Por Fabián Banga
D’Annunzio, el gran poeta italiano de fines del siglo XIX influenció con su trabajo a la mayoría de sus compatriotas escritores de siglo XX. Es uno de esos hombres de letras que marcan un precedente, un momento de partida. Son figuras que influencian a nuevas generaciones que a su vez, influencian a otros escritores. Por ejemplo la influencia de D’Annunzio en Marinetti es evidente, como así es también evidente que Marinetti como parte del futurismo italiano influenció a escritores latinoamericanos como podrían ser Huidobro o Girondo, exponentes claves de la vanguardia latinoamericana. Así como D’Annunzio influenció a estos otros escritores, el fue muy influenciado por Nietzsche, el gran filósofo Alemán. Pero lo interesante de todo esto es que D’Annunzio no había leído mucho de Nietzsche; es más, se comenta que la mayoría de lo que sabía de Nietzsche era por algún intermediario que escribía sobre el filósofo o simplemente por comentarios directos de amigos. Pareciera ser que muy poco había leído del filósofo en traducciones, D’Annunzio por lo que sabemos no leía alemán y las traducciones de las obras de Nietzsche al italiano se hicieron esperar hasta ya entrado el siglo XX. Esto no quita que el poeta no fuera un hombre muy interesado por las nuevas teorías, y que estuviera atento de lo que llegaba de la Europa central a Italia. Tal es el caso de su interés en la teoría del filósofo alemán.
¿Pero no es interesante esta construcción de un poeta que basa significativamente el trabajo de su obra en una persona que nunca ha leído o conocido directamente? Sí y no. Sí porque la construcción de imaginarios, de teorías que son variantes de teorías originales, llegan a influenciar movimientos enteros, inspiran escritores, marcan los destinos de un pueblo. De ahí que las teorías de Nietzsche y otras variantes de teorías nihilistas, de énfasis en la fuerza de voluntad y conceptos relacionados con la idea del superhombre, nutrirán luego movimientos como el nazismo y el fascismo en sus diferentes formas. Por otro lado estas mutaciones y variantes están presentes a lo largo de la historia en general. De alguna forma, la realidad argentina de la década del noventa está saturada de ideas que son variantes de teorías significativamente diferentes a las presentes en el imaginario nacional. El caso más claro, corrientes políticas o actitudes de neto corte neoliberal que eran asociadas con lo moderno y con el progreso. Por ejemplo, a mediados de los noventa en la argentina se efectúo un significativo corte de aportes a las ciencias con excepción de proyectos que involucraran técnicas relacionadas con la biotecnología. En nuestro país, el tema de la biotecnología propone una inmediata relación con el agro, el campo argentino y el uso de semillas manipuladas biotecnologicamente por las grandes corporaciones presentes en el territorio nacional, específicamente en la zona pampeana. Estas corporaciones presentan un peligro tremendo para el pequeño chacarero, que no puede competir con los grandes productores. De esta forma la desaparición del pequeño productor no viene por el uso de la biotecnología sino por el contexto teórico que se utiliza, por la forma de producción y el énfasis en la productividad del mercado por sobre la calidad social de la región, típico del neoliberalismo. Otra variante fue la sudodolarización de la economía argentina, otra variante mutada del proyecto neoliberal. Pero la incorporación de estas teorías en nuestra sociedad evidentemente no fueron analizadas de primera mano, no se corroboraron sus posibilidades y no fueron fruto del intento de implementar una movida ya sea política o económica que sea una respuesta a la necesidad de nuestro pueblo.
De ahí que la historia se repite y el aplicar imaginarios que no se entendieron llevaron a un desastre mayúsculo en nuestra sociedad. Desastre que evidentemente nos llega por nuestra propia imposibilidad de crear soluciones netamente personales y que sean aplicadas a nuestro pueblo y que nazcan de nuestro pueblo. Pareciera que aún continuamos luchando a manotazos para encontrar este destino personal, sin la ayuda de varitas mágicas del FMI. La otra posibilidad, muy siniestra y quizás no tan alocada, es que este descalabro nacional es el fruto de un programa que funcionó perfectamente, que se entendió hasta en los detalles y se aplicó a nuestro pueblo sin importar las consecuencias. De ser así, el grado de complicidad que tuvo que haber tenido de parte de nosotros mismo es espeluznante. Escapa esta posibilidad a cualquier espacio decadente, y ejemplos como éste no encuentran precedentes ni en la más sangrienta novela gótica del siglo XIX.