Por Fabián Banga
El imaginar el futuro, es de alguna forma, un intento de apropiación de algo que aun es inexistente. El pensar el futuro es una proyección de dos puntos en la historia: uno que es invariable y acompaña permanentemente nuestra existencia ?que es el presente?; y un punto imaginario absolutamente impreciso que está en un tiempo que aun no se ha concretado. Me da la impresión de que el demasiado énfasis en este punto imaginario, puede convertir a este destino en una imposibilidad; lo fragmenta de un proyecto que una este punto futuro con el presente. En otras palabras, por el desmedido deseo de llegar a este punto, se olvida la línea que une a este punto con el presente. Si a esta ecuación se le agrega una necesidad imperiosa de llegar a este destino por razones de necesidades básicas, el producto es una formula nefasta. El resultado de este desmedido deseo produce un deterioro progresivo que se acrecienta a medida que este deseo se incrementa. Cuanto más necesidad hay de visualizar este punto futuro, más inalcanzable se presenta ya que no hay una forma de lograrlo, no hay un proyecto de como alcanzarlo. El resultado es la inmovilidad absoluta y el desesperar permanente. Yo creo que ésta es la realidad que está viviendo la Argentina. Es tanta la necesidad de salir de la realidad agobiante que no hay espacio o energía para crear un camino que nos conduzca a este futuro.
Más allá del contexto caótico que esta situación genera, hay que entender que los resultados son ?y eran? absolutamente predecibles. Hace ya mucho tiempo que se está hablando del poder de la imagen, del mercado como motivador y estimulador del consumo masivo. El comportamiento social, motivado por los medios masivos de comunicación, llevan a concentrar el concepto de lo “real” en una simple imagen. Esta imagen poco informa de cómo llegar a este estado, sólo nos muestra la meta. Una persona que ve por televisión que lo más “real”, lo más aceptable o interesante socialmente para la mayoría del sistema es tal o cual objeto o producto, tal o cual partido, tal o cual realidad, no cuenta con los medios de como llegar a este producto, tan sólo lo desea tener. Hablar con tal o cual teléfono celular, tener tal o cual auto, ser como tal o cual cultura, será la meta, el camino a llegar será irrelevante. Este ejemplo se puede aplicar a los países también. La incondicional afiliación a la línea neoliberal o capitalista como una realidad indispensable para llegar al imaginario del primer mundo, no se sustenta por si sola al por ejemplo darnos cuenta que los países del primer mundo están bien lejos ?con incontables ejemplos que sustentan esta afirmación? de la retórica netamente neoliberal y de libertad del mercado. El mejor ejemplo es la política proteccionista de los Estados Unidos, se propone una cosa para el mundo pero se aplica otra muy diferente para la realidad propia. Por otro lado, una Argentina en el primer mundo por muchos años fue tener un peso fuerte, pero no algo que sustente este peso, por ejemplo una fuerte industria. La finalidad era el centro de deseo, no la forma de llegar a éste.
Pero dentro de esta crisis aguda que vive nuestra nación y el mundo en general, no hay que negar las excepciones. Para poner el énfasis en lo netamente local, el famoso club del trueque es en mi opinión ?sin quitar el respeto que uno tiene que tener por el sufrimiento y agotamiento de todo tipo que está sufriendo nuestro pueblo? un mecanismo de defensa que va en contra de la imagen ya agotada presentada por el mercado y los espacios de poder. Es un mecanismo que va en contra de la moda, en contra de lo neoliberal y global, va en contra de lo corporativo y entrega nuevamente el poder del mercado a la gente. Cuando hace unos días en este mismo diario se hablaba del club del trueque, se utilizaba una palabra en contexto que considero fundamental: “confianza”, eslabón fundamental que sustenta al mercantilismo y que el neoliberalismo ha olvidado. La confianza de que uno va a producir algo y lo va a comercializar con otro que confía en esta producción. El mercantilismo existe desde la base de la confianza entre los individuos. El neoliberalismo por lo contrario basa su confianza no en el individuo, sino en el mercado. La gente al perder la confianza en el mercado, vuelve a poner su confianza en si misma y de alguna forma vuelve a sus orígenes. En este contexto el club del trueque quizás sea el mejor ejemplo de que no todo está perdido en la Argentina, el enfatizar en el camino inmediato y no en la finalidad absoluta. Es interesante que en teoría, el mercado, el estado y el aparato político están excluidos de este intento de liberación económica. Es interesante pero no sorprendente. Desde hace ya años nuestros dirigentes están desconectados de la realidad que vive gente. Nuevamente como ya se ha visto en el pasado, cuando los políticos se dieron cuenta de que algo nuevo se gestaba, la gente ya se había ido.