Cualquiera que se interese en la situación política argentina, y que siga los debates desde fuera de nuestro país, sabe que la situación económica y especialmente la situación económica en el área de la educación, es uno de los epicentros más crítico de estos días. Especialmente el debate que se está llevando en relación a las universidades públicas. Este debate no es tema menor, por su directa relación con la textura más íntima que constituye los parámetros de la patria, y como este consiguientemente afecta inmediatamente la realidad que tenemos todos en este planeta como especie.
Que 57 universidades argentinas estén en estado de lucha por los bajos o prácticamente inexistentes presupuestos que tienen, es un tema que transciende la esfera política y afecta especialmente el bienestar económico del país de una forma directa. Sorprende ver que las voces de alarma parecieran venir casi exclusivamente desde el progresismo, entendiéndose que países netamente capitalistas dedican mucha atención al bienestar educativo de su población. Tal es el caso de los EEUU. La razón es obvia, es un tema económico. No por ser un gasto, sino porque la educación es una inversión imprescindible en toda sociedad desarrollada o que busque serlo. Toda nación requiere de un sólido espacio relacionado con el estudio y la investigación. No hay proyecto de nación sin una sólida educación.
“Es necesario que estudie la política y el arte de la guerra para que mis hijos tengan libertad para estudiar matemáticas y filosofía. Mis hijos tienen la obligación de estudiar matemáticas y filosofía, geografía, ciencias naturales, arquitectura naval, navegación, comercio y agricultura, para que sus hijos tengan derecho a estudiar pintura, poesía, música, arquitectura […]” Carta de John Adams segundo presidente de los Estados Unidos a su esposa Abigail Adams. Paris, 12 de mayo de 1780.
Si bien se ha escuchado mucho sobre las razones por que la educación es importante desde la perspectiva humanista, poco se ha escuchado de las razones netamente económicas, razones de mercado e inversión de capital. En los EEUU, como en la mayoría de los países europeos, China, Rusia y toda mediana potencia económica mundial, el tema de la educación y la investigación está íntimamente ligada a un proyecto de seguridad nacional. Desde la construcción de una pirámide, hasta la ubicación de satélites estratégicos, poderío informático local, la construcción de dispositivos nucleares, todos estos campos requieren de no solamente buenos matemáticos sino de instituciones de altos estudios que tengan los presupuestos que atraigan a estos matemáticos. El estado de California es una de la 5 economía más grandes del planeta con un GDP de $2,5 billones de dólares; 5 veces la economía de Argentina. El Silicon Valley, su centro tecnológico y quizás el más grande del planeta, es el 3ro en el ranking del mundo en GDP per cápita. Esta región puede absorber a todos los matemáticos, programadores e ingenieros que el mundo le pueda ofrecer. De ahí que estas regiones sean no tanto el capital económico enorme que tienen sino su población altamente educada y el constante potencial que esta población genera y consume. Desde Tesla hasta Google, de SpaceX hasta el Laboratorio Nacional Lawrence de Berkeley, California es más que nada su gente y sus iniciativas.
Es por esto que California invierte aproximadamente $11 mil dólares por año, en cada uno/a de sus estudiantes de nivel inicial. La educación es el tercer sector más grande de empleo en el estado. Sería un suicidio político que alguien en la política diga que hay demasiadas escuelas o universidades o que nadie que nace en la pobreza llega a la universidad. Porque uno de los objetivos del California State Board of Education es asegurarse que todos sus estudiantes sean exitosos. Para esto tiene que asegurar los recursos necesarios para todos sus estudiantes, con o sin dificultades académicas, cualesquiera sean sus estados económicos. Eso no es una opinión personal o una ideología. Es la ley.
Tiene sentido invertir en la educación. Es un tema comercial, más allá de la clara importancia humanística que tiene esta. Si uno nos dijera que hay una inversión que nos devuelve $50 dólares por cada dólar que invertimos, ¿quién sería capaz de rechazar tal inversión? Este tipo de rembolso lo ofrece la educación y está corroborado por estudios académicos, no por ideas personales o lo que uno crea o no crea que es plausible. El grupo de análisis económico y financiero The Perryman Group (perrymangroup.com) propone que:
“El rendimiento a largo plazo por cada dólar de inversión estatal en educación es de $ 49.69, en gastos adicionales en toda la economía. Esto incluye $15.09 en beneficios directos del sector privado en el aumento de productividad y ganancias de los estudiantes afectados, $27.47 en efectos multiplicadores de la producción directa, $6.12 en ingresos del gobierno ($2.01 directos de los que ganan y $4.11 indirectos), $1.01 en costos sociales $0.59 en reducciones de costos de salud, $0.38 en costos relacionados con delitos y $0.04 en costos de bienestar). Todos estos valores a largo plazo se descuentan a una tasa real del 3% para convertirlos a un valor presente neto (VAN) y se expresan en dólares constantes (2016) para eliminar cualquier efecto de la inflación.” (Perryman, Ray. “Investing in Public Education.” The Perryman Group, www.perrymangroup.com/2016/06/13/investing-in-public-education/.)
