Leopoldo Lugones: territorio y Nación
Por Federico Bibbó*

Hombre y bestia amalgamábanse en la mutua afición sin el estorbo de una idea. Nada más que una cosa quería el jinete: correr. Nada más que una cosa sabía el caballo: correr. Y de este modo el caballo constituía el pensamiento del jinete.

            Leopoldo Lugones, “Estreno”, 1905

Es un pasaje de uno de los cuentos de La Guerra Gaucha el que podría sintetizar, entre las embestidas de una épica barroca de la nacionalidad, las alternativas de una preocupación constante que Lugones compartió con las transformaciones de su tiempo. El apunte vehicular, que se inscribe en 1905 en la codificación del origen nacional, adelanta ya entonces lo que al final de su carrera y de su vida, terminará por cristalizar en su pensamiento político hacia el núcleo dogmático del predominio absoluto de la fuerza. Aquí apenas esbozado, decimos, ese predominio se expresa en la anulación virtual del territorio de la conciencia del hombre que lo atraviesa. El vehículo como “pensamiento” elude la mediación de la idea, de la imagen del territorio; por encima del espacio transitado, el tránsito mismo se constituye en la vivienda del jinete.

Sin embargo, esta imagen se recorta aislada, en la construcción imaginaria de la patria que ensaya La Guerra Gaucha, de una clara vocación de orden espacial a partir de la cual emerge la tradición argentina. Como señala María Pía López en un libro reciente, es en esta primera búsqueda literaria de lo nacional, en donde se forja la perspectiva de un orden adecuado a la legitimación del dominio de la oligarquía, por medio de la constitución de la estancia como núcleo político original[1]. En un movimiento que profundizará en El Payador, Lugones proyecta sobre el territorio indómito de la futura nación, la instalación del patrón en la escena rural como índice natural de su predominio político. Instalación que debe tomarse aquí en un sentido literal.

Sabemos de qué modo, en el libro de 1916, a través de un intrincado conjunto de mediaciones, el patrón sintetiza los valores de la patria por encima de la figura arquetípica del gaucho. Recordemos la operación consistente en exaltar a este “héroe y civilizador de la pampa” para, al mismo tiempo, destacar la función sacrificial de su extinción. Ante la perspectiva de una interpretación errónea, Lugones se apura a afirmar: “Su desaparición es un bien para el país, porque contenía un elemento inferior en su parte de sangre indígena” (1961, p.83). Pese a la condición heroica del gaucho, es la postulación de la lógica territorial de ocupación, que no le pertenece —y que contradice su carácter nómade, detritus de una mezcla racial—, la que viene a delinear, por medio de la delimitación de la estancia, la verdadera continuidad de los valores nacionales.[2]

Profundamente sarmientina, esta concepción que traduce la lógica de la ciudad en el espacio aún desrealizado de la Pampa, inaugura una jefatura que se prolonga hasta la actualidad de la enunciación lugoniana, adquiriendo un carácter fundacional: “Entonces los ricos de las ciudades, dueños de aquellos campos por herencia o por merced, fundaron en ellos ranchos que le sirvieran de albergue cuando iban a encabezar tales expediciones, congregando en esos paraderos algunos gauchos adictos” (1961, p.87).

Como dijimos, los cuentos de La Guerra Gaucha ya anticipaban esta fórmula de la tradición en la que el enclave rural, la estancia, dota de un carácter racional—y de este modo, nacionaliza— un espacio antes indefinido y heteróclito. Al referirse a otro cuento del mismo libro, María Pía López lo explica de este modo:

Patria y patronas. Esa traslación es posible porque se enraíza en condiciones reales: la Argentina es —según él cantaba— el país de los ganados y las mieses. Un país que tiene a la estancia como núcleo productivo y político: Si los caudillos solían tomar su fuerza de la propiedad territorial y por lo tanto humana, la oligarquía convirtió esa propiedad en las raíces profundas de un Estado. La forja del Estado argentino no fue sólo la reticulación positivista, sino la remisión a la estancia como base material e imaginaria del país. (2004, p.77)

