“Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que como las de Flaubert, se compusiera de panorámica lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmoronan inevitablemente, no es posible pensar en bordados.” Así abría “Los lanzallamas” Roberto Arlt en “Palabras del autor”, una carta de Arlt a sus lectores. Arlt escribió esto en 1931 y pese a los años que han pasado, sus líneas tienen aún hoy en día una vigencia impresionante.
El escritor le escribe a sus lectores y crea una cercanía compinche, acerca al intelectual a la maza, hace de la escritura parte de su aporte al trabajo cotidiano de una sociedad con características y problemáticas propias y reales. Si bien siempre se ha podido ver intelectuales que haciendo uso de su capital cultural intentan elevarse por sobre el resto, ha habido también otros que se han jugado junto a las masas y han visto en la profesión del pensador un trabajo más, una responsabilidad para con el bien social y un compromiso ya no político, sino de principios. Arlt entra en esta categoría. Es por esto que se ve tan mediocre la necesidad de rubricar conocimientos con títulos de doctores pomposos o instituciones que más allá de sus nombres no son más que una gran masa monolítica, lenta, que en la mayoría de los casos tarda en reaccionar frente a las necesidades de los pueblos. El ejemplo está en la tapa de los diarios.
Una vez un viejo profesor me decía que uno llega al escalafón de profesor cuando aprende a decir que no sabe. Preciso. El volver constantemente a los libros es un ejemplo, uno no aprende conocimientos sino aprende como encontrarlos cuando los necesita. Como si una persona necesite un doctorado para saber donde están las necesidades de su pueblo. Cuando llega la hora de actuar para encontrar soluciones para una escuela que está inundada y devastada, el doctorado pude quedar de lado. Lindo chasco nos comemos cuando apostamos a una imagen doctorada de la escuela de Chicago que nos vende un proyecto neoliberal, caduco ya en estos tiempos. Lindo proyecto del primer mundo moderno, antesala de la gente entrando a los supermercados, un hambre generalizada, desempleo. Proyecto carnabalesco, con el hambre en las calles, la bronca y la bolsa de buenos aires subiendo el 7%
Es por esto que vi pertinentes y tan actuales las líneas de Arlt, la necesidad de hablar de lo inmediato sin perder nuestro amor a la belleza. Entender la inmediatez de las necesidades generalizadas y entender el compromiso general de todas los integrantes de una sociedad. Porque es muy lindo hablar desde el trono de la intelectualidad o del poder, pero hay que tener bolas para ser dirigente político, intelectual, o lo que sea y poner los intereses de la patria primero. No queda mucha chance, de no ser así seremos una minúscula mediocridad, un excrementillo o estorbo en los destinos de los pueblos. Desde esta perspectiva no cabe duda que es mejor ser un lector de Flaubert desde el silencio del anonimato, y no un payaso que proclama a los gritos sus conocimientos. Y esto tiene su paralelo. Mil veces ser un militante que trabaja por el bien de su pueblo desde el anonimato y no el esperpento, ni siquiera imagen de político, que termina destrozado por los engranajes de la historia de la patria en el intento de poner sus intereses primero.
Es por eso que hay que remarcar, que la intelectualidad o la politiquería queda retrasada cuando el pueblo sale a la calle. Y no estamos hablando de la perversa imagen de aquel que pasa con su auto nuevo cargado de mercaderías, robadas de algún pequeño negocio que termina pagando el destrozo. Separemos las aguas. Hablemos de ese pueblo que salió a la plaza y le dijo no al proyecto neoliberal, no al atropello de una teoría caduca, que le dijo no al robo y al atropello de la patria democrática y soberana y le dijo no a los agitadores que fueron quedando solos frente a las cámaras de televisión. El pueblo le dijo no al hambre y no le hizo falta citar a ninguna teoría ilustre pensada en Europa. El pueblo salió con sus cacerolas, y cuando los politiqueros e intelectualoides se dieron cuenta ya era muy tarde, la gente ya se había ido.