. El alma de Zarathustra,
su sabiduría salvaje, es de naturaleza femenina hasta el punto
de que el anhelo de descendencia se identifica con la sobreabundancia
de fuerzas. Dionysos y Ariadna simbolizan los aspectos distintivos y
antitéticos del eterno retorno: la conservación y la superación.
El cielo y la tierra; el águila y la serpiente; lo divino y lo
humano; lo masculino y lo femenino, se encuentran enlazados en una alianza
primordial que permiten el despliegue del juego del mundo. El superhombre
permanece fiel al sentido de la tierra, a lo perecedero, a lo que sufre,
a lo que necesita redimirse en su creación. Ariadna, en tanto
símbolo de lo superhumano, es similar a la condición de
Dionysos, como símbolo de lo divino, aunque esta relación
no deja de ser un enigma. Zarathustra, como primer maestro
del eterno retorno, puede considerarse un hijo de la pareja Dionysos-Ariadna.
Entre el cielo y la tierra encontramos el juego del mundo y, dentro
de este juego inocente, se presenta el hombre digno de vivir en él:
el creador de formas, el jugador liberado de los ocultamientos metafísicos.
En esta versión nietzscheana, el eterno retorno de lo mismo
(Die Ewige Wiederkunft) Dionysos, al representar el eterno retorno,
pretende ser lo opuesto a la concepción metafísica del
tiempo. En Nietzsche, el tiempo es triplemente extático. El instante
(Augenblick), como unidad y presencia de los tres éxtasis
temporales.
En cada
instante comienza el ser; en torno a todo ‘aquí’ gira la esfera
‘allá’. El centro está en todas partes. Curvo es el
sendero de la eternidad. (AHZ.,p.300)
El
alfa y el omega de Nietzsche: Heráclito
El juego, como clave interpretativa, es ubicado por Nietzsche en el
inicio y en el final de la filosofía. Por un lado, es colocado
en el origen del pensamiento filosófico, al identificarlo con
la figura de Heráclito, mientras que se reserva a sí mismo
el lugar de la clausura del pensamiento occidental a la vez que el anuncio
de una nueva experiencia del mundo. Dentro de las distintas facetas
que presenta el fenómeno del juego, Nietzsche rescata y valora
el elemento creador, previo a la instauración de formas, de allí
la elección de la figura de Heráclito y su identificación
con el juego del niño que produce sólo por placer. Esta
actitud coincide con su oposición a Platón y a la tradición
metafísica de donde rescata a los presocráticos.
Cuando Nietzsche alude a la noción de juego rescata el carácter
mimético y azaroso que se continúa en la metamorfosis
del comediante, del juglar, del hechicero bajo el conjuro de la máscara
y el disfraz. A partir de su metafísica del artista valora al
juego en un sentido opuesto a Platón cuando coloca al drama,
lo extático, la danza, el coro ditirámbico por encima
de lo apolíneo. Contra las pretensiones del "mundo verdadero",
Nietzsche propone una justificación estética de la existencia
al rescatar la euforia de un arte arrogante, vacilante, danzante, burlesco,
definitivamente "infantil". Desaparecidas las esencias y fundamentos
reaparece el elemento trágico: la excitación, la incertidumbre,
el vértigo, la ambigüedad recuperan la importancia perdida.
Conclusión
borgeana
Borges se pregunta lo mismo que, perplejos, nos preguntamos frente a
la afirmación nietzscheana "Zarathustra es el primer maestro
del eterno retorno".¿Podría, el helenista Nietzsche, ignorar
la doctrina que aprendieron ya los discípulos de Pitágoras,
que sostuvieron los estoicos y que encarnizadamente combatió
San Agustín: la doctrina de los ciclos? Seguramente Nietzsche
sabía que el eterno retorno es una de las fábulas o miedos
o diversiones a las que se recurre eternamente. En lugar de postular
tan increíble ignorancia o una confusión humana, demasiado
humana, Borges encuentra un motivo gramatical, casi sintáctico
para explicar la presunción de Nietzsche de ser el primer pensador
del eterno retorno. Seguramente Nietzsche sabía lo que todo filólogo
sabe sobre el eterno retorno pero también sabía que la
más eficaz de las personas gramaticales para un profeta es la
primera.