A similares conclusiones llegan Noah Berger y Peter Fisher en “A Well-Educated Workforce Is Key to State Prosperity” del Economic Policy Institute (https://www.epi.org/publication/states-education-productivity-growth-foundations/)
Si California, en un promedio similar al que invierten todos los estados en los EEUU, es de 11 mil dólares por año por estudiante, la Argentina históricamente invierte un 10% de esa cifra. Lamentablemente este desfasaje se agiganta cuando necesitamos interactuar académicamente en una sociedad globalizada en donde la tecnología que usamos no entiende de regionalismo o economías locales. Servers, mainframes o microscopios digitales cuestan inclusive más en Argentina que en California. Frente a esta situación uno puede entender porque la lucha de investigadores nacionales en este contexto es heroica y al mismo tiempo profundamente desigual.
En lo personal he tenido la posibilidad de corroborar esto personalmente en mi intercambio con investigadores argentinos/as. Muchos de ellos ofrecen una dedicación titánica a su institución en situaciones que en muchos casos están por debajo de lo precario. A pesar de estas dificultades, uno encuentra proyectos admirables. Especialmente en universidades del conurbano, como la Universidad Arturo Jauretche de Florencio Varela en donde he participado de muchos coloquios e intercambios. Es en estos espacios de educación donde la misión de la universidad aflora con su natural función social. La función de toda casa de altos estudios es la de educar a una población no con el solo propósito personal, sino de generar proyectos de claro beneficio universal. Este es el 4to año que participo en un intercambio que tenemos entre mi universidad en Berkeley (BCC) y la UNAJ. Los intercambios van desde coloquios, trabajos de investigación conjunta, a clases virtuales combinadas entre estudiantes estadounidenses y argentinos/as. Es en estas experiencias educativas donde concretamente se pueden ver resultados, cuando estudiantes desde diferentes latitudes debaten temas relacionados con la raza, el género, la clase, la cultura. La universidad ayuda a sus estuantes a desarticular preconceptos y perjuicios dañinos para todo el sistema. No son estos temas indeterminados e irrelevantes, sino percepciones cotidianas infundadas que se fosilizan en nuestras sociedades. La función de toda casa de estudios es cuestionar estas realidades promoviendo el pensamiento crítico. Es interesante que estas ideas son propias de pensadores como Thomas Jefferson.
En lo personal, recuerdo cuán impactante fue visitar el Teatro Cervantes de Buenos Aires por primera vez, cuando era muy joven. La obra era de Lorca, Doña Rosita la soltera. Era una excursión escolar. Ese día, yo que nací en una casa donde no habría más de 5 libros de literatura, sabía que algún día tenía que estudiar eso que estaba viendo. En ese lugar que no era exclusivo de un grupo específico, sino que era de todos nosotros/as. Eso se llama educación civil, conciencia ciudadana. No es magia, es política pública. Los norteamericanos lo llaman también national security y hasta tienen iniciativas que buscan incentivar a los estudiantes universitarios estudiar temas relacionados con otras culturas y lenguas. Ofreciéndoles concretamente dinero. Este es un tema que las potencias mundiales entienden desde los comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Estas potencias no son sociedades que viven en la abundancia y son carentes de conflictos. Son sistemas que saben que entre todos esos niños que habitan su territorio, hay el potencial de encontrar a alguien que nos beneficie a todos descubriendo alguna cura o resolviendo alguna ecuación que cambie el destino de la humanidad. Ese avance se logra solamente en una sociedad igualitaria.
En una oportunidad un senador proponía en el debate sobre la despenalización del aborto, que se tenía que tomar en cuenta a la hora de abortar si no se estaba privando de la existencia a un Vivaldi o un Da Vinci. Era lo que proponía. ¿Y qué si trasladamos esa lógica a otro espacio y nos preguntamos cuántos/as Marie Curie o Paul Dirac estamos privando de aflorar en cada escuela de la Argentina que no tiene un buen laboratorio de física? La inteligencia no entiende de clase social. Es para el bien de todos ofrecer los mismos recursos a todos los ciudadanos por igual. Una pregunta indudablemente razonable teniendo en cuenta que todos los premios nobel argentinos vienen de instituciones públicas.