Por Fabián Banga
El infierno son los otros, decía Sartre. Infierno de miedo primario pero sobre todo, miedo a lo que no se entiende. Hay otros tipos de miedos y dolores: como la muerte de inocentes, la desolación, el terrorismo de estado, la guerra fratricida. Pero el infierno de Sartre es otro tipo de miedo.
Éste, nos animaremos a afirmar, existe en un borde entre espacios irreconciliables; no por la propia naturaleza de las partes, sino por la contextualización del otro dentro del espacio de lo no-nuestro. Este miedo primario a la otredad, implica desde un primer momento un desconocimiento por las partes. Hay que recordar que desconocimiento y miedo son elementos que viajan juntos.
El desconocer no significa no tener información sobre el otro, sino no poder agruparlo o clasificarlo dentro de nuestro propio discurso o universo lingüístico. España, hoy tan tristemente golpeada por la mano de la crueldad, sabe de estos temas mucho, por su historia, por su unidad pluralizada y por haber sido espacio de constante cambio e invasiones de “otros” a través de los siglos.
Ya que la España moderna, la de los negocios multinacionales y protagonismo cosmopolita, no niega que sea también territorio milenario de culturas, creencias y guerras antiguas que están mucho más vivías en la comunidad mundial, de lo que más de un dirigente remotamente entiende. La guerra de religiones, que quizás es la aberración más triste que el género humano ha inventado, tiene a España como protagonista desde mucho antes que Texas o Nueva York fueran ni siquiera proyectos.
España es tierra de conquistas y reconquistas. Es tierra de bordes. Esto se ejemplifica con la llegada de los visigodos a España en el año 415, la entrada de los musulmanes en la península en el 711 y el final de la reconquista cristiana con la toma de Granada por los reyes católicos Isabel y Fernando el 2 de enero de 1492. Sobre todo esta última fecha es significativa puesto que dialoga con los acontecimientos bélicos y terroristas que estamos viviendo hoy en día en muchas partes del mundo.
Las pérdidas de Granada y Córdoba tienen que haber generado un profundo dolor y humillación para el pueblo musulmán porque es bien sabido y explicados por los expertos en el tema que estas ciudades eran en su momento, sin lugar a duda, uno de los espacios urbanos más importantes de todo el imperio musulmán y Europa.
Lo que tampoco queda duda es que esta lucha y humillación mutua continúa en el presente, por lo menos, en la conciencia del mundo musulmán. Frases que se encuentran en comunicados terroristas en las que se hace referencia a Córdoba o “Esto es una manera de ajustar viejas cuentas con España, cruzado y aliado de América en su guerra con el Islam” (Extracto de la Carta supuestamente enviada por Al Queda, El País, 11-03-04) recuerdan viejas heridas que lamentablemente no han curado.
La lucha entre musulmanes y cristianos tiene un pasado de horrendas pérdidas y deshumanizaciones sufridas por las dos partes. Hoy en día en que la tecnología continuamente en estado de ferviente progreso preside nuestra forma de vida de una forma sorprendente, luchas milenarias entre credos y dioses están tan presentes como en plena época medieval.
El grito de “¡Por Mahoma!” o “¡por Santiago” no se ha cesado ni da la impresión de silenciarse en un futuro cercano. En relación con este dilema hay dos posibilidades y las dos son igualmente alarmantes: que los gobernantes no entiendan este tipo de problema o que lo entiendan perfectamente bien.
La lucha y tensión que vemos hoy en día en todo el mundo a manos del terrorismo internacional, es una lucha mucho más antigua de la que imaginamos y tiene sus orígenes en momentos históricos como la entrada de los musulmanes a España, las cruzadas y la caída de Constantinopla.
El desmantelamiento de estos arquetipos e imaginarios de la figura del otro, requerirá paciencia, años y años de recursos y liderazgo político mediador. Pero con la permanencia de las políticas nacionalistas de derecha en la mayoría de las grandes potencias el horizonte se presenta oscuro. Mientras tanto, hoy España llora a sus muertos como lo ha hecho tantas y penosas veces. Y nosotros lloramos con ella.