LAS
PERSONAS DE ISMAEL GAVILAN
por Armando Roa Vial
No
es común entre nuestros poetas más jóvenes la presencia
de quienes apuestan "por la danza infernal del intelecto" - Logopeia-
sobre el material entregado por la experiencia. Menos aún, cuando
esa Logopeia se ensambla en un poema finamente cincelado, bajo parámetros
rítmicos rigurosos dentro del verso libre, amalgamando el pie
trocaico, el espondeo y especialmente el yámbico en sus distintas
variantes. Con Ismael, en alguna oportunidad, hemos conversado de la
estrecha relación entre la poesía escrita y la poesía
sonora de la música, muda a la palabra, pero con una capacidad
envidiable para despertar resonancias emotivas, "polvaredas de emociones",
en un flujo que a veces parece ser la antesala de la palabra misma.
Ese enigma y sortilegio, en la propia voz del autor, lo podemos encontrar
en las variaciones sobre un tema de Johannes Brahms y en las alusiones
Beethoven y Mendelshon del texto "Mar Calmo y Feliz". Así las
cosas, la lectura de este libro, con una simbología tan compleja
como múltiple, donde confluyen diversas tradiciones poéticas
y culturales, parece una finta a ciertas maneras de organizar los materiales
poéticos que se agotan en el mero juego sensorial, o en el efectismo
verbal, pero sin un trasfondo intelectual que sirva de andamiaje. El
intelecto es, desde luego, una de las esferas fundamentales del ser
humano; si la poesía es una tentativa humana que involucra al
hombre en su totalidad, no se entiende el recelo de ciertas estéticas
en boga, sobre todo a partir de los años sesenta, por abjurar
"del pensamiento poetizante", como si éste no tuviera lugar privilegiado
en la arquitectura del poema. Desde ese punto de vista, la tentativa
de Ismael, más allá de las referencias confesas en su
libro, es tributaria de la poesía cogitativa, cuyo máximo
representante en Chile ha sido, creo, Eduardo Anguita, un poeta al que
recién las nuevas generaciones se aproximan tímidamente.
Las
Fabulaciones de Ismael deambulan como una galería donde el autor,
siguiendo el epígrafe de Hoffmannsthal, juega con su teatro de
máscaras. Se trata de máscaras diversas asumidas bajo
personajes de las artes y las letras, figuras míticas o también
situaciones históricas vinculadas a otros actores no menos insignes.
Ismael, así, construye un cuidadoso mosaico cuyas piezas van
desde Dowson, Herrera, Darío, Kavafis o Hölderlin, hasta
Heliogábalo o Tiberio, pasando por Narciso, Endimión y
Orfeo, entre muchos otros. Para cada uno se articula un discurso diferente,
en ocasiones monológico, a la manera de Browning, y sin embargo,
la voz que nos habla sigue siendo la de Ismael Gavilán, como
un alquimista que va jugando con los elementos, elementos tomados muchas
veces de territorios espirituales diferentes aunque fronterizos con
la poesía - pienso en el discurso pictórico, musical,
antropológico, histórico y filosófico- y que encuentran
finalmente en la poesía el cedazo que los articula unitariamente.
Ismael,
con sus máscaras, apuesta a la capacidad proteica del poeta,
a la metamorfosis en el otro para ensanchar la esfera de sus propias
emociones y sentimientos. No es casual que por boca de Walter Pater
nos advierta de lo ficticio del "yo" como categoría poética
hegemónica y exclusiva, guiño no sólo a la tradición
anglosajona sino, entre nosotros, a Eduardo Anguita y Juan Luis Martínez.
(Véase, al respecto, el poema "Atardecer en Capri"). Es sabido
que ningún texto poético se agota en sí mismo,
que continúa escribiéndose con cada lectura. Esto adquiere
un relieve especial en "Fabulaciones del Aire y otros Reinos", donde
el texto, en diversos momentos, adquiere el papel de reescrituración
y aún de palimpsesto, con un fino tejido intertextual que apuesta
al diálogo con los maestros tutelares, un diálogo cara
a cara, de igual a igual, lección del magisterio poundiano retomado
por el siempre querible Pierre Menard para denuedo del detectivismo
literario y de los profetas de la "angustia de las influencias". Gavilán
se transforma así en el buceador no de un libro más; su
tentativa, sospecho, apunta a una literatura.
Sería
difícil resumir los tópicos que abarca Ismael en su libro.
Digamos, sí, que apostando a la logopeia, se trata de una poesía
reflexiva, en ocasiones sentenciosa, que interroga admonitoriamente
sobre la precariedad de la condición humana. A ese respecto,
y para solo citar una muestra, recordemos el desgarrado final de la
evocación a Hölderlin, donde la infancia, la capital de
la vida de un hombre, es puesta por Ismael "yaciendo sin juez ni trono".
El poeta, en general, canta desde la ausencia y la sospecha, lo que
marca una cierta atmósfera crepuscular, declinante, final. El
escepticismo de Ismael es trascendente y lúcido, destilado en
una poesía honda, cuidadosamente rasurada, que nos invita a fabular
-la fabulación tan querida por Nietzsche- en ese aire de otros
reinos donde hasta las desgarraduras más profundas, por obra
y gracia de la palabra, se vuelven bellas.