"Para
un profeta cabe asegurar que es la única. (...) El estilo profético
no permite el empleo de las comillas ni la erudita alegación
de libros y autores..."(7)
En la vida de las personas las cosas, sencillamente, ocurren. Como ya
lo advirtió Aristóteles, el problema se centra en distinguir
el antes y el después para decidir qué tan irremediable
e irreversible es lo que ocurrió y qué tanto podemos esperar
de lo que ocurrirá. Para Einstein, como para Platón, la
distinción entre pasado y futuro es una ilusión. El tiempo
es una ilusión, aunque sea una ilusión tenaz. En su concepción
determinista del mundo, propia de la mirada científica de occidente,
el tiempo es sólo una ilusión. Si tomamos este dato como
referencia, podemos afirmar, junto a Heidegger, que occidente se ha
mantenido en la comprensión vulgar del tiempo, que hemos mantenido
al tiempo en el territorio de lo impensado. El siglo XIX descubre la
incidencia existencial del problema del tiempo y, en este sentido, sí
que Nietzsche es el primer pensador del eterno retorno.
Notas
(1)
Según Ilya Prigogine el siglo XIX es el primero en plantear el
problema del tiempo en toda su complejidad científica y filosófica.
En el siglo XVIII se discutió la posibilidad de describir lo
vivo como un reloj, y de describir al reloj desde el punto de vista
del relojero. La organización del relojero concienzudo, que sometía
la naturaleza a la intención calculadora se sustituye por una
naturaleza espontánea, creadora de formas artísticas.
El relojero y el artista son dos figuras inspiradas en la Crítica
de la facultad de juzgar de Kant en el juicio teleológico
y el juicio estético.. Para Nietzsche la naturaleza es un creador
y destructor a la vez. La idea de sistemas en evolución indefinida,
de que ningún sistema complejo es enteramente estable, desemboca
en una idea bastante próxima a la del eterno retorno de Nietzsche.
Esta idea sugiere la imposibilidad de hablar de una evolución
finalizada hacia un estado estable en el que el futuro ya no sea peligroso.
La evolución deja de ser búsqueda de identidad, de reposo,
para hacerse creación de problemas nuevos, proliferación
de nuevas dimensiones. Ver PRIGOGINE, ILYA. ¿Tan sólo una
ilusión? Una exploración del caos al orden, Barcelona,
Tusquets, 1988, pp.65-97.
(2)
NIETZSCHE, FREDRICH, Ecce homo, Madrid, Alianza, 1984, p.93
(3)
ELIADE, MIRCEA, El mito del eterno retorno, Arquetipos y repetición,
Madrid, Alianza, 1982
(4)
PLATÓN, El Timeo, traducción, introducción
y notas de Conrado Eggers Lan, Buenos Aires, Colihue, 2000
(5)
NIETZSCHE, FRIEDRICH Sämtliche Werke Kritische, Studienausgabe
in 15 Bänden, Herausgegeben von Giorgio Colli und Mazzimo Montinari,
deutscher Taschenbuch Verlag de Gruyter, München, Berlín-New
York, 1980, Bänd 3, Die fröliche Wissenschaft, p.570
(6)
NIETZSCHE, FRIEDRICH, Así habló Zaratustra, (en
adelante (AHZ) Madrid, Alianza, 1978
(7)
BORGES, JORGE LUIS, La doctrina de los ciclos, en Obras Completas,
Buenos Aires, EMECE, 1974,pp.388-389
Bibliografía
no citada en las notas
ARISTÓTELES,
Física, Madrid, Aguilar, 1967
HEIDEGGER,
MARTÍN, El ser y el tiempo, México, Fondo de Cultura
Económica, 1974
MONOD,
JACQUES, El azar y la necesidad, Barcelona, Tusquets, 1988
SAN AGUSTÍN,
Confesiones, Obras Completas, Volumen 1, Madrid, B.A.C., 1974