La apelación a la estancia, implica la subordinación a este centro del conjunto de líneas de fuga, fuerzas en desplazamiento que constituyen el pasado pre-nacional. Si en el caso de La Guerra Gaucha, el perímetro disciplina esas fuerzas para propalarlas hacia el oponente en la articulación patriótica, en El Payador, sencillamente, expande el halo civilizatorio del patrón a partir de la confluencia entre sus atributos rurales y ciudadanos.[3]

Entre las atribuciones que supo coleccionar el autor del Lunario sentimental en su impulso interminable de asignar al poeta un lugar privilegiado en la sociedad, y siempre en relación a las definiciones de la nación, se encuentra como un recurso permanente la mirada sobre el territorio. Acaso ligada a la obsesión por las alturas a las que no dejó de aspirar como poeta, esa mirada podría pensarse como una consecuencia de la perspectiva asignada: águila, cóndor, montaña; el costado pragmático del vate que permite la expansión de su palabra pública hace que la elevación lo traduzca, complementariamente, en geógrafo, codificador y organizador del territorio. De este modo, los textos de Lugones hasta la década del 20 pueden leerse como variaciones alrededor de un movimiento de apertura, recorte y ocupación de los espacios sobre los que se define una tradición que se transforma según la coyuntura.

Durante el Centenario, la vocación topográfica del poeta Lugones no sólo se expande de manera notable de acuerdo con la confianza modelizadora del nacionalismo cultural que comparte con otros escritores de la época. Se inscribe, al mismo tiempo, en acuerdo con las misiones en la que aparece embarcado en relación con la esfera del estado: es la etapa del planificador. Aquí la concesión a los asuntos terrenales produce intervenciones más horizontales que aquellas incursiones del hombre singular, desde lo alto, sobre el espacio del pasado de la patria. Es el momento de pensar la ciudad: monumentos, edificios, escuelas, plazas. La reflexión sobre el terreno, sus inflexiones presentes y deseadas, constituyen en estos años el núcleo de definición del poeta público. Esto, sin menoscabo de la aspiración de agotar, por medio del verbo poético, el espacio entero de la Patria. La totalidad de las Odas seculares no parece disentir con la normativa arquitectónica e higiénica de Didáctica.

Pero esta doble perspectiva de precisión del espacio, en la que la nación encuentra su sentido gracias a la exploración del territorio, terminará por extinguirse. A partir de los años veinte, transformaciones mundiales y convulsiones locales le indican a Lugones el camino hacia una posición resueltamente antidemocrática. Correlativamente, la escena de la patria se irá volviendo cada vez de más difícil representación para devenir, finalmente, entidad sin extensión, objeto resultante y agente de una guerra permanente. A medida que la disposición del espacio nacional se corroe en el presente por la amenaza de la subversión del Orden, la fijación de la jerarquía que se reactualizaba en los textos sobre el pasado, irá dejando su lugar a la afirmación de una inmovilidad sin imágenes, o, para decirlo de otro modo, de una fuerza sin localización.

Ya no paisajes dilatados, sino estado permanente que busca, al interior, la pureza radical; al exterior, el predominio del más fuerte entre todas las naciones. La patria, es más, no se representa, sino que se presenta, concretamente, en la Potencia que se procura por medio del armamento, de la acumulación económica y de la disciplina militar. Es sobre todo en La Patria Fuerte (1930) donde la nación constituye una entidad autodefinida por el equilibrio entre su fuerza y las fuerzas exteriores. Territorio sin interior, sin grietas, cuyo origen deberá reconfigurarse a partir de un núcleo latente desde los textos tempranos: la espada, ese instrumento viril.[4]

No es casual que Lugones generalice, en la última década de su vida, el orden de la guerra como principio de interpretación del mundo.[5] Tampoco lo es el hecho de que sus preocupaciones políticas desintegren cada vez más las pretensiones de constitución de un territorio nacionalizado en sus textos. Ambas transformaciones son congruentes, y juntas redefinen no sólo la posición social del escritor sino además la dimensión textual de una poesía que se regocija en la identificación del propio sujeto con una patria guerrera y con su reducción de esa patria al regazo familiar del suelo natal: Canto, identidad definitiva de un sujeto que apela, antes que a la vastedad del espacio, a la profundidad mítica de la Voz.[6]

