BISPO
DO ROSARIO EN EL JEU DE PAUME DE PARIS; "MISION CUMPLIDA"
Por
Luisa Futoransky
Si alguien
le hubiera predicho a Bispo do Rosario que sus "inventarios del mundo"
se presentarían en la más importante bienal artística
del mundo, la de Venecia (1995), que la crítica francesa elogiaría,
deslumbrada y unánime, su exposición individual nada menos
que en el museo del Jeu de Paume de París (julio /setiembre 2003),
ni siquiera se hubiera inmutado.
Tampoco
si le hubieran asegurado que un premio pictórico en Brasil llevaría
su nombre y que miles de páginas de internet dedicarían
espacio a escrutarlo, alabarlo y descifrarlo. Tal vez se hubiera limitado
a encogerse de hombros y pedir que no lo distrajeran de su "misión".
Arthur
Bispo do Rosario con su obra fulgurante nos viene de Sergipe, uno de
los lugares más recónditos del gran y pobre nordeste brasileño.
Se discrepa en la fecha de su nacimiento 1909 ó 1911 pero no
en la de su partida, el 5 de julio de 1989.
Carabinero
de la marina de guerra, púgil -llega incluso a campeón
latinoamericano de peso ligero.
Un 22 de
diciembre de 1938 sus arduos vagabundeos laborales terminan, abruptos,
con una visión: Cristo se le aparece acompañado por siete
ángeles aureolados de azul. Bispo erra dos días por las
calles de Rio y se presenta ante el monasterio de San Bento como enviado
del Señor.
Los monjes
lo conducen al hospital siquiátrico. En 1939 se repite la visión.
Esta vez los ángeles le ordenan una misión: presentar
a Dios una representación, una suerte de inventario del mundo
para el día del Juicio Final.
Diágnostico;
esquizofrenia paranoide e internación definitiva en la Colonia
Juliano Moreira.
Hoy día
sus realizaciones son conservadas como obras maestras del patrimonio
cultural brasileño y se las arrebatan los museos del mundo. Pero
Bispo nunca se consideró artista, nunca supo las corrientes ni
las vertientes del arte contemporáneo del siglo XX.
En lo personal
rechazó los medicamentos y la más mínima intervención
psicoterapéutica. Se entregó alma y vida durante cuarenta
años a cumplir con su "misión". Su material de trabajo
se fue constituyendo con los desechos del hospital, acumulados con ardor:
cartones, maderitas, peines, juguetes de plástico utensilios
de cocina, ropa vieja, zapatos, botellas, telas. Sin olvidar un lecho
con mosquitero para los juveniles amores de Romeo y Julieta.
Bispo
do Rosario borda también lienzos en rústicas sabanas con
el hilo del hospital, de color azul, el del aura de sus ángeles.
Y elabora nóminas sin descanso, antes de que las barra el olvido,
antes de que Dios no sepa cuanto Bispo tiene el deber de recordarle.
Utopías,
caprichos, avideces que los hombres atesoran. Sin olvidar las ruinas
del inconsciente al aire libre que Bispo evidencia sin que pasen por
el filtro censor de la razón.
Inventarios
laberínticos, oriflamas con los nombres de calles, de pesos y
medidas, de sistemas políticos. Maquetas de navíos, planos
de ciudades.
Y para
cuando vio que se acercaba la hora de defender su estado de cuentas,
su balance arqueológico ante el más allá, se confeccionó
"Mantos de presentación", piezas clave de su obra.
Subyugada,
la crítica lo emparenta al realismo mágico, al arte conceptual,
a los Ready Made, a Dadá, al Nuevo realismo, a artistas fraternales
o espejos como Spoeri o Arman.
Bispo,
el negro nordestino imbuido de su misión, tan humilde que quería
ser "transparente". Como todo gran artista rehusó las explicaciones.
"Cuando dejo de trabajar me vuelvo transparente pero normalmente estoy
lleno de colores", dijo.
A quienes
insisten en saber de dónde viene la savia de su genio, de dónde
su maestría, se limita a responder con un humilde "un día
aparecí en el mundo".
Sus obras
siguen sumando elementos de un templo arcaico y atormentado.
Bispo do
Rosario nos regresa al tiempo preadámico sumergido en cada uno
de nosotros.
¿Qué
acerca o que separa una obra de Klee de la de un loco o de la de un
niño?
¿Cómo se distingue una rueda de bicicleta de Marcel Duchamp de
una de Bispo? Tal vez por las meras etiquetas que tanto nos confunden
y tan afectos somos los mortales.
Acaso una
lúcida definición nos la brinde el propio Bispo: "Los
enfermos mentales son como picaflores. Nunca se posan. Están
a dos metros del suelo".
El museo
del Jeu de Paume de París presenta 79 obras de este fecundo artista
brasileño hasta el 28 de setiembre de 2003.