Los exámenes estandarizados no funcionan, no tienen ningún valor porque son lo que llamamos entre algunos amigos “disparadores mediáticos”. Es decir, se los ve muy bien desde una perspectiva que es fácilmente masificada, pero cuando lo analizás detalladamente ves sus falencias. En criollo, son espejitos de colores. Son globitos amarillos.
Los datos que se recogen de estos procesos no son exactos, no muestran el estado de la población estudiantil. Son un gasto innecesario y una forma de opresión de las escuelas imponiendo estándares que son irracionales y no les permite a los/as maestro/as dedicarse a lo que en verdad tienen que hacer. Son profundamente costosos, no parte de la educación de vanguardia. Algo que en lo personal evito que mi hija sufra.
Requieren demasiada preparación por parte de los estudiantes para los exámenes y pone el énfasis en una parte del proceso educativo que no es el primordial, el de evaluación. El proceso educativo es exactamente eso, un proceso, no una finalidad o una meta. Todos aquel que ha estado en la educación por algún tiempo (algunos de nosotros por mucho más) sabemos que el verdadero proceso educativo y trasformador no se generan en los exámenes, sino en el proceso y convivencia. Sí mi finalidad es, por ejemplo, enseñarles a mis estudiantes a producir textos críticos, el énfasis no está en el final de este proceso sino en el proceso mismo. Porque estos procesos no se terminan nunca.
La evaluación no es la finalidad del proceso educativo, y se aplica no en un examen final, sino en el proceso mismo del aprendizaje, en el constante evaluar de los objetivos que se van generando y adaptando. Porque la evaluación nunca da un resultado exacto. Lo primero que se aprende cuando uno llega al campo de la educación es desconfiar de los exámenes.
El colmo de los exámenes como finalidad son los exámenes estandarizados. Los exámenes estandarizados no tienen ningún valor porque no pueden analizar resultados de educandos en contextos y con recursos diferentes. Es decir, los resultados de los exámenes son inexactos. Lo que anulan la finalidad primera del proyecto.
Para ampliar este problema, hay que entender que no se puede pedir el mismo resultado a un chico que sufre de problemas y carencias, que a un chico que vive en una casa con muchos más recursos educativos y económicos. Esto hace que el proceso sea discriminativo y hasta ilegal.
Estos procesos son el primer paso hacia una comunidad educativa donde se es premiada aquella escuela que tiene éxito y castigada aquella que no lo tiene. Este proceso genera un circulo viciosos en el que las escuelas que menos tienen más pierden y aquellas que más tienen acentúan su ganancia. Porque somos todos iguales, pero no rendimos de la misma manera en condiciones diferentes.
Aprender se parece mucho a un programa que instauró George W. Bush en los EEUU y que fue un desastre: No Child Left Behind Act de 2001 (NCLB). Este programa produjo una generación desesperada por las notas que no disfruta del proceso analítico de la educación. Una generación que prefiere exámenes con preguntas del tipo verdadero o falso y que si le preguntas como se siente como ciudadano de este país no sabe que responder. El desastre de NCLB ha sido ampliamente documentado y recientes libros ofrecen estudios sobre el tema, entre ellos Schooling Beyond Measure and Other Unorthodox Essays about Education de Alfie Kohn (Heinemann, 2015)
Las élites en los Estados Unidos evitan el drama de No Child Left Behind = Aprender enviando a sus hijos a escuelas privadas que generan sus propios currículos y que no necesitan responderle estos caprichos al estado.
No veo que sea un problema copiar experiencias que han sido exitosas. Pero es lamentable copiar aquellas que no lo son. Más que nada si se sabe de los orígenes de estos movimientos. Todas estas teorías relacionadas con evaluaciones compulsivas han sido siempre difundidas y apoyadas por poderes económicos que lucran con la venta de material curricular en el área educativa. Es un negocio de billones de dólares. Ése sería el tema que hay que evaluar.