En Historia de Roca (1938), el empeño por reconstruir al jefe de sus años liberales de acuerdo con la perspectiva castrense, diagrama la necesidad de anular la perspectiva aérea del poeta nacional para volcar sobre el individuo predestinado todo el vigor de la Potencia. La apelación a la palabra orden que se repite a lo largo de sus páginas, antes que en un sentido taxonómico, de ordenamiento, debemos entenderla esta vez en términos de fuerza que despeja la materialidad del territorio. Constructor, sí, por medio del perfecto desplazamiento militar: constructor de rutas; por tanto, desintegrador de espacios, propiciador de la velocidad. Roca es ahora aquel que desintegra el paisaje que “descubre” para reducirlo, al instante, a entidad sin mayores atributos: Patria. Es el revés de una esencia que para el poeta ya no puede ser representada, sino que debe definirse en y por sí misma.[7]

No se trata de que Roca, como voluntad y como síntesis, deba prescindir del territorio. Por el contrario, es el espacio el que le permite llevar a cabo su destino. Pero es el mismo espacio el que, por la tarea que le imprime, debe doblegarse bajo la acción de los desplazamientos. Lugones resume una trayectoria vital en el ejercicio viril de la reducción de la materialidad de la Nación:

(...) militante casi desde la infancia en la prolongada lucha por el orden indispensable a la existencia de la Nación, y en la guerra exterior más importante que sostuvimos después de la Independencia, iba a ser él, en efecto, quien consumara la integridad de la República por el dominio territorial, con la conquista del desierto, y por la posesión definitiva de su capital histórica. (1980, p.100)

Orden, integridad, dominio. La identidad de Roca con la Patria se revela pariente de las que para el poeta se establecen como las necesidades del presente. Junto con el espacio es el tiempo lo que se desvanece para constituir una unidad trascendental cuyo rastro de origen se identifica con el valor y con la disciplina militar.

Con su suicidio antes de la finalización del libro, Lugones rechaza la oportunidad de observar al político, y con esto elude la posibilidad de traicionar su proyecto. Se había encargado de afirmar: “La personalidad de Roca defínese, y se explica, por su condición militar...” (1980, p.109). El establecimiento del linaje de su hombre lo había hecho tambalear en su propósito; con la madre de Roca, aparecía en el “hogar hidalgo” una nota discordante: la política, entre los pliegues del origen medieval que definía la formación cristiana y militar. El padre militar se casó “con Agustina Paz, también de ilustre ascendencia, pues era hija del doctor don Juan bautista Paz y Figueroa, presidente del Cabildo tucumano que en 1810 se declaró por la libertad.” Debe reconocer: “Así la esposa asociaba con su linaje la palma cívica al bélico laurel.” (1980, p.50) Pero entonces Lugones se esfuerza por despejar la línea femenina de la familia del jefe. Si la madre es el gobierno familiar es porque el padre está en la guerra, y ella misma reconoce, probablemente en la imaginación del poeta, que su hijo corroborará la ascendencia paterna:

(...) la animosa madre le escribía [a su esposo] con el regocijo de haber tenido aquel varón ‘a quien llamaremos Julio, por ser el mes glorioso, y Argentino porque confiamos que será como su padre un diligente servidor de la Patria’ (1980, pp.55-56)

El poeta se encarga de completar: Patria: de pater, patris: padre.

Lugones ya lo había declarado en 1930. “La Patria Argentina no es hija de la política, sino de la espada.” (1930, p. 9) Generalización de la guerra y conservación de la patria son las dos caras de un mismo pensamiento que se retuerce en la demanda de virilidad. En la Historia de Roca, esta condición queda cristalizada, por última vez, en la búsqueda de un origen del sujeto nacional. Sujeto sin espacio, ahora, el héroe militar de Lugones queda convocado por un propósito menor, que deja en evidencia la desmesura de la exaltación. El libro es un encargo de la Comisión Nacional del Monumento al Teniente General Julio Argentino Roca.   

La desaparición del territorio en la obra de Lugones puede pensarse junto con su búsqueda de regeneración de la “vida heroica” y su apología del fascismo. Queda por observar el lugar de la poesía en los momentos finales de la trayectoria del primer escritor de la Nación, cuando la materia poética parece perderse por la insistencia arrebatada de la pura fuerza. 

 

Bibliografía:

Leopoldo Lugones, La Guerra Gaucha [1905], Bs. As., Ed. Centurión, 1950.

-----------------------, El Payador[1916], Bs. As., Ed. Centurión, 1961.

-----------------------, La Patria Fuerte, Bs. As., Biblioteca del Oficial-Círculo Militar, 1930.

-----------------------, Historia de Roca [1938], Bs. As., Ed. de Belgrano, 1980.

López, María Pía, Lugones: entre la aventura y la Cruzada, Bs.As., Ed. Colihue, 2004.

Monteleone, Jorge, “Leopoldo Lugones: Canto natal del héroe”, en Graciela Montaldo (comp.), Yrigoyen entre Borges y Arlt. Historia social de la literatura argentina, VII, Bs. As., Contrapunto, 1989. 

Terán Oscar, “‘El Payador’ de Lugones o ‘la mente que mueve las moles’”, en Punto de Vista, año XVI, n° 47, diciembre 1993, pp.43-46.

 

*Federico Bibbó nació en Balcarce (Provincia de Buenos Aires) en 1977. Es Profesor en Letras por la Universidad de La Plata. Actualmente prepara la tesina para obtener el grado de Licenciatura en la misma Universidad. Escribió el ensayo Lucio V. Mansilla: la guerra y el teatro del 80, que se publicará próximamente en la colección “Hipótesis y discusiones” del Instituto de Literatura Argentina “Ricardo Rojas” de la UBA.

 



[1] López, María Pía, Lugones: entre la aventura y la cruzada, Buenos Aires, Ed. Colihue, 2004.

[2] Para una lectura sintética y ordenada de El Payador, se puede ver el artículo de Oscar Terán (1993).

[3] Es el predominio social, cultural y político el que coloca al patrón entre los gauchos como “el más gaucho”. Se lee en El Payador: “Al contacto de la civilización, su urbanidad aparecía por reacción virtual como el brillo de la plata. Tostados aún de pampa, ya estaban comentando a la Patti en el Colón, o discutiendo la última dolora de Campoamor entre dos debates financieros.” (1961, p.89)

[4] El culto del valor militar se encontraba ya en un texto de 1897 (“El Sable”, publicado en el diario El Tiempo, 17-3-1897), en el que Lugones levantaba, para hablar de la Independencia, un tono similar (aunque mediado por la nostalgia) al que desplegaría en 1924 en su famoso “Discurso de Ayacucho”, que abre La Patria Fuerte.  

[5] En este sentido, vale la pena remitir una vez más al lector al libro de María Pía López, en donde las sucesivas posiciones políticas de Lugones, y sobre todo su  fascismo, se colocan en relación con las ideas de la época a través de un exhaustivo análisis de los artículos que el poeta publicaba en La Nación. Para su posición vitalista y anti-pacifista, ver sobre todo el apartado titulado “Leones y ovejas: cuestión de destino”, op. cit., pp. 119-130.

[6] Las operaciones textuales de la poesía de los años 20 y 30 son analizadas por Jorge Monteleone (1989). Allí se muestra la constitución de la voz nacional del poeta en estos años, por medio de la apropiación de código oral en los textos que van de Poemas solariegos (1928) a Romances del Río Seco (1938).  

[7] Quince años antes, en 1923, el discurso autoritario del poeta nacional ya dejaba clara esta idea de nación: “La defensa de la Patria obliga a todos sin la más mínima discrepancia. La Patria no es una ideología. Es un hecho (...). Tenemos que afrontar virilmente la tarea de limpiar el país. Ya sea por acción oficial, ya por presión expulsora, es decir tornando imposible la permanencia de elementos perniciosos.” (Acción, 1923, citado en Monteleone, op. cit. p.177)

 

 


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08/05/2